Soy dueño de una agencia de publicidad. Por más de 10 años he tenido una excelente relación de negocios con un despacho de diseño. Hace poco, el propietario del despacho me llamó para decirme que la diseñadora que le recomendé no se desempeña favorablemente.
Yo no recuerdo haberle recomendado a esa persona; sin embargo, él me dijo que había hablado con mi asistente, quien le mandó, «de mi parte», a una prima suya. Mi amigo ya despidió a la diseñadora.
Me siento defraudado y hasta traicionado. Aunque mi asistente hace su trabajo con excelencia y no tengo mucho tiempo de enseñarle a alguien nuevo pienso que debo despedirlo. ¿Hay alguna otra solución?
Los asesores sugieren
Sin duda, ese eficaz asistente se ha comportado de manera desleal y cometió un claro abuso de confianza, tráfico de influencias y además, con dolo. Pienso que este acto desleal debe evaluarse a la luz de toda su trayectoria personal en la agencia, que por otro lado parece ser excelente.
Suponiendo que admitiera su responsabilidad, se le podría dar otra oportunidad, tras una fuerte y clara reconvención. Si esto se hace bien, habrá aprendido una lección, estará agradecido y su gratitud podrá hacerle mayormente eficaz en su desempeño. Por el contrario, si en su historial hay antecedentes, y estos temas ya se le habían advertido, o si niega y oculta su culpa, pienso que lo mejor será despedirlo, como usted plantea. Estaríamos ante una persona doble en la que no se puede confiar.
Armando Reygadas
Abogado y especialista en ética de la empresa
Valerse del nombre de otro es, sin duda, traicionar su confianza. En nuestro país, lamentablemente, se trata de un mal generalizado. Mas no por ello un mal que se deba consentir. El asunto es el siguiente: el prestigio de una persona es un bien intangible. Mal usarlo es tan grave como dar mal uso a cualquier bien físico.
Ahora, el empleador debe ser realista y poner en perspectiva la falta de su asistente. Si se trató de un acontecimiento aislado, más vale una fuerte llamada de atención y advertencia que el despido. Así, conserva a un asistente eficiente (ahorrándose el tiempo de preparar a algún otro) y se asegura que no vuelva a ocurrir. Un buen empleado, en estos tiempos, es tan valioso como el propio prestigio.
César Valdivieso
Profesor de Ética y Filosofía