Las relaciones electrónicas tienen un carácter predominantemente técnico -y cabría decir que no lo hay más- mientras que las relaciones interpersonales familiares lo tienen humanista, también a más no poder. Esta duplicidad de caracteres, técnico y humanista, ¿se encuentra esencialmente contrapuesta? A nuestro juicio, de ningún modo. Pueden darse, quizá, elementos esenciales de la técnica que imposibiliten determinadas y específicas relaciones humanas.
En la empresa, es responsabilidad del director cuidar que las relaciones interpersonales, humanas y verdaderas, se sigan dando, por mucho que avance la técnica. La armonía en la contraposición se llama síntesis, y hacer síntesis es un acto esencialmente creativo.
MÁS QUE INTELIGENCIA EMOCIONAL, UN CORAZÓN INTELIGENTE
En otras palabras, este espumoso crecimiento de la comunicación electrónica debe venir acompañado por un no menos fuerte desarrollo de la comunicación personal. Una organización cuyos elementos reduzcan sus relaciones al correo electrónico sería, sí, una organización, pero ha dejado de ser una comunidad. La comunidad, clásicamente, es el resultado de un conjunto de personas que se encuentran individualmente ?es decir una por una? en comunión (literalmente considerada: unión común o mutua). La cibernética ha reducido la comunicación a mera información mental, a estricto lenguaje intelectual, marginando los otros aspectos integrantes de la persona: desde la palabra a la mirada; desde la postura hasta el gesto de atención; desde el movimiento de las manos hasta la expresión del rostro; desde el tono de voz hasta la misma cercanía corporal; desde la actitud de escucha hasta el despego anatómico de echarse hacia atrás en la silla. Para emplear las categorías conceptuales de José Gaos, diríamos que el lenguaje escrito y verbal designa objetos o conceptos, pero los otros medios del lenguaje (desde las señales de admiración hasta las expresiones de duda) significan sentimientos que van siempre ajenos a la palabra, pero se nulifican o minimizan con la comunicación electrónica.
Se nos podría decir, con razón, que estas carencias pueden suplirse, y a veces con ventaja, por la imagen misma electrónica. Sin embargo, esta suplencia deja a un lado lo más valioso de la comunión, como ya lo advertimos: la mirada. Yo puedo ver a mi interlocutor y éste puede verme a mí; incluso, mediante un buen sistema de close up, podemos verlos de un modo más cercano que la comunicación personal sin intermediarios técnicos.
Lo que no puede hacerse es que él mire a mis ojos, y yo a los de él. Estamos hablando de comunicación en las organizaciones, como un remedo, reflejo o eco de las familiares; es decir, estamos hablando de la comunicación en su más profundo y primitivo sentido. Esto es lo que queremos decir: en la empresa debe lograrse la síntesis entre la eficiencia técnica y la profundidad anímica de la comunicación.
El correo electrónico no ha de sustituir la convivencia personal. Al revés, la estandarización y sistematización de las comunicaciones oficiales nos ha de dar un mayor espacio psicológico (para no empobrecer estas posibilidades a sólo un mayor espacio cronológico;nos ha de dar esa otra comunicación en donde pueden enlazarse los sentimientos.
No somos muy partidarios de la expresión extendida (gracias a Daniel Goleman) de inteligencia emocional; nos parecería más acertada la que nos hablase de un corazón inteligente (gracias a Blas Pascal). Pero en un momento en que se ha hecho obvia la disfuncional asepsia de la inteligencia, aislada de sus necesariamente consectarias emociones, sentimientos, pasiones, estados de ánimo… reducir la comunicación humana a la electrónica es una hipertrofia de la técnica con atrofia de las humanidades.
NO HAY QUE ATENDER A LOS OJOS…
Esto es especialmente válido para el caso de la comunicación con fines educativos, en la que internet ha provocado una venturosa revolución. Ignacio Canals, que se encuentra en México a la cabeza de los sistemas educativos por computadora, resulta, por ello, una autoridad cuando nos dice que «un aspecto importante de la educación esencial es que los maestros no sólo enseñan conocimientos del dominio [es decir, del campo del saber correspondiente], debido a que la gran variedad de experiencias que un alumno puede considerar de sus maestros humanos le permiten ser una persona única y no un estereotipo.
Por lo mismo, la enseñanza a través de la computadora debe estar limitada y los investigadores y educadores no deberían pretender que todo estudiante puede aprender todo a través de la computadora, es decir, el maestro en su dimensión de humano no debe ser reemplazado; que la computadora sea una herramienta más, que apoye el proceso de enseñanza-aprendizaje.»
Como dice Guido Stein, la técnica (o el esfuerzo por ahorrar esfuerzos, en definición orteguiana) precisa de alguien que sepa qué hemos de hacer con los esfuerzos ahorrados. Esta tarea difícilmente se puede encomendar a alguien distinto de quien es capaz de inventarse y superarse a sí mismo: la persona.
Insistimos en que la mirada es la ventana del alma; más expresiva, aunque menos formalizable y discernible, que la palabra. Pero no se trata simplemente de estar uno en frente del otro: no basta verle a los ojos. Nos dirá Machado que «el ojo no es ojo porque lo veas; es ojo porque te ve». No es a los ojos a los que hay que atender (y menos al papel): es a la mirada que los ojos del otro dirige a los míos.
Hasta que esto no se dé ?y no podrá darse, al menos por ahora, mediando las dos pantallas electrónicas requeridas?, no habrá aún una verdadera comunicación. No hablamos, de nuevo, de comunicación íntima, sentimental, personalizada. Hablamos de comunicación verdadera (porque la verdadera, es íntima, sentimental, personalizada, aunque sea también abstracta, universal y objetiva).
«En la cosa nunca vista de tus ojos me he mirado: en el ver con que me miras.» Parece que Antonio Machado tenía presente el distanciamiento que generalmente entraña la presunta cercanía de la telecomunicación.
SIN QUE SE PIERDA LA INTIMIDAD
Dudamos que la inmediatez personal sea un costo proporcionado a la inmediatez temporal. La comunicación electrónica nos proporciona extraordinariamente lo segundo; pero no ha logrado diseñarse aún para no desmerecer lo primero. En la gran era de la comunicación el dirigente de empresa tiene aquí un reto creativo de primera magnitud: hacer valer la rapidez de la comunicación sin que se pierda la necesaria -incluso mercantilmente- intimidad de ella.
Lo que debe resaltarse, sin embargo, no es ya sólo el peligro de la pérdida de la intimidad personal, sino de la realidad personal misma. Como lo dice Guido Stein, confundimos la sociedad de las pantallas de internet con la verdadera realidad de lo que somos.
En efecto, según José Ángel Cortés, los modos de hablar y comportarse del ciudadano están más vecinos al estereotipo televisivo, que es la realidad que le circunda. Es una forma de imaginación social o de evasión personal, según se quiera. La televisión -e internet como amplificador suyo es, además de un gran supermercado, una escuela de formas de vida. «Algunas veces incluso estilos o formas de vida inexistentes cobran carta de naturaleza…». No hay que culpar de ello, por supuesto, al instrumento o instrumentos televisivos, sino al vagabundo que los usa antes de saber ver, esto es, antes de tener un criterio para usarlos, asunto del que nos ocuparemos después.
José Gaos, comentando el ansia de velocidad contemporánea, apelaba a la precariedad constitutiva de nuestras satisfacciones, que son por naturaleza incapaces de satisfacer el ansia de infinitud humana. De ahí la velocidad, la prisa, el deseo de satisfacciones con una serie infinita de satisfacciones finitas, confundiendo la plenitud de la felicidad de la vida humana con su precipitada transcurrencia.
Este pensamiento puede aplicarse a la manera actual de nuestro comportamiento ante la televisión e internet. Cuando Gaos escribía aquello, no existía aún el aparato de cambios de televisión a distancia; pero este aparato, así como el febril picoteo de quien se introduce en internet, es una confirmación electrónica de aquellas observaciones filosóficas. Como lo que tiene muy poco valor, debe ser desechado enseguida; y, como se sabe que será prontamente desechado, lo que se informa visual o conceptualmente tiene muy poco valor, enredados todos en un, al parecer, invisible círculo vicioso.