¿Por qué algunos países no prosperan y otros sí? Aunque parezca que están en el mismo régimen, los empresarios pueden escoger dirigir sus esfuerzos a buscar nuevas formas de competir… o a mantener privilegios que entorpecen la prosperidad.
El problema ético central en la gestión empresarial no es la búsqueda de maximización de utilidades, sino la forma en que se realiza. Para que la búsqueda de beneficios privados lleve a beneficios públicos se necesita un robusto marco institucional y regulatorio, así como un convencimiento personal de parte de los empresarios de vivir una cultura de innovación y eficiencia, renunciando a la búsqueda de privilegios que les permitan generar utilidades gracias a la protección de la competencia.
¿SE NECESITA UN NUEVO SISTEMA ECONÓMICO?
Ante los grandes problemas que enfrenta el mundo, como la pobreza y la percepción de un aumento de la desigualdad, así como las fallas y desequilibrios atribuidos al capitalismo liberal (ejemplificado por la crisis financiera de 2008) se multiplican los llamados a cambiar el sistema económico vigente.
Muchos de estos llamados coinciden con la urgencia de poner al hombre al centro de la actividad económica y no al dinero. He de confesar que nunca he entendido muy bien esta necesidad. Todavía no he encontrado algún autor que proponga un sistema económico que tenga como centro y finalidad al dinero y su acumulación. El mismo Milton Friedman –economista de la Universidad de Chicago y bête noire de las buenas conciencias que se escandalizan al escuchar que los directores tienen la responsabilidad de maximizar las utilidades para sus accionistas–, seguramente nos diría que el dinero en sí mismo tiene muy poco valor, que es simplemente un medio de intercambio que facilita las transacciones comerciales, incluso que no es conveniente que haya demasiado porque generaría una inflación fuera de control (como lo estamos viendo actualmente en Venezuela).
Hay varias propuestas que han logrado cierta popularidad para lograr el cambio de un sistema económico que se considera ya sea injusto o ineficaz para resolver los grandes problemas que aquejan a la humanidad (o ambos a la vez). Algunas como la Economía del bien común1 o la Economía circular2 son más conocidas, especialmente en círculos intelectuales europeos. Hay algunas otras, basadas en ciertos principios de la Doctrina Social de la Iglesia, como el Distributismo3, ideado por Hilaire Belloc y Gilbreth K. Chesterton, escritores cristianos de finales del siglo XIX, en un intento por encontrar una «tercera vía» entre el capitalismo y el socialismo.
Ante las evidentes limitaciones del capitalismo, todas estas propuestas ciertamente suenan interesantes y atractivas, sería muy difícil en principio estar en desacuerdo. Después de todo, ¿quién podría estar en contra del bien común, del uso prudente de los recursos naturales o de la cooperación y la solidaridad?
Sin embargo, las propuestas concretas que ofrecen estos sistemas son un poco más problemáticas. Por ejemplo, el Distributismo tiene una preferencia un tanto bucólica por empresas pequeñas y aversión a las empresas grandes, las cuales deberían ser limitadas por ley. El problema (más allá de dónde se fija el límite para definir a una empresa «grande») es que en términos generales las empresas grandes logran eficiencias que no tienen las pequeñas y parte de dichas eficiencias se traducen en precios más bajos para sus clientes y mejores sueldos y condiciones de trabajo para sus empleados.4
La Economía del bien común, por otro lado, prohibiría por ley el pago de dividendos o el cobro de intereses, introduciendo enormes ineficiencias en la capacidad de las empresas para captar recursos que les permitieran crecer y que llevaría a serios problemas de asignación de capital en la economía, al no permitir señales de mercado (a través de las tasas de interés) que den una idea de la escasez y deseabilidad relativas del ahorro y la inversión.5
EL GRAN ENRIQUECIMIENTO
Mientras tanto, a pesar de las percepciones, la evidencia es que el sistema de libre mercado es el sistema económico que produce los mayores beneficios para la mayor parte de la población6. Esto se debe fundamentalmente a que es un sistema que permite la colaboración de un incontable número de personas, que pueden encontrarse tan cerca como en el mismo vecindario o tan lejos como del otro lado del mundo, cada una busca sus propios objetivos y sus decisiones son coordinadas a través del sistema de precios y no por una planeación centralizada. Usando la alegoría de Adam Smith, las personas que interactúan a través del mercado son guiadas como por una «mano invisible», para lograr resultados que van más allá de lo que cada uno tenía como objetivo en lo individual.
Cuando se observan todos los retos que persisten en la actualidad (como la realidad de la pobreza en la que vive un gran número de personas en el mundo) se tiende a pensar, equivocadamente, que estos fenómenos acaban de surgir o están empeorando por causas variadas desde el afán de lucro o la búsqueda de maximización de utilidades en las empresas, hasta la globalización o una supuesta visión cortoplacista, resultado de las exigencias de los mercados de valores. Al hacerlo se pierde de vista el enorme progreso del mundo moderno a partir de principios del siglo XIX, fundamentalmente en Europa occidental (y sus herederos culturales como Estados Unidos o Australia) y Japón. Progreso de tal magnitud que ha sido llamado «el gran enriquecimiento» y que ha sido magistralmente documentado por Angus Maddison en su libro Contours of the World Economy 1-2030 AD: Essays in Macro-Economic History.
Esta mejora sustancial en el nivel de vida de la población no fue producto de la introducción de nuevas tecnologías o de la acumulación de capital, ni siquiera del establecimiento de instituciones o una adecuada protección a los derechos de propiedad. Todos estos factores son necesarios, más no suficientes. Se podría pensar que la misma revolución industrial fue producto de un cambio de ideas, reflejadas en una evolución de los estándares éticos en su aplicación al mundo económico. Éste es el argumento de Deirdre McCloskey, quien ha propuesto persuasivamente que el gran enriquecimiento fue producto de una nueva retórica que plasma un creciente respeto a las virtudes burguesas las cuales, como dijo Adam Smith: «permiten a cada hombre el seguir sus propios intereses a su modo, en el plan liberal de equidad (ante la ley), libertad y justicia».7
EQUIDAD, DIGNIDAD Y VIRTUDES DE LA BURGUESÍA
Son varias las virtudes propias de la burguesía identificadas por McCloskey, entre ellas: honestidad, frugalidad y, sobre todo, laboriosidad (en contraste con la nobleza, que derivaba su riqueza de la propiedad de la tierra y no del trabajo de sus manos o de la creatividad de su inteligencia).
En este contexto, se vuelve generalmente aceptado en la sociedad que se debe proteger la libertad de cada persona para poder llevar a cabo la actividad económica que desee, y que su éxito o fracaso es, ordinariamente, resultado del esfuerzo realizado para servir de manera efectiva las necesidades de los demás. Una cultura en la que el éxito empresarial es admirado y relacionado más con la creatividad y el empeño que con privilegios y explotación.
Para su correcto funcionamiento, el sistema de libre mercado depende crucialmente de que exista la libertad y el derecho de que cualquier persona o empresa que así lo desee ofrezca sus productos y servicios en el mercado, compitiendo por las preferencias de los consumidores; que exista lo que en teoría económica se conoce como «libre concurrencia», particularmente de nuevas iniciativas de emprendimiento que compitan con empresas establecidas. Que ninguna empresa tenga el derecho exclusivo de vender algo, más allá del derecho que le confiera, en su caso, el detentar una patente que proteja la propiedad intelectual de alguna innovación y, aún en ese caso, debe ser una protección acotada en extensión y tiempo, de manera que otros puedan desarrollar innovaciones similares o que eventualmente puedan utilizar la innovación protegida como un componente de una nueva innovación.
De acuerdo con el gran teórico del emprendimiento, Israel Kirzner8, la actividad emprendedora, entendida como aquella habilidad para descubrir oportunidades de obtener utilidades, ya sea por innovaciones en el mercado o por explotar oportunidades de arbitraje en el tiempo y el espacio, es la fuente más importante de progreso de un país. En su esencia, el emprendedor es aquél que descubre una oportunidad para satisfacer de la mejor manera posible los deseos y necesidades de los consumidores y trata de hacerlo de la manera más eficiente posible, usando los menores recursos (escasos) que se pueda para lograrlo.
Sin embargo, a pesar de la importancia central del emprendimiento para el progreso, no se trata de cualquier tipo de emprendimiento. William Baumol identificó varios tipos de actividad empresarial, no todos conducentes a la generación de prosperidad en una sociedad. Existe un emprendimiento productivo, pero también existe el emprendimiento improductivo e incluso el destructivo9.
El emprendimiento productivo es el que la mayoría de la gente identifica con la actividad emprendedora. Consiste en una o varias de las siguientes actividades, solas o en conjunto: llevar nuevos productos al mercado, desarrollar nuevos métodos de producción, abrir nuevos mercados, el descubrimiento o creación de nuevas fuentes de materias primas o bienes intermedios, así como la implementación de nuevas estrategias organizacionales o administrativas.
En cambio, el emprendimiento improductivo o destructivo consiste en la dedicación de recursos para obtener algún tipo de privilegio o ventaja a través del poder político que proteja al «empresario» de la competencia, sin crear ningún bien para la sociedad. Un claro ejemplo de esto son los recursos que dedican las empresas a cabildear a los legisladores para que aprueben leyes y regulaciones que hagan más difícil (si no imposible) que otras empresas les compitan.
Algunos ejemplos de políticas públicas que se utilizan para elevar las barreras a la competencia de manera artificial y que suelen ser resultado de esfuerzos empresariales destructivos son: todo tipo de aranceles, tarifas de importación, subsidios, garantías, privilegios fiscales, rescates a empresas quebradas, concesiones para la explotación exclusiva de algún recurso, regulaciones onerosas y licitaciones dirigidas.
La búsqueda de privilegios de parte de los empresarios es lo que en teoría económica se conoce como búsqueda de rentas y es un fenómeno relativamente bien estudiado, sobre todo por los académicos relacionados con la teoría de la Elección Pública. Numerosos estudios académicos, desde el libro fundacional de Buchanan, Tollison y Tullock10, analizan y documentan la búsqueda que se da entre empresarios privados para lograr privilegios o transferencias del gobierno, así como los costos para la sociedad de dichas transferencias y actividades de cabildeo.
Aunque muchas veces estas actividades no son ilegales, son por lo menos cuestionables desde el punto de vista ético y en no pocas ocasiones llegan a convertirse en una de las principales fuentes de corrupción en un país, cuando los beneficios obtenidos por la protección se reparten entre los empresarios favorecidos y las autoridades o políticos que los hicieron posibles.
Aún en los casos en que no hay una corrupción evidente para obtener esta protección y el consiguiente daño a los consumidores y a los incentivos a la innovación, los empresarios beneficiados, los políticos que implementan estas políticas y no pocos analistas y académicos las justifican como protección contra la «competencia desleal» o por ser necesarias para «impulsar al mercado interno» o inclusive para «ayudar a industrias importantes para la vida cultural de la sociedad» o para la «seguridad nacional».
¿UN NUEVO SISTEMA ECONÓMICO O UNA REVALORIZACIÓN DE LA ÉTICA EMPRESARIAL?
En la medida en que es mucho más fácil conseguir privilegios del gobierno que innovar o ser eficiente con los recursos, siempre habrá incentivos para buscar dichos privilegios y éste es un fenómeno que se da en todas las sociedades, incluso en las más avanzadas. Sin embargo, también es verdad que en las economías que más han progresado, la búsqueda de rentas ha sido históricamente un fenómeno relativamente acotado, muchas veces mal visto o incluso penalizado. En cambio, en otras sociedades este entrelazamiento del poder político y económico ha tendido a favorecer a las empresas establecidas (conocidas en la literatura económica como incumbents –en inglés– para distinguirlas de los nuevos competidores o entrants).
El resultado que se obtiene cuando estas prácticas son generalizadas y comúnmente aceptadas por la clase empresarial privilegiada de un país, es: una estructura económica caracterizada por la prevalencia de oligopolios o monopolios, bajos niveles de creación de nuevas empresas o de empresas de bajo impacto que suelen mantenerse pequeñas, así como relativamente poca innovación y, por tanto, bajos niveles de aumento en productividad y crecimiento económico.
Aunque en un país haya propiedad privada y todos los elementos externos del capitalismo, ésta no es más que una caricatura o una distorsión, un «capitalismo de cuates» o crony capitalism. Es posible que ésta sea una de las razones que explican el bajo crecimiento económico de México en las últimas décadas.
Un empresario sólo puede pagar salarios sustancialmente menores a la aportación marginal de los trabajadores o vender productos de mala calidad si no hay competencia, actual o potencial, que se aproveche de dicha circunstancia para atraer a los trabajadores con mejores condiciones o para vender mejores productos en el mercado. De ahí la importancia de la libre concurrencia y de lo cuestionable que es –desde un punto de vista no sólo de eficiencia económica, sino fundamentalmente ético– la búsqueda de rentas que permitan a un empresario ser protegido de las exigencias de la competencia.
Un emprendedor que pretenda maximizar sus beneficios a través de la innovación o de la productividad estará, por ese mismo hecho, cumpliendo una función social, al asegurarse que los consumidores puedan tener acceso a los bienes y servicios que desean y necesitan al menor costo posible. En la medida que hayan muchos empresarios de este tipo en un país, habrá una vigorosa competencia por ofrecer mejores productos y por capacitar o atraer a los mejores trabajadores con cada vez mejores condiciones y habrá progreso.
El problema ético central en la gestión empresarial, entonces, no es si la búsqueda de maximización de utilidades es buena o no, sino la forma en que se lleva a cabo: creando valor y siendo buenos gestores de los recursos o como resultado de privilegios obtenidos a través del proceso político, legal o ilegalmente. Para que la búsqueda de beneficios privados lleve a beneficios públicos no se necesita un nuevo sistema económico. Sin duda se necesita un robusto marco institucional y regulatorio, pero esto no es suficiente. Se necesita, sobre todo, un convencimiento personal de parte de los empresarios de vivir una cultura de innovación y eficiencia, renunciando a la búsqueda de privilegios que les permitan generar utilidades gracias a la protección de la competencia.
1 En su página de internet, la Asociación Federal Española para el fomento de la Economía del Bien Común AFEF/EBC, nos informa que éste es «un sistema económico alternativo apartidista, que propone construir en base a los valores humanos universales que fomentan el Bien Común. [Situando su] foco de acción en la cooperación y no en la competencia, en el bien común y no en el afán de lucro.»
2 La Fundación para la Economía Circular, nos dice que: «La economía circular es un concepto económico que se interrelaciona con la sostenibilidad, y cuyo objetivo es que el valor de los productos, los materiales y los recursos (agua, energía,…) se mantenga en la economía durante el mayor tiempo posible, y que se reduzca al mínimo la generación de residuos. Se trata de implementar una nueva economía, circular -no lineal-, basada en el principio de ‘cerrar el ciclo de vida’ de los productos, los servicios, los residuos, los materiales, el agua y la energía.»
3 De acuerdo con Pedro Jiménez León (https://distributist.blogspot.com/2007/02/sobre-el-distributismo.html), las premisas básicas del Distributismo son: una «apuesta por una propiedad productiva justamente distribuida, equitativa. Esto es: que cada familia sea dueña de su hogar y de su medio de producción, tratando de conseguir hogares autosuficientes… el principio de subsidiariedad, esto es, dicho de una manera sencilla, que lo que puede hacer una entidad más pequeña no lo haga una entidad más grande… y la solidaridad,…que el trabajo no debe buscar nuestro lucro personal, sino el bien común».
4 Un reporte del McKinsey Global Institute de marzo de 2014, «A tale of two Mexicos: Growth and Prosperity in a two-step economy», muestra que entre 1999 y 2009 las empresas mexicanas de más de 500 empleados crecieron su productividad en más de 5.8%, mientras que las empresas entre 11 y 500 sólo lo hicieron en un 1.0% y aquellas de menos de 10 empleados ¡disminuyeron su productividad en 6.5%! Habría que entender los mecanismos causales pero claramente el limitar por ley la existencia de empresas grandes no parece ser una propuesta atractiva.
5 El economista Juan Ramón Rallo ha hecho una crítica detallada de la Economía del bien común en http://juanramonrallo.com/2013/05/la-economia-del-empobrecimiento-comun/index.html
6 En la página https://humanprogress.org/ se pueden encontrar numerosos ejemplos.
7 Estas ideas son exploradas por McCloskey en su trilogía: Bourgeois Equality: How Ideas, Not Capital or Institutions, Enriched the World (2017); Bourgeois Dignity: Why Economics Can’t Explain the Modern World (2010); The Bourgeois Virtues: Ethics for an Age of Commerce (2006)
8 Kirzner, I.M. (1973). Competition and Entrepreneurship. University of Chicago Press
9 Baumol, W.J. (1990). «Entrepreneurship: Productive, Unproductive, and Destructive». Journal of Political Economy 98: 893–921.
10 Buchanan, J.M; Tollison, R.D. and Tullock, G. eds. (1980) Toward a Theory of the Rent-Seeking Society. College Station: Texas A&M Press.