El profesor universitario

Un conocido poeta escribió: «Quien no es feliz en su oficio, no es en él eminente». Referido a la labor del profesor universitario, el oficio viene a ser una ocupación profesional que, realizada con ciencia y técnica, talento y entusiasmo, logra dar a esa institución artificial que es la universidad, su máximo valor humano y cultural y su más firme contacto con la realidad.
Este oficio es lo que convierte o debe convertir a la universidad en taller luminoso de la cultura y en conciencia moral de la sociedad. Universidad entre cuyos objetivos están, según Víctor Savoy: la transmisión y discusión de los conocimientos más avanzados en todos los campos; investigación orientada hacia la incrementación de los conocimientos, sin abandonar la posibilidad de resultados prácticos e inmediatos; y preparar científica y técnicamente profesionales a nivel superior. O, dicho por Ortega y Gasset: enseñar a ser hombre culto; enseñar a ser buen profesional, y ser un centro de investigación .
Como todo oficio, el del profesor universitario es la respuesta a una llamada. Limitándonos al orden natural, se puede entender por vocación ese impulso interior que condiciona natural o culturalmente a un individuo hacia el ejercicio de determinada actividad laboral, en la que encuentra un alto grado de satisfacción personal.
Espíritu de servicio efectivo y satisfacción personal en ese servicio son, pues, las principales características de la vocación.

ENSEÑAR: INFLUIR EN LA PERSONA

De acuerdo a lo anterior, se llama profesor (del latín professus: part. pas. de profiteri: declarar públicamente), en general, a la persona que por vocación y libre elección se dedica profesionalmente a las tareas educativas; quien poseyendo los conocimientos necesarios tiene además la intención, la preparación pedagógica y el dominio técnico de la enseñanza formativa.
Es profesor quien, con voluntariedad profesional, influye en la vida espiritual de otros mediante la enseñanza, con el fin de ayudarlos a pasar de un estado a otro más perfecto. O «la persona que de modo profesional actúa sobre uno o varios individuos concretos con el propósito de elevarlos a una mayor perfección» . Dicho de otro modo: es el profesional que, «poseyendo el don natural o adquirido, preparación específica, autorización necesaria y la responsabilidad de la educación intencional y sistemática, se dedica a ella como medio de realización personal y subsistencia» . Siempre considerando que educar es, sobre todo, suscitar el máximo desarrollo del espíritu humano, porque la esencia del acto educativo consiste, más que en la realización de valores vitales, en la valorización de la vida, individual y socialmente considerada.
Ya en la práctica encontramos que entre los maestros, algunos tienen una personalidad más llena de cualidades, de valores profesionales y humanos, que les permiten ayudar, exigir y comprender más y mejor a los alumnos. Poseen mayor eficacia pedagógica, más educatividad. Son personalidades más atrayentes, más influyentes y, por lo mismo, educan más y mejor que otras.
Lo anterior ha suscitado, desde siempre, la controversia de si la aptitud educadora es innata o adquirida. Mucho se repite que el profesor, como el poeta, no se hace: nace. Sólo que, también en la práctica, cualquier ciudadano tiene el derecho de proclamarse poeta y no pasa nada, pero eso no lo autoriza a constituirse en profesor. No resulta muy sensato aceptar sin más la aspiración de Mirabeau: ¡Todo hombre tiene derecho a enseñar lo que sabe!… y menos cuando se apostilla: ¡incluso lo que no sabe!
Me parece innecesario ahondar en esta discusión. Baste recordar que un reclamo cultural (adquirido, ejercitado), actuando sobre una disposición natural (cualidad innata), son elementos necesarios para determinar la personalidad y la aptitud para cualquier ocupación. Para Burton: «Enseñar no es cosa fácil. No puede ser hecho con posibilidades de acierto por individuos indiferentes, mal informados y sin habilitación, portadores de una personalidad inexpresiva y de limitada experiencia vital. La enseñanza exige conocimientos amplios y perspicacia sutil, aptitudes definidas y una personalidad que se caracterice por su estabilidad, firmeza y dinamismo… La labor docente es una de las más complejas entre las actividades profesionales. En verdad, si ha de ser ejecutada con perfección, es, entre los trabajos humanos, uno de los más difíciles» .

LA AUTORIDAD DEL MAESTRO

Las características que exige el oficio docente son las de toda persona buena; sin olvidar que antes de ser maestro, se es hombre. El conocimiento del mundo por emergencia de esta naturaleza primera, se plasma en la sentencia de Terencio: «Soy hombre y nada humano me es ajeno».
No es, pues, el maestro, un ser ideal, sino real, con necesidades, aspiraciones y problemas. Esta condición humana explica que al profesor no se le pueda pedir que sea perfecto, pero sí que se esfuerce por vivir con dignidad, porque se educa, sobre todo, con el ejemplo. De este modo, la conducta digna del maestro (del latín magistrum: acus. de magister: de gran mérito entre los de su categoría) constituye su más positiva recomendación y fuente de prestigio y autoridad.
A la condición de ejemplaridad del maestro sigue, entonces, la de autoridad.
En nuestros días hay profesores que, partidarios de la democratización de la enseñanza, se niegan a hacer valer su autoridad o, más bien, no quieren hacer ostentación de ella, como si tener autoridad fuese un pecado pedagógico.
Pero al concientizar la responsabilidad de la intención educativa, la autoridad se convierte en una necesidad más allá de toda decisión caprichosa del profesor, exigiendo de él que sea fiel a la responsabilidad que le ha proporcionado la autoridad educativa. La autoridad del maestro es requisito exigido para que el alumno logre su autonomía. De este modo, en la medida en que el educador mismo se subordina a las exigencias de su responsabilidad educativa, en esa misma medida la representa y queda constituido en auténtica autoridad.
El maestro no tiene otra posibilidad que someterse a la exigencia de esta responsabilidad. Si lo logra o no, es cosa que no siempre está en su mano. La ética profesional no espera que el maestro sea perfecto, pero sí le exige que no olvide a qué se ha comprometido. Si se exige la perfección misma, se induce al educador a que haga una falsa ostentación de esa perfección y entonces nos estamos burlando de él… o él se está burlando de nosotros.
Porque comunica el saber y ayuda a asimilarlo, en no pocos casos los alumnos llegan a ver al profesor como guía seguro en la universidad, en la profesión y en la vida. Por eso el maestro necesita carácter, prestigio y autoridad. No usurpa la autoridad. Ésta emana de la influencia ejercida por su personalidad. La verdadera autoridad del profesor consiste, más bien, en el ascendiente, respeto y cariño de unos alumnos que ven cómo se entrega a su labor; que se sienten comprendidos; que nunca hiere y siempre anima; que sanciona sin ofender; que es justo, porque da a cada uno lo que le corresponde; que a su alrededor hay trabajo, aprendizaje, tranquilidad y buen humor. Esto sólo puede ser el reflejo fiel de una vida interior rica y armónica.

MOTIVOS PARA EDUCAR

Kerschensteiner, al tratar de responder a la pregunta: ¿cuáles son las motivaciones del oficio docente? señala, en primer lugar, la tendencia natural que hay en todo ser humano a cuidar de los demás, en especial, de las generaciones jóvenes. Si falta esta tendencia dice podemos inducir que se trata de alguna anomalía social o espiritual, condicionada por alguna situación especial. De esta tendencia de índole socio-cultural, surge la tendencia de ayuda recíproca, como autoridad, subordinación o simultáneamente ambas direcciones .
Estas motivaciones son de origen espiritual: la sociedad humana vive en el espíritu porque es, sobre todo, comunidad de ideas y de quereres. Sólo el espíritu sabe del amor a la verdad, al bien, a lo bello, a la comprensión del contenido del mundo, de la cultura y de la realidad trascendente. Este amor se convierte en voluntad educativa del espíritu; es decir, se convierte en amor, en su forma más pura. Amor que busca valorizar la vida del otro, el aumento infinito de su valor: su plenitud humana y sobrenatural.
De este modo, los instintos del cuidado por los demás, las experiencias originales y tendencias sociales, la voluntad de valor, el aumento infinito del valor del otro, más una personal estructura espiritual, basan el trabajo educativo en el que actúa toda la responsabilidad del profesor y donde ésta encuentra respuesta por parte del educando.
Cuando esta profunda motivación constituye la forma de vida de una persona, su motivo dominante, crea la personalidad del profesor. La obra que esta motivación realiza es el desarrollo de la sensibilidad axiológica y de la capacidad creadora de valores en el otro, desde dentro de él mismo. Esta motivación abarca al mismo tiempo el sentido y valor objetivo de la vida que la educación permite liberar .

LA MISIÓN DEL PROFESOR

Para Jaspers, al educador se le asigna la misión de suscitar y estimular al alumno para despertar en él la conciencia de su propia responsabilidad en la realización de sí mismo. El alumno debe llegar a hacerse cargo de su propia formación, con la ayuda de otros y por medio del uso adecuado de su libertad. Su tarea es pasar del «en sí», modo de existir irresponsable e impersonal, a «ser para sí», que sabe realizar con consciencia y libertad su propia personalidad . Desde este punto de vista, el oficio docente separa lo que el alumno es de lo que debiera ser. Capta y gusta el valor superior que su acto educativo, acompañando a la libertad del alumno, debe producir realmente, de manera objetiva y evaluable. El oficio docente es, pues, perfectivo (además de perfectible) y conforma una personalidad humanista y una conducta duradera de dedicación consciente a la elevación del hombre.
Y, al tratar de caracterizar la relación educativa entre profesor y alumno, Jaspers concluye que ésta tiene su propia misión, y debe intentar la armonía entre una relación técnica y una relación existencial, ya que participa de su doble exigencia, pero no debe confundirse con ellas.
En la relación educativa, la influencia del profesor produce realidades en el alumno y, al mismo tiempo, goza de lo producido como quien se ve poseído por el asombro.
«Vive señala Flitner la juventud varias veces. Puede poseer, a la vez, la alegría de la juventud, la esperanza del futuro, la experiencia de los años y la prudencia de la madurez. Sólo él puede percibir antes que nadie, en toda su fuerza, la luz del sol que mana de la juventud; vivir su dicha como un presente, del que tan pocas veces es consciente la misma juventud debido a una falsa perspectiva, y que el adulto vive solamente como algo pasado, desaparecido hace tiempo» .

FUNCIONES Y COMETIDOS DE LA ENSEÑANZA

Mucho se ha dicho acerca de las funciones típicas del profesor. Tratando de concretar, podemos decir que la verdadera tarea del profesor universitario, como tal, está en la clase. Es él quien enseña y quien, de manera metódica, transmite los valores de la cultura a los jóvenes universitarios.
Según García Hoz , el maestro tiene dos cometidos esenciales: 1) convive con sus alumnos y los forma; 2) instruye a sus alumnos.
Al primer cometido corresponde:
a) Capacidad para conocer de un modo práctico (natural) y científico a sus alumnos.
b) Paciencia, amor y alegría: cualidades muy necesarias, pues su carencia ocasiona múltiples incomodidades al maestro y a los demás.
c) Ecuanimidad: incluye imparcialidad con los alumnos, dentro y fuera de la clase.
Al segundo cometido corresponde:
a) Cualidad intelectual: no es que precise una inteligencia brillante, pero sí un mínimo de orden y claridad mental para dominar los contenidos científicos del nivel respectivo de enseñanza, así como las relaciones que existen entre los diferentes campos del saber humano.
b) Capacidad para el planeamiento y programación del trabajo del curso, mensual, semanal y diario: esto lleva consigo una labor constante de estudio y puesta al día, lo mismo en contenidos que en técnicas de trabajo.
c) Capacidad pedagógica específica: que sepa llegar con su palabra o sugerencia a la mente de los alumnos, adaptándose a sus modos de comprender. Este ponerse a la altura del educando, es la capacidad didáctico-expresiva, privilegio del verdadero maestro.
El que quiere enseñar de manera conveniente debe conocer perfectamente la materia del programa y ser capaz de comunicarla con claridad y orden. Debe poseer una amplia y sólida cultura general, ya que su saber debe ser más extenso que la materia que ha de enseñar. Así podrá descubrir lo importante, interesante, útil y accesible de su asignatura, y estará mejor capacitado para hacer resaltar el lugar que ocupa en el conjunto del plan de estudios y hacer las debidas correlaciones con la realidad existencial de los alumnos.
De este modo, el profesor podrá realizar las funciones que le son propias, según le sean encomendadas: tutoría, docencia, investigación, publicación, consultoría, administración, coordinación, dirección… Y su labor podrá incidir con las funciones propias de la institución universitaria, que son, según Nérici:
a) Función profesional. Mira a la formación profesional de nivel superior y fundamenta el cómo y el porqué de su actuación profesional.
b) Función creadora. Procura estimular la imaginación y el ingenio en el campo de las letras, artes y ciencias, teniendo en cuenta nuevas formas de expresión, comunicación y producción.
c) Función de investigación. Su finalidad es fomentar una actitud amigable para los cambios, teniendo como punto de mira que tanto la realidad humana como la realidad que la rodea sean mejor conocidas, a fin de que se adopten las providencias que exigen las nuevas necesidades de la vida social.
d) Función de aplicación. Aprovecha los resultados de la investigación, tendiendo a la promoción y confrontación de la producción humana en todas partes y sectores, para reflexionar sobre la misma.
e) Función social. Contempla las necesidades sociales de la comunidad y del país. La universidad debería indagar los fines y medios para la sociedad. Debe ser, así mismo, una escuela de la comunidad, ya que su deber consiste en atender las necesidades de la comunidad en la cual está ubicada. Así, la universidad, en sus estudios, debe partir de lo particular (problemas concretos de la comunidad), dirigirse a lo universal (estudio de los mismos problemas en otras partes y otros países con carácter general) y volver a lo particular (orientada ahora a proponer soluciones que remedien o atenúen las dificultades de la comunidad).
f) Función consultiva. Refuerza la función social, de manera que las autoridades legislativas y ejecutivas puedan consultar a la universidad cada vez que problemas de importancia aflijan a la comunidad.
g) Función internacional. Orientada al estudio objetivo y científico, y por lo mismo desapasionado, de los puntos de conflicto entre las naciones. Todo indica que la universidad podrá ser el lugar común, el campo neutral de estudio de las divergencias entre los grupos humanos.

CARÁCTER ÉTICO DEL QUEHACER EDUCATIVO

La educación, más que ser transmisión de valores, es valorización de la vida por medio de la cultura. El sentido de la cultura es el perfeccionamiento del hombre. Esto hace que el acto educativo sea un acto esencialmente ético. Por esto, cuando el profesor-educador se exige y exige a los alumnos, su exigencia tiene este sentido ético, y esa exigencia guarda proporción con lo que el profesor da.
De este modo, la actuación del profesor inspira confianza en la medida en que tiene confianza en sí mismo, en el poder de la educación y en la impronta perfectiva de la formación universitaria. En la medida en que estima la perfectibilidad de los alumnos y sabe actuar de modo que aun el menos brillante conserve el sentimiento de su propio valor, aunque sólo sea porque ha comprendido que debe mejorar su actitud, revisar sus criterios, elevar sus miras… o porque pronto vendrá la corrección del examen y entonces será llamado para recibir más ayuda, redoblar y reorientar sus esfuerzos.
«Este es dejó escrito don Carlos Cardona el carácter ético del quehacer educativo, éste es su fin, y es lo que compromete a la persona misma del educador, que ha de educar en la libertad y para la libertad, porque ha de educar personas, seres libres, para ayudarles a ejercitar su libertad, a realizar de modo pleno el acto propio de la libertad, que es el amor electivo, la dilección» .
El mismo autor, al señalar que el buen maestro no es aquél que transmite un mensaje, sino que todo él es un mensaje, nos recuerda que:
«El educador el testigo de la verdad, como dice Kierkegaard no debe hacerse admirar, sino que tiene que hacerse imitar. Ser admirado y ser imitado no son dos términos absolutamente excluyentes. De lo que se trata es de que la natural admiración ante lo bueno invite a la imitación. Esto se produce, en primer lugar, cuando el modelo no es frío, glacial, distante, falto de cordialidad o de humanidad en el trato. En realidad, para mí es realmente admirable aquel que me ofrece una imagen realmente imitable y que estimula…
»La primera condición, por tanto, es que el modelo sea cálido, cordial, humano, asequible. En segundo lugar con la prudencia que cada situación concreta exija, el modelo ha de mostrar, con sus propias dificultades, que la práctica del bien, que el ejercicio de la virtud, nos resulta ardua a todos, que hay que vencerse, que no siempre se logra. En este sentido, el que los educandos adviertan algún defecto en el educador no me parece negativo, aunque él deba procurar siempre dar buen ejemplo, pero jamás de modo artificioso, para tener realmente autoridad moral, necesaria para educar…
»Gracias a esta autoridad, el adolescente puede sentirse libre cuando se le exige que se sujete a las normas de conducta, de disciplina y a las obligaciones del trabajo académico. Recibe y entiende el sentido y la finalidad de estas normas y de esa disciplina. Se trata a alguien como a un ser libre cuando se le da a conocer el porqué del acto que se le pide. Una imposición inmotivada se convierte en un reto, en una invitación a la rebeldía. Aquí hay que recordar que la confianza, más que pedirla, hay que merecerla…
»Es necesario también hacer comprender que la disciplina es necesaria en cualquier colectividad. Y en un plano más concreto, ayudar a que el educando entienda la finalidad de las normas a las que debe sujetarse, de manera que ni de lejos parezcan arbitrariedad y abuso de poder» .
Ese carisma del profesor no puede desaparecer detrás de la función. Hay profesores que están animados sólo por el interés de la materia que enseñan. «Yo les llamaría dice Flitner los aristócratas. Se presentan como una figura dominante. Están delante de la clase pero no cerca de los alumnos. No se preocupan por las dificultades, reales o ficticias, o los intereses del alumno. Me refiero sigue diciendo al tipo del especialista o del profesor perfecto desde el punto de vista didáctico, que da bien su clase, pero no educa suficientemente porque se mantiene encerrado en su ciencia. Es sólo un funcionario meticuloso y concienzudo. Otros se interesan únicamente por los resultados de los exámenes, y no se preocupan por los objetivos que verdaderamente hay que esforzarse por alcanzar. Otros no buscan más que la satisfacción personal que produce el ejercicio de la autoridad» .

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter