Miguel Hernández. Alma sin fronteras

Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras (…)
tú eres uno de aquellos.
M. Hernández, Al soldado internacional caído en España


Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, en 1910, en una familia de pastores de cabras. En buena medida autodidacta (aunque le ofrecieron apoyos para continuar su educación formal, su padre se opuso a ello para no separarlo de la familia), Miguel se convirtió en uno de los poetas más reconocidos y admirados de su generación1 y de la literatura hispánica; además de sus indudables méritos literarios, su personalidad y su destino trágico lo constituyen como un autor emblemático, un poeta legendario.
En este 2010 celebramos su centenario con un «año hernandiano»: la Fundación Cultural Miguel Hernández, el Ayuntamiento de Orihuela, la Generalitat Valenciana y otras instancias en España y en otros países, han organizado en honor del ruiseñor de Alicante exposiciones, publicaciones conmemorativas, recitales de poesía e incluso se entregó hace unos días a los herederos una declaración legal de reparación y reconocimiento por el injusto encarcelamiento del poeta.2
El cantautor Joan Manuel Serrat (quien en 1972 presentó 11 poemas musicalizados de Miguel Hernández con gran éxito, contribuyendo así al conocimiento y raigambre popular del poeta, y enfrentando la censura de entonces para un autor del bando republicano) ha presentado un nuevo trabajo, titulado Hijo de la luz y de la sombra, con 13 nuevas canciones basadas en textos hernandianos, consiguiendo para la poesía (de nuevo) un primer lugar de ventas y una gira mundial a iniciarse en la Universidad Miguel Hernández ubicada en Elche, el pueblo de Miguel.
¿Cómo es que un pastor, que aprendió a leer hasta los 11 años y que tuvo que abandonar la escuela para atender a sus rebaños, un joven sencillo que jugaba futbol, toreaba y pintaba, y que murió a los 31 años en la cárcel y en la mayor de las miserias, tiene semejante vigencia hoy en día? Mi respuesta es que Miguel Hernández supo abordar todos los grandes temas de la literatura –que son los de la condición humana– sin dejar nunca de hablar de su propia vida; supo unir lo particular y lo universal, lo provinciano y lo global, las amarguras de su vida y de los suyos –la pobreza y la guerra, la muerte de su primer hijo, su encarcelamiento y el hambre de su familia– con las vulnerabilidades de todos los hombres. La naturaleza, la amistad, el duelo, la sangre, la guerra, el amor, el matrimonio, el sexo, la paternidad: todos son temas cantados intensamente en los versos de Hernández.
PERITO EN LUNAS
Los biógrafos de Miguel Hernández piensan que empezó a escribir poesía alrededor de los 16 años; nos quedan algunos versos llenos de candor de esta etapa: «En cuclillas ordeño / una cabrita y un sueño…». Miguel escribía a escondidas de su padre, que nunca comprendió sus intereses artísticos. José Ramón Marín Gutiérrez, también de Orihuela, fue su amigo y tutor, y lo introdujo al mundo literario, en el que Marín era conocido bajo el pseudónimo «Ramón Sijé».
Fue la amistad más significativa de Hernández, que escribiría una estremecedora Elegía por la muerte de su maestro en 1935: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería…». Para ese entonces, Miguel ya era conocido en Madrid, donde sus amigos eran nada menos que Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Había publicado también su primer libro, Perito en lunas, en 1933. El volumen es interesante porque en él se concilian la forma gongorina –culterana y clásica– con un fondo de pasiones arrebatadas, una sensualidad viril y sin malicia, y una atenta y palpitante contemplación de la naturaleza: «Puesta en la mejor práctica estás luna / Ay, sí. No hay que arreglarle ya, por pena / a tu suma de luz cifra ninguna».3
«El extraordinario muchacho de Orihuela», como le llamó Juan Ramón Jiménez, se relacionaría también con Alberti, con García Lorca, con María Zambrano. El origen de la amistad con Aleixandre es particularmente conmovedor: Miguel le escribió contándole que no le alcanzaba el dinero para comprar su libro La destrucción o el amor, y rogándole un ejemplar de regalo. Aleixandre diría después, en su recuerdo de Hernández: «Su calidad humana podía más que todo su parentesco, tan hermoso, con la naturaleza. Era confiado y no aguardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos. No se le apagó nunca, no, ni en el último momento, esa luz, que por encima de todo, trágicamente, le hizo morir con los ojos abiertos».4
Pero antes de este fatal sino, Miguel trabajó con Ortega y Gasset y José Ma. De Cossío, escribiría una crítica de Residencia en la tierra e iniciaría con ello su relación con Pablo Neruda, quien lo aproxima a ideas comunistas y le distancia parcialmente del ambiente católico del grupo de Sijé. Aún así, como han señalado varios estudiosos, Miguel no fue un comunista, aunque sí un republicano de izquierdas.5 Hernández nunca compartió la ideología de Neruda, pero se comprometió más directamente que el chileno con la causa republicana en la guerra civil: Miguel fue soldado del 5º Regimiento.
Neruda le ayudaría después a permutar su pena de muerte por cárcel, y diría, en su recuerdo de Hernández, que «desde la tierra hablaba / desde la tierra / hablará para siempre».6 El retrato nerudiano de Miguel Hernández es insuperable: «llegaste a mí directamente de Levante. Me traías, pastor de cabras, tu inocencia arrugada, la escolástica de viejas páginas, un olor a Fray Luis, a azahares (…) también el ruiseñor en tu boca traías. Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo de incorruptible canto, de fuerza deshojada».7
EL RAYO QUE NO CESA
Después de Perito en lunas, Hernández publicó autos sacramentales y otro volumen de poesía, titulado primero Imagen de tu huella, después El silbo vulnerado y, finalmente, incluyendo la Elegía a Ramón Sijé, presentado como El rayo que no cesa. El libro lo consagró: «Tengo estos huesos hechos a las penas / y a las cavilaciones estas sienes: / pena que vas, cavilación que vienes / como el mar de la playa a las arenas…».8
El «pastor de Orihuela» (que firmaba así sus misivas) encontraba una voz propia: se separaba ya de los excesos culteranos y, aunque aún ostenta una sorprendente exactitud y habilidad formal, empieza a experimentar también con versos libres. En 1937 presentaría su volumen más característico: Viento del pueblo, donde a los temas bucólicos se imponen los temas sociales, la lucha contra la injusticia de explotadores y terratenientes. Se expone una realidad cruda, enfrentada con hombría y con esperanza; uno de los símbolos recurrentes es el del sudor, muestra del cansancio humano e invitación a la resistencia: «Entregad al trabajo, compañeros, las frentes: / que el sudor, con su espada de sabrosos cristales, / con sus lentos diluvios, os hará transparentes / venturosos, iguales».9
El año de 1937 fue especialmente significativo para el poeta y para el hombre, que se casa al fin con su amor de toda la vida, Josefina Manresa. María de García Ifach, crítica literaria y amiga de la pareja, diría de ellos que son «un caso admirable de amor definitivo, de amor único y para siempre, a través del tiempo y la distancia, de las alegrías, bien menguadas, y del llanto…».10 En efecto, Miguel nunca amó a otra, sólo a Josefina; con ella descubrió la intimidad física y emocional de la pareja, que cantó como nadie, con transparencia y gran emoción; con ella concibió a su primer hijo, Manuel Ramón, a quien dedicó el poema Hijo de la luz y de la sombra; con ella lo lloró, cuando murió a los 10 meses. Con ella compartió el consuelo de Manuel Miguel, su segundo hijo, en 1939.
Ella le escribiría, cuando Miguel inició su rosario de encarcelamientos, contándole del hambre que pasaban el hijo y la esposa, que sólo comía cebolla; por eso el precioso poema de las Nanas de la cebolla. A ella estaría destinada la última frase de Miguel, reportada por un compañero de celda: «Josefina, hija, qué desgraciada eres».
De modo que si muchos han dicho que Hernández es el poeta de la sangre y el sudor, de la guerra civil y del pueblo, yo agrego que es también el cantor del matrimonio, del amor exclusivo y leal que dura hasta la muerte: «Eres la noche, esposa: la noche en el instante / mayor de su potencia lunar y femenina. / Eres la medianoche: la sombra culminante / donde culmina el sueño, donde el amor culmina (…) Hablo y el corazón me sale en el aliento. / Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría. / Con espliego y resinas perfumo tu aposento. / Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía».11
En este último poema me parece particularmente notorio lo que afirmé al inicio: Miguel Hernández supo siempre relacionar el sentimiento, en lo que tiene de particular y subjetivo, con la universalidad de la condición humana: en el amor a la esposa y al hijo, en el sufrimiento por su España desgarrada y por el hambre de los suyos, Miguel ve siempre a la humanidad entera.
El amor maduro, la solidaridad auténtica, que no se deduce de ideas abstractas ni se limita a grupúsculos o a sectas, es ése que se descubre en los más próximos y se proyecta fielmente a todos: «No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre descenderá mañana. / Porque la especie humana me han dado por herencia. / La familia del hijo será la especie humana. / Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos, / seguiremos besándonos en el hijo profundo. / Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos, / se besan los primeros pobladores del mundo».12
EL HOMBRE ACECHA
El único modo de ser universal es partir de lo concreto y personal; el único modo de amar a Ítaca es amándola en Penélope. Es desde los «otros significativos» (amigos, familia, el entorno más próximo, donde se da el encuentro con el prójimo) que puede accederse a la humanidad en sí misma. Miguel Hernández sufrió el hambre propia, y la de la esposa y la del hijo, y así sufrió la de todos: «El hambre es el primero de los conocimientos: / tener hambre es la cosa primera que se aprende…».13
Los versos son de El hombre acecha, que junto al Cancionero y romancero de ausencias completan la obra poética hernandiana. Fueron más las cárceles en las que fue golpeado que los libros que publicó en vida: murió el 28 de marzo de 1942, de tuberculosis, en prisión, preocupado por su familia.
Él, que se había proclamado experto en lunas y titulado en sudores; él, que según Neruda trepaba a los árboles para que el chileno se imaginase el silbo de los ruiseñores; él, que según Aleixandre «levantaba sus brazos cabrizos al sol de Poniente»; él se despide de los astros por encargo, pues había escrito sus últimos versos sobre la pared de la mazmorra: «Adiós hermanos, camaradas, amigos / despedidme del sol y de los trigos».
Su lápida cita uno de sus versos: «Me llamo barro aunque Miguel me llame». Hoy, a cien años de su nacimiento, considero justo decir que todos nos llamamos igual, y que Miguel Hernández lo sabía.


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1 En un artículo de hace algunos años («El silbo vulnerado: una aproximación a la poética de Miguel Hernández», Algo más 2000, pp. 28-34) expuse mi opinión ante la polémica de si Miguel Hernández corresponde a la Generación del 36, como afirma Dámaso Alonso, o a la del 27, como supongo yo, con bases que ahora me parecen insuficientes. No ingreso ahora en esa polémica, que es, en última instancia, secundaria frente a la originalidad del poeta. En dicho artículo comenté también algunas ideas filosóficas presentes en la concepción hernandiana de la muerte; evito reiterar demasiado esta temática.
2 Para mayores datos de la celebración, cf. http://www.centenariomiguelhernandez.com
3 Poema XXXI de Perito en lunas. Cito Obras: poesía, prosa y teatro, edición ordenada por Elvio Romero, Losada, Buenos Aires, 4ª ed. 1967, p. 81
4 Aleixandre, Vicente, Los encuentros, Ed. Guadarrama, Madrid, 1958, re-editado en Alemany, Carmen (ed.), Miguel Hernández, Fundación Cultural Caja de Ahorros del Mediterráneo, Alicante, 1992, p. 370.
5 Cf. Cano Ballesta, Juan, «Miguel Hernández y su amistad con Pablo Neruda (crisis estética e ideológica a la luz de unos documentos)», en Alemany, ed.cit., pp. 347-348.
6 Neruda, P. Obras completas, p. 733.
7 Neruda, P. Obras completas, p. 592.
8 Hernández, Miguel, Obras, ed.cit., p.257.
9 Hernández, Miguel, Obras, ed.cit., p.353.
10 García Ifach, María de, «Prólogo», en Hernández, Miguel, Obras, ed.cit., pp. 21-22.
11 Hernández, Miguel, Obras, ed.cit., pp. 489-490.
12 Hernández, Miguel, Obras, ed.cit., p. 491.
13 Hernández, Miguel, Obras, ed.cit., p. 389.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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