El Aleph
Jorge Luis Borges
Alianza.
Madrid, 2007
201 págs.
La literatura de Borges puede sintetizarse en dos temas: el laberinto y el espejo. Uno y otro siempre están presentes en los textos del argentino. La angustia que genera estar en un laberinto es similar a la de lo infinito: basta colocar un espejo frente a otro para crear una sucesión de imágenes sin fin. Laberinto y espejo se engarzan ante la irremediable fortuna del que se busca.
Hace 60 años se publicó por primera vez El Aleph, libro que reúne 18 cuentos; algunos ya clásicos como «El inmortal», «Los teólogos» y «Deutsches Requiem». La prosa de Borges –fantástica, metafísica y exquisita– es un constante frenesí por descubrirse. En cada línea Borges describe a Borges; lo confiesa, devela ante sí y sus lectores la cándida imaginación que lo abruma.
Borges es su propio laberinto. En él se pierde y nos pierde o tal vez nos guía en la cruzada infinita por apresar la verdad, aquella donde es consciente de que él, Borges, es el Otro y somos todos.
Su aventura inicia en la lectura que hacemos de El Aleph. Aunque curioso, no es del todo extraño que el primer cuento narre la tremenda ansiedad que la inmortalidad le provoca al ser humano y que el último busque un objeto esotérico que permite lo imposible: contemplar todo el mundo, desde todos sus ángulos, al mismo tiempo y en el mismo lugar. En ambos casos los visos divinos están presentes: su destello ciega a la osada mente mortal. El castigo es la perpetua contradicción de sí mismo, la condena a ser lo que no se puede ser.
Nos queda el consuelo de la letra en estas páginas. Afortunadamente, Borges encauzó sus pesadillas en narraciones. Hoy sus historias son el reflejo de un microcosmos que cuando lo leemos nos damos cuenta que también es propio. Todos nos vemos en el mismo espejo.