La vida en sociedad, la convivencia, conlleva aristas no siempre fáciles de evitar. No todos compartimos los mismos puntos de vista, ni los mismos objetivos o ideales, y por doquier existen desigualdades e injusticias sociales.
La convivencia implica relación con los demás, las relaciones «buenas» son lo más deseable pero se ven afectadas y se oscurecen porque nos ofenden objetivamente o porque así lo interpretamos subjetivamente.
La palabra perdón se asocia mucho con comportamiento religioso, como si sólo tuviera relación con infringir algún precepto. No, la función del perdón se relaciona en primer lugar con el propio individuo, y en segundo, con el individuo o un conjunto de ellos con la sociedad.
PERDONAR NO IMPLICA OLVIDAR
Ante una ofensa pueden surgir dos conductas básicas: la evitación, el ofendido se retrae y evita la relación con el ofensor; es un mecanismo de defensa que lo protege de exponerse a sufrir una nueva ofensa. Y el afán de venganza o impulso vindicativo, que dice: «si tú me ofendes yo me defiendo y te voy a causar un daño similar o mayor al que me has causado». Se basa en un principio de reciprocidad. Defenderse es una respuesta natural, necesaria para la supervivencia de la especie, así es como los individuos más fuertes sobrevivieron a las adversidades y agresiones causadas por otros.
Pero causar un daño similar o mayor al sufrido, ya no es una simple respuesta o impulso básico necesario para sobrevivir, implica intencionalidad. Es la famosa ley del talión: ajustar cuentas, ojo por ojo, diente por diente.1 Tiene un elemento de impulso básico y otro racional y voluntario que podemos dominar.
Ambas conductas representan formas naturales y hasta cierto punto impulsivas o instintivas, de protegerse del agresor, pero ninguna lleva a una solución completamente equitativa, porque intervienen los elementos subjetivos de los participantes.
A lo largo de la historia, la estabilidad de la vida social y política ha dependido virtualmente de la regulación, tanto a nivel personal como social, de la respuesta vindicativa. Entra un tercero en discordia para que el agresor sufra un castigo justo, aplicando unos principios morales; no sea que por el afán de venganza se infrinja un daño mayor en el agresor que el que realmente causó, o que no se le castigue.
Sin embargo, aplicar la ley, aunque sea justa, no siempre deja emocionalmente satisfecho al ofendido. Muchas veces el afán de vengarse, de desquitarse, no se satisface, hasta que la persona tiene oportunidad de «ajustar cuentas», o, en un caso que hoy vemos con poca frecuencia, cuando se perdona al agresor.
El perdón no elimina el sentimiento que provoca la ofensa. Se puede perdonar al agresor aunque emocionalmente se sigan sufriendo las consecuencias. Perdón y venganza son reacciones activas que se originan voluntaria y conscientemente en el sujeto.
CONSECUENCIAS DEL RESENTIMIENTO
Otra forma más sutil del afán vindicativo es el resentimiento. Sentimiento complejo que se presenta de distintas formas, pero siempre forma parte del deseo de venganza. Puede ser el mal sabor que queda tras ajustar cuentas sin haber perdonado, o puede responder a conductas más complejas, cuando alguien no ha sido agredido directamente, pero está resentido porque piensa que se cometió con él alguna injusticia; por ejemplo, carece de lo que otro u otros tienen: poder, dinero, cualidades, posesiones, influencia, admiradores, etcétera. Es una reacción del egoísmo, quiere para sí los logros o posesiones del otro.
El resentimiento produce amargura, aislamiento, pérdida de la capacidad de amar y alegría por el daño ajeno. Quienes se alegran por el daño de los que consideran sus «enemigos» o a quienes tienen envidia, ven la desgracia ajena como si el «destino» nivelase su suerte con la del individuo caído en desgracia. Son incapaces de compadecerse.
El resentido vuelve mil veces con la imaginación al origen de su resentimiento y con frecuencia pierde objetividad, porque la memoria y la vivencia afectiva con que valoró la ofensa modifican los hechos y reinterpreta la ofensa de modo distinto a como fue. Desde luego hay casos en que la ofensa es de tal magnitud, que es imposible que el individuo no se sienta afectado y sufra cada vez que la recuerda.
LA VENGANZA NO SIEMPRE ES DULCE
Quien sufre un daño y pone en marcha su deseo de venganza, genera un movimiento hacia fuera de sí mismo que busca dañar al agresor, «desquitarse» y obtener satisfacción, un placer… «la venganza es dulce». Cuando no lo consigue, la frustración abre paso al resentimiento. En teoría, el desquite supone un ajuste de cuentas «proporcional» al daño, pero en la práctica suele producir un daño mayor al experimentado, porque el odio influye sobre las disposiciones del propio yo hacia la persona u objeto de venganza.
Quien odia a su agresor o agresores no desea desquitarse con un daño similar, sino destruir al objeto o persona odiada. Esa persona se vuelve un objeto capital. Paradójicamente, aunque el «vengador» logre destruirlo, le queda una sensación de pérdida, porque para vengarse invirtió parte de su vida, tiempo, pensamientos, dinero, afanes… y una vez conseguido, falta un fin en su vida. Para colmo, aunque haya destruido el objeto odiado, su afán de venganza no queda satisfecho. La persona odiada se había convertido en el objeto central y estable de un sistema de creencias en torno a un valor negativo. La venganza, por tanto, no siempre es dulce.
LA OFENSA SEPARA Y AÍSLA
La ofensa perpetrada separa de los demás, aísla. Cuando otros conocen la ofensa, ven al agresor como un elemento negativo de la sociedad, empezando por el ámbito más cercano, su familia. No quieren saber nada de él, esto origina muchas veces violencia, guerra, falta de entendimiento entre personas y entre los pueblos.
El ofendido también se siente separado del agresor y puede quedar resentido para siempre, aunque su afán vindicativo haya sido satisfecho por desquite directo, con la aplicación de una ley justa o porque el agresor cae en desgracia. Esos factores no borran el resentimiento, sólo desaparece con el perdón.
El resentimiento es mucho más frecuente de lo que creemos y sus resultados negativos son inmensos. El resentido se vuelve esclavo del pasado, presente y futuro. Del pasado, porque modifica y reinterpreta la ofensa y las consecuencias para su vida. Del presente, porque vuelve a imaginar el daño y sus consecuencias y no puede dedicar sus mejores esfuerzos a otra cosa. Y del futuro, porque en vez de verlo como el lugar de las aspiraciones positivas, sólo está a la espera del momento en que podrá vengarse.
DIVERSOS MODOS DEL PERDÓN
¿Qué funciones tiene el perdón? Al menos tres: libera de culpa al agresor, vuelve a unir, porque libera de los resentimientos y además, conlleva un compromiso –una promesa– de no volver a infringir el mismo daño.
Hay diferentes modos de perdón. Puede ser estrictamente legal; el que recibe el agresor de parte de una corte o tribunal. Puede llevar la condonación, es decir, la justificación de la ofensa y por ello se perdona. En estos dos modos suele intervenir como tercero un juez o tribunal y el ofendido no es sujeto activo en el proceso.
Otros tipos de perdón son la excusa: se disculpa al agresor porque se implica que cometió la trasgresión motivado por circunstancias extenuantes. El olvido: el ofendido relega u olvida la ofensa. En sentido estricto no ha perdonado, no representa un acto voluntario con esa intencionalidad.
Un quinto modo es la negación: implica la no aceptación o incapacidad para percibir las ofensas que uno mismo inflinge o recibe. En ninguno de estos cinco modos se encuentra realmente la voluntad del ofendido para perdonar, borran de algún modo la ofensa, pero el ofendido casi no ha hecho nada para perdonar y desprenderse del afán de venganza o del resentimiento que pudo despertar. Hay un sexto modo donde el individuo trabaja activamente y es el perdón que se otorga de modo voluntario, consciente y positivamente.
ELEMENTOS PSICOLÓGICOS QUE FACILITAN EL PERDÓN
Perdonar contiene algunos elementos psicológicos. Es una respuesta voluntaria que lleva un cambio pro-social en los pensamientos, emociones y conductas hacia el transgresor. El ofendido muestra disposiciones positivas que le permiten perdonar porque quiere, de modo consciente, libre y voluntario. Nadie puede obligarnos a perdonar aunque estemos convencidos de sus ventajas.
Perdonar no significa olvidar la ofensa, aunque no albergue resentimientos, perdón y reconciliación no son sinónimos. La reconciliación lleva a restaurar una relación fracturada y debe pasar necesariamente por el perdón para que no la empañe el resentimiento. Perdonar no siempre lleva a la reconciliación porque a veces el tipo de ofensa o su acumulación, la hacen imposible o porque el ofensor es una persona lejana.
La capacidad para perdonar puede verse también como una disposición de la personalidad, como un rasgo o propensión a perdonar a los demás en una amplia gama de circunstancias. A algunos les es más fácil perdonar que a otros. Desde esta perspectiva es como la escala de un continuum, un extremo representa la incapacidad para perdonar, y el otro, la capacidad para el perdón total.
Entre ambos extremos se ubican variedad de actitudes, grados de perdón o, perdones «imperfectos» que suponen que siempre quedará algún resquicio de la ofensa. También se puede ver como una escala en que se aplican distintos tipos de perdón según las ofensas recibidas por lo que cabe suponer que en algunos casos el grado de perdón es proporcional a la ofensa, y en otras ocasiones no, tanto por exceso como por defecto. Finalmente, el número de veces que las personas están dispuestas a perdonar: siempre, a veces, nunca.
En tercer lugar, el perdón, o disposición para perdonar, es un atributo o cualidad que se da más en algunas unidades sociales. Es un atributo o cualidad similar a la confianza o la intimidad que caracterizan a esas estructuras, como la familia o el matrimonio, donde es más rápido y fácil obtener el perdón por la convivencia cercana, que en otro tipo de comunidades que exceden el ámbito familiar.
PERDONAR, PERDONARSE Y VOLVER A EMPEZAR
Las personas a las que les cuesta más trabajo perdonar o que perdonan con menos frecuencia, tienen mayores niveles de depresión, ansiedad, enojo, baja autoestima y alta sensibilidad interpersonal (se ofenden por cualquier cosa) y pueden desarrollar o tener ideación paranoide.
No perdonar se manifiesta también como enojo con uno mismo. No siempre el agresor es otra persona o una situación ajena o externa. Uno se enoja consigo mismo por situaciones en las que siente que ha fallado o fracasado; no ha logrado la meta propuesta y experimenta la propia insuficiencia personal.
Se pueden presentar intensos sentimientos de culpa por acciones u omisiones objetivas que impiden ver las cosas con serenidad y perdonarse a uno mismo, pero no siempre la culpa es proporcional a la falta. Cuando se ha cometido una ofensa es conveniente pedir perdón, pero también es necesario perdonarse a sí mismo para estar en situación de volver a empezar. Hay personas que aunque perdonadas por una falta objetiva, se juzgan tan severamente a sí mismas que las paraliza el sentimiento de culpa. Después de pedir perdón y ser perdonados, lo importante es recomenzar.
Generalmente nos enojamos con los demás por las ofensas recibidas o que creemos haber recibido. Pero más veces de las que creemos, nos enojamos con Dios (con el destino o con la suerte) por haber sufrido una experiencia particular negativa, un revés económico, una enfermedad o una tragedia familiar, o porque la vida no nos trata como merecemos. Surgen menores niveles de depresión y ansiedad si perdonamos a Dios, al destino, a la vida o «a quien resulte responsable».
Desde el punto de vista psicológico, a mayor perdón: más autoestima, menos depresión, menos ansiedad, mayor seguridad en uno mismo. Desde el punto de vista físico: disminuyen los riesgos cardiovasculares y la tendencia a la hostilidad. Cuando crece la hostilidad y la negativa al perdón aumenta el riesgo cardiovascular.
EL ARTE DE EJERCITAR EL PERDÓN
Necesitamos valorar la importancia de saber perdonar y pedir perdón. Hay tres etapas del perdón complementarias y casi indispensables. Si uno es el trasgresor, conviene buscar ser perdonado por aquel a quien ofendimos. Si el ofendido otorga el perdón (segundo momento), el ofensor puede recibir el perdón y saberse perdonado de verdad. Es necesario aprender a ejercitarse en estas tres etapas o momentos del perdón, porque todos, aún a veces sin quererlo, podemos ofender a alguien, o nos ofenden. Es algo que no puede evitarse en la convivencia diaria entre personas.
No esperemos a que la ofensa sea de tal magnitud para ver si entonces perdonamos o no. Hay que empezar por perdonar y saber pedir perdón en la vida diaria, por ofensas pequeñas que pueden empañar la calidad de la convivencia interpersonal. Perdonar para dejar de estar esclavizados mental y emocionalmente a alguien que nos ofendió porque traemos continuamente a la imaginación el recuerdo de la ofensa, o porque como dijimos, estamos esperando el futuro solamente para vengarnos.
Cuando la ofensa es muy grande y ocasiona graves consecuencias, tal vez nunca se llegue a la reconciliación y los sentimientos que acompañan la vivencia de lo que se experimentó pueden ser difíciles de superar, pero aún así, otorgar el perdón libera y hace más fácil para el ofendido el poder mitigar y lidiar con los otros sentimientos.
De cualquier modo, perdonar no hace ciego al que perdona. Cuando las consecuencias de la ofensa son graves, el trasgresor debe ser castigado, con un castigo proporcional al daño producido. En tales casos, es más conveniente que no sea el ofendido quien imponga el castigo, sino un tercero en discordia, para no caer en la situación mencionada, promoviendo sólo el ajuste de cuentas o los resentimientos.
Otras veces, la misma persona ofendida puede aplicar el castigo, sobre todo si se espera que tenga efectos benéficos y educativos, es el caso de castigos que imponen los padres a sus hijos, quienes generalmente los perdonan, pero pueden aún así, aplicar un castigo para enseñarles a obedecer y a respetar reglas.
Saber pedir perdón, pero sobre todo, saber otorgarlo, libera, en primer lugar al ofendido porque ya no carga sobre sí con el afán de venganza. Perdonar no produce el olvido de la ofensa, ni los sentimientos provocados, que se superan con el tiempo, y con mayor facilidad si las consecuencias no fueron demasiado graves. Pero también libera al trasgresor, recibe el perdón y experimenta lo que significa saberse perdonado de verdad. Esta liberación real del ofendido y el ofensor o trasgresor, propicia un clima positivo para el acercamiento y la reconciliación.
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REFERENCIAS
Snyder C.R. y S. J. López (eds). Handbook of Positive Psychology. Oxford, 2005.
Quintanilla, Madero M.B. «Venganza y resentimiento». istmo N° 226. Sept/oct, 1996.
1 Cfr. istmo, No. 226, sep/oct 1996
Recuadro
Qué influye en la disposición para perdonar
Factores personales
a) La edad. Las personas mayores perdonan más, tienen mayor disposición para perdonar que la gente joven. Quizá esta disposición va unida al
b) desarrollo del razonamiento moral que se incrementa con la edad.
c) Personalidad. La gente propensa a perdonar reporta menor ansiedad, depresión, hostilidad y tendencia a la rumiación; es menos narcisista, explosiva y más empática. Con menores niveles de neuroticismo y de conductas pasivo-agresivas, más agradable y segura de sí misma.
Factores sociales
Consideran las características de la ofensa y el contexto:
a) Intencionalidad, severidad y consecuencias de la ofensa. Es más difícil perdonar ofensas severas, con mayor grado de intencionalidad o con graves consecuencias en la vida del ofendido o de sus seres queridos.
b) La disculpa y la búsqueda del perdón por parte del agresor facilita el perdón. Son una forma efectiva de negociación de la realidad e influyen sobre la extensión del perdón que otorga la víctima. Pedir disculpas y buscar el perdón producen efectos indirectos que reducen el afecto negativo de la víctima hacia el trasgresor e incluso pueden aumentar la empatía por él.
c) Características de la relación interpersonal. Es más fácil perdonar cuando hay una relación cercana y alto nivel de satisfacción y compromiso, por ejemplo, en la familia, en el matrimonio, o en una relación de amistad verdadera. Perdonar facilita restablecer la cercanía y la reconciliación.