El hilo de Ariadna y la educación por Zoom

Estos últimos meses han estado cargados de emociones: angustia, miedo, tristeza, enojo. Hemos estado en duelo desde la última semana de marzo, cuando la contingencia nos confinó en nuestros hogares. Perdimos algo muy valioso: nuestra rutina, nuestra cotidianidad. De repente, nuestros planes para las vacaciones de Semana Santa desaparecieron y, mientras más avanzaban los días, se preveía que el verano lo pasaríamos en casa. Muchos pasamos cumpleaños sin ver a nuestras amistades o hemos dejado de frecuentar a nuestra familia para evitar posibles contagios. Nuestros proyectos están en el aire. La experiencia del tiempo se ha alterado de tal manera que parece que los días están suspendidos, como si las hojas de un calendario estuvieran en blanco. Pero la pandemia sigue y la vida no puede detenerse.

Aunque poco a poco las calles han ido tomando vida, ya no es la misma de antes. El cubrebocas, el gel antibacterial, los controles de entrada a establecimientos, tomarnos la temperatura, mantener sana distancia; la vida ha cambiado drásticamente. Que el cambio sea compartido quizás lo vuelve más llevadero. No somos los únicos que han tenido que adaptarse e improvisar nuevas maneras de interactuar con otros dentro y fuera de casa. Esta pandemia es un fenómeno compartido por todos, así como la incertidumbre que trajo consigo. Ese puede ser un consuelo.

 

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“Los obstáculos como trampolín”

 

Tenemos que afrontar esta nueva normalidad de la mejor manera. Miles de negocios se han visto afectados por la contingencia. Algunos pueden trabajar desde casa, pero muchos otros no pueden detener un solo día su actividad fuera de ella. Yo tengo la gran fortuna de poder realizar mis actividades desde mi casa: dar clases, conferencias y un programa de radio. Las clases tampoco pueden detenerse, pero volver a las aulas sólo será posible cuando el semáforo epidemiológico dé luz verde.

El semestre pasado inició de manera presencial, pero se terminó vía remota, a través videoconferencia, chats y correos electrónicos. Aunque estas herramientas no suplen la interacción cara a cara con mis colegas y mis estudiantes, de alguna manera acortan la distancia que nos separa. Pero no sólo la convivencia se ha visto comprometida, sino también nuestras habilidades tecnológicas. Estos últimos meses he tenido que aprender a convertirme en profesor virtual y aunque fue un proceso inesperado, también ha sido muy grato. Quiero creer que cada clase en línea era mejor que la anterior. Este nuevo semestre lo empiezo con más seguridad. Ya sé silenciar el micrófono, encender la cámara de mi computadora, compartir presentaciones y conectar con mis alumnos a través de una pantalla. Por el momento, la educación a distancia sigue siendo la mejor medida de seguridad sanitaria. Sin embargo, no deja de conllevar algunas dificultades.

 

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EL LABERINTO DEL MINOTAURO
Internet es una herramienta fascinante y sin igual. Su historia comienza a mediados del siglo XX, cuando se realizaron las primeras transferencias de datos binarios a través de líneas telefónicas. No sé si alguien podía prever entonces la revolución cultural que se estaba gestando. Pensemos en uno de los temas típicos de la ciencia ficción: viajes en el tiempo y teletransportación. Estos temas son ocasión de imaginar complejísimos procesos de desintegración e integración molecular y de máquinas capaces de viajar a la velocidad de la luz. Aunque nos sigue emocionando la idea de romper las leyes de la física conocidas hasta el momento, a mí me parece que el ser humano ha dado con algo aún más impresionante: la conexión inmediata, en tiempo real, desde cualquier parte del planeta.

Una vez dentro de internet, podemos estar, virtualmente, presentes en todas partes. Y no sólo de manera unilateral, como en la radio o la televisión, sino desde ambos lados de la pantalla. Cuando doy mis clases en línea, estoy presente en la casa de mis alumnos y ellos están presentes en la mía. La hiperconectividad nos permite interactuar de manera inmediata sin la necesidad de que yo me mueva de mi lugar ni ellos del suyo. La conexión crea un espacio fuera del espacio.

En la red podemos encontrar todo tipo de entretenimiento; podemos compartir con amigos, aprender recetas de cocina, un idioma, cómo reparar un baño y, ahora, cómo dar y tomar clases. Bien utilizada, la red es un mundo de posibilidades de aprendizaje y desarrollo. El espacio y el tiempo funcionan de manera distorsionada en la red, pues mientras que en el mundo fuera de la pantalla hay horarios, citas, lugares y distancias que recorrer para tomar una clase, Internet permite tener acceso a una conferencia magistral a la hora que mejor le acomode a una persona. Ahora nuestros alumnos pueden tener una administración más directa de su tiempo de estudio, de trabajo y de entrega de tareas. Los recursos digitales permiten tener acceso tanto a las noticias más relevantes del día en tiempo real, como a un documento de hace cientos de años digitalizado. Las fotografías, los videos y los audios pueden complementar una clase. Ojo aquí, pues complementar no es lo mismo que sustituir. Toda la información que Internet puede ofrecernos no necesariamente se traduce en aprendizaje. La información está ahí, expuesta a quien la busque, pero esto no es equivalente a la experiencia de aprenderla. Asimismo, nunca será lo mismo el que yo simplemente comparta una presentación con diapositivas a mis alumnos sin involucrarme más, tengo que enseñarla.

 

La hiperconectividad
nos permite interactuar
de manera inmediata
sin la necesidad de
moverse de su lugar.
La conexión crea
un espacio fuera del espacio.

 

En la red hemos logrado concentrar casi la totalidad del conocimiento humano; desde ciencia, arte, filosofía, hasta lo más mundano. ¿Cómo navegar por estos mares de información? ¿Cómo distinguir una noticia falsa de una nota con información verificada? El papel del profesor es tan necesario ahora como antes. Los profesores debemos estar familiarizados con el laberinto digital para poder guiar con el hilo de Ariadna a nuestros alumnos y prepararlos para enfrentar al peligroso minotauro. En este laberinto virtual nos enfrentamos a información falsa, fotografías trucadas, virus informáticos, robo de información y contenido indeseable. Existen plataformas que están diseñadas especialmente para alumnos y profesores, pues su sistematización de la información y dinámicas están orientadas a la educación.

Otra dificultad de la educación a distancia es captar la atención y mantener el interés del alumno. Esto no significa que en las aulas esto no fuera un problema. Aun antes de que existieran los celulares, los alumnos se distraían con cualquier cosa. Pasarse papelitos entre compañeros, lanzarse lápices, dibujar en el cuaderno, platicar por lo bajo, rayar las bancas, hacerse caras, ir al baño y aprovechar para dar un paseo. El aula tampoco se libra de las distracciones. El reto del profesor es encauzar la energía de los alumnos y su curiosidad hacia la clase durante al menos 50 minutos. Los celulares, las computadoras portátiles y las tablets se han incorporado como herramientas durante las clases, ya sea para salir rápidamente de alguna duda o para compartir documentos. Sin embargo, se mantenían como medios principalmente de entretenimiento. Ahora las pantallas son la escuela. En un mismo espacio virtual conviven clases, conferencias, tareas, memes, noticias, correos electrónicos, bibliotecas virtuales, Netflix, Spotify, YouTube, Facebook, Twitter, Instagram, Tik Tok. La yuxtaposición del espacio doméstico con el educativo ya era compleja, pero esta tercera capa en la que conviven los likes con las calificaciones, es un reto sin precedentes. Por ello la educación tiene que evolucionar también. Los métodos de enseñanza tienen que adaptarse. Me parece que este nuevo modelo educativo llegó para quedarse. No hay vuelta atrás.

 

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LA CAJA TONTA NO ES TAN TONTA
La SEP ha decidido iniciar el curso con clases transmitidas por televisión. La denostada «caja tonta» se volverá el salón de clases. Este plan educativo seguramente tendrá sus fallas y sus aciertos. Lo sabremos hasta que el curso escolar termine. En cualquier caso, me parece que es la mejor solución posible. ¿A ustedes se les ocurre otra dada las limitaciones de tiempo, de recursos económicos y de infraestructura?

La decisión responde, me parece, a un intento por hacer llegar la educación a la mayor cantidad de hogares posibles. Pero el problema no está resuelto del todo. Así como las clases por videoconferencia dejaban fuera a quienes no tuvieran una computadora o internet, las clases no serán accesibles para quienes no posean una televisión. Las escuelas, bibliotecas y centros culturales, son espacio diseñados para igualar las condiciones de aprendizaje de todos los involucrados. Allí, tanto alumnos como profesores conviven en un entorno en el que las bancas donde se sientan mis compañeros son tan cómodas como la mía y donde el maestro tiene acceso a los mismos materiales que otros. Esta igualdad aminoraba, hasta cierto punto, la desigualdad de condiciones económicas de los involucrados. Aunque no todos los alumnos llegaban desayunados a la escuela o por el mismo medio de transporte, en la escuela podían compartir condiciones de aprendizaje similares.

 

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La educación digital abre una nueva brecha. La educación está condicionada a contar con un espacio óptimo para tomar clases. Es decir, un lugar con la menor cantidad de distracciones posibles. Pensemos que no es lo mismo contar con un escritorio propio que estudiar en la sala o en el comedor. Ahora, si se cuenta con una televisión y una computadora, también es cierto que estas herramientas pueden ser de uso compartido con los padres o con hermanos. No es lo mismo que cada quien tenga un cuaderno para sus apuntes a que todos compartan el medio de trabajo y estudio. A esto hay que añadirle la calidad del internet en casa. Sin una buena señal, las videoconferencias son verdaderamente caóticas. Esta brecha digital refleja, a su vez, la brecha económica que el espacio educativo subsanaba.

 

hay que echar mano
de los medios digitales
a nuestro alcance.
Sin embargo,
la casa no es la escuela
ni la interacción virtual
suple a la
interacción presencial.

 

Hay que echar mano de los medios digitales a nuestro alcance, cierto. Sin embargo, la casa no es la escuela ni la interacción virtual suple a la interacción presencial. ¿Qué impacto tendrá esto en el desarrollo de nuestros alumnos, de los niños y jóvenes? La escuela no es sólo un espacio educativo, sino también un espacio de convivencia social. En el patio de recreo los niños aprenden a interactuar con otros niños, así como en el salón de clases aprenden a relacionarse con adultos. Toda la experiencia educativa brinda algo más que información de unas cuantas materias. En la escuela aprendemos disciplina, horarios para estar sentado, para comer, para ir al baño, para jugar. Ahora, esa interacción se limita a la casa. La convivencia familiar es fundamental, claro, pero no suple la interacción con otros distintos a mí y a mi entorno inmediato. Este encuentro con lo diferente a mí fomenta el respeto, la tolerancia y genera un sentimiento de comunidad más amplio. Ahora pensemos en la preparatoria y en la universidad. En estas etapas se forma gran parte de nuestra personalidad y adquirimos las que probablemente sean las experiencias sociales más importantes de nuestra vida: la amistad y el enamoramiento. No es lo mismo platicar y reír con nuestros compañeros a compartir emojis con ellos. Ni tampoco puede reemplazarse el encuentro con nuestro crush en la cafetería con intercambiar «me gusta» en las redes sociales.

La consternación continúa. Esta pandemia ha puesto patas arriba todo. Sin embargo, hay que empezar a acomodarlo. Toda solución puede ser mejorada con el tiempo, pero primero hay que ponerla a prueba.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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