No es sólo su peculiar sensatez, mezcla de candor e ironía. No es sólo que sea dueño de un estilo elegante y económico. No es sólo que, en prosa y poesía, sepa combinar humor y belleza. En el nervio de la labor creadora de Gabriel Zaid hay una intuición que lo distingue: la actividad poética y la actividad práctica, largamente separadas en dominios incomunicables, son impulsadas por un mismo motor.
La inspiración creadora anima tanto la poesía como la práctica de Gabriel Zaid, porque «no sólo hace versos: sopla y lo mueve todo». La inspiración (más el oficio, claro está) transforma un saco de palabras en un poema y una caja de herramientas en un negocio. Frente a la actividad puramente contemplativa, que modifica exclusivamente al sujeto, la poesía y la práctica son actividades transformadoras y, para Zaid, afines: «La práctica no es algo estrecho, mecánico y sin misterio, sino creación; y la poesía es práctica: hace más habitable el mundo».
Jugando con el estereotipo del regiomontano, podemos decir que su conciliación entre poesía y práctica va más allá de los textos: es ontológica. Zaid encarna esta doble contradicción: un poeta de Monterrey, un ingeniero poeta. Él mismo es la demostración de su teorema. ¿Industria y poesía? Claro, porque la poesía es industria y porque la industria es poética.
Que Zaid es un pensador anfibio es una metáfora sólo parcialmente correcta. En efecto, se desenvuelve cómodamente lo mismo entre el espinudo territorio de las fórmulas matemáticas que en el a veces no menos enhierbado jardín de la poesía. Pero, a diferencia de los anfibios, no salta del elemento acuático de la creatividad al arenero de la vida práctica. Su apuesta no es por respirar en dos atmósferas, sino por unificarlas y nadar la vida con un mismo par de aletas. «No hay de un lado la vida práctica y del otro la vida creadora. Un hombre creador que no es práctico es un mal artista. Un hombre práctico que no es un creador, no es un hombre práctico, es un burro de noria».
HACER MÁS HABITABLE EL MUNDO
A la hora de tomar la pluma, Zaid lleva adelante la conciliación: no duda en mezclar conceptos como belleza y elegancia con realidades de empresa o economía, del mismo modo en que no tiene pudor alguno en utilizar, por ejemplo, la estadística para hablar de la vida cultural, de las antologías poéticas, de la lectura misma de poesía.
Primera colaboración de Zaid en Letras Libres. Primer párrafo:
«Entre los cuentos y leyendas del folclor industrial, hay la historia del que llevaba materiales en una carretilla, sospechosamente. Una y otra vez, los inspectores revisaban la documentación, y todo estaba en regla; revisaban los materiales, para ver si no escondían otra cosa, y era inútil. El hombre se alejaba sonriendo, como triunfante de una travesura, y los inspectores se quedaban perplejos, derrotados en un juego que no entendían. Tardaron mucho en descubrir que se robaba las carretillas».
¿Tema del artículo? La prosa de Alfonso Reyes. La anécdota que utiliza Zaid para hablar de los críticos que dejan pasar a Reyes (sin apreciarlo) porque son incapaces de ver que el valor de su obra está en el vehículo mismo, en su prosa inagotable no sólo viene como anillo al dedo a su argumentación. Además, nos divierte muchísimo a los que estábamos tan aislados en una cultura poética, y tan ignorantes de una cultura práctica, que nunca imaginamos que existiera algo así como un «folclor industrial».
Zaid combina referencias a la Harvard Business Review con fragmentos de Lope de Vega. Se niega a separar los saberes vergonzosamente prácticos (como las teorías de administración) de los orgullosamente inútiles (como la poesía), porque, a su modo de ver, ambos son prácticos y poéticos. Y ninguno es vergonzoso, excepto si es de mala calidad, sea un mal poema o un defecto de fábrica.
Ambos son prácticos porque tanto el alumbrado público como los versos de Pellicer hacen más habitable el mundo. Ambos son prácticos porque hacerle una modificación exitosa al invento de la bicicleta requiere ingenio e inspiración, igual que hallar la consonante para rimar bien un poema.
En la antología de poetas mexicanos Where Words Like Monarchs Fly, George McWhirter, amigo y traductor de Zaid, menciona de él en una ficha biográfica que es ingeniero de profesión y director de una compañía que compila listas de maquinaria industrial y proveedores alrededor del mundo. De Monterrey hacia el norte, al parecer, no hace falta impudor para incluir este dato en la biografía de un poeta.
PARÉNTESIS REGIOMONTANO
Habiendo caído en esa nueva trampa de la curiosidad que consiste en teclear un nombre propio en un buscador de Internet para ver qué arroja, me encontré, entre las pocas páginas que hablan de Gabriel Zaid, el reproche de que frecuentemente se recicla, que toma un artículo y lo pone aquí y allá y en donde se pueda. Si hiciera falta una respuesta, habría que decir, jugando de nuevo con el estereotipo, que la cuna pesa. ¿Y acaso los que fueron acunados bajo el Cerro de la Silla no se distinguen por sacarle mucho jugo a los recursos? Jugando también con la sentencia de Gracián, se puede decir: si lo bueno y breve se publica dos veces, ¡qué bueno!
Y ya que estamos en el asunto de la cuna, señalemos de una vez la franqueza de Zaid. Dicen que la gente del norte es muy directa; muy bruta, dicen también. Y Zaid no niega la cruz de su parroquia. El mejor ejemplo es su breve nota a Yuria, de Jaime Sabines, recogida en Leer poesía. En dos párrafos de longitud, Zaid rescata un poema («¡Qué costumbre tan salvaje ésta de enterrar a los muertos!») y ofrece dos balances brutos: una caracterización de Sabines poeta y un juicio sumario sobre su obra.
La caracterización es exacta: «Sabines tiene una poderosa capacidad para sentir cosas que nadie había sentido, para dejarse llevar por emociones primitivas y primigenias que sólo oscuramente daban rostro, hasta que este bárbaro tuvo la fatalidad de ir a dar precisamente a la boca del lobo, de luchar contra las fauces de sombras devoradoras, de ver su muerte cara a cara y mostrárnosla. Lo mejor de Sabines tiene siempre algo de lucha bárbara con Dios».
El juicio sumario recuerda la misteriosa reacción que Virginia Woolf adjudica al lector cuando se topa con una gran novela: ¡Pero si esto es lo que siempre he sentido, lo que desde antes sabía! Zaid nos ofrece lo que cualquier buen lector de poesía sabía con anticipación, sin atreverse a decirlo o sin poder quizá formularlo: «El libro es desigual como todo lo de Sabines. Hay algunos poemas de una inocencia infame, por ejemplo el que empieza: “Cantemos al dinero”. ¿Qué importa? Se pueden tirar cuatro quintas partes de la obra de Sabines y el resto sería aún (y quizá más) imponente».
Hay muchos ejemplos de este regiomontano a quien los nombres no asustan al momento de hacer crítica. También en Leer poesía, Zaid descalifica, por postizo, un poema de Villaurrutia; lamenta un libro fallido de Bonifaz Nuño, y saca el aguijón para decir sobre «Cada cosa es Babel», de Lizalde, que «desde que Gorostiza puso su pica en Flandes, es más o menos inevitable la tentación del gran-poema-visión-del-mundo». En Cómo leer en bicicleta Zaid opina que en el libro Corriente alterna, de Octavio Paz, no hay corriente.
LA CONEXIÓN REYES
Pero retomemos el hilo que estábamos enhebrando: la unificación que hace y dice Zaid de la poesía y la práctica. No es casualidad que otro poeta regiomontano, también gran ensayista, aunque mucho más abundante en páginas que Zaid, haya escrito: «Hay quienes dicen que los poetas son ineptos para la acción; hay quienes creen que los niños no sufren; hay también quienes aseguran que el hombre es sencillo. Caben todas estas especies en el mismo género de error».
Si reparamos en el binomio Zaid-Reyes, los hilos se cruzan en varios puntos. Editado por Joaquín Mortiz en 1972, Leer poesía abre con un texto sobre Alfonso Reyes. En una sola página Zaid da con una intuición atinadísima, de esas, otra vez, que un lector de la poesía de Reyes tendría en la punta de la lengua sin poderla quizás expresar: hay algo que buscamos en la poesía y que en los poemas de Reyes no se da. «Tienen encanto, pero no fascinación», dice Zaid. Podemos leer muchas páginas consecutivas de sus poemas sin que nuestra atención se enganche en ninguno. «Se leen como agua. ¿Su contenido alcohólico es muy bajo?»
Zaid no sólo responde con gracia esta pregunta (deliciosa en su metáfora etílica), con el pretexto de hablar de los poemas de Reyes, nos enseña algo sobre nuestro modo de leer poesía: «nuestra orientación hacia lo intenso y lo fascinante no aprecia fácilmente una voz natural, como la de Reyes». Esta orientación nos veda el disfrute de muchos poemas; nos vuelve un poco toscos y limita nuestra capacidad de degustar matices de más delicada vibración; nos aleja de los tonos menores, a los que aludía el mismo Reyes al advertir que quien sólo canta en do de pecho no sabe cantar.
Sigamos con los poemas de Reyes para engarzar con uno de los rasgos más sobresalientes del pensamiento de Zaid. Buscamos algo en ellos dice en la citada nota de Leer poesía, algo que no encontramos. «Después andamos en la calle, libres, sueltos, a la medida de las cosas, sin saber a qué agradecerle ese andar en el día como en nuestro elemento, y nos acordamos de haber leído largamente a Reyes».
Comparemos ahora este párrafo con las palabras finales del primer ensayo de Los demasiados libros: «¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales».
Y es que, para Zaid, ni hacemos poesía por la poesía misma, ni hacemos industria por la industria misma: lo hacemos todo por la vida. Por eso se fija especialmente en el epígrafe que Reyes escogió para su Trayectoria de Goethe: «¡Acuérdate de vivir!». La frase va para el poeta cuya vida no se ensancha a través de la poesía, tanto como para el industrial que se olvida de vivir por estar volcado en la fabricación. El poeta y el industrial, ambos hacedores, ambos concentrados en su propia poiesis, en su producción, pueden fallar en lo más fundamental: hacer vida. «La cuestión de la vida dice Zaides más importante que la cuestión de los versos, los negocios, la política, la ciencia o la filosofía».
Antes de toparme con los textos de Gabriel Zaid, yo me inclinaba si es que la disyuntiva todavía existe o tiene algún sentido hacia la consigna del arte por el arte. Lo demás era contaminación. Luego entendí que «el arte por el arte», además de afirmación de la libertad creativa, es una respuesta a la instrumentalización del arte, su contrapeso, igual que el «arte comprometido» es contrapeso del extremo esteticista. Leyendo a Zaid me ha parecido encontrar la síntesis: ni el arte por el arte, ni el arte por la política. Todo por la vida.
«El sentido práctico se ejerce con la totalidad del ser», resume Zaid. Por el sentido práctico acertamos o erramos en nuestro hacer poético, ético, familiar, profesional y político. Con el mismo sentido práctico el contador es buen contador de dineros y de sílabas. Y buen organizador de su alma, de su familia y de su comunidad.
Claro que esto no garantiza que los versos del auxiliar contable tengan la belleza de los de Pellicer, del mismo modo que la destreza poética del tabasqueño no quita que haya sido un «desastre editorial». Lo grave sería que el poeta malogre su propia vida (mal poeta sería, en el sentido zaidiano de la palabra), o que el contador no descubra el sentido poético, es decir creador, de su vida (poco práctico sería, también en las coordenadas de Zaid).
UNA AMBICIÓN DE TOTALIDAD
No hay por qué aferrarse al retrato romántico del poeta que fracasa rotundamente en la vida (porque el mundo no lo comprende, no vuela a su altura de albatros), como si su incapacidad para ser feliz fuera condición de su genio. «Lo que hace creador a un hombre no es vivir perseguido por la desgracia. Si así fuera, una gran parte de la población consistiría de genios desnutridos».
Un silogismo inválido: hay en la biografía de muchos genios una predisposición al fracaso existencial; mi vida es un lamentable fracaso existencial; luego soy un genio. O quizá peor: tengo talento artístico; más me vale apurarme a tirar mi vida por la borda, no vaya a ser que no se den cuenta de mi genio.
Otro silogismo que resulta de leer mal las biografías: los artistas somos incapaces para la vida práctica; yo soy un artista; luego me están vedadas la solvencia económica y la mecánica popular. Estas imposturas, dice Zaid, ya no nos quedan. «¿Hay alguna razón para que un poeta lo sea menos si practica seriamente algún deporte, sabe llegar puntualmente a una cita o administrar un presupuesto?»
Hay también una lógica sin fundamento del otro fracaso, el que se fragua a pesar del olfato financiero: soy un hombre de negocios muy exitoso; luego soy incapaz no sólo para la belleza, sino para la vida personal.
El sentido artístico, como el sentido para los negocios, es eminentemente sentido práctico. Lo necio sería que el poeta se niegue a aplicar su talento a la hoja en blanco de la vida, al arte de vivir. Lo necio sería que al hombre de negocios no le cuadren las cuentas de su propia existencia. Sin duda el arte de vivir es más difícil de dominar que el de escribir, pintar o componer, más difícil que el de hacer dinero, pero su obra es la más noble de todas: la vida lograda. El fetichismo del arte no difiere mucho del fetichismo del dinero.
Gabriel Zaid quiere mezclar el sexto sentido del artista con el sexto sentido del hombre de negocios. Ambos sentidos son poéticos (producen un objeto y hacen más habitable el mundo) pero parciales. Zaid acaricia «la ambición de una poesía total». Su conciliación de poesía y práctica tiene un principal objetivo: «la conquista creadora de ese desierto inhabitable y oprimente del mundo cotidiano».
UNA FILOSOFÍA DE LAS CADERAS
Algo quimérico inalcanzable en su totalidad hay en la ambición de Zaid, en esta conciliación entre poesía y práctica. Quimérico como el deseo surrealista de hacer de la vida poesía. La prosa diaria puede ser poética; la cotidianeidad prosaica no es prosaica cuando es creadora. Vivir así sería el paraíso, pero sólo lo conseguimos por momentos. La ecuación no es perfecta. Buscamos hacer poético, creador, el día a día, y a veces lo conseguimos, pero con frecuencia perdemos el paso. Como bailarines no somos, ni de lejos, impecables.
La mejor encarnación y el mejor símbolo de esos momentos de unidad es precisamente el baile, donde para lograr lo más inútil se necesitan dotes prácticas, donde se tocan el cuerpo y el espíritu y pierden por un rato sus fronteras, donde pensamiento y movimiento se confunden:
¿Dónde está el alma?
Tus mejillas anidan pensativas.
¿Dónde está el alma?
Tus manos ponen atención.
¿Dónde está el alma?
Tus caderas opinan
Y cambian de opinión.
Bárbara, celárent, dárii, ferio.
Tus pies hacen discursos de emoción.
Todo tu cuerpo, brisa de inteligencia,
De cuerpo a cuerpo, roza la discusión.
La consciencia se ha fundido, se ha diluido por todo el cuerpo. Pero no está muerta, no ha sido anulada: está más viva que nunca, puesto que baila. Se puede hacer una analogía entre la conciliación de poesía y práctica que distingue a Zaid, y su poema Danzón transfigurado: cuando pensamiento y movimiento sean inseparables, todo será baile; el tiempo será música cuando la actividad vital no esté separada en poesía y práctica.
Cristo se transfigura cuando se presenta en el monte Tabor con toda su gloria: en toda su corporeidad resplandeciente, divina. No se distingue el resplandor de su alma del resplandor de su cuerpo. Ausencia de dualidad. Es un instante del paraíso, y por eso Pedro sugiere hacer tres chozas y quedarse a vivir allí. En el Danzón transfigurado de Zaid tampoco hay dualidad: el cuerpo es brisa de inteligencia y los pies hacen silogismos de emoción. Lo corpóreo se aligera hasta tener la transparencia de un pensamiento, mientras que el alma se espesa y se nos vuelve cuerpo: el alma es mejillas, pechos, brazos. Un movimiento de caderas es toda la filosofía que hay. Es filosofar. ¡Ah, si este danzón no terminara nunca!
Tal plenitud, la prefigurada por un baile ininterrumpido, es inalcanzable por ahora. Está en el futuro. Y por eso el poema abre con algo así como una promesa: «Alguna vez/ alguna vez/ seremos cuerpo hasta los pies». Todo será cuerpo. No es la muerte del espíritu, sino su encarnación total: la conformidad de un ser dual en un solo principio, en una sola forma.
Alguna vez (alguna vez) toda la práctica, sin interrupción, será poética. Mientras tanto, lo que podemos hacer es bailar, musicalizar el tiempo: hacer de todo movimiento una danza, es decir, tratar de hallar, como Gabriel Zaid, «la poesía en la práctica».1
1 Zaid sugiere conciliar la poesía con la práctica. Otro pensador mexicano, Carlos Llano Cifuentes, ha propuesto una reunificación análoga. Ha sido un error separar, argumenta Llano, el mundo profesional (el de los negocios, la ciencia y la política) del Lebenswelt, el mundo de la vida corriente. Los valores que privan en las relaciones personales (amistad, solidaridad, compasión, tolerancia) deben volver a regir la vida de las organizaciones. Parafraseando a Zaid: No hay de un lado la vida profesional y del otro la vida personal. Un empresario que es un mal hombre es un mal empresario. El hincapié de Llano es ético: reinsertar la ética en el mundo de la empresa. El hincapié de Zaid es estético: redescubrir lo poético que tiene la práctica (y su contratuerca: lo práctico que tiene la poesía). Carlos Llano: filósofo y empresario. Gabriel Zaid: poeta y empresario. En ambos casos sería más acertado -para mostrar la unidad de sus quehaceres, para expresar que no se es alternativamente una cosa o la otra- sustituir la conjunción “y” por un guion o un neologismo.