Una manera efectiva de hacer sociedad y hacer democracia es trabajar por la ética desde la empresa, con tres características: sentido de responsabilidad social, de una manera profesional y sometiéndose al control social.
Sobra decir que trabajar en ello es colaborar en la construcción de un México mejor. Una sociedad como la nuestra requiere iniciativas, no sólo en el papel, sino vividas, necesita la participación de todos y el respeto de todos a la ley y a las reglas de la buena convivencia, que sólo la propia sociedad puede darse y puede mantener vigentes.
Nunca está de más reflexionar sobre el significado de la ética, la transparencia y la responsabilidad social como pilares en los que se sostiene la empresa. Sin ellos una empresa moderna no puede alcanzar sus fines: ni servir efectivamente a sus accionistas, empleados, clientes y proveedores; y no puede por tanto subsistir, ser competitiva y valiosa en el largo plazo.
No es exagerado afirmar que la actual crisis global nos está confrontando con esta realidad de manera especialmente severa. El panorama actual de la economía en el mundo no podría ser más propicio para una reflexión sobre este tema. Día a día se descubre lo que ha sucedido con respecto al abuso y codicia en diversos ámbitos de la vida económica, que arrastra a muchos inocentes y perjudica la confianza.
La tentación autoritaria
También trae consigo el peligro de una lectura equivocada, que bien pudiera conducir al mundo al proteccionismo y al inadecuado control estatal de la actividad empresarial. Por estas razones, podemos escuchar también en el ambiente, el regreso de la «tentación autoritaria» que pretende suplantar a la sociedad, y que de manera paternalista supone que una tutela directa por parte del estado, puede inhibir cualquier mal comportamiento de los particulares.
No nos equivoquemos. El camino de salida está en el crecimiento de la sociedad, en su acta de ciudadanía, en reconocer su responsabilidad y en una rendición de cuentas transparente y eficaz que sólo puede hacerse desde y cara a la propia sociedad.
El camino de salida está en la ética, que se expresa en el ámbito público a través del valor de la transparencia y que se encarna en la empresa a través de la práctica de una genuina responsabilidad social.
Cabe subrayar que estos principios no son aplicables y exigibles solamente a la empresa, tal como entendemos tradicionalmente, a la corporación con fines de lucro. Son tanto y más exigibles para cualquier otro actor, ya sean organizaciones de la sociedad civil, autoridades o instituciones gubernamentales.
Ética, transparencia y responsabilidad social deben asentarse, asegurarse y desarrollarse en la empresa privada, en la organización no lucrativa y también en el gobierno e instituciones públicas con la misma intensidad y el mismo sentido.
Generar riqueza obliga a todos
Al revisar algunos conceptos quedará más clara esta relación. No propongo definiciones académicas ni filosóficas sino conceptos de aplicación inmediata, pragmáticos, como comenzar por recordar qué es una empresa, para después abordar los conceptos de ética, transparencia y responsabilidad social, con relación a ella. Una comunidad de personas que genera riqueza y busca perpetuarse, es decir, generar riqueza de manera sostenida.
Cada segmento de esa definición merece reflexiones mayores, pero por ahora basta apuntar que generar riqueza no es un concepto que deba circunscribirse a la empresa de carácter lucrativo. Las llamadas «empresas sociales» también generan riqueza, sólo que no distribuyen los excedentes entre sus accionistas sino que los reinvierten para el crecimiento de su objeto social.
Una fundación o cualquier institución sin fines de lucro, en tanto que empresa social, debe generar también riqueza, no lucro, pero sí riqueza. Y cualquier empresa que no la genere, sobra decirlo, dejará de existir tarde o temprano, o simplemente no es empresa. Será algún otro tipo de organización, pero no empresa. Es probable que sirva como instrumento para fines muchas veces no confesables.
Ética y el fin de la empresa
De aquí podemos derivar el concepto de ética en lo que se relaciona con la empresa y decir que todo lo que no cumple con la misión de la empresa, con su naturaleza, no es ético. Si se atenta contra su carácter de comunidad de personas, o se destruye su capacidad de generar riqueza, si atenta contra su posibilidad de perpetuarse, atenta contra el fin de la empresa y actúa en contra de la ética.
Cumplir con la ley es una característica primera y fundamental. Sin ello, están en peligro la permanencia de la empresa o su carácter de comunidad de personas. Pero la ética implica cumplir con la ley, no por evadir la sanción, sino sobre todo porque es correcta. Significa buscar la justicia, incluso cuando no haya obligación legal: auto-controlarse, porque garantiza a la empresa cumplir con sus fines de manera continuada y sustentable.
Ética y transparencia: responsabilidad social
Si trasladamos estos principios a la realidad social de la empresa, a su relación con su entorno e incluso con sus propios accionistas, empleados, clientes y proveedores, vemos cómo la ética en la empresa se traduce en una práctica de transparencia.
La transparencia no significa por supuesto revelar secretos industriales o información sensible, de carácter competitivo, sino la disposición efectiva a mostrar los principios de acción y las decisiones para su adecuado control social.
Implica generar confianza entre todos los stakeholders, colaboración activa y proactiva con la autoridad, educar a quienes colaboran en ella sobre la práctica de la ética y colaborar con otras empresas, en la misma industria, para que todos adopten la ética y las buenas prácticas y se cumplan de manera efectiva.
La última relación conceptual es la que se establece entre la ética y la responsabilidad social. Hablar de responsabilidad, primero que nada, es hablar de capacidad para responder. Por eso se puede afirmar que nadie puede ser responsable de aquello de lo que no es capaz. Pero ser capaz no significa estar obligado. Se es responsable de aquello de lo que se es capaz, y que además queda dentro de la esfera específica de actividad y control en la que uno se mueve.
No sólo valor económico
¿Por qué la empresa debe ser socialmente responsable? En primer lugar, tendríamos que decir, porque puede. La responsabilidad social de la empresa es una obligación en la medida en la que la empresa puede –e incluso debe– responder a sus accionistas, empleados, clientes, proveedores y a la sociedad en la que se desarrolla.
De igual manera es responsable con el medio ambiente que se ve afectado en mayor o menor medida por su propia actividad productiva. Tiene el deber ético de generar riqueza sin destruir valor.
Más aún, debe generar valor económico y valor social al mismo tiempo, lo que permite asegurar la sustentabilidad de la generación de la riqueza. Recordemos que la empresa es una comunidad de personas que genera riqueza de manera sostenida. Y todo lo que haga la empresa en contra de su fin, es, como habíamos dicho, falto de ética.
Si vemos la realidad así, es problemático suponer que una empresa puede depredar todos los recursos naturales que tenga a su alcance y simplemente «pagar» por ello. Por supuesto, sería mucho peor que ni siquiera pagara por los daños medioambientales que causa, pero hoy sabemos que pagar no es suficiente, sobre todo porque no es sustentable.
Genera valor social
La empresa, como comunidad de personas dedicada a generar riqueza de manera sostenida, por su propia naturaleza, genera valor social, si es que hace las cosas bien.
Genera valor social porque construye comunidad hacia dentro, entre los colaboradores que la integran; educa, capacita y mantiene una cohesión social y una identidad propias. Lo genera también al cumplir su función económica específica, entregando productos y servicios de calidad al mejor precio posible e impulsando y colaborando con sus proveedores o clientes, necesarios para llevar a cabo su actividad sustantiva.
Las organizaciones que generan valor económico a costa del valor social que les reclaman sus clientes y proveedores, tienen sus días contados, terminarán destruyéndose a sí mismas. Por último, y no menos importante, la empresa genera valor social en el propio entorno en el que se inserta y trabaja; en la sociedad a la que sirve y de la que se nutre; en el Estado en el que existe, produce y comercia.
Paga impuestos, obviamente, pero también genera ciudadanía: influye en los valores sociales, crea y difunde innovaciones que permiten resolver problemas viejos de maneras nuevas y colabora con la autoridad de múltiples formas, contribuyendo a dar vitalidad a la sociedad.
Genera instituciones
Debemos entender a la empresa como generadora de instituciones. Las instituciones no son otra cosa que las reglas del juego de la convivencia social, que reclama siempre un conjunto de referencias claras que funcionen como bases para la relación entre las personas y entre las organizaciones.
Referencias que adquieren relevancia especial en el entorno de la competencia y del mercado que sirve como escenario para el desarrollo de la actividad económica de las empresas.
Las reglas del juego en las situaciones que involucran el proceso de generación de valor se encuentran en varios niveles. Desde las de aplicación general, pasando por la regulación relacionada con una actividad económica concreta, hasta las prácticas y normas de conducta que se desarrollan en un sector específico.
La empresa es generadora de instituciones, tanto porque las cumple y hace vigentes, como porque participa como actor social relevante en la generación de nuevas instituciones y en la transformación de las existentes.
La observancia de las reglas formales del juego se apuntala a través de la acción de organizaciones de distintos tipos que tutelan su vigencia y cumplimiento. Son mecanismos y estructuras sociales que se caracterizan porque trascienden a sus integrantes y sus intenciones. Si las organizaciones que tutelan el cumplimiento de las reglas del juego que nos hemos dado no cumplen con esta característica, será difícil establecer la fortaleza de las instituciones.
A esta labor está llamada también la empresa, tanto en lo particular como en lo gremial, puesto que las instituciones y su vigencia constituyen su carta de ciudadanía y establecen la posibilidad de competir en el mercado generando al mismo tiempo valor económico y social. Con instituciones fuertes, la sociedad está preparada para una convivencia sana entre los individuos, las organizaciones, los pueblos y el medio ambiente.
Apuntalar la creación de valor social
Cuatro elementos fundamentales apuntalan la generación de valor social, y por ende la sustentabilidad de la empresa:
1. Autocontrol
La vigencia de las instituciones es imposible, por más que existan sanciones y organizaciones poderosas que vigilen su cumplimiento, si los actores sociales no se comprometen en la colaboración básica que implica suscribir las leyes, los reglamentos, las normas y las prácticas aceptables dentro de su ámbito particular. Nuestra primera responsabilidad como individuos y como empresas radica en el autocontrol como norma de actuación, que nos permite refrendar en los actos, día a día, nuestra conformidad con las leyes y las reglas de convivencia sin las que no podríamos vivir en sociedad ni producir riqueza de manera sustentable.
2. Institucionalidad
El autocontrol, vinculado esencialmente a la ética, implica que el principio de la actividad está en uno mismo. No es la sanción la que nos mueve, sino la convicción. Así se genera institucionalidad, tanto cuando se cumplen las normas establecidas, como cuando se trabaja para modernizar o cambiar las existentes.
3. Transparencia
Esta convicción, este actuar ético, como dijimos al principio, encuentra su propia dimensión social en la transparencia. La transparencia es el instrumento más efectivo para generar confianza y certeza en todos los interesados o stakeholders de la empresa. La confianza identificada con la honestidad en su actuar y la certeza con su capacidad de logro de resultados. Para la inversión, el crecimiento y generación de valor económico y social de cualquier organización son esenciales dos condiciones: que los interesados conozcan los principios de decisión-acción de la empresa y que sea consistente en su aplicación.
3. Corresponsabilidad
No debe confundirse la responsabilidad social con paternalismo. No son conceptos relacionados. Una empresa responsable es aquella que logra identificar de manera efectiva qué es lo que puede y debe hacer, tomando como punto de partida su campo de acción.
Cuando hay más actores involucrados, entonces la empresa es corresponsable y debe respetar la responsabilidad y libertad de los demás actores.
Los valores de autocontrol, institucionalidad y transparencia conducen de manera natural a la colaboración activa y proactiva con la autoridad, a la educación continua de quienes colaboran en la empresa sobre ética, transparencia y buenas prácticas, así como a la colaboración con otras empresas, en la misma industria, para que las reglas del juego se adopten por todos y se cumplan de manera efectiva.
A este principio lo llamamos corresponsabilidad. Es la manifestación de la responsabilidad social de la empresa por la que compartimos con otros actores sociales, y en especial con las autoridades y con los miembros de nuestro gremio, el deber de cumplir y hacer cumplir, respetar y hacer respetar, y hasta trascender y evolucionar las normas y reglas del juego que nos permiten generar valor social para todos.
La idea de responsabilidad está muchas veces asociada con la idea de costo, en el sentido de que ser responsable implica una cierta renuncia. Pero si profundizamos en el concepto, vemos cómo la responsabilidad, la ética y la transparencia son más bien la mejor inversión que podemos hacer como empresas, como gremio, como sociedad y como país, porque la ética y la transparencia generan valor social, y son la materia prima para poder generar riqueza de manera sustentable y sostenida.
Como adultos responsables
¿Qué relación tiene la empresa con las normas y las sanciones? No vamos a tratar de salvarnos de la sanción, sino proactivamente a buscar cumplirla y perfeccionar su cumplimiento. Se generan las reglas del juego y luego tenemos la generosidad de someternos a ellas y cumplirlas. En ese sentido el concurso de todos los actores es fundamental.
Pero… ¡Cuidado con la tentación autoritaria! En esta época de crisis se pide erróneamente un incremento de la regulación y el papel del Estado cuando lo que hace falta es incrementar el papel de la sociedad, porque el estado mismo y la autoridad también están necesitados de control social.
Los complejos del autoritarismo hacen que se pretenda regir todo por normas oficiales sin atender al crecimiento de la sociedad. Ya somos adultos; no debemos regresar a un estado paternalista. Si somos socialmente responsables podemos dialogar y lograr avanzar en conjunto.
* Con la colaboración de Juan Pablo Llamas. Resumen de una conferencia que dio el autor ante el Consejo de Ética y Transparencia de la Industria Farmacéutica (CETIFARMA) en febrero de 2009.