El recto ejercicio del poder en las instituciones financieras

Las empresas financieras son poderosas, con independencia de su tamaño, porque pueden otorgar a las personas físicas y a las empresas, en forma de crédito o de capital, los recursos financieros para desarrollar sus proyectos de inversión y consumo. El poder no está en la cantidad de recursos otorgados; sino en la facultad de dar o negar discrecionalmente.
Así, las empresas financieras pueden decidir sobre el bienestar de las personas y, lo que es más importante, podrían decidir, si todas ellas se pusieran de acuerdo, qué empresas van a sobrevivir y expandirse y cuáles quedarán condenadas al estancamiento y la desaparición.
En la gestión de las empresas financieras, el riesgo de violentar la libertad de las personas es real porque tienen poder, y la tentación de usarlo torcidamente puede ser fuerte.
Este poder, en principio, no es ni bueno ni malo; depende del empleo que se haga de él. No debe usarse despóticamente. Las entidades financieras pueden usar su poder de manera racional, por ejemplo, otorgando el crédito a aquellos que reúnen las condiciones para merecerlo. Pueden esforzarse en evaluar los proyectos en sí mismos más allá de intereses particulares y apreciar las cualidades del proponente para llevarlos a cabo e, incluso, elaborar otros proyectos alternativos más convenientes y sugerir su realización, pasando así a desempeñar un papel más activo.
De esta forma, la empresa financiera puede utilizar su poder para discriminar entre empresas en forma constructiva y, superando, sin olvidarlo, el criterio de la solvencia de los acreditados, asignar el ahorro a proyectos más eficientes, al servicio de estrategias competitivas que determinen un mayor crecimiento económico.
Naturalmente, esta discriminación entre proyectos y empresarios supondría el abandono de inversiones menos eficientes y, tal vez, la desaparición de empresas faltas de creatividad innovadora. Pero esta dinámica sería, sin duda, buena para el bien común y constituiría un buen uso del poder.

LA EMPRESA FINANCIERA

Nadie puede dudar que la dirección de una entidad financiera, como de cualquier otra clase de empresa, se compone de decisiones que son actos humanos. Ahora bien, todo acto humano es calificable éticamente (como bueno o malo) de acuerdo con una norma moral. Por lo tanto, la dirección de una empresa es siempre una actividad ética, que puede ser realizada correcta o incorrectamente [1] .
Para reflexionar sobre la ética en las empresas financieras, procederá ver, por un lado, cuáles son los actos significativos o relevantes en la dirección de estas entidades y, por otro, cuáles son las normas morales que servirán para calificar tales actos.
Lo primero nos obliga a definir las entidades financieras, y esto nos conducirá al conocimiento de los fines y medios propios de esta clase de empresa y, al mismo tiempo, nos permitirá considerar no sólo a las personas que componen la institución, sino también a las que se relacionan con ella externamente.
En un primer nivel, la entidad financiera no se distingue de las restantes empresas mercantiles por la finalidad. La empresa mercantil se justifica por el logro de un objetivo bifronte, cuyas dos caras deben lograrse simultáneamente. Por un lado, debe crear riqueza para todos quienes participan en la empresa. Por otro, debe servir a la sociedad a la que pertenece.
Prestar verdadero servicio significa contribuir al «bien común», entendido como la realización integral de «todos los hombres»; porque el «bien común» sólo subsiste en la vida de las personas.
De aquí que haya empresas que, aun creando riqueza, no se justifican moralmente porque se dedican a una actividad que causa daño, material o espiritual, a los miembros de la sociedad.
Ahora bien, al tiempo que presta servicio, la empresa debe añadir valor económico, es decir, generar rentas para sus integrantes y para quienes se relacionan con ella. Por eso hay empresas cuya actividad es moralmente irreprochable, pero no se justifican económicamente.
Una comunidad de personas Toda entidad mercantil es, ante todo y sobre todo, una comunidad de personas que aportan capital y trabajo para el logro del objetivo que, bajo el impulso de la dirección, se proponen alcanzar. En este aspecto, también en la empresa financiera la distinción entre accionista, trabajador y empresario o directivo es en parte de razón.
Pero toda empresa, además de estar compuesta por personas ¾ sujetos de comportamientos morales intraempresariales¾ , se relaciona con gente de su entorno, que también se ve afectada por el comportamiento de quienes pertenecen a ella. En este grupo ocupan lugar singular los clientes y proveedores.
En la empresa financiera, por la índole de su actividad, los clientes son los demandantes de recursos financieros y los proveedores son los suministradores de los mismos. También se les llama clientes de activo y de pasivo, respectivamente.
A partir de estas consideraciones generales, veamos cómo se especifica en la empresa financiera la persecución del objetivo bifronte al que me refiero.
Dar y recibir En cuanto a la prestación de servicio, la empresa financiera es, primordialmente, un intermediario entre aquellas unidades que, después de satisfacer sus deseos de consumo e inversión, disponen de recursos canalizables, como ahorro financiero; y aquellas otras que necesitan recursos para realizar sus proyectos de consumo e inversión.
Para cumplir como intermediaria entre el ahorro y la inversión, la entidad financiera debe crear condiciones de remuneración, seguridad y liquidez que le permitan fomentar el ahorro financiero, el cual, a su vez, se empleará en la financiación de la inversión productiva.
Por otro lado, deberá establecer condiciones de disponibilidad, costo y plazo en la financiación, para que los recursos se asignen a las actividades y proyectos económicamente más deseables. Un sistema financiero será eficiente cuando produzca la óptima captación y asignación de recursos, y esto será mayor cuanto lo sea la libertad a su interior.
Las condiciones en que se deben invertir estos recursos son establecidas con los depositantes. Pues el depósito recibido por las entidades financieras es irregular, porque el dinero goza de fungibilidad y ello permite que puedan invertirlo, por su cuenta y riesgo, con la obligación de devolver la misma cantidad y calidad de lo recibido [2] .
Es evidente que una institución financiera no podría captar depósitos si no tuviera unos fondos destinados a cubrir el riesgo final; unos capitales que aseguraran, en última instancia, la solvencia de la institución. Y no es menos evidente que, sin la remuneración que esperan, los capitales de riesgo no acudirían y la empresa resultaría imposible.
LA RESPONSABILIDAD DE ADMINISTRAR CAUDALES AJENOS
Los gestores de las entidades financieras son administradores de caudales ajenos, característica que está en la base de la moralidad exigible en su actuación.
En efecto, quienes dirigen instituciones financieras no pueden hacer con el dinero lo que quieran, sino que deben administrarlo cuidando los intereses, en primer lugar, de los depositantes ¾ que tienen derecho a recibir el principal depositado más la remuneración pactada¾ y, en segundo lugar, de los accionistas ¾ los propietarios de los fondos propios que han invertido para obtener rentabilidad.
Por lo general, una parte de dicha remuneración se obtiene en forma de dividendo y otra en forma de beneficio llevado a reservas que, si es correctamente utilizado, se traducirá en la plusvalía de las acciones, constituyendo así el segundo sumando de la remuneración esperada por los accionistas.
Las entidades financieras proporcionan, además, otra clase de servicios, no directamente relacionados con el crédito, que son todos los propios de la comisión mercantil.
La investigación de necesidades de la clientela y la forma más eficaz de satisfacerlas ha dado lugar a toda clase de servicios, algunos tradicionalmente prestados por instituciones no financieras y otros nunca pensados.
Entonces, el ingreso bruto de estas entidades es la suma del margen financiero entre los intereses que cobran y los que pagan, más las comisiones derivadas de la prestación de servicios.
EL BENEFICIO Y LA CONFIANZA
Todo lo dicho se refiere a la prestación del servicio propio de las entidades financieras, que viene intrínsecamente ligada con la otra cara del «objetivo bifronte»: la generación de rentas para los participantes del proceso. El logro de esta parte del objetivo se manifiesta, en última instancia, en la obtención del beneficio para los accionistas, ya que será la señal de que previamente se han satisfecho todas las demás rentas.
Para cualquier empresa mercantil, obtener un beneficio es un objetivo inexcusable, sin él la empresa no puede subsistir y, por lo tanto, cualquier otro objetivo sería inalcanzable. Pero en la empresa financiera esta exigencia es mayor; debe obtener beneficios cada año y, además, deben ser calificados favorablemente por el mercado.
Una empresa de cualquier otro sector puede subsistir con pérdidas esporádicas si su rentabilidad a medio plazo es clara, pero una institución financiera no, porque perdería la confianza del mercado, indispensable para su supervivencia.
Se acostumbra decir que la primera materia de las empresas financieras es el dinero, pero no es exacto porque no compran y venden dinero, sino el derecho a usarlo. Pero el derecho a usar del dinero entraña su devolución, y la confianza en este aspecto es cuestión de crédito; de creer que la promesa será cumplida.
Si el signo externo de la buena marcha de la empresa que es el beneficio quiebra la confianza, el crédito del público se esfuma y la supervivencia de la empresa financiera se ve amenazada.
¿QUÉ CLASE DE ÉTICA?
Como decía al empezar, para reflexionar sobre la moralidad de las acciones de la empresa financiera es necesario saber a qué norma ética las referiremos para determinar la valoración moral que se atribuya a una acción.
Probablemente, el énfasis puesto en la persona sirve ya para indicar mi preferencia por la ética de primera persona, en contraposición a las éticas de tercera persona. En la ética de la primera persona, cuando el sujeto se propone realizar una acción, se pregunta sobre su relación con el desarrollo de la persona hacia su fin, es decir, hacia lo que quiere ser.
Por contra, en las éticas de tercera persona predomina la valoración externa de los actos, enjuiciando las acciones de acuerdo con unas normas convencionales cuya validez habrá que demostrar o simplemente aceptar.
La ética de primera persona es la de las virtudes, que son las potencialidades que dirigen a la persona a su plenitud o perfección según el orden del ser, de acuerdo con una determinada antropología y concepción de la vida. En las de tercera persona, se exige que el comportamiento exterior del sujeto cumpla los actos que la norma impera y evite aquellos que veta.
Las éticas de tercera persona consideran que el fin del hombre es un tema opinable, privado, que no debe influir en el juicio moral de las acciones; les resulta entonces difícil, por no decir imposible, hallar una norma universal y constante para cimentar el comportamiento moral. Las salidas a esta dificultad se manifiestan en las éticas de consenso, relativistas, subjetivistas, circunstancialistas, en las que sólo se busca cómo conseguir, en cada cultura, tiempo y circunstancias, determinados objetivos personal o socialmente deseables.
Esta postura da lugar a las corrientes consecuencialistas y proporcionalistas, según las cuales la moralidad de los actos humanos vendría determinada por sus consecuencias o por la proporción prevista entre los efectos buenos y malos de la acción, en vista del bien más grande o del mal menor.
Estas éticas basadas en el consenso, cambiantes con las culturas, los tiempos y las circunstancias, no pueden garantizar el funcionamiento ético de las instituciones financieras o de cualquier empresa, ni aportar un fundamento estable para la convivencia social.
Y es que el consenso se logra por votación mayoritaria, que puede ser un método para la convivencia pacífica, pero no para investigar la verdad. «La verdad es la que es, aunque todo mundo piense al revés». La ética social no puede basarse en algo que no sea la verdad objetiva, que sí existe, y cuyas normas se hallan escritas con validez universal y permanente.
VIRTUDES VS. CÓDIGOS
El funcionamiento ético de las entidades financieras no puede, por lo tanto, confiarse a la imposición de códigos de conducta basados en el consenso. La única manera de que las empresas sean éticas es que lo sean sus integrantes, y no sólo en su comportamiento individual privado, sino en su actividad profesional, empresarial, social o de cualquier otra índole.
Entonces, la bondad ética en la dirección y gestión de las instituciones financieras sólo quedará asegurada si quienes la ejercen viven todas las virtudes morales, especificadas o concretadas según las características de estas entidades.
Respeto a la libertad Las virtudes son aquellas cualidades que capacitan a las personas para motivar sus comportamientos en orden al bien. Muchas veces se dice que el primer bien del hombre es la libertad; y puede sostenerse así, si se acepta que la libertad no es un fin en sí mismo, es para el bien. Sin libertad no puede haber bien verdadero. Pero la libertad sólo es tal cuando se adhiere a la verdad y al bien.
La libertad de determinación exige que nunca sea violentada la conducta humana, ni siquiera para imponer la verdad y el bien. Por eso, la primera virtud en la gestión de las entidades financieras es el respeto a la libertad de las personas, tanto las de dentro de la empresa como las que están en contacto con ella. Se opone a esta virtud toda forma de violencia o coacción física o moral para imponer obligaciones o condiciones.
Un aspecto concreto de este respeto a la libertad de las personas es la obligación de informar correctamente a los clientes ¾ de activo y de pasivo¾ y a los demandantes de servicios las condiciones a aplicar en las distintas operaciones, para que puedan compararlas con las ofertadas por otras entidades y decidir libremente.
El mismo respeto a las personas exige que cuando se trate de un cliente cautivo no se aproveche esta circunstancia para imponer condiciones abusivas o que no sean de mercado.
Otro campo en el que se ha de manifestar el respeto a la libertad se refiere a las relaciones con el personal empleado por la entidad. Para ello hay que tomar en cuenta no sólo los aspectos económicos, sino también los efectos psicológicos y éticos que se puedan producir, sin perder de vista que todo esto debe ir orientado a la realización integral de las personas afectadas.
Esto no significa que las relaciones laborales tengan que enfocarse en forma «paternalista». Lejos de ello, hay que exigir las responsabilidades inherentes a cada puesto de trabajo, de forma que, a través de su ejercicio, las personas se realicen y puedan progresivamente integrarse en los procesos empresariales.
Liberalidad y magnificencia
El poder financiero se ejercita manejando dinero. Las virtudes propias para el manejo del dinero, o de la riqueza en general, son la liberalidad parte potencial de la justicia que, según Aristóteles, consiste en el uso moderado de las riquezas; y la magnificencia parte de la fortaleza, cuyo objeto propio es tender a la realización de grandes cosas con dispendio proporcionado; es decir, no necesariamente por la cantidad en relación a la obra, ya que grande y pequeño, según el propio Aristóteles, son conceptos relativos.
Según la ética tradicional, las virtudes consisten en el justo medio entre los vicios por defecto y los vicios por exceso. Los vicios opuestos a estas dos virtudes son, por defecto, la avaricia y la mezquindad y, por exceso, la prodigalidad y el despilfarro.
Sería contrario a la ética de las empresas financieras una visión avariciosa o mezquina que, con una excesiva aversión al riesgo, condujera a retirarse de la inversión en empresas productoras de riqueza y creadoras de empleo para invertir sólo en activos improductivos de cuya posterior realización se espere un beneficio especulativo.
También sería no ético, por el otro extremo, prodigar y despilfarrar los recursos en operaciones sin más productividad económica y social que el lujo y la ostentación, el control de medios de información o de grupos de presión, o, finalmente, la búsqueda de fines que, siendo en sí mismos lícitos, son perseguidos a expensas de la rentabilidad debida a los accionistas y de la solvencia frente a los depositantes.
La virtud específica del banquero
El logro del término medio, en que consiste el uso liberal y magnificente de los recursos, conduce a la virtud de la prudencia; que no en balde es guía, medida y razón de todas las virtudes morales y es, sin duda alguna, la virtud específica del banquero [3] .
La prudencia económica es una de las cinco especies de prudencia que contempla Tomás de Aquino. Aunque la restrinja al orden en la administración del negocio familiar, afirma que la prudencia económica se refiere al uso de las riquezas no como fin último, sino como instrumento. Y es en este sentido que la consideramos la virtud por excelencia del banquero. Los dos vicios que se apartan por defecto de la prudencia son la imprudencia precipitación, falta de consideración e inconstancia y la negligencia, que se opone a la solicitud y se manifiesta en no elegir los medios pertinentes. El vicio por exceso es más peligroso que los anteriores porque se asemeja a la prudencia; es la astucia que, con el engaño y el fraude, busca un fin por caminos torcidos.
En las relaciones del banquero con sus clientes se manifiesta más la necesidad de vivir la prudencia. Estos clientes son acreedores del banco y confían en que la institución garantizará la devolución de los fondos que prestaron; y es responsabilidad del banco no defraudar esta confianza. De aquí que los bancos, por la responsabilidad que tienen con sus depositantes que es mayor y previa a la que tienen respecto a sus accionistas, con ser ésta grande tienen la obligación moral de invertir adecuadamente los recursos obtenidos de ellos.
Por eso, infringen sus deberes éticos los bancos que pagan los depósitos más allá de lo que tolera el mercado del crédito u otorgan el crédito en condiciones inferiores a las posibles, ya que de esta forma ponen en peligro su solvencia y su supervivencia, que son la garantía de los depositantes. La situación es todavía más grave cuando hace inversiones excesivamente arriesgadas con el propósito de beneficiar no ya al banco, sino a alguno de sus gestores, o con el objeto de cubrir operaciones especulativas creadas por ellos mismos.
Está claro, además, que la calificación moral de esta última clase de acciones no depende de que el propósito resulte fallido o no; el abuso de la gestión en provecho propio es censurable de suyo.
Nada que ocultar
Otra virtud, que pertenece a la justicia y el banquero ha de tener en gran estima, es la veracidad, a la que cabe asimilar la sinceridad y la lealtad. La veracidad es especialmente necesaria porque es condición indispensable para mantener la confianza en que descansa la empresa financiera.
Si en algún momento el mercado, o la sociedad en general, percibe que una empresa financiera falsea la información sobre su situación, engaña en las condiciones que publica o simula resultados mediante artificios contables; la confianza en ésta desaparecerá y su futuro se complicará. La virtud de la veracidad tiene especial importancia en las relaciones del banquero con los accionistas. Queda ya dicho que la principal obligación de la entidad con los suministradores de capital de riesgo es la salvaguarda del patrimonio, la protección de su valor en términos reales [4] .
Por ello, es obligación del banquero poner todos los medios para proteger, y si es posible mejorar, la cotización de las acciones de la empresa. A lo anterior se añade la responsabilidad de proporcionar suficiente liquidez a las acciones, mediante un adecuado tratamiento del mercado que, naturalmente, supone la canalización hacia ellas de nuevos y reales compradores.
Complementando estas dos preocupaciones integridad y liquidez patrimonial, está la responsabilidad de ofrecer una adecuada retribución en términos de dividendo y crecimiento del dividendo ajustado a las aplicaciones, que son los dos factores conducentes a la apreciación del valor.
Ahora bien, al servicio de estas tres responsabilidades integridad, liquidez y retribución está la virtud de la veracidad que ha de manifestarse realizando operaciones verdaderas en cuanto a contenido y resultados. Se opone a ello la generación de beneficios ficticios.
Por otro lado, esta virtud obliga a informar a los accionistas en forma cierta, clara y puntual sobre la marcha de la entidad y sus resultados, de modo que puedan tomar sus decisiones con justo conocimiento de la realidad.
Todo con medida
Ya tratamos algunas virtudes agrupadas bajo la prudencia, la justicia y la fortaleza. Debemos ahora dedicar un tiempo a la cuarta virtud cardinal: la templanza. Si la prudencia es la virtud esencial del banquero, la templanza es la que debe adornarlo.
Templanza, etimológicamente, significa equilibrio y moderación, características que, en sentido común, convienen a todas las virtudes, por tender a un bien conforme a la naturaleza del hombre y en la forma conveniente.
Pero la templanza es la virtud que se apropia por antonomasia del equilibrio y moderación. Y son precisamente estas notas las que esperamos del banquero, pues proporcionan a los observadores externos una garantía de buena administración de los caudales que le están confiados. Y la verdad es que, por lo general, los buenos banqueros han sido hombres austeros.
FORMAR PERSONAS ÉTICAS
Tras este repaso a las principales virtudes, volveré al tema esencial. Y es que para que la actuación de las entidades financieras sea éticamente correcta, las personas que las integran deben en especial sus dirigentes o gestores compartir y respetar las virtudes morales.
A mi juicio, las preocupaciones sobre la ética empresarial que en los últimos tiempos ocupan la atención de la sociedad, no pueden saldarse elaborando un código de comportamiento del sector o recomendando a cada entidad que elabore el suyo. No digo que no sea conveniente hacerlo, pero no es suficiente.
Los códigos de conducta, en la medida que son una recopilación de normas más o menos casuísticas, pueden conducir a incumplimientos formales y, más aún, a las maneras de soslayar estas normas.
El comportamiento ético no es tanto un problema de normas como un problema del hombre que se realiza o destruye a través de sus obras. Por lo tanto, la mejora de la ética empresarial pasa por la formación moral del hombre, basada en la recuperación o afirmación de la conciencia moral a partir de los principios de la ley natural y sus consecuencias.
De aquí que la principal, y casi única, recomendación que cabe hacer es la de formar íntegramente a las personas en todos los niveles de la empresa, mediante la educación y, sobre todo, mediante el ejemplo.
En ausencia de esta conciencia moral, por muchas normas de comportamiento que existan y por muchas sanciones que se establezcan para los incumplimientos, serán transgredidas cada vez que se presente la oportunidad de obtener la satisfacción de los apetitos por medios torcidos.
Resumen de la conferencia «Ética en la gestión de las instituciones financieras» dictada en el encuentro sobre La dimensión ética de las instituciones y mercados financieros. Obra colectiva editada por Fundación BBV. Madrid, 1994.

[1] El habla común contrapone ético a no ético, para significar bueno o correcto, frente a malo o incorrecto. En las reflexiones que siguen, llamaremos ético a lo éticamente correcto y no ético a lo éticamente incorrecto, la dirección de una empresa financiera puede evidentemente, ser no ética.

[2] Dejo a un lado, pues se aparta de la práctica habitual y nos alejaría del tema que estamos tratando, las teorías sobre la banca con cien por cien de encaje, defendidas por Von Mises y algunos de sus seguidores de la escuela austriaca.
[3] Si se me permite, a partir de este momento y para simplificar, emplearé el nombre de banquero como paradigma de empresario financiero.
[4] Y cuando digo reales me refiero a dos cosas distintas. Por un lado, que es la obligación del banco conservar el valor del patrimonio ajustado a la inflación; por otro lado, quiero decir que el valor que interesa al accionista es el valor bursátil de sus acciones.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter