La de Isabel es una sonrisa tan franca, agradable y atractiva que lleva a sus interlocutores más observadores y profundos a descubrir que, para adquirirla, tuvo que practicar mucho a lo largo de la vida.
Quienes conviven con ella de manera cotidiana tienen a menudo motivos de sorpresa: Además de su andar erguido, de su maquillaje impecable, de su atuendo sencillo, elegante y perfectamente combinado en colores cálidos, de su olor a limpio, de su charla profunda y de sus mil vivencias buenas y malas sabiamente mezcladas y programadas por la vida, acepta con frecuencia los más insólitos compromisos sociales.
Un día aprende un nuevo paso de baile con Enrique, estudiante de teatro; el siguiente, acude a sus clases de literatura; va con su estilista una vez al mes; acepta comidas en restaurantes; tiene pasión por los chiles en nogada; juega dominó con los niños y, cosa muy fuera de serie, visita el parque de diversiones con Pablo, el pasante de Derecho, y el albergue infantil con Carmen.
Isabel, la de los ojos azules que miran y admiran apacible y dulcemente las horas y los aconteceres, cumplió 90 años hace un par de meses y no ha necesitado pactar con espíritu alguno para obtener algún elixir mágico que le quite las arrugas o le agregue minutos a su tiempo final.
Simplemente aprendió a ser alegre, no porque una de sus hijas le haya regalado un billete de lotería que resultó premiado, sino por una necesidad vital que la llevó a valorar los acontecimientos y a percibirlos con frecuencia y decisión en los aspectos positivos que siempre esconden, aunque a veces cueste trabajo descubrir su riqueza o haya necesidad de tomarse el pulso mil veces antes de poder abarcarlos.
En los últimos cinco años y siempre luciendo esa sonrisa que es reflejo de la paz que sale de no se sabe dónde en el espíritu humano, Isabel vivió y padeció con lágrimas pero sin gritos ni reclamos la muerte de tres de de sus 16 hijos. Por eso y porque también perdió a su esposo diez años antes, sorprende a muchos su serenidad, que la lleva a acometer grandes hazañas dentro de esas minucias en las que cada vez menos hombres se fijan. El aprendizaje de la alegría verdadera lleva tiempo e implica paciencia, ensayo… pero llega.
Hoy, Isabel es capaz de maravillarse con la luna naranja que de pronto es posible mirar en mitad del caos de un eje vial, con la lluvia que baña el verdor de los jardines, con los libros del romanticismo, con las narraciones de sus 50 nietos y con los juegos de sus 38 bisnietos; con las flores, con los edificios, con las películas, con las pláticas de sus amigas y de sus hijos, con las obras de teatro y con las fiestas, en las que no deja de practicar los pasos de baile que aprende, y siempre estrena vestido.
SIEMPRE ES PRIMAVERA
Decir que todos los seres humanos sienten miedo, ira, sorpresa o tristeza no es aventurado, porque son emociones básicas sin excepción, a las que se suma la alegría. La voluntad de actuar de manera constructiva es de valientes que, como Isabel, han luchado y luchan por anteponer ese aire fresco que viene de lo profundo a las miserias, desatinos, agresiones, crímenes, matanzas de niños inocentes, burlas a los valores sociales y crisis económicas que nos agobian como consecuencia de una sociedad cada vez más deteriorada y descompuesta, de las que nos dan información puntual y detallada los medios de comunicación, de las que son espejos y, desafortunadamente, algunas veces detonadores.
«Por mucho que cientos de miles de personas, reunidas en un corto espacio de terreno al que se han apegado, se esfuercen en llenar el suelo de piedras para que no crezca nada en él; por mucho que limpien ese terreno de hasta la última brizna de hierba; por mucho que impregnen el aire con el humo del carbón y el petróleo, por mucho que corten los árboles y obliguen a marcharse a todos los animales y aves, la primavera, hasta en la ciudad, siempre es primavera.
»El sol calentaba, la hierba, revivida, crecía y verdeaba por doquier, no sólo allí donde no la segaban, sino también entre las losas de las calles y los abedules. Los álamos y los cerezos silvestres abrían sus pegajosas y fragantes hojas; los tilos veían hincharse los nuevos brotes, dispuestos a estallar: los grajos, los gorriones y las palomas preparaban ya sus nidos con primaveral alegría, mientras que las moscas zumbaban junto a las paredes calentadas por el sol. Todo respiraba alegría: las plantas, los pájaros, los insectos y los niños. Pero los hombres –las personas adultas– no cesaban de engañarse y atormentarse a sí mismos y a los demás. Los hombres consideraban que lo sagrado e importante no era aquella mañana de primavera, no era aquella belleza del mundo, dada para el bien de todos los seres –una belleza que predispone a la paz, la concordia y el amor–, sino lo que ellos mismos imaginaban para imperar unos sobre otros».
León Tolstoi
GERMEN DE FELICIDAD ANHELADA
Más allá de dar nombre a una guindilla que proviene de La Rioja, en España, a un municipio en El Salvador, a una especie botánica nativa de México, a una oda escrita por el poeta alemán Friedrich Von Schiller, de inspirar miles de poemas, novelas y cuentos, la alegría es creación y, como expresó Bergson, cuanto más rica la creación, más profunda la alegría.
Alegría para vivir y para morir; emoción profunda que penetra la vida; algo íntimo que nos hace estar serenos, contentos, alegres en contenido aunque, a la vez, el rostro esté a ratos severo; expresión verdadera de que las dificultades se superaron, de que las cosas salen bien; afán de coparticipación, de gozo en compañía; emoción propia del incremento vital que penetra la vida anímica y apuntala la vida…
Germen de la felicidad anhelada, total; un germen amenazado constantemente, la alegría todavía es posible en nuestro mundo materialista, hedonista, relativista. Asegura José María Cabodevilla que aún podemos rectificarlo todo y rescatar nuestra infancia. Por fortuna para la libertad del hombre, que tiene la posibilidad infinita de rehacerse en sus propias miserias.
No con una risa externa estruendosa, sino en la sonrisa, en la serenidad, en la paz interior, en la integración al grupo, en la familia, en la escuela, en la vida social y en el ambiente, que son fuente de alegría y cimientos de una vida mental y afectiva sanas.
«Debiéramos preocuparnos de producir hombres simpáticos y afectuosos más que de forzar el desarrollo precoz de estas cualidades en los primeros años. El niño pequeño es egocéntrico; sus alegrías son biológicas o de satisfacción de caprichos. Pero se puede educar su sentido positivo, se puede orientar su alegría hacia la obra bien hecha, mediante premios que cada vez se vayan haciendo más psicológicos –aceptación, simpatía, sensación de haber hecho algo bien– que materiales. El niño, al principio, se alegra según estímulos irracionales, pero la convivencia con los adultos lo hace acostumbrarse a sus actitudes. A esto es a lo que podríamos llamar educación de la alegría».
Bertrand Russell
Y una muestra clara es Isabel, la anciana luminosa cuyas percepciones tienen ese brillo especial que le permite mirar y admirar el horizonte de la existencia con una nueva luz. La alegría, dice, es una evidente consecuencia de la armonía personal… Aunque a veces cueste tanto reconocerlo y hacerlo vida.
Y eso no quiere decir que la tristeza, su antagónico, pueda borrarse de la existencia. Está ahí también y es desagradable para el hombre cuando tiene que enfrentar la desgracia, la muerte, la enfermedad y los males inesperados que lo deprimen y lo afligen. Pero hay que superarla, luchar por encontrar la enseñanza que siempre tiene y seguir respirando.
No en vano René Descartes afirmó que Hasta una falsa alegría suele ser preferible a una verdadera tristeza, y Anatole France dijo que Si exageráramos nuestras alegrías como lo hacemos con nuestras penas, los problemas perderían importancia.
Hay quienes viven alegres y ese testimonio, que a veces dudamos que sea real –porque presuponemos que sólo lo logran los elegidos, los privilegiados que nacieron con el don, sin pensar que todo valor requiere aprendizaje– es suficiente para saber que nuestro adentro necesita el ejercicio permanente que haga posible tomar con optimismo nuestra vida, a pesar de las circunstancias… ¿Habrá alguien que en lo más profundo de su ser no quisiera vivir con alegría? La realidad asegura que no.
Periodista con amplia experiencia en medios impresos, radiofónicos y televisivos. Autora de Eva de papel. Minos. México, 2000.