¿Donald Trump es el malo de la película? Por momentos parece que sí literalmente. Durante su investidura, Trump citó “accidentalmente” el discurso de Bane, el maloso de Batman: The Dark Knight (2012). Bane y Trump coinciden en una idea: devolverle el poder al pueblo, que le ha sido arrebatado por los ricos. Al menos eso dice Bane en su discurso; pero por algo los malos son malos. Engañan a todos para su propio beneficio.
B
ane lo reconoce al tener a Batman del pescuezo: “La teatralidad y la decepción son poderosos agentes para los poco iniciados”. Y, díganme, ¿a poco no la teatralidad y la decepción fueron claves en esta elección? Trump se hizo viral por sus arremetidas melodramáticas y despiadadas. Un average american (Ordinary Joe), profundamente decepcionado, se aficionó a lo que yo considero la última temporada de The apprentice: la elección presidencial estadounidense de 2016.
Los desplantes de Trump capitalizaron en su favor el sentimiento de impotencia de la empobrecida clase obrera y media de Estados Unidos. El sueño americano, en eso tiene razón Trump, está en crisis. Cuarenta millones de pobres viven en el país más poderoso del mundo. Los sueldos de la clase media y baja apenas y se han incrementado en los últimos veinte años, mientras que el costo de una casa y de la universidad ha subido a un ritmo superior. Estados Unidos ya no es un país con movilidad social.
Sin embargo, me concentraré por esta ocasión en la teatralidad de Trump; un análisis, digamos, del personaje. Imaginemos, por un momento, que la presidencia de Trump no es solamente una catástrofe diplomática y económica en ciernes; también es una serie, un western, una película de superhéroes y un meme al mismo tiempo. ¿Quién es el protagonista? Un jefe despiadado, zafio, pragmático, inteligente y mujeriego. ¿Cómo fue que ganó?
TRENDY EVILNESS
Hace un par de años, Breaking Bad fue la serie más trendy de la televisión. Ya escribí algo al respecto. Lo que le fascinó a la audiencia es la curva entre un Walter White, perfectamente ordinario, salvo por su inteligencia, y el resultado final: un Heisenberg implacable. La premisa es tentadora: ¿en una situación límite seríamos capaces de hacer algo muy malo? Walter White es un pobre profesor diagnosticado de cáncer, con un hijo que padece parálisis cerebral y un bebé en camino. La situación de Walter White no es nada exagerada; en Estados Unidos, donde no hay cobertura médica universal, la salud es un producto que cuesta mucho dinero. En esas circunstancias, ¿nosotros también haríamos el mal?
Por eso este personaje es tan fascinante. Al principio de la historia, Walter White no es sino una persona promedio con problemas de gente promedio. El resentimiento lo hace cada vez más cuestionable moralmente y termina siendo una versión hiperbólica del mal, enamorado del poder y la destrucción. Imaginen al papá de Malcolm el de en medio, Hal Wilkerson, con esteroides, y eso es Breaking Bad. Por cierto, el mismo actor, Bryan Cranston, interpretó ambos papeles.
Fue algo así como acto de justicia poética.
Pero si el principio es tan relatable, ¿el final también lo es? Reformulemos entonces la pregunta: ¿las clases media y baja estadounidenses, en una situación límite como la que lleva a cuestas desde la crisis de 2008, son capaces de hacer algo muy malo?, ¿está resentida? Haber votado por Trump quizá sea la respuesta a la pregunta.
DEL CHISTE AL HECHO NO HAY UN GRAN TRECHO
Algo inusitado en estas elecciones han sido las recurrentes referencias televisivas y cinematográficas a Donald Trump. Todos estamos más o menos enterados de que Los Simpson, hace más de una década, “profetizaron” la presidencia de Trump. En un capítulo, Lisa gana las elecciones presidenciales y se enfrenta al desastre económico que dejó la administración de Trump. Lo que entonces era un chiste, se convirtió ahora en realidad.
Pero la comedia no tarda en convertirse en tragedia. Y con unos dejes shakesperianos, House of Cards ha abordado el pragmatismo político en su propio corazón: la Casa Blanca. A diferencia de otras series sobre política, susceptibles siempre al dilema moral, House of Cards muestra una sombría visión sobre los hilos de la política. Si bien Trump no es alguien con una carrera política, como el ficticio Frank Underwood, en sus aspiraciones actuales parece coincidir con el protagonista de House of Cards: el dinero no vale tanto como el poder. Eso es lo que ahora Trump quiere comprar y no le importa quién se le ponga adelante.
Claro que, para lograrlo, se enfrentará a grandes colmilludos feroces, dentro y fuera de su país. Sabemos que para Trump, el fin justifica los medios; pero ¿es capaz de llegar al final? Al presidente Trump le encantan las películas de Jean Claude Van Damme. ¿Estará pensando en un final así?
SPOILER ALERT
Tal vez recuerden una serie noventera llamada Dinosaurios. Era un sitcom, ambientado en la prehistoria, que ironizaba sobre la familia promedio estadounidense. Ha estado de moda comparar a Trump con B. C. Richfield. Este último es un insaciable dinosaurio capitalista, cuya corporación se llama Porqueasílodigo. Es un jefe déspota al que no le importa aplastar a los demás ni a la naturaleza, con tal de acumular más dinero y poder.
El final de la serie no es nada alentador. Earl, el equivalente prehistórico de Homero Simpson, el Average Joe, presencia el fin del mundo. Él es un padre de familia promedio, que trabaja para el tiránico Sr. Richfield. Este último, en su desmedida ambición, provoca una catástrofe natural que acabará con los dinosaurios. Earl, quien acaso no tuvo todo el poder en sus manos para salvar a los dinosaurios, sí pudo cuando menos ofrecer más resistencia al tiránico Sr.
Richfield. En la escena final, Earl les tiene que explicar a su esposa e hijos que el mundo se acabará por su culpa: “Papá –dice– estuvo a cargo del mundo y no lo cuidó lo suficiente, y ya no habrá más mundo para ustedes.” Earl y tantos como él tuvieron la culpa de haber banalizado el mal y de no haber reaccionado contra él; cometieron un asentimiento silencioso.
Espero estar exagerando, pero todo sugiere que vienen momentos muy duros para México y para el mundo, incluyendo aquellos que votaron de buena fe por Trump. La historia es, ciertamente, una convergencia de factores geopolíticos y macroeconómicos que van mucho más allá de las decisiones de una sola persona. No obstante, en la historia existen personajes que actúan como catalizadores que aceleran las reacciones. Trump no es, como dijeron algunos, un bully, un bravucón. Es el catalizador de un resentimiento y malestar social que estaba ahí, en EU. No todo es San Francisco ni Nueva York; también hay un Estados Unidos profundo. >