Muchas veces me he preguntado por qué el espíritu emprendedor, el deseo de conquista no sólo de tierras y pueblos, también de mercados, de logros científicos y tecnológicos se da tan marcadamente en Europa y por herencia en los Estados Unidos y, en cambio ha surgido en dosis mucho más pequeñas en el resto de los continentes.
Dudo que exista en los europeos un gen diferente que los impulse a dejar la comodidad o incomodidad de lo conocido y lanzarse a buscar nuevos horizontes. Sin embargo, poco a poco voy encontrando respuestas.
Algunos se lo achacan al influjo del Mediterráneo, ese mar que, a lo largo de los siglos, ha cobijado a tantos pueblos, con la suficiente cercanía como para conocerse, amistarse, enemistarse, comerciar y aprender unos de otros. Seguramente es un factor de peso.
Hace poco encontré un texto que escribió en 1974 Manuel García Galindo, quien fuera profesor del IPADE. Él encuentra otras razones históricas, dice que la empresa moderna es producto de una conjunción feliz: la mentalidad del ciudadano del burgo, es decir la ciudad medieval, con la del hombre del Renacimiento, que traspasó las puertas citadinas y se lanzó a la aventura de completar el mundo.
El primero aportó las buenas virtudes burguesas: ahorro, tenacidad, laboriosidad, honradez, orden y, ante todo, respeto a la palabra dada. El segundo, la audacia, el amor al riesgo y el espíritu de sacrificio. De esta mezcla surgió ese espíritu emprendedor que ha caracterizado a Occidente y ahora se critica y cuestiona, pero también se imita en todo el mundo; muchas veces sólo en sus formas externas, aislado de sus soportes vitales, que hacen siempre referencia a la libertad y a la justicia.
Por eso agrega Manuel cuando se ataca a la empresa, no solamente se ataca a la obra del hombre, sino también al motor que la produce, el espíritu libre y creador, capaz de errar y cometer injusticias, pero también de amar y rectificar.
En este ejemplar de ISTMO se analiza el tema con enfoques más modernos: Myra Hart, profesora en Harvard, resalta la energía social y económica que implica el desarrollo de nuevas ideas; Joan Ginebra desentraña la naturaleza de las iniciativas y nos invita a no dejar de «hacer cosas» y, como colofón, un ejemplo vivencial de la ardua tarea de arrancar empresas sale de la memoria de Jesús Sotomayor. En definitiva, tres textos que ayudarán a mirar la actividad emprendedora como generadora de valor.