Tres propuestas sobre el oficio de vivir

Tres intelectuales: Handy, Marías y Frankl, ofrecen un abanico de reflexiones sobre los puntos cardinales en la aventura de existir.
Las cosas importantes de la vida no parece que sean ignoradas por la mayoría de las personas. Sí puede ocurrir que el pensamiento sobre ellas no se explicite con frecuencia o que no se utilicen modelos formales al respecto. Únicamente con la intención de conseguir una cierta panorámica puede resultar de interés contemplar las propuestas que han realizado algunas personas de cierto calado intelectual como son Charles Handy (profesor y asesor británico), Julián Marías (filósofo español) y Viktor Frankl (psiquiatra austríaco).
Estos tres autores, pertenecientes a escuelas de pensamiento y religiones diferentes, ofrecen un abanico que manifiesta los asuntos clave de la vida. Ciertamente, es posible encontrar otras maneras de pensar, con valores y enfoques que en cada caso habrá de considerar y ver si aportan algo humano con perspectiva de altura.
La sociedad de la información presenta ideas y sugerencias para vivir; esto exige capacidad de discernimiento a grandes dosis, sobre todo porque con frecuencia se reciben mensajes puntuales, sin el contexto y sin la calma suficiente para permitir observar el mensaje completo y sus consecuencias a plazo.

Charles Handy: dar sentido al futuro

El punto de partida del autor es que el mundo será un lugar lleno de confusión en las próximas décadas dado el ritmo de los cambios y la discontinuidad de los mismos; por ello se necesita toda la ayuda posible para reconocer el lugar de cada uno. El hombre no es un medio para un fin sino que es un fin en sí mismo. Para encontrar el significado de la vida propone apoyarse en tres sentidos:
1. Sentido de continuidad. Hay que poseer un sentido de la historia y del futuro; mirar hacia atrás y hacia delante; reconocerse en los antepasados y tener sentido de continuidad; es la manera de edificar catedrales, de que supervivan las empresas familiares, de respetar a las generaciones venideras. Sin un sentido de continuidad, no tiene objeto sacrificar nada del presente en aras del futuro.
2. Sentido de conexión. No estamos hechos para estar solos; necesitamos pertenecer a algo o a alguien. Sólo cuando existe un compromiso mutuo se encuentra a personas preparadas para negarse a sí mismas por el bien de otros; es preciso, pues, convivir con diversas comunidades, contar con una cartera de actividades comunitarias y evitar vivir en ghettos (amurallados en el trabajo, la vivienda o la ciudad). Luchar contra el individualismo y tratar de construir las propias relaciones con los extraños. La tecnología, por su parte, no debe servir para aislarse sino para unir y tratar de desarrollar el orgullo cívico de las personas.
3. Sentido de dirección. Si no se es una máquina o un accidente fortuito en la cadena evolutiva, se precisa contar con un sentido de dirección. Es necesario comprometerse con afanes y grandes causas y redimir, así, el tono egocéntrico de la tesis de Maslow, que encaja con buena parte de la experiencia pero que deja un sabor de boca un tanto amargo. Se requiere poseer una misión, atreverse con proyectos de futuro y entusiasmarse, en lugar de quejarse que el mundo no se dedica a hacernos felices.
Julián Marías: las cuentas consigo mismo
El ser humano procede de personas que han intervenido en la concepción, pero lo decisivo es que el resultado va más allá, no es un organismo semejante al de los padres sino alguien que difiere numéricamente de ellos, que no se puede reducir a sus progenitores, que es un tercero irreductible. Ese alguien es una innovación absoluta respecto a todo lo que había antes y respecto a las demás personas.
La conciencia de haber empezado descubre la contingencia, la forma radical de inseguridad: el hombre sabe que podría no haber nacido, y esto lo obliga a la vez a imaginar y proyectar su vida, y justificarla. El hombre es quien, una vez creado y puesto en la vida, se hace a sí mismo, proyectivamente, en la expectativa, el sueño y el conflicto. La vida mortal es el tiempo en que el hombre se elige a sí mismo no lo que es sino quién es, en que inventa y decide quién quiere ser.
A lo largo de su vida, el ser humano se construye y son sus experiencias radicales las que le confieren una sustantividad que, en alguna medida, son obra suya y determinan quién es. Son los asuntos más personales los que otorgan las mayores alegrías o tristezas, aquello de lo que depende la felicidad. ¿Cuáles son esas experiencias radicales? Julián Marías cita las siguientes:
1. Arriesgar la vida. Es jugarse la vida en un proyecto, ser valiente y no desertar de la persona que se es.
2. La soledad. Es la retracción a la vida rigurosamente personal, que culmina en el ensimismamiento, el reconocimiento de la propia realidad, con sus limitaciones y con sus deseos y proyectos irrenunciables. Supone el tropiezo con los límites y el descubrimiento también de las posibilidades, aquello de que se sería capaz si uno se atreviera.
3. La adscripción forzosa a otra persona. La experiencia de la paternidad o maternidad, cuando se ven como personales, como el origen personal de otra persona irreductible, es uno de los momentos en que se toma posesión de uno mismo.
4. La adscripción irrenunciable a otra persona. Es el momento en que se reconoce y acepta libremente la forzosidad de la inclusión de otra persona en la que se es. La vida en adelante incluye a otra persona, sin la cual la propia carece de sentido, de plenitud y de posibilidad de felicidad.
5. La experiencia religiosa. Es sentirse bajo la mirada de Dios y en sus manos que no sólo nos deja libres sino que nos fuerza a ello, nos pone en libertad. En esta experiencia (empleada abusivamente, pues de Dios no se tiene «experiencia») se ve uno como persona.
Viktor Frankl: búsqueda de sentido
Para Frankl, el sentido de la existencia no radica en la autorrealización, pues el hombre no está para realizarse a sí mismo sino que, siempre que con relación al hombre se pueda hablar de autorrealización, ha de tenerse en cuenta que ésta ha de resultar per effectum, no per intentionem. Solamente en la medida en que uno se da, en que se expone y entrega al mundo a la tarea y exigencias que de él irradian sobre la propia vida, en la medida en que se preocupa de lo que pasa afuera y en las cosas, y no de uno mismo y de las propias necesidades, sólo en la medida en que se realiza una misión, se cumple con un deber, o se realiza un valor, en esa misma medida el hombre se realiza y consuma en sí mismo.
Hay que dejar de hacerse preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en uno mismo como un ser a quien la vida le inquiere continua e incesantemente. La contestación tiene que estar hecha no de palabras ni de meditación, sino de conducta y actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna a cada individuo. Dichas tareas, y consecuentemente, el significado de la vida difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado de la vida en términos generales. El hombre no inventa el sentido de su vida sino que lo descubre en cada situación; por esto no se puede dar un sentido a la vida de los demás y lo único que cabe es brindarles el ejemplo de lo que cada uno es.
La búsqueda de sentido es una tendencia innata del hombre a llevar una existencia lo más rica posible. Según Frankl, las pistas esenciales son:
1. El campo del trabajo. La realización de un quehacer o la creación de una obra, sea a través de la profesión o de otras actuaciones de colaboración o de mera distracción, es una de las rutas por las que el hombre puede ir llenando su existencia.
2. El campo del amor. La entrega a algo o a alguien, mediante el encuentro, la amistad o la vida familiar.
3. El campo de las actitudes. A través de la aceptación de la vida en sí misma, incluso cuando se es víctima indefensa de una situación desesperada, enfrentándose a un destino que no se puede cambiar, el hombre puede elevarse, crecer, y con ello cambiarse a sí mismo. Es la ruta del sufrimiento, la enfermedad, la desgracia; de ninguna manera el sufrimiento es imprescindible para encontrar sentido, pero éste es posible aun a pesar de aquél (esto es cierto para sufrimientos inevitables; si fueran evitables habría que eliminar las causas, pues sufrir innecesariamente es masoquismo y no heroísmo). El saber sobrellevar es lo que importa, el cómo se soporta el destino cuando ya no se le pueden tomar las riendas sino sólo conformarse con él. Cuando ya no existe posibilidad de obrar, entonces es preciso salirle al encuentro con dignidad.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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