Si queremos disfrutar las ventajas de un mayor grado de civilización (sociedades más libres, justas, tolerantes, solidarias y más avanzadas en derechos humanos), por lógica, hemos de aceptar mayores responsabilidades.
Flota en la atmósfera una necesidad que se va convirtiendo en exigencia. Esta sociedad, universal para los efectos del mercado y la producción, requiere globalizarse también en otros aspectos, que en realidad son los esenciales. Para convivir en paz en medio de la diversidad cultural es indispensable un común denominador.
A ese común denominador hay quien le llama ciudadanía o conciencia social. Esto supone mayor responsabilidad y participación de cada individuo en los problemas de su tiempo y en las posibles soluciones, para que algún día los habitantes del planeta podamos autorregularnos de una forma más eficiente.
Cierto, pero antes hay que lograr todavía otro consenso. Carlos Llano en su artículo de este número pregunta: «¿Cuál será el camino para lograr que las personas de distintos y aún opuestos orígenes culturales puedan trabajar entre sí armónicamente, no como meros elementos de un sistema, de una estrategia, de una estructura, sino como personas en tanto que tales? Es decir, como personas con una identidad insustituible en el modo de abrirse a los demás».
Y responde que se requiere profundizar en un concepto antropológico completo, no parcial, que vea a cada individuo como una identidad personal con posibilidades de insertarse en un sistema regional o global. Esa identidad personal se logra gracias a un centro estable formado por las tendencias que constituyen la ética humana. Entendida la ética, no como codificación de conductas, sino como consistencia de hábitos.
Debemos ponernos de acuerdo en el conjunto de características comunes a todos los individuos, sea cual fuere su raza, sexo, conciencia y cultura nacional que permitan un modo común de ver de la realidad y faciliten un trabajo armónico entre personas que, en otros aspectos, son radicalmente diversas.
Necesitamos impulsar dice, citando a Carlos Ruiz, esa ética común que consiga no sólo dar VEA, valor económico agregado, sino VHA, valor humano agregado a las características humanas decisivas y comunes a todos.
***
El próximo número de istmo es el 300. Con él, la revista cierra medio siglo de edición no interrumpida e inicia, por lo pronto, otro medio siglo. Espéralo.