Estados que fomenten la creatividad

El poder creativo de los emprendedores podría desatarse al máximo con un Estado que se limitara a proveer con eficiencia buenas condiciones para el desarrollo de negocios.
 
En la escuela de Betanese, en el norte de Ghana, no tienen computadoras. Aun así, los estudiantes de 14 y 15 años deben pasar el examen a nivel nacional en tecnologías de información y comunicación (TIC). ¿Cómo van a aprobar un examen sobre cómo manejar una computadora si no saben cómo son? Los niños están en una clara desventaja frente a aquellos de la capital, Accra, que cuenta con mejores servicios.
En un país que tan solo posee 5.17 computadoras por cada 1,000 habitantes1, conseguir que éstas lleguen a las escuelas de todo el país es una quimera. Lo normal sería que el profesor se diera por vencido y todos sus estudiantes suspendieran, pero hay quienes prefieren ver el vaso medio lleno. Uno de ellos es Richard Appiah Akoto2, el encargado de enseñar TIC en Betanese, sin computadoras. Ante los problemas, Akoto saca ingenio y creatividad: en sus clases dibuja en la pizarra cómo es una ventana de Microsoft Word, con sus correspondientes botones y herramientas, para que sus alumnos puedan aprender y aprobar. Uno de ellos incluso ha sacado un sobresaliente.
Es trascendental que una sociedad tenga personas como Akoto. Sin tener una computadora a su alcance, él consigue buscar una alternativa y reinventarse para enseñar a sus alumnos. Su caso se puede extrapolar del campo educativo al resto de la sociedad.
 
CREATIVIDAD Y EMPRENDIMIENTO
Esa característica, la creatividad, es una pieza fundamental para el desarrollo de cualquier parte de la sociedad. Desde mi experiencia, tanto en países desarrollados como en desarrollo, la creatividad no es exclusiva de los ricos, sino que son propios de la raza humana: se trata, por tanto, de crear oportunidades para explotarla. Por supuesto, las situaciones no siempre son las más halagüeñas para poder darle rienda suelta, pero tener ciudadanos que sepan ver las oportunidades, donde otros ven problemas, es un gran valor intangible.
Tener una cultura del emprendimiento mejora a las sociedades prósperas, ya que cuentan con ciudadanos dispuestos a valerse por sí mismos y poner en marcha sus ideas. Todas las empresas del mundo nacieron como una idea que luego fue llevada a la práctica. Son precisamente los empresarios los que, en conjunto, hacen que las naciones prosperen; facilitarles el camino es lo más justo ya que, si tienen éxito, el país tendrá éxito.
Cada vez son más los que quieren emprender. En México, ya son dos tercios de los jóvenes entre 15 y 21 años los que quisieran crear su propia empresa en un futuro. Tan solo 13,87% prefiere ser funcionario y trabajar para el Estado.
La visión de que el empresario busca únicamente el bien personal y, por tanto, no contribuye al bien común, es tanto maliciosa como incongruente. Por una parte, demoniza a aquél que crea una empresa como quien solo busca enriquecerse a costa de los demás y, por otra, ignora la riqueza que crea para muchos otros.
El empresario no es el demonio que viene a acabar con el resto, sino un actor fundamental que genera puestos de trabajo y crea riqueza para un país. En una cultura donde impera la envidia o la ignorancia, se puede ver con malos ojos su figura, pero en las sociedades más abiertas, plurales y avanzadas se les respeta y, en general, se aprecia su trabajo.
Que a un empresario le vaya bien significa que le irá bien a mucha más gente, directa o indirectamente relacionada con su trabajo. Inevitablemente, esto tiene una repercusión positiva sobre la economía de un país, que crece conforme lo hacen sus ciudadanos. Cuantos más empresarios dispuestos a contratar y más empleados haya, mayor riqueza habrá en la mano de los ciudadanos y, a la larga, más llenas estarán las arcas del Estado.
No se conoce país que haya crecido sin la participación del sector privado. La administración pública es absolutamente necesaria, pero por sí sola no basta para desarrollar un país. Sin la aportación de la iniciativa privada pierden todos: primero el propio Estado, al cerrarse a la posibilidad de desarrollo de ideas innovadoras, así como recibir menos recaudación; pierde también el ciudadano, que no puede realizarse por completo, y pierde la sociedad, ya que se genera conformismo en la ciudadanía.
 
EL ESTADO FRENTE A LAS EMPRESAS
Un gobierno moderno debe ofrecer a sus ciudadanos la libertad necesaria para desarrollarse por sí mismos. Eso no significa que no tenga que jugar un papel en la sociedad: el sector público debe garantizar una parte de los servicios que permitan tener a la gente formada y preparada para los retos del futuro, sobre todo los jóvenes, que convertirán sus ideas en empresas exitosas en favor del bien público. Si, en cambio, el Estado pone obstáculos, problemas burocráticos y no potencia el emprendimiento, aquellos que lo intenten serán menos. Es obvio que no se puede esperar que todas las personas tengan la misma capacidad para tener buenas ideas y comercializarlas, pero sí se debe dar la oportunidad a aquellos capaces de hacerlo.
Por todo ello, es vital cambiar el chip entre ciertos sectores de la sociedad y ensalzar al empresario, que con su trabajo y vocación se honra, y mostrarle como un agente vital en una sociedad, sin cuya labor no avanzaría. Hay que aprender a mirar al empresario con buenos ojos y aplaudir el coraje de querer convertir una idea en realidad, idea que, evidentemente, no consigue el empresario por sí solo. Aunque sí es quien más asume el riesgo, para plasmar una idea es necesario hacer partícipe de ella a más personas, que desde su posición activan a otros y ponen a prueba su capacidad de superación.
Por supuesto que existen empresarios de dudosa reputación, pero el ejemplo de unos pocos no debe perpetuarse como el común de un sector en el que predominan las personas que trabajan por el bien común. De paso, cabe desligar la figura del empresario del dueño millonario de una multinacional. Estos, de nuevo, son la gran minoría. La mayoría son quienes llevan pequeñas y medianas empresas en torno a las cuales de alguna manera se articula la sociedad. Son los máximos creadores de empleo.
En México, 99,98% de las empresas establecidas son consideradas Pymes, según datos oficiales. Entre todas ellas generan 78% del empleo en el país y aportan 42% del PIB. Sin ellas, está claro, México no avanzaría, con lo cual se deben atender sus necesidades, pues si establecer una empresa ya es difícil, más aún lo es conseguir que crezca con el paso de los años.
Según el Reporte de crédito de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas en México3, las Pymes encuentran dos grandes retos: la velocidad de crecimiento y la escalabilidad. Cerca de la mitad de las empresas admiten que su producción y volumen de clientes no han incrementado con el paso de los años, por lo que sus ventas se estancan y no consiguen crecer. Apoyar al empresario no solo en la creación de la empresa, sino también en su desarrollo durante los primeros años es de vital importancia para conseguir que las empresas no se estanquen o cierren al poco de abrir y puedan estabilizarse a tiempo. En Alemania, de hecho, esas compañías medianas son el motor principal de la economía.
Frente a ese panorama, hay quienes miran al Estado con temor o con recelo, como si fuera la contraparte o un obstáculo que por naturaleza impide avanzar. Puede que, en unos contextos más que en otros, el Estado efectivamente ralentice el proceso de emprendimiento a través de cargas fiscales que, a veces con fines más recaudatorios que económicos, desincentivan la labor, perpetuando el debate sobre el alcance que debe tener la regulación y el sector público en general. Pero esa discusión sobre el tamaño del Estado que, como muestra la historia, parece imposible de zanjar, puede que no sea ni siquiera el enfoque más adecuado para abordar el tema.
 
ESTADO EFICIENTE, MÁS QUE PODEROSO
En su libro Why Nations Fail, los economistas Daron Acemoğlu y James Robinson defienden que para el desarrollo de un país lo primordial es la calidad y solidez de sus instituciones, y distinguen entre sociedades extractivas, donde la élite impide que se desarrollen los demás, e inclusivas, donde se procura que crezcan todos. En ese sentido, más que un Estado que asuma un rol de árbitro, regulador o administrador plenipotenciario, lo más importante es su grado de eficiencia y su modo de operar. No se trata de verlo como una entidad positiva o negativa para el sector privado y para la misma sociedad, ni de priorizar si debe ser amplio o estrecho sino, precisamente, de superar esos dogmatismos y los que se desprenden de allí.
Por ejemplo, es común que el Estado cubra determinados servicios básicos, pero, si se analiza en profundidad, eso no tiene por qué ser siempre así, o no necesariamente es lo mejor en todos los casos. Tampoco lo es la realidad radicalmente opuesta. De igual manera, hay medidas que el Estado no está en capacidad de aplicar, al menos desde el punto de vista económico, como fijar los precios de algún producto o servicio, en lugar de introducir solamente la regulación adecuada para evitar abusos y casos de competencia pactada que perjudiquen al consumidor.
Sin embargo, la eficiencia y operatividad estatales no son suficientes para que quienes deseen emprender puedan hacerlo. Si bien ambas condiciones deberían ser una meta (o algo básico, en los países que se lo pueden permitir), el Estado debe promover a partir de ahí la mencionada cultura del emprendimiento. Esto se lleva a cabo, por un lado, a través de la educación en los distintos niveles: desde el fomento de la creatividad, el análisis y el pensamiento crítico en las escuelas, pasando por una formación más focalizada en las universidades, hasta la actualización continua dentro de las propias empresas. Todo con el trasfondo de que emprender no es cuestión de números, sino de la realización personal y de traducir ideas en proyectos con fines determinados para beneficio propio y de la sociedad, y de que se trata de poner en valor la creatividad.
En las sociedades modernas, ese «poner en valor la creatividad» es, en la práctica, crear empresas, desde la más pequeña escala, hasta lo que hizo el recientemente fallecido Karl Lagerfeld, gran diseñador de moda, que hizo renacer a Chanel de sus cenizas en los 80, además de crear su propia marca.
Por otra parte, la cultura del emprendimiento se debe promover a través de políticas que permitan la puesta en escena de esas nuevas ideas y empresas. No se trata de que el Estado adopte un papel paternalista o de que reparta subvenciones sin más razones de fondo que la convicción política de acelerar iniciativas de determinados temas, sino de crear e impulsar las condiciones para que se pueda emprender.
Una vez dentro de este escenario, deben disponerse a ello aquellos quienes tengan la voluntad de hacerlo, ahí ya puede que con ayuda material del Estado, que se consolidaría ante todo como un aliado de las diferentes causas. Por tanto, hablar de «cultura del emprendimiento» implica tanto lo formativo y la mentalidad como lo político y lo legal.
 
BUENAS CONDICIONES, ANTES QUE APOYOS
De esa forma, otro dogmatismo a superar es si el Estado debe darle a los particulares determinados incentivos o no, pues antes de pensar en otorgarlos, lo propio sería abonar el terreno desde lo institucional, comercial y jurídico, para que ese otorgamiento y las iniciativas de los emprendedores puedan concretarse y empezar a desarrollarse de la mejor manera. Por lo tanto, sacar provecho de las funciones y capacidades del Estado no se relaciona con ayudas directas, sino con darles un reenfoque a su sentido y labor de cara a los ciudadanos, para que éstos, cumpliendo la ley, puedan gozar de sus derechos y ejercer sus libertades, incluyendo lo relativo a la creación de empresa.
Ahora bien, para que los emprendedores le empiecen a dar forma a sus ideas, no es suficiente con un Estado que, con mayor o menor eficiencia, los apoye (o por lo menos no les estorbe) y que promueva la cultura del emprendimiento. Según el país o la región, hay determinadas tradiciones y circunstancias que pueden dificultar o facilitar el camino a los aspirantes a crear empresa.
En los Países Bajos, por ejemplo, el emprendimiento es común por cultura, y se trata de un Estado donde prácticamente no hay subvenciones, pero al mismo tiempo es un país con larga tradición de comercio internacional y donde la solidez de las instituciones les permite a los ciudadanos desarrollarse con plena libertad. En contraste, cualquier país donde haya serios problemas de seguridad o donde la inestabilidad institucional sea la norma, seguramente será más bajo el porcentaje que pueda aspirar a emprender con plenitud, o podrán hacerlo no con las mejores condiciones y oportunidades de crecimiento.
No obstante, aunque el contexto no sea el más propicio, los ejemplos de esos países, usualmente en desarrollo, también muestran que el camino pasa por crear las condiciones para que se pueda emprender y después por su promoción directa y por el desarrollo de las iniciativas en sí.
Adicionalmente, el hecho de que el Estado deba procurar que haya un ambiente para el emprendimiento no implica verlo como un actor externo: ante las posibles sinergias de intereses y capitales, en las últimas décadas han triunfado las alianzas público-privadas en diferentes sectores económicos, probando que ambas partes no tienen por qué verse contrapuestas si tienen aspiraciones comunes.
Así pues, si bien por emprendedor se entiende aquél que se hace a sí mismo a través de proyectos propios, es necesario poner el enfoque, primero, en las circunstancias que lo rodean, que no puede controlar y que lo frenan o impulsan, para tratar de cambiarlas o aprovecharlas; segundo, ponerlo en el papel del Estado como un aliado, ante todo, eficiente. Porque seguramente no todos quieren emprender y no todos pueden hacerlo siempre; se trata de que quienes quieran hacerlo lo puedan conseguir, ya sea por aspiración personal, por el bien que puede conllevarle a otros o por contribuir a una causa superior, como la economía de un país.


 
1 https://www.nationmaster.com/country-info/profiles/Ghana/Media
2 https://qz.com/africa/1217879/a-ghana-teacher-shows-microsoft-windows-on-a-blackboard-is-a-viral-sensation/
3 https://www.forbes.com.mx/pymes-mexicanas-un-panorama-para-2018/

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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