El pasado octubre se le concedió el Premio Nobel de Literatura 2010 al escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936). Sin duda escritor prolífico, con pluma ágil y brillante, que supo implementar con habilidad novedosas técnicas literarias por lo que los críticos no dudaron en incluirlo en el llamado boom de la literatura latinoamericana.
En lo personal, admiro algunos de sus ensayos –inteligentes y profundos– y sus valientes denuncias sociales y políticas. Ha sido un incansable defensor de los derechos humanos y no se ha acobardado ante las frecuentes amenazas de algunos dirigentes o de grupos políticos al externar sus críticas abiertas y francas.
Recordemos ejemplos. A principios de la década de los ochenta escribió numerosos ensayos criticando el totalitarismo marxista-leninista de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) y de sus países satélites de Europa del Este, China, Cuba, etcétera, resaltando cómo en esas naciones no existían libertades ciudadanas y que eran como «gigantescas cárceles con habitantes esclavos» bajo regímenes dictatoriales.
Aquí en México, también en los años ochenta, levantó enconadas polémicas cuando en un ciclo de conferencias no dudó en calificar al PRI-Gobierno como «la dictadura perfecta», es decir, un sistema de gobierno en el que se usaba la máscara de democracia y, en realidad, habitualmente con formas diplomáticas, se ejercía un férreo manejo de la política, dirigida por la «Presidencia imperial», en la que con frecuencia se pisoteaban los más elementales derechos humanos.
Hace poco tiempo tuvo un ríspido enfrentamiento con el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por calificar a su gobierno como dictatorial y antidemocrático. Y se lo dijo, con valentía, en una conferencia en Caracas. Hubo algunos amagos por expulsarlo del país, pero Vargas Llosa no se arredró y mantuvo su postura.
También hay que decir que con la misma fortaleza ha criticado al gobierno de Estados Unidos, que con sus afanes expansionistas va sembrando conflictos armados por todo el orbe, bajo el pretexto de establecer en algunos países la democracia, cuando en realidad suele haber otros intereses de tipo económico (verbigracia, la sorda lucha por el petróleo), como ocurre en Irak.
NOVELAS ALUCINANTES Y CRUDAS
Pasemos a su obra literaria. Es un novelista con un estilo crudo, alucinante y mágico. Tiene un poderoso talento para narrar y, sin duda, es un estupendo contador de historias.
Sus obras más conocidas son: La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, Conversación en la Catedral, La casa verde, La tía Julia y el escribidor, Historia de Mayta, La Guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, Travesuras de la niña mala y la más reciente, El sueño del celta, acerca de la vida del cónsul británico en el Congo Belga, Roger Casement, es una denuncia contra las atrocidades del régimen de Leopoldo II en este país africano.
En la mayoría de los literatos, sus experiencias personales, positivas o negativas, se suelen verter en sus obras. La relación de Mario Vargas Llosa con su padre, Ernesto Vargas, fue muy tensa y difícil, ya que su progenitor tenía un carácter particularmente violento e irritable. Éste hecho lo marcó para toda su vida. A menudo afloran en sus novelas sentimientos de temor, de amargura, de rencor, de resentimiento.
También de incomprensión, porque su padre nunca aceptó que su hijo fuera escritor. Después, tuvo numerosos roces con su familia a raíz de que decidió casarse con una tía política –diez años mayor que él–, luego se divorció, y se casó con una prima.
Su experiencia en el colegio militar de Lima, a donde lo mandó a estudiar su padre, fue bastante negativa y dio origen a su primera su novela La ciudad y los perros. El elemento clave es la violencia y la vulnerabilidad del adolescente en el mundo escolar y que trasciende al comportamiento en el mundo real de la sociedad, donde sobreviven los más fuertes a costa de su propia descomposición moral.
En general todas sus obras son sórdidas, escabrosas y muestran hasta la saciedad la miseria y mezquindad humanas. Por ejemplo, La casa verde trata de la vida en un burdel y expone la personalidad de Bonifacia, una de las prostitutas más conocidas en esa casa. Pantaleón y las visitadoras (1973), novela satírica, es el relato sobre el dueño de un prostíbulo que lleva a sus meretrices de pueblo en pueblo.
Propiamente la libertad no existe en sus personajes, sino que parecen estar determinados por el mismo ambiente social que los rodea. También critica duramente a instituciones como la familia, la escuela, la religión, el estado.
En su obra, La Historia de Mayta da la impresión de simpatizar veladamente con las revoluciones violentas y la teología de la liberación, cuyos procesos –según sus seguidores– conduzcan a una sociedad más justa y humana. Con el paso de las décadas, Vargas Llosa evolucionó ideológicamente hacia una postura política más serena, madura y reflexiva.
Este Premio Nobel da pie para comentar un hecho de la literatura latinoamericana. Desde hace cerca de cincuenta años, principalmente por influencia de las letras norteamericanas, se puso de moda mezclar erotismo y literatura; exponer las más bajas pasiones (odios, violencia extrema, sexo descarnado, etcétera), que envilecen y denigran a las personas y presentarlas en forma de novelas, cuentos, obras de teatro, etcétera.
¿Es sólo una moda tratar esos temas tan sórdidos? En parte sí, y también es cierto que se generaliza la tendencia de acudir a la trillada mezcla de «sexo-violencia-situaciones escabrosas» para llamar la atención en la opinión pública y lograr mejores ventas. Mi opinión es que abusar y regodearse en esos recursos para mostrar la realidad sociopolítica o ideológica de un entorno enturbia el quehacer literario.
Volviendo a Mario Vargas Llosa ha recibido numerosos reconocimientos, distinciones y premios internacionales. Ha participado activamente en la vida política de su país y es miembro de la Real Academia Española. Sin duda, el recibir el Premio Nobel de Literatura es un reconocimiento a su prosa amena y deslumbrante y, en definitiva, a la presencia e incidencia en el resto del mundo de las letras latinoamericanas.
RECUADRO
El sueño del celta, última novela de Mario Vargas Llosa
El sueño del celta provocó expectativas espectaculares y, como un Nobel de Literatura no se concede todos los días, muchos lectores hasta ahora reticentes o desinteresados se verán abocados a comprar este libro que, una vez más, tiene el sello personal de su creador.
¿Cuál es ese timbre distintivo, ese «toque» Vargas Llosa? Para empezar, la sobreabundante documentación que avala la historia: viajes al Congo e Irlanda, multitud de libros, artículos e informes leídos, entrevistas y consultas a expertos sobre el tema a novelar. Después, algunas técnicas narrativas probadas en tantas novelas suyas: el dato escondido (revelado muy pronto esta vez, por cierto), las historias en paralelo, la sobriedad estilística, etcétera. Por último, algunos «demonios» obsesivos: la rígida autoridad paterna, la denuncia del autoritarismo, la truculencia sexual, la escritura como desahogo.
Realismo externo y brillantez argumental con algunos toques de folletín es la fórmula que ha condimentado de manera muy consciente con una técnica heredada de múltiples maestros, tanto de la alta literatura como de la cultura popular. Le interesan los argumentos cargados de golpes de efecto, los enredos violentos y los descubrimientos, casi siempre trágicos y morbosos. No quiere decir esto que no sea capaz de crear personajes. Sus novelas mejores están pobladas de villanos inolvidables, como el siniestro Cayo Bermúdez de Conversación en la catedral, o el diabólico dictador Trujillo de La fiesta del chivo.
Testigo de la barbarie colonial
La acción de El sueño del celta sigue la vida de un personaje real, Roger Casement, uno de los primeros europeos en denunciar la barbarie colonial en África. Sobrecogido por la violencia del régimen esclavista de las autoridades belgas, que disfrazaron su codicia bajo la bandera hipócrita del progreso, Casement emitió un informe terrible que agitó la conciencia moral de su tiempo.
Poco después, el gobierno de Su Majestad lo envió a investigar las atrocidades en la selva amazónica peruana cometidas por empleados de una sociedad cauchera británica. Un nuevo informe suyo sirvió para castigar a los responsables y lo proyectó socialmente, ya que obtuvo el título de Sir. Sin embargo, Casement, espíritu inquieto e idealista, se adhirió al movimiento independentista irlandés y, durante la Primera Guerra Mundial, fue acusado de traidor por conspirar junto a Alemania. La novela se abre en los días anteriores a su ejecución y consta de tres partes bien diferenciadas según los espacios por donde transita el protagonista: África, Perú e Irlanda. Acaso la más viva e interesante de todas sea la peruana, la que el autor conoce más de cerca.
Estos son los hechos históricos y los escenarios de los que Vargas Llosa se aparta poco y aquí ésta la primera objeción que se puede hacer a El sueño del celta. Todos los acontecimientos tienen a Roger como protagonista, mientras que todo el resto de los personajes actúa de comparsa.
El resultado narrativo es que muchos capítulos son infinitas secuencias de entrevistas con tal o cual comisionado, o con este peón que vio una atrocidad, ese misionero abnegado o aquel militar destacado en la selva. La acción no avanza realmente, ni se bifurca por caminos atractivos y sorprendentes, no hace sino tocar las mismas teclas durante páginas y páginas siempre siguiendo un guión de denuncia histórica no exento de didactismo cultural.
Javier de Navascués