¿Qué debe hacer el empresario frente a la pobreza?

No hay una, sino varias pobrezas. Es un concepto que es preciso entender, pues a menudo una clase de pobreza lleva a la otra, lo cual determina un círculo que dificulta su combate.

 

El profesor Cristian Mendoza es doctor en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y profesor de la misma institución. Desde 2006 colabora con el departamento de promoción y desarrollo de la misma universidad. Es miembro del Comité Editorial de Church Communication and Culture. Es parte del comité del Board for Inclusive Growth del IPADE Business School. Colabora desde 2014 con el World Economic Forum y ha impartido cursos y pronunciado conferencias en Argentina, Bélgica, Canadá, Chile, Colombia, Francia, Estados Unidos, México, Portugal e Italia.

Autor de varias obras, terminó recientemente un nuevo libro, que está en vías de mandarse a impresión: La pobreza como problema humano, relaciones de escasez entre bienes materiales, racionales y espirituales. En charla con istmo, describe algunos de los conceptos que desmenuza en esta obra, que afronta el complicado y doloroso tema de la pobreza.

 

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En su libro propone la definición de pobreza como la «escasez de los bienes necesarios para el desarrollo del individuo, subrayando que el bien humano es material, racional y espiritual». ¿Cuál es el más urgente de atender en el mundo post-pandemia?
Hablar de la pobreza en este contexto nos permite enfocarnos en que no todos los bienes son igualmente necesarios en todas las etapas del desarrollo de la persona. En muchos lugares, el gran problema es la escasez de bienes materiales. Se sabe que sin un mínimo de bienestar las personas no pueden formar una familia, ni acceder a educación. Esa pobreza material, por tanto, es la raíz de pobreza racional, de una concepción deficiente de la vida.

Al mismo tiempo, sin embargo, sabemos que en sociedades desarrolladas la pobreza no es material. De hecho, podríamos pensar que, en muchas naciones, la mayor parte de la población se ha desarrollado económicamente, al punto que la verdadera pobreza es la falta de capacidad de relacionarse dentro de la familia o con las personas de su entorno. Por tanto, la verdadera pobreza en estos casos es de autoestima, de respeto, de apreciación de la mujer. Esa es una pobreza muy difícil de eliminar.

 

Cristian Mendoza es doctor en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad
de la Santa Cruz.

 

Para erradicar una verdadera pobreza racional, es importante preguntarse el porqué de nuestra vida. La pandemia nos ha demostrado que la pobreza material es muy dura, porque muchas personas en países pobres han muerto. Pero nos ha demostrado, sobre todo, que esa pobreza racional es lo que genera más miedo en las personas.

La vida biológica no es la única: existe también una vida en la familia, en la cultura, en la sociedad, la cual trasciende al ser humano. Es por ello importante superar la pobreza espiritual, buscar por qué vivir. Me parece que después de la pandemia volveremos a hablar de desarrollo económico, pero nos vamos a plantear mucho la idea de cuál es nuestra riqueza espiritual y cuál es la racional. Este es un reto muy difícil de afrontar hoy, porque vivimos en lo «urgente», pero la respuesta a ello no está en lo inmediato; está en la consideración de quiénes somos y qué buscamos.

 

es importante enfocar bien
la narrativa de la pobreza y
darnos cuenta de que muchos
pobres lo son no porque
quieran serlo, sino porque
no han tenido otras opciones.

 

 

¿Es una utopía pensar en erradicar la pobreza? ¿Qué modelo social abona más al intento de erradicarla?
Hablar de pobreza como escasez de bienes nos lleva a pensar que nunca vamos a superar esa escasez, porque la escasez de bienes puede nacer de la libertad humana. Es posible que yo elija tener menos medios materiales para dedicar más tiempo a mis hijos, por ejemplo. Eso puede significar que no gane más dinero, pero sí viva con una conciencia más centrada en lo que quiero, en lo que busco, en lo que soy.

Al mismo tiempo habrá personas que prefieran soportar la escasez de bienes racionales, por ejemplo, de autoestima o educación personal, para dar más tiempo a sus hijos. Hay por tanto personas muy sacrificadas en beneficio de otros. Esto hace que una escasez de bienes racionales me lleve a una riqueza de bienes espirituales, que también satisfacen el corazón del ser humano. Nunca habrá una solución total a la escasez de bienes, pero lo importante es que cada persona sepa cuáles son los bienes que busca.

 

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Tengo en la memoria la historia de una amiga de Brasil que, cuando murió su madre en el hospital, vivió los días más difíciles de su vida, una situación muy dramática. Ella pensó que lo que necesitaba en ese momento no era dinero, sino un abrazo; alguien que le dijera que Dios estaba detrás de todo esto, que la consolara. Esos son bienes que buscamos en un momento determinado de nuestra historia. La pandemia ha puesto esto de relieve.

Si queremos hablar de estructuras sociales, hay que decir que existen algunas que de manera más eficiente llevan bienes, sobre todo los materiales, hacia los demás. La Iglesia habla de un destino universal de los bienes, y el camino más eficiente y humano para que los bienes de la tierra lleguen a todos es la propiedad privada. Por lo tanto, ésta y el destino universal de los bienes se encaminan en el proyecto de las personas.

 

 

 

¿Cuál es el papel de la empresa para propiciar riqueza en sus colaboradores, stakeholders y en la sociedad misma? ¿Cómo evitar caer en la aseveración de Milton Friedman «The business of business is business»?
La tarea de una empresa no es únicamente crear riqueza económica. Es ciertamente una gran tarea, pero también debe crear una comunidad. Para lograrlo es importante que en la empresa exista un mecanismo para que el error de cada persona no sea definitivo. En comunidades humanas como una familia o un grupo de amigos, un error no es definitivo: puede cambiarse, existe el perdón y hay modos de volver a empezar y aprender. En una empresa, por tanto, hay que generar riqueza racional, que es la apreciación de los talentos y el perdón de los errores de los demás. Entre todos se consigue el objetivo común.
Se busca la riqueza económica, la racional y en un tercer paso pensar que, si la empresa es una auténtica comunidad humana, debe ayudar a resolver el dilema de la propia existencia. Es decir, ¿por qué estoy en la tierra? Porque quiero servir. ¿A quién quiero servir? A las personas que trabajan en mi empresa, que tienen familias; a mis clientes, a quienes presto un servicio verdadero y útil; a mis hijos: en suma, a las personas que alrededor de esta riqueza que hemos creado adquieren valores y crecen. Ese es, en el caso de un empresario, el dilema de su empresa. ¿Por qué existe un empresario? Para dar valor a los demás: valor económico, valor racional de autoestima, de aprecio y un sentido de vida, un porqué, el propósito de la existencia.

 

quien tiene la capacidad de
multiplicar el bien común,
es decir, la riqueza de cualquier
tipo tiene también la
responsabilidad de invitar a
las personas a pensar en
el porqué de
su vida.

 

 

¿Cuál es nuestra responsabilidad, como escuela de negocios, para propiciar un mundo con menos pobreza?
Cuando hablamos sobre cómo involucrar a los empresarios en esa actividad de servicio, que es en el fondo una vocación, conviene pensar que, al ser una vocación, significa un llamado de Dios, de la sociedad, de su propia familia, a servir. Por tanto, es algo muy personal. Conviene entonces detenerse en la vida de cada uno. Hay empresarios que viven porque su padre creó la empresa y ellos, por querer a su padre, siguen adelante con el negocio. Hay otros que lo son por su condición de vida: han visto las necesidades de los agricultores y decidido emprender proyectos agrícolas. La respuesta tiene que ser un por qué propio, personal.

Siempre me ha gustado una historia que contaba el Rabino de Londres, Lord Jonathan Sacks, fallecido hace poco. En una ocasión se encontró a un hombre de 50 años, quien le explicó que cuando tenía 19 decidió dar la vuelta al mundo en su velero, como hacía la gente acaudalada en el Reino Unido. Se detuvo en India, y ahí encontró a un niño pequeño, muy pobre, que le tocó el corazón. Cuando el niño se le acercó, el inglés le preguntó qué quería que le diera. El niño respondió que un lápiz para una tarea que debía terminar. El inglés le respondió que quizá no había entendido, que podía darle cualquier cosa. El niño insistió: lo que quería, porque era lo que necesitaba, un lápiz para terminar su tarea. Treinta años más tarde, el joven inglés había creado 300 escuelas para niños pobres en el mundo, especialmente en India. Era su historia de vida: su por qué. Así es como cada empresario debe preguntarse su por qué, ya que llegará un día en que despierte y se pregunte si todo lo que ha hecho ha valido la pena.

 

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Hay quienes aseveran que «el pobre es pobre porque quiere». ¿El individuo debe cargar con la responsabilidad total de superar su pobreza?
La pobreza es un tema apasionante, porque nos habla de nuestra concepción de riqueza. Tiene, por tanto, una narrativa. ¿Quién es el pobre? ¿Alguien que ha tenido mala suerte en la vida, que ha nacido en una familia llena de violencia, que no ha recibido educación, que no ha tenido seguridad para trabajar, para emprender? ¿O se trata de una persona perezosa, desentendida, desenfadada?

Si la narrativa es que el pobre lo es porque quiere, no genera ningún tipo de compasión. Si la narrativa es que el pobre lo es porque ha tenido muy mala suerte, entonces hay compasión, es decir, deseo ayudar a la persona para que supere su pobreza. No se trata únicamente de una pobreza material; es sobre todo pobreza racional, de concepción de su propia vida. Es también una pobreza espiritual de muchas personas, que no tienen un horizonte de vida para considerar que todo lo que hagan tendrá un eco en la eternidad. Por eso es importante enfocar bien la narrativa de la pobreza y darnos cuenta de que muchos pobres lo son no porque quieran serlo, sino porque no han tenido otras opciones.

Al interior de cada empresa hay pobres en lo material, lo racional y lo espiritual. Quien tiene la capacidad de multiplicar el bien común, es decir, la riqueza de cualquier tipo tiene también la responsabilidad de invitar a las personas a pensar en el porqué de su vida, en con quién pueden salir de esa situación de pobreza, y también en cómo ayudar a aquellos que tienen más necesidad material, lo cual es una realidad, especialmente en un país como el nuestro.

 

 

¿Cuál es el papel de la Iglesia Católica y de sus feligreses para contribuir a un mundo con menos pobreza?
No es fácil emprender la tarea de escribir un libro sobre la pobreza porque, como lo decía ya el cardenal Raniero Cantalamessa, es difícil escribir sobre un tema que uno no domina. No somos suficientemente pobres para hablar de ello. Gran parte del problema del desarrollo del mundo es que se busca sacar a los pobres de su estado sin preguntarles por sus necesidades. No se busca entender al pobre, solo se busca establecer una estrategia de desarrollo.

Dos de los tres Premios Nobel de Economía 2019, Abhijit Banerjee y su esposa, Esther Duflo, publicaron un libro donde dicen que el camino al desarrollo está más en atender a las necesidades de los pobres que en seguir las estrategias de los ricos.

 

 

¿Por qué existe un empresario?
Para dar valor a los demás:
valor económico, valor racional
de autoestima, de aprecio y
un sentido de vida, el propósito
de la existencia.

 

 

Históricamente, la Iglesia Católica tiene por vocación el anuncio de la revelación de Jesucristo, que es espiritual, pero en ese anuncio, los primeros cristianos hablaron de Dios tanto a los patricios romanos como a los esclavos, y consiguieron que, en un mismo lugar, en una iglesia primitiva, hubiera nobles, gentiles, esclavos o libres. La iglesia es un punto de encuentro, y la manera en que contribuye a superar las tres pobrezas es poner a las personas en condición de conocerse y tratarse.

Es esencialmente lo que dice el Papa Francisco: «Cuando des limosna, no solo tires la moneda, mira a los ojos de la persona, toca su mano, encuentra a alguien». La Iglesia no está para resolver problemas económicos, sociales o políticos. Esa es tarea de los gobernantes, de los empresarios y de quien tiene responsabilidad en la sociedad, pero la Iglesia puede juntar a personas de mentalidades diferentes, de ambientes distintos, y eso permite una interacción que crea una dinámica de riqueza en los tres sentidos.

 

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Como ciudadanos, ¿cómo se puede contribuir a cambiar el mundo
post-pandemia en el que alrededor de 150 millones de personas podrían volver a la pobreza extrema en 2021?
En la Iglesia se sabe que un buen cristiano es un buen ciudadano, y lo es porque es un buen cristiano: es decir, está comprometido con los demás, con su trabajo, es honesto, está comprometido con Dios en el servicio a los demás. Pero un buen ciudadano no es necesariamente un buen cristiano, porque los valores que se han creado en la sociedad en la que vivimos son familiares, de colaboración, que no resultan necesariamente cristianos.

Tenemos que preguntarnos cuando la sociedad comienza a fragmentarse, a dividirse, por qué sucede. Si son los valores que ha creado nuestra sociedad, los valores de nuestras familias, ¿por qué ahora resulta que estos mismos valores no consiguen unir a la sociedad? Muchas veces pasa que lo que une a las sociedades, a las comunidades, es simplemente una razón económica. Cuando falta el dinero, como ha sucedido en la pandemia, eso que mantenía unidos a todos, el dinero, falta y por tanto hay fragmentación. En este punto es bueno pensar qué viene primero: el desarrollo material o el social. Evidentemente lo que viene primero es la comunidad, porque cuando existe, trabaja, coopera y se conoce, da como fruto riqueza material. Si se pierde la riqueza social, la material se detendrá.

Hoy tenemos sociedades ricas, pero que viven de sus rentas económicas, culturales, sociales, y no será fácil para el individuo trabajar si no tiene un por qué. No le será fácil trabajar con los demás si no tiene una razón para hacerlo. Por tanto, hablar de pobrezas es hablar de riquezas, y de aquellas que tienen un ritmo diferente –no se generan al mismo tiempo–. Lo primero que hay que pensar es cómo invertir en la familia, en los valores, en valores civiles y en un gobierno justo y responsable, porque de esta manera habrá más riqueza económica.

 

 

¿Cuál fue la motivación para escribir este libro y qué experiencias le dejó?
Un amigo mío, que fue alcalde de Asunción en Paraguay, un empresario llamado Martín Burt, hablaba mucho de esa comprensión profunda de las pobrezas de las personas. Comenzó su proyecto en una zona muy pobre, donde no tenían agua potable, ni una estufa digna o un baño limpio. Me sorprendió mucho cuando dijo que su proyecto, que es una medición de la pobreza, tiene mucho éxito en Londres. Hay mucha violencia, abuso de la mujer, de los niños, degradación cultural.

Me parecía que era muy importante volver a pensar en la pobreza, que no es solo material. Nos hemos acostumbrado a medir a las personas por lo que producen o por lo que cuestan, lo que es un error antropológico muy grande. Hemos de medir a las personas por aquello que dejan en otras personas.

Lo que siempre ha cambiado mi vida ha sido el encuentro con personas, con amigos. Esa poca oportunidad que se tiene de aprender de personas que han pensado, que han dirigido grandes sociedades o empresas, si no se aprovecha, es la pérdida de una oportunidad de crecimiento muy grande.

 

 

hoy tenemos sociedades ricas,
pero que viven de sus
rentas económicas, culturales,
sociales, y no será fácil para
el individuo trabajar
si no tiene un propósito.

 

 

Sobre todo, el libro me sirvió mucho a mí. Cada mañana pensaba, rezaba y me preguntaba si realmente había una manera atractiva de presentar lo que es un bien material, un bien racional, de entender el bien espiritual, no solamente como un bien religioso sino, sobre todo, como una realidad que me ayude a darme cuenta de que la vida es muy corta, que tenemos que dejar una herencia muy grande, porque hemos recibido un mundo ya hecho.

Esto me servía para pensar también cómo es que hay muchos caminos que aparentemente han sido eficaces, pero cuando hay uno que te promete una gran riqueza material a cambio de una gran pobreza racional, como sucedió con el marxismo más duro, como hicieron muchos otros regímenes dañinos para la libertad humana, se han verificado al final como promesas falsas. El ser humano necesita su libertad, porque ahí es donde florece. Es lo que me ha motivado a pensar en estos temas.

 

 

¿Cuál sería la idea trascendente que le gustaría que se llevaran quienes lean su libro?
Al principio pensaba que el objetivo más claro del libro sería volver a plantearnos qué es la pobreza, de alguna manera redefinir el concepto y aplicar una pequeña solución personal, una decisión. Un profesor amigo mío que leyó el libro me dijo que era muy ambiciosa esa intención, que bastaría con que cada persona se volviera a plantear: ¿qué hago yo hoy por los demás? Finalmente, si el libro ayuda a pensar que cada encuentro con otro, enriquece. Incluso el encuentro con una persona que tiene algún tipo de pobreza espiritual, racional o material.

Saber que cada encuentro con otro es único y puede ser el último, me permitiría valorar más a los demás. Sobre todo, pensar que, al final, si en la sociedad vivimos para servir y para entender que cada persona con la que me encuentro es alguien que puede darme algo y a quien puedo dar algo, entonces la sociedad subiría en sus aspiraciones constantemente. Cuando vivimos en una sociedad que aspira sobre todo a bienes materiales, es una sociedad materialista. Debe aspirar a bienes más altos: racionales (a la paz, a la seguridad, al servicio a los demás) y espirituales.

 

 

lo que viene primero
es la comunidad,
porque cuando existe,
trabaja, coopera y
se conoce, da como
fruto riqueza material.

 

 

La entrega de este mundo que hemos recibido materialmente debería ser de uno con aspiraciones más altas. Es lo que han hecho la poesía, la filosofía, el arte. Debemos mantener esas aspiraciones, porque es lo que nos permitirá salir después de otros problemas sociales, políticos y económicos. Es nuestra tarea para las generaciones futuras.

Para mí es una gran alegría y una suerte poder colaborar con el IPADE y hablar con tantos empresarios, amigos, personas que he conocido a lo largo de estos años, porque el pensamiento social de la Iglesia no es una teoría, es algo que ha de tocar los corazones de las personas para llegar a sus familias y el IPADE tiene ese gran compromiso con la sociedad. No porque se busque que las personas profesen una religión, sino porque se prepara con las virtudes, con el servicio, a que cada uno encuentre el camino que Dios quiere para cada uno.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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