Ni héroes ni villanos de bronce

A los niños se les debe enseñar una historia basada en valores patrióticos, donde, por fuerza, habrá claroscuros. El pequeño siempre se impacta por el bueno y el malo, el policía y el ladrón, el santo y el demonio, así que es natural que busque una explicación ética totalizadora de los seres, ya sea para condenarlos o para ensalzarlos.
Los padres debemos matizar estos radicalismos para hacerles comprender que la historia patria, más que por héroes y villanos, está formada por hombres con concepciones distintas y contradictorias. Ello puede llevarlos a entender el pluralismo de ideas y una visión más tolerante de la vida y de ellos mismos.
La historia puede contemplarse desde muchos aspectos y en distintas edades. La llamada historia de bronce, ésa que exalta al héroe, destaca sus virtudes y sirve de modelo, es necesaria y conveniente no sólo para fines políticos, como podría pensarse, sino también sirve para fortalecer las culturas; además, es magnífico vehículo de afianzamiento de valores nacionales. Claro, sin los excesos que puedan llevar a los ultranacionalismos, esas visiones estrechas de la historia del hombre que el siglo XX ha demostrado pueden terminar en verdaderos cataclismos.
Una historia patriotera basada en buenos y malos puede inculcarles a los niños la idea de que sólo triunfan los que adoptan una posición radical, y no es así; los seres humanos nos movemos muchas veces en la ambigüedad, en la incomprensión, entre defectos y virtudes, y los héroes desempeñan un papel muy humano, con una fuerte capacidad de decisión o un gran valor que los hace superiores a los demás.
Un profesor universitario ¾ Eduardo Blanquel¾ decía que prefería a los hombres de carne y hueso que a los de bronce situados arriba de su pedestal, él los prefería abajo del nicho pgorque así le ayudaban a transitar en la vida cotidiana. Ésta es una concepción de la historia más humana, la que podemos manejar los padres con los hijos, claro, destacando siempre los aspectos anecdóticos, simbólicos, epopéyicos, con que la historiografía romántica rodea al héroe y que tanto ayudan a despertar la imaginación infantil sedienta de modelos.

Nuestra historia se está reconstruyendo

Un segundo objetivo debería ser enseñar el matriotismo. Tanto el conocido historiador Luis González como otros autores, han establecido su significado: ese amor filial que debemos tener a las pequeñas localidades («matrias»), a las regiones. La patria es el conjunto de matrias, para entender a la patria hay que abundar en el estudio de las pequeñas matrias; de los pueblos. En la provincia se comprende esto con facilidad, pero también se debe apreciar en las grandes ciudades.
Nuestro reto como padres es enseñar una historia más plural, más compleja, que parta del estudio de las diversas matrias.
En México ha imperado un exceso de patriotismo muy maniqueísta y totalizador, definitivo, como si la historia ya estuviera hecha y no se pudiera reconstruir; sin embargo, la moderna investigación arroja, y seguramente lo seguirá haciendo, muchos datos e interpretaciones que modifican visiones que teníamos de personajes o sucesos. Cosas que entendíamos como partes de la historia patria hoy ya no convencen y nos golpean como boomerang, porque en el pasado construimos una historia demasiado radical, comprometida sobre todo con instituciones políticas.
Muestra de esas ideas ya no válidas, serían por ejemplo, las historias construidas en contra de la Iglesia, en favor de los campesinos pobres, contra los norteamericanos, adversa a Iturbide, el consumador de la Independencia, y contra los conservadores que pensaron en una opción monárquica para México. Algunas de estas interpretaciones están siendo revisadas, el nuevo esquema político del Estado se inclina a una colaboración más estrecha con los norteamericanos; entonces… ya no son tan malos como hace décadas. El artículo 27 constitucional estuvo equivocado, erróneo, no produjo la gran riqueza del campo y entonces hay que desmantelar el discurso agrarista de 60 años de Revolución… y ahora resulta que Iglesia y Estado pueden convivir perfectamente y que también los clérigos pueden ser reconocidos como fundadores de esta nacionalidad, partícipes de nuestra cultura y de los valores patrióticos…
Ni héroes ni villanos de bronce
Esta visión amplia, más comprensiva y plural, choca de lleno con la historiografía oficial tradicional. Un ejemplo es el caso de Hidalgo, personaje que el Estado expropió a la Iglesia, lo manipuló para entregarnos a cambio la imagen de un sacerdote medio volteriano, liberal, disoluto y amancebado… La moderna historiografía comprueba que era bastante ortodoxo en su pensamiento doctrinal, comprometido con su parroquia y su ministerio, y no se ha probado que tuviera hijos, ni siquiera que hubiese leído las obras prohibidas en esa época.
La actitud de la historia oficial era lógica; a un Estado laico y liberal, le chocaba tener como padre de la patria a un cura; lo mejor era presentarlo como disoluto y liberal. La Iglesia, por su parte, se dejó expropiar la figura del héroe cura porque condenó al conductor de una revolución sangrienta. En 1921, el gobierno sacó los restos de Hidalgo y de Morelos de la catedral de México y los colocó en la Columna de la Independencia; a Iturbide lo dejó allí como diciendo: él es malo, el clerical; en cambio, Morelos e Hidalgo, son héroes de una patria secularizada, laica. Esto es completamente falso.
Otro ejemplo: festejamos siempre el 16 de septiembre, ¡qué bueno!, «el grito» es algo emotivo, formativo y patriótico, pero también se debe justa mención al 27 de septiembre, día en que Iturbide consumó nuestra Independencia. El hecho de que ni siquiera se considere este reconocimiento revela hasta donde puede llegar una historia manejada desde el poder.
Estas incomprensiones deben ser superadas por las escuelas y por los padres. La moderna historiografía tendrá que permear los libros de texto y ser la plataforma sobre la que los padres eduquemos a nuestros hijos; debe ser más justa, incluir a todos los que participaron en la construcción de nuestra nacionalidad, rescatar a todas las figuras interesantes de uno u otro bando, no sólo a los «conservadores» ni sólo a los «liberales».
Un ejemplo que a mucha gente llama la atención, es Maximiliano, que muere fusilado gritando «¡Viva México!». ¿Cómo es que un príncipe extranjero muere así? Podríamos decir que se bautizó como mexicano en ese momento y que murió como mexicano. Sin embargo, la historia oficial lo condena absolutamente.
Patria, heroísmo, lealtad… pero sin fanatismos
En la etapa de formación infantil es muy conveniente que palabras como patria, nación heroísmo, verdad, justicia, valor, lealtad, lucha, se fomenten en los niños, sin llegar al fanatismo. La historia es muy rica en valores, es muy apasionante e imaginativa. Tiene de cuento, fantasía, leyenda, verdad… por lo mismo cumple muchos papeles.
A los niños les entra por los oídos y cada vez más por los ojos con los audiovisuales o los multimedia. Creo que los padres debemos esforzarnos por adquirir los videos o juegos que mejoren sus conocimientos históricos. Lo que más recomendaría, como historiador, es que los padres que puedan, viajen con sus hijos, los lleven a Dolores, a Querétaro, a Teotihuacán, al Palacio Nacional, al Castillo de Chapultepec… Cuando un niño va con sus padres a estos lugares es muy difícil que se le borre la doble experiencia de conocer un lugar histórico y vivir momentos gratos con sus padres. Si no tienen recursos para viajar, siempre está la opción de los museos de historia que también ayudan mucho.
Hay que reconocer y apoyar ideas acertadas como la que lanzó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), que creó el «Pasaporte infantil» para entrar a los museos; a los niños les sellaban cada visita a los doce museos del pasaporte, y al final les daban un premio. Ojalá hubiera muchas iniciativas como ésta.
Textos de historia: por fuerza polémicos
Siempre he dicho que, como historiador, envidio mucho a los maestros de primaria, porque lo que enseñan a sus alumnos se les graba a fuego, para toda la vida. Son formadores de conciencias y de «verdades», pero muchas veces con esquemas absolutos, totalizadores y falsos que es muy difícil desmantelar posteriormente. Si ellos enseñaron que Iturbide o que Juárez eran traidores, los niños se quedan con esa idea a pesar de lo que sea.
Los textos de historia siempre serán polémicos, es lógico, porque hay muchas concepciones de la historia, lo absurdo es que haya un texto único; debe ser gratuito, sí, pero no único. El Estado impone en ellos una historia obligatoria y única que todos tenemos que digerir y aprender, cuando la historia es algo tan rico en facetas e interpretaciones. Debemos, por el contrario, aprender a ser más plurales.
Los textos que se aprobaron hace años contemplaban esta visión más plural, pero provocaron una fuerte reacción del gremio magisterial. Es lógico, el sindicato de los maestros es el más grande y politizado de América Latina, la mayoría de sus miembros tienen una visión maniquea de la historia; de repente les ofrecen una versión menos dogmática y saltaron. Muchos seudointelectuales con intereses políticos ideológicos no supieron aguantar la presencia de una nueva mirada. Y es que nuestra visión de la historia por lo general es primitiva, infantil y poco informada, tenemos una versión, la aceptamos, y no recurrimos a las fuentes ni a la crítica para saber si es cierta o no, simplemente nos afianzamos en ella.
Debemos enseñar la historia a los niños sin ningún maniqueísmo ni arrebato patriótico, pero sí con patriotismo; hablar de todos los que colaboraron a la formación de nuestra nacionalidad, como ocurre en Francia o Inglaterra, donde todos ocupan un lugar, los de una facción y los de la contraria; aceptar que todos pertenecen a nuestro bagaje cultural y que todos forjaron nuestra historia.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter