Agustín Yáñez: narrativa con luz propia

Mi patria, a la que tanto quise, está de fiesta. El 4 de mayo del 2004 se cumplen cien años de mi nacimiento. Homenajes y artículos laudatorios son continuos estos meses. Agustín Yáñez Delgadillo, mi nombre, se repite de boca en boca. Cuando María Santos, mi madre, me dio a luz, Guadalajara era una ciudad encantadora por tranquila.

LA PROVINCIA DE ANTAÑO

¡Cuántos recuerdos de esos años infantiles quedaron impresos para siempre en Flor de juegos antiguos (1942)! Los pleitos de los chiquillos de barrio, sus juegos, los desasosiegos del primer amor, la nostalgia del ayer, todo tiene cabida:

“Hemos quedado de rodillas los dos, frente a frente, las manos en las manos ¡Astrid! Reina: ¿dónde estás? Me hablan. Ya me voy. Todavía voltea al llegar a la puerta de su casa. Como me he quedado sin saber qué hacer, el Gorila, a la descuidada, me da un caballazo y me tumba sobre un charco de lodo, mientras grita con gritos de burla: ¡Atarantado! ¡Trompa de pozole! Entre la tormenta de carcajadas y silbidos oigo una voz de mujer: Miren nomás cómo se puso de lodo. ¡Y la blusa! Mi madre me lleva de la oreja. En ocho días, en un mes, ¡nunca volveré a la calle! No quiero ver la luz. Quiero vivir en otro barrio, muy lejos. Quiero que se acabe el mundo. Astrid Astrid Astrid…”

En Pasión y convalecencia (1943), novela simbólica, destacan la ternura y cuidado maternales ante la enfermedad del hijo, así como fidedignas descripciones del campo. En mi narrativa, tiendo a dirigir la atención, una y otra vez, hacia la provincia.

“Llovía aún cuando las acémilas decidieron moverse cuesta arriba. A los viajeros no les había quedado nada seco. Hasta la alegría por su resurrección se le empapó al convaleciente. La tormenta le despertó cuanto en él quedaba dormido y sintió que le renacía una parte de su vida asesinada por la ciudad y enterrada en los olvidos del ajetreo y la fiebre; ahora sí era el mismo chiquillo que gritaba saliéndosele el alma cuando oía el primer trueno de las aguas…”

Según los críticos, yo utilizo distintas figuras literarias con la propiedad y elegancia de lenguaje que me fueron característicos, llegando a distinguirme con el tiempo por una dicción admirable.

TORMENTA REVOLUCIONARIA

Yahualica, Jalisco, el pueblo de mis padres, donde pasaba las vacaciones, es otro lugar entrañable que inspiró la mejor de mis novelas, considerada por la crítica una obra fundacional, inicio de una nueva etapa en la literatura mexicana y, en expresión de Carlos Fuentes, novela que representa a la modernidad en la literatura mexicana.
Sí, Al filo del agua (1947) rompió los moldes e inauguró la «nueva novela hispanoamericana». Inaugura procedimientos que no habían sido utilizados. Con un estilo diferente, personajes, acciones y ambientes van adquiriendo sus propios perfiles e integrándose al paso de las páginas, en vez de ser totalmente descritos. Profundiza en los dramas de conciencia de los moradores de un pueblo jalisciense, en vísperas de la Revolución mexicana; gente que mal soporta la viciada presión social, moral y religiosa. En ninguna otra novela se había mostrado tan profundamente la trama de la vida pueblerina en los albores de esa guerra interna.
“¡Eh! yo ya soy más del otro mundo que de éste; mi corazón me avisa que voy a morirme apenas en el filo del agua; pero ésta sí va a ser tormenta, les anuncio. Fue cierto. Una mañana, Lucas mandó pedir confesión; tenía un dolor en el pecho que se le extendía por todo el brazo izquierdo; apenas lo alcanzó el señor cura… Acababa con él un capítulo de la historia local. Ese día se supo que los maderistas habían entrado a Moyahua”
Entrelazamiento de historia y ficción, variedad de ámbitos sociales e individuales, profundidad psicológica de los personajes, simbolismo permanente, monólogos interiores, atemporalidad, son algunos ingredientes de Al filo del agua. A propósito, me honró que la tradujeran a idiomas tan cercanos como el inglés y el francés, y tan distantes como el polaco y el checo.

EL YÁÑEZ DESCONOCIDO

Los intelectuales reconocen la calidad de mi extensa producción literaria, pero les sigue costando trabajo recopilarla toda: hay cuentos, relatos, novelas, biografías, ensayos, estudios filosóficos, investigaciones… Acepto que, en términos generales, mi narrativa carga las tintas hacia una religiosidad desvirtuada, opresiva, así como un amor impregnado de sensualidad y deseo.
A estas alturas, 24 años después de mi muerte, ocurrida en la ciudad de México el 17 de enero de 1980, puedo hablar de lo que tanto me empeñé en ocultar: existió una etapa intensa en mi vida, anterior a la publicación de «Baralipton» (relato que salió en la revista Campo, marzo de 1931), que mantuve en silencio por razones extra literarias; podían rastrearme por mis escritos iniciales, así que afirmé de ellos tratarse de «experimentos fallidos, simples ejercicios escolares».
La realidad era otra: para sobresalir en la política mexicana ¯eran otros tiempos¯ consideré necesario sepultar mis actividades anteriores a 1929, marcadas por un serio compromiso religioso. De hecho, «comencé a escribir para el público a los doce años», cuando estudiaba la primaria superior, época en que «era colaborador de un periódico de “combate”, llamado Verbo libre. Muy joven anoté: «Debemos ir al pueblo, y no como quiera, sino presurosos, henchidos de buena voluntad. ¡Difundir y saturar el mundo con buenas ideas!».
A los 17 años concluí Ceguera roja, folleto de prevención al obrero ante la ideología socialista; en 1924 publiqué Tipos de actualidad, libro actualmente extraviado, de tema confesional; un año después fueron impresos Llama de amor viva, sobre la Eucaristía, y Divina floración, acerca del Obispo fundador de la Casa de misericordia más importante que ha existido en el occidente del país.
“Ruiz de Cabañas, ¿lo ves?, las estrellas de los diáfanos cielos de diciembre parecen llorar en lo alto; y en nuestra tierra, en tu Galicia, tiemblan todas estas mañanas mil gotas de rocío. ¿Sabes? Es el llanto de las madres de los mendicantes, de las madres que fueron y de las madres que son”
Llegó 1927, año que envolvía a la nación mexicana con la Guerra Cristera. Me vi obligado a desterrarme de Guadalajara y esperar el cambio de circunstancias, cuando en abril apresaron y fusilaron a mi amigo Anacleto González Flores y a algunos colaboradores cercanos; resultó que yo estaba en la lista de quienes debían atrapar en esa redada.
En 1928, sin embargo, una revista sacó «Por tierras de Nueva Galicia», relato de viajes míos por Jalisco. El fin oficial del conflicto religioso se dató en 1929. En lo personal, di un cambio de enfoque, manteniendo en adelante la cortina de humo sobre mi pasado, sin perder por ello mi hombría de bien ni los afanes literarios, porque «creo que la novela es una forma propicia para asomarse a los diversos problemas del país».

UNA RIQUEZA QUE COMPARTIR

Varios jóvenes entusiastas, asiduos de tertulias culturales, editamos quincenalmente, durante un año, Bandera de provincias, calificada por algunos como la más importante revista literaria de provincia en esa época; yo la dirigía. No fue caso aislado: colaboré a lo largo de los años en distintos periódicos y revistas, y estuve al frente de algunas.
En el 29 me gradué de abogado y, flamante profesionista, ocupé mi primer cargo público: Secretario de Educación Primaria del Estado de Nayarit, a la vez que rector del Instituto de Nayarit. Sería largo enumerar los puestos que después desempeñé ¯principalmente en México y Jalisco¯ en los ramos de educación y cultura, cada vez de mayor responsabilidad, intercalados con una permanente labor literaria.
Desde mis tempranos 15 años fui profesor de primaria, educación media, universidad, escuela normal, una riqueza que pude compartir desde los elevados cargos públicos en que serví. Valga de muestra que en su momento unifiqué el calendario escolar en todo el país, introduje la enseñanza por televisión, distribuí manuales de alfabetización, implanté las técnicas «aprender haciendo» en primaria, y «enseñar produciendo», en secundaria, y un largo etcétera.
Con motivo del cuarto centenario de la fundación de Guadalajara, 1942, escribí Genio y figuras de Guadalajara; viviendo en la capital mexicana: dicen que mejor regalo no podían haber recibido. Señalo ahora, a modo de ejemplo de las descripciones con toque costumbrista, con el estilo sobrio y rápido que me caracteriza, algo rememorado ahí sobre la Perla Tapatía en los años treinta:
“El tiple de la lengua, el sabor del pan, los chales de las mujeres, la verdura y frescura de los patios, la música romántica de las cantinas, el paso de los cortejos fúnebres a pie, lentamente, rumbo a Mezquitán, el rodar de bicicletas y coches de caballos, el ocio de los músicos en el Portal a mitad de la mañana…”
Son las nostalgias del ayer provinciano las que me alcanzaron, según los críticos, la universalidad.

AL SERVICIO DE MI PUEBLO

Para mí un año luminoso fue 1953, con dos sueños personales convertidos en realidad: en marzo tomé posesión como Gobernador de Jalisco, y pasé a ser Académico de la Lengua. En el programa de gobierno estatal apunté a tres metas: unir, comunicar a los jaliscienses el nuevo trato al Municipio como base de nuestras instituciones, y la elevación moral de mis coterráneos.
La historia juzgará mis aciertos, pero sé de cierto que serví con toda mi alma. Con amplia experiencia en esas lides, acepté ser Secretario de Educación Pública de la nación para el periodo 1964-1970. Viví un acontecimiento que marcó al país y me señalaron negativamente quienes no supieron la verdad del caso. Partidario de una solución pacífica a las revueltas estudiantiles del 68, a tal grado llegó mi desacuerdo con las medidas oficiales adoptadas que, sin dudarlo, presenté mi renuncia al Presidente de la República; no fue aceptada, y por distintas circunstancias políticas llegué al fin de sexenio en el delicado cargo.

TIERRAS CAPITALINAS Y PROVINCIANAS

La creación (1959) es una novela que apunta la historia del artista provinciano que llega a la capital del país y la va conquistando. No resistí el impulso de dar continuidad a personajes de Al filo del agua, y resurgen aquí, en ambiente urbano. El arte emparienta la música con la literatura. Convertí en lenguaje escrito el virtuosismo musical, en La creación y otras obras, abierta o sutilmente, según se prestara el tema.
Ojerosa y pintada, subtitulada La vida en la ciudad de México (1960), por otra parte, dicen los críticos que es una magnífica recreación de la sociedad capitalina, con logrado manejo psicológico; da unidad a los distintos ambientes de la gran ciudad un taxista que transporta pasajeros de toda índole.
El chofer recordó los afanes de pasajeros por limpiarse la cara, la ropa, dentro del coche, antes de llegar a su casa; los acuerdos para causar mal o para cubrir faltas; las recriminaciones de cómplices que no hallan salida; los papeles rotos y retratos, las flores, los pañuelos, guantes y otras prendas, hasta las más íntimas, pintados, manchados, que los pasajeros arrojan por la borda o abandonan en el carro, con tantos otros efectos delatores.
Un verso de Suave Patria, de Ramón López Velarde, egregio poeta jerezano, me inspiró el título de esta novela, despojada de complicaciones argumentales y sumamente ambiciosa en cuanto a estructura.
Junto con Al filo del agua, otras dos novelas integran la llamada trilogía provinciana o jalisciense. En todas hay lirismo, hondura, trascendencia y misterio.
La tierra pródiga (1960) retrata las costas de Jalisco cuando la barbarie se enfrentó a la civilización, cuando empezó el imperio de las máquinas y cambió la vida en los habitantes de esa zona de exuberante vegetación. Incluí experiencias reales, pues durante mi gobierno incorporé la región de la costa jalisciense a la vida social y económica del Estado.
Las distancias. Las barreras. El corazón inaccesible de la tierra caliente. Primeros caminos abiertos a brazo partido de cristianos, constantemente amenazados por la exuberancia. Machetes, azadones, palas. Torrentes que despedazan en unos minutos la paciencia de meses. ¡Máquinas! Necesidad imperiosa.
Por contraste, en Las tierras flacas (1962) no hay derroche sino miseria, es el drama de la gente de campo, de pueblos y ranchos sin horizonte, al final del dominio ejercido en ellos por los caciques y la invasión de la máquina, símbolo de una nueva vida que sin embargo no les soluciona la suya. Me corrijo: sí hay derroche, pero de sabiduría popular, de dichos y refranes, de lenguaje coloquial rural.
“Ni la burla perdonas, ¡cómo se conoce que eres rico! ¿Dignidad con lo que estamos viendo? Eso era antes: sí había dignidad; todo podría faltarnos, menos eso. Doña Merced, doña Merced: el que se enoja, pierde. Pero más el que se deja. Una cosa es dejarse y otra dar pleito en terreno que otros escogen”

TALENTO RECONOCIDO

Los reconocimientos de la élite cultural se multiplicaron, casual o intencionalmente, después de ser conocida Al filo del agua. Ingresé en el Seminario de Cultura Mexicana en 1949, y lo presidí un bienio. Luego, en septiembre del 52, ingresé a nuestro «senado cultural», el Colegio Nacional, como miembro titular. Recuerdo que aproveché la ocasión para destacar mi sentir hacia Jalisco y hablar de un factor que considero decisivo:
¿Cómo ha de servir y ser fecunda la acción, desde luego la acción política, si no persigue un diseño, anticipado por la imaginación, de una realidad mejor? La imaginación, dilatando hacia el futuro las tareas del servicio social, imprime trayectorias a la realidad presente y al trabajo conjunto de los ciudadanos.
No es de extrañar este planteamiento filosófico, pues tenía el grado de maestro en Filosofía, por la UNAM, y menos el uso que quise dar a la imaginación, envuelta en sensibilidad artística, a veces poética sin dejar de ser prosa, como hiciera Juan Ramón Jiménez. El septiembre siguiente, 1953, ingresé como miembro de número a la Academia Mexicana de la Lengua, organismo del que fui presidente desde 1973 hasta mi muerte.
Cuando intentaban describirme, solían decir que era parco, distante, pulcro, tal vez feo, pero formal y honrado. Recibí con agrado el Premio Nacional de Letras en 1973. Rebasé los 75 años, pero corto se me hizo el tiempo, por la intensidad con que viví.
Las personas trascienden por sus acciones, y puedo afirmar sin presunción que no incursioné en balde por las esferas política, cultural, educativa o literaria.
Conocí profundamente al pueblo mexicano, mi pueblo, y supe defenderlo y dejar impresa para la posteridad su idiosincrasia, su lenguaje, su modo de ser. El legado literario que dejé a la humanidad brilló, y afirman que sigue resplandeciendo con luz propia.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter