La inteligencia emocional
Daniel Goleman
Vergara. México. 1996, 397 págs.
Daniel Goleman
Vergara. México. 1996, 397 págs.
La obra señala que el analfabetismo emocional está en la raíz de muchos problemas: fracaso escolar o profesional, violencia, inestabilidad familiar… Hasta ahora, muchos identificaban estos problemas con la educación de la voluntad. Goleman y otros sostienen que esto es también inteligencia: inteligencia emocional. Sin caer en tópicos, el autor propone un mapa de interpretación que facilite la comunicación.
A pesar del éxito del libro no son pocos los que señalan sus carencias. La primera es que, sin un criterio ético, las emociones por muy educadas que estén, son una simple cuestión de momentánea paz social, lo cual es mucho, pero no es todo. Su argumentación contiene otra debilidad: el intento denodado por establecer una línea de continuidad entre la actuación emocionalmente inteligente y la recompensa por vía del éxito y el reconocimiento social. La simple realidad demuestra que, en muchas ocasiones, un criterio recto de actuación nos enfrenta, antes o después, al fracaso (grande o pequeño, evidente u oculto) y que, para seguir en la brecha de la alegría, hace falta otra cosa: magnanimidad. En este sentido, la educación sentimental que propone Goleman, se queda corta. En su defensa, habrá que señalar que esta visión quizás exige otro tipo de libro o debate.
Lo mejor de la obra, junto al tono ameno y gran profusión de datos, es precisamente su intento por superar viejos clichés deterministas, en el campo de la inteligencia y las emociones. A pesar de cierto bagaje emocional con el que nacemos, y de la importancia de la primera infancia y adolescencia, un adulto “puede” aprender también: el temperamento no es un destino inamovible tras el cual escudarse.
A pesar del éxito del libro no son pocos los que señalan sus carencias. La primera es que, sin un criterio ético, las emociones por muy educadas que estén, son una simple cuestión de momentánea paz social, lo cual es mucho, pero no es todo. Su argumentación contiene otra debilidad: el intento denodado por establecer una línea de continuidad entre la actuación emocionalmente inteligente y la recompensa por vía del éxito y el reconocimiento social. La simple realidad demuestra que, en muchas ocasiones, un criterio recto de actuación nos enfrenta, antes o después, al fracaso (grande o pequeño, evidente u oculto) y que, para seguir en la brecha de la alegría, hace falta otra cosa: magnanimidad. En este sentido, la educación sentimental que propone Goleman, se queda corta. En su defensa, habrá que señalar que esta visión quizás exige otro tipo de libro o debate.
Lo mejor de la obra, junto al tono ameno y gran profusión de datos, es precisamente su intento por superar viejos clichés deterministas, en el campo de la inteligencia y las emociones. A pesar de cierto bagaje emocional con el que nacemos, y de la importancia de la primera infancia y adolescencia, un adulto “puede” aprender también: el temperamento no es un destino inamovible tras el cual escudarse.