Izquierda y derecha son términos jabonosos, palabras gaseosas que se utilizan en la palestra política con bastante descuido y, en no pocas ocasiones, con mala intención. La más de las veces, los adjetivos «izquierdista» y «derechista» son armas arrojadizas, adjetivos que se utilizan para descalificar retóricamente al adversario político. Pero, ¿qué es izquierda y derecha? No son conceptos monolíticos. Así como hay muchos tipos de derecha, hay muchos tipos de izquierda. Me atrevo, sin embargo, a decir que hay tres familias básicas de izquierda. Se trata, por supuesto, de un boceto, un mero esquema.
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En primer lugar, está la izquierda de filiación marxista, como la que se vivió en la China de Mao, la Unión Soviética de Stalin, y la Cuba de Fidel Castro. La izquierda filomarxista considera que el motor de la historia es la lucha de clases, niega el derecho de los individuos a la propiedad privada de los medios de producción, descree del libre mercado, postula una economía centralmente planificada, desconfía de la democracia liberal, apuesta por la dictadura del proletariado, y es materialista. Para los marxistas, la cultura, la religión, el arte, el derecho son reflejos inequívocos de la estructura económica, del modo de producción de una sociedad. En la práctica, la mayoría de los gobiernos de izquierda marxista fueron totalitarios y negaron a sus ciudadanos derechos básicos como el de elecciones libres y, menuda paradoja, el sindicalismo libre. En muchos casos, se persiguió la disidencia política y se censuró ferozmente el mundo de la literatura y el arte. Aunque Marx se consideraba antimilitarista, las fuerzas armadas han jugado un papel decisivo en el funcionamiento de los gobiernos filomarxistas.
En segundo lugar, está la izquierda anarquista. Ésta desconfía instintivamente de la autoridad, especialmente del Estado, y privilegia la libertad individual. Obviamente, el anarquismo no simpatiza con las fuerzas armadas, institución donde se privilegia la obediencia y la jerarquía. El anarquismo de izquierda promueve la equidad y la justicia social pero, al igual que el liberalismo, pone en el centro al individuo. Paradójicamente, la izquierda y la derecha radicales se intersectan en su culto a la libertad. En su versión más radical, el neoliberalismo se convierte en anarcoliberalismo. Anarquistas de izquierda y anarcoliberales de derecha pretenden reducir a su mínima expresión al Estado para maximizar la libertad individual. Se distinguen, eso sí, en la vocación social del anarquismo de izquierda y en la centralidad del derecho de propiedad del anarcoliberalismo.
Finalmente, está la izquierda socialdemócrata. La socialdemocracia promueve la actitud crítica en política, cultura y ética; en consecuencia, aborrece el caudillismo y el culto a la personalidad del líder. La actitud crítica del socialdemócrata lo lleva a recelar de la concentración del poder y a estar en guardia contra un Estado demasiado fuerte. De ahí que la socialdemocracia comulgue con el principio liberal de la separación de poderes en el gobierno.
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La socialdemocracia, en efecto, considera que la democracia es la mejor forma del gobierno. Los socialdemócratas reprueban las dictaduras, ya sean personales, del proletariado e, incluso, la dictadura de las mayorías. De ahí que los socialdemócratas privilegien los consensos y los mecanismos que dan voz a las minorías. Los gobiernos socialdemócratas no son adversarios de las fuerzas armadas, pero no se apalancan en ellas para desplegar sus políticas públicas. Saben que el militarismo es la muerte de cualquier democracia. La socialdemocracia propugna un Estado robusto, capaz de garantizar el derecho a la educación, a la salud y otros derechos sociales. Para ello, aplica impuestos importantes al gran capital, pero no considera que el libre mercado sea un mecanismo perverso. Habitualmente, la socialdemocracia se entrelaza con el feminismo, el ecologismo y la tolerancia en cuestiones de sexualidad y uso de drogas. Y es que, al igual que el anarquismo y el liberalismo, el socialdemócrata cree en la libertad individual. La socialdemocracia ha tenido un papel decisivo en países como Alemania, Dinamarca y Suecia, pero es prácticamente inexistente en Estados Unidos.
El común denominador de la izquierda es la desconfianza en el mercado como mecanismo eficaz e infalible para la repartición de la riqueza. Como vemos, son muchos los matices de las izquierdas hasta el punto uno puede preguntarse si la categoría «izquierda» sigue siendo válida en política.
Así como Izquierda es una categoría política ambigua, por no decir equívoca, también debemos preguntarnos si Derecha es un concepto unívoco o si, por el contrario, también nos topamos con una categoría imprecisa, por no decir una etiqueta propagandística que utilizamos para descalificar al adversario político. ¿Qué es la Derecha? Me parece que existen cuatro formas teóricas básicas de Derecha.
En primer lugar, está la Derecha fascista, cuya mejor descripción la dio el propio Mussolini: «El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado». Este estatismo hace que los fascistas se sientan incómodos con las organizaciones intermedias que pretenden mediar entre el Estado y el pueblo. Igualmente, el estatismo fascista descree del libre mercado y no considera que la propiedad privada sea un derecho eje. El fascismo se presenta a sí mismo como una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo. Es anticomunista, pero también es anticapitalista. La Derecha fascista es nacionalista y pretende la recuperación de la grandeza del pasado histórico. Esto fue especialmente claro en el caso del fascismo italiano, que reivindicaba la Roma antigua, y en el caso del fascismo franquista, que pretendía recuperar el pasado imperial español. El fascismo rinde culto al líder, ya sea que le llame Führer, Duce o Caudillo. Un eslogan fascista, refriéndose a Mussolini, lo resumía así: «El Duce siempre tiene la razón». Por ello, los líderes fascistas abominan la crítica y los contrapesos. El fascismo histórico es militarista: el ejército es un instrumento básico del gobierno fascista. Los líderes fascistas son arropados por el ejército; piénsese en Hitler, Mussolini y Franco. Finalmente, el fascismo es conservador en temas de moral sexual y familiar. El Estado fascista considera que tiene la obligación de velar por la moralidad del pueblo, pues desconfía de las libertades individuales. La moralidad y felicidad del pueblo son algo que atañe al Estado fascista.
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En segundo lugar, está la Derecha conservadora. Michael Oakeshott describe la actitud conservadora en los siguientes términos: «Ser conservador consiste, por tanto, en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica. Las relaciones y las lealtades familiares serán preferidas a la fascinación de vínculos potencialmente más provechosos. El adquirir y aumentar será menos importante que el mantener, cuidar y disfrutar». La autodefinición es, por supuesto, autocomplaciente. Al fin y al cabo, Oakeshott es un conservador. No obstante, algunos rasgos de la autodescripción son rescatables. El conservadurismo descree de las revoluciones y prefiere las reformas paulatinas. También descree de un Estado demasiado fuerte. El conservador mira hacia el pasado histórico y hacia la tradición cultural con respeto: es tradicionalista. Por ello mismo, el conservadurismo político no se avergüenza de reconocer la importancia de Jesús y del cristianismo en la configuración de la identidad occidental. Para el conservador, los valores evangélicos tienen un lugar en la vida pública. En temas de sexualidad y de uso lúdico de las drogas, el conservador se siente incómodo y tiende a ser restrictivo. Los conservadores miran con respeto al Ejército y admiran su orden y disciplina; pero no le darían un lugar preeminente en política, porque los conservadores desconfían de la concentración de poder. Desde el punto de vista económico, el conservador defiende la propiedad privada y el libre mercado. No obstante, el conservador recela de las grandes corporaciones transnacionales y de las economías excesivamente globalizadas, porque comprometen uno de los valores típicos de conservadurismo, a saber, la tradición
El liberalismo, y su hijo legítimo, el neoliberalismo, son la tercera forma de Derecha. El propósito del Estado liberal es la maximización de las libertades individuales. El Estado liberal es esbelto y austero; gobernar consiste, sobre todo, en garantizar las libertades individuales. Un derecho básico para el liberalismo es la propiedad privada, porque sin este derecho difícilmente se pueden ejercer otras libertades. El Estado liberal cree en el libre mercado como creador y repartidor de la riqueza. El Estado liberal considera que todos debemos ser iguales ante la ley y, por ello, abomina de fueros y de legislaciones particulares. En economía, una de las funciones básicas del Estado es garantizar la libre competencia. Desde el punto de vista político, el Estado liberal está diseñado para evitar la concentración de poder; de ahí la división de poderes, entendida como un sistema de pesos y contrapesos. En el terreno moral, el liberal maximiza las libertades individuales; pero se despreocupa de los derechos sociales. El Estado liberal es laico y no les dice a los ciudadanos cómo deben vivir su vida.
Finalmente, está el anarcoliberalismo que no es sino el liberalismo llevado al extremo. El punto de partida del anarcoliberalismo es la maximización de las libertades individuales. Por tanto, el Estado debe reducirse a su mínima expresión. En el mejor de los casos, la función del Estado es la defensa de las libertades individuales, pero incluso en este caso, los individuos conservan el derecho inalienable a defender su vida y sus propiedades con la violencia. Detrás de la obsesión de algunos estadounidenses por las armas de fuego, late esta convicción anarcoliberal de que el individuo siempre conserva el derecho a defenderse por sí mismo.
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Como se puede ver, el fascismo es incompatible con el conservadurismo, el liberalismo y el anarcoliberalismo; en cambio, el fascismo tiene puntos de contacto con el socialismo filomarxista. A su vez, el anarcoliberalismo tiene puntos de intersección con el anarquismo de izquierda. El liberalismo y el conservadurismo, por su parte, están más cerca entre sí de lo que parece, si dejamos al lado las discusiones de moralidad y cultura.
Obviamente, mi descripción es esquemática y, por ende, simplificadora. No obstante, me parece que el problema no es sólo mío. El mero uso de los términos «Derecha» e «Izquierda» ya es una simplificación. ¿Deberíamos prescindir de esos términos en política? Tal vez. En cualquier caso, tanto en la política como en la vida, la verdad está en los matices. Para pintar la realidad, no basta el blanco y el negro, ni siquiera el gris. La verdad es policroma.