Las memorias autobiográficas de Juan José Arreola Zúñiga, publicadas hace pocos años a través de la pluma de Fernando del Paso, en Memoria y olvido, dieron una luz nueva, salpicada de anécdotas, sobre el casi octogenario escritor mexicano. Nació en Zapotlán el Grande, Jalisco (cuna del también célebre José Clemente Orozco), en septiembre de 1918, en el seno de una familia numerosa: el cuarto de catorce hermanos. Recibió, al igual que el resto de infantes de su generación en dicho pueblo, una educación católica, pero sus convicciones cambiaron con el tiempo y no duda luego en afirmar «soy un socialista utópico», o en referirse a la impronta que le dejara «ese mundo de izquierda tan vago». Leyó y se empapó también de Freud, interesándose vivamente por el psicoanálisis, ideología que golpeó en él su imagen acerca de la mujer, pues todo hay que decirlo la presenta como elemento conflictivo, dibujada exclusivamente en relación con el hombre, con quien padece un «desencuentro» crónico. Se percibe en sus escritos cierta tónica de erotismo, además del mosaico ideológico que ha asimilado a lo largo de una existencia longeva.
La estrechez económica se dejó sentir en su hogar, pero cuando Juan José resintió más las carencias fue al buscar una vida independiente fuera de Zapotlán, al abrirse paso entre consagrados artistas de la palabra, o al emprender los múltiples viajes que han jalonado su existencia. En especial guarda el imborrable recuerdo de su primera estancia en París, recién terminada la segunda guerra mundial; una Ciudad Luz depauperada, desprovista de casi todo. Pobre en lo material, sí que lo fue, pero también generoso, virtud que sus discípulos no se cansan en destacar dentro de la personalidad del maestro Arreola: afirman que no medía recursos ni tiempo cuando se trataba de enseñar a otro.
Belleza formal
En la niñez de Juan José abundaron los libros y los cuentos, de los que supo sacar provecho y se volvió lector infatigable; de allí, al menos en parte, mana el nivel cultural tan alto que lo distingue, y la fama de autodidacta que impera en los textos que hablan de él. Es de justicia incluir al maestro Arreola Zúñiga entre los escritores vanguardistas de la narrativa latinoamericana, principalmente como cuentista; se considera la década de los años cuarenta el arranque de una profunda renovación en el cuento, cuyos protagonistas más destacados son, junto con Arreola, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, Juan Rulfo…
Juan José aprovecha refranes y dichos populares, canciones, la conversación con gente del campo, la serie de oficios y empleos en que gastó muchos años de su vida, su afición teatral, y un largo etcétera, para incrustarlos en la palabra y convertir esas experiencias en obras literarias que así es su estilo tienen todas una exquisita depuración del lenguaje; «toda belleza es formal», dice él.
Su primer libro de cuentos, Varia invención, data de 1949 y colecciona dieciocho relatos donde el ambiente cosmopolita y la ironía hacen su aparición. Confabulario, de 1952, abarca veinte cuentos bien trabajados, con el tono humorístico-satírico que será característica permanente; se trata de la obra maestra de Arreola, según opinión generalizada. Quizá los cuentos más conocidos de Confabulario sean El guardagujas, que aborda la problemática de los ferrocarriles mexicanos, o Baby H. P., sobre el aprovechamiento de la energía humana. En El guardagujas se lee:
«Pero el tren que pasa por T, ¿ya se encuentra en servicio?
«Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea».
En Bestiario (1958) encontramos dieciocho textos que dan una visión de lo humano tomando como pretexto al animal. Prosodia (de principios de los sesenta), es un grupo de 29 prosas breves donde los límites del cuento y el ensayo se entrecruzan; es una mezcla valiosa, difícil de conseguir. En la década siguiente (1971) entrega al público Palindroma, compuesta por 16 obras en prosa, de tono satírico.
Cabe mencionar que Arreola incursionó también en la poesía, cuidando en exceso el rigor estilístico; sin embargo, no es lo más representativo de su producción literaria. Recita así una estrofa tomada de Sonetos (1941): «Pasajera fugaz de un claro día/ como la nube que deshace el viento;/ vuelta hacia mí, me pareció un momento/ que la vida en tus labios sonreía». Respecto a la novela, publicó una en 1963, titulada La feria, con su peculiar enfoque de la sociedad mexicana. Nueve años antes había editado una comedia, La hora de todos, que en 1955 recibió el premio principal en el Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. Además de lo ya citado en teatro, el escritor zapotlense ha sido galardonado con los Premios Jalisco, Xavier Villaurrutia, y Nacional de Letras, por mencionar los de mayor renombre.
Talleres artesanales
Pero en Juan José la consagración como artesano de la prosa escrita es sólo una parte importante sin duda de la huella que lega a la posteridad; la enseñanza es el otro elemento. Hoy en día son abundantes los talleres literarios, que guían a personas de edad y condición diversa, enseñándoles a escribir un cuento, a hilar una novela, a versificar, mediante el trabajo individual primero, después la lectura en público, luego el análisis crítico de los demás integrantes del taller y, como resultado lógico, el pulimento del escrito.
Pues bien, el proceso indicado adquiere forma en los años cincuenta, inicio oficial de estos talleres de literatura, pero en la década anterior, a raíz de la fundación de la revista Pan, en Guadalajara, junto con Juan Rulfo y otros, Arreola daba ya los primeros pasos de los talleres que servirían en adelante a millares de mexicanos. Pionero de tal tipo de enseñanza, el maestro Juan José llegó más lejos, reuniendo en su propia casa a jóvenes promesas de la creación artística. Escritores de renombre actual, como Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska o José Agustín, reconocen la influencia, apoyo incondicional y supervisión de quien llaman «maestro Arreola», en los tiempos de su despegue literario. Sobra decir que un mérito del maestro ha sido su olfato para descubrir talentos. Al buscar ofrecer al lector un concentrado de cuanto había escrito Juan José hasta ese momento, algunas ediciones abarcaron textos de distintas épocas de Arreola, inclusive modificando títulos. Aunque ya su edad es avanzada, pueden llegarnos todavía sorpresas artísticas del maestro. Borges acuña así el vocablo maestro: «es quien enseña con el ejemplo una manera de tratar con las cosas…».