«Las mujeres empresarias transforman la economía» dice un artículo de Mónica Flores en esta edición. Y aunque a muchos quizá les resulte una afirmación exagerada, es real y comprobable.
Un aspecto destaca en el tema: es indispensable reorganizar el trabajo de modo que permita mayor flexibilidad laboral. Ante la dificultad para adaptarse a una estructura rígida, de ocho horas consecutivas y cinco días de la semana, diseñada para una época en que la mayoría de las mujeres permanecía en casa, las cada vez más numerosas mujeres que trabajan fuera del hogar buscan otras opciones; están reescribiendo las reglas y rediseñando la economía, especialmente en los países desarrollados.
Pero hay algo más: «Lo que la mujer necesita actualmente es lo que más tarde demandará la fuerza laboral total, a medida que la gente joven –la generación “Y” o “Net”– comience a trabajar en mayor cantidad». Estos jóvenes, que regirán el mundo en pocos años, tampoco se ajustan a esa rigidez y quieren nuevos parámetros.
Hace más de dos décadas escuché este consejo: «Nadie puede darse el lujo de ser indispensable en dos lugares a la vez. Cuando eres mamá de niños pequeños, eres demasiado importante en casa como para que puedas serlo en otro lado. Si no quieres vivir dividida física y emocionalmente, no busques o no aceptes en esa etapa puestos de mucha responsabilidad».
A partir de allí, siempre pensé que mientras las madres no pudiéramos estar en dos lugares a la vez, ese problema era insoluble. Ahora, por primera vez, vislumbro una salida.
El camino no viene de que la sociedad reconozca la importancia de la atención al hogar y a los hijos –donde por cierto está el futuro de toda sociedad–, sino de necesidades económicas: la de captar y retener al talento y la de incluir a las nuevas generaciones, que buscan un estilo distinto para trabajar: por proyectos, por resultados, con horarios, honorarios y prestaciones que se ajustan a las capacidades individuales y al rendimiento y no a esquemas generales u horas de presencia física.
Entre los muchos temas recomendables de esta edición me detengo también en «La dura escuela soviética de negociación». Fabio Novoa describe cómo esas actitudes ilógicas de peticiones extremas, obstruccionismos, retrasos, amenazas y chantajes, no son sino estratagemas de un estilo de negociar cocinado en la Rusia de los zares, perfeccionado en la URSS y replicado en todo el mundo. Esa desafortunada escuela ha dado notables rendimientos, pero al menos en algunos ambientes, parece que el modelo se está agotando.