¿Qué significa ser “hombre” o “mujer”? ¿En qué se diferencian los sexos entre sí? En la historia de la humanidad no se han dado siempre respuestas sensatas y constructivas a estas cuestiones. Últimamente es corriente ridiculizar al hombre. Otras veces (con bastante más frecuencia) se ha limitado a la mujer, a través de clichés, y se la ha humillado en la teoría y en la práctica. En verdad, cada sexo tiene los rasgos que le caracterizan: lo propio de cada uno ha sido pensado para complementarse con el otro.
Si un gran número de personas se aparta de las ideas tradicionales sobre el matrimonio y la familia, quiere decir que éstas se han vuelto demasiado estrictas. El hecho de que muchos estén descontentos con la vida familiar significa que en ella habrán de cambiar muchas cosas, pero ello no indica que la familia esté pasada de moda en sí misma.
No deben contrarrestarse los retos actuales con un espíritu burgués de miras estrechas, antes bien hace falta urgentemente una nueva orientación. Hemos de encontrar un modelo para la familia que integre la tendencia contemporánea a sentimientos profundos y veraces, y que posea a la vez una fuerza enderezadora, que no se deje capturar por la sombra, sino que levante la mirada hacia la luz.
COMUNIDAD DE AMANTES
La communio personarum -concepto de familia para Juan Pablo II- significa que, en el matrimonio, hombre y mujer son personas libres, autónomas y con igualdad de derechos. El ser humano no es absorbido completamente por ninguna asociación, ningún grupo y ninguna sociedad, ni siquiera por el matrimonio o la familia. Por eso es importante reconocer la necesidad de una sana distancia, incluso dentro del matrimonio. Un cónyuge no debe privar al otro de la posibilidad de desenvolverse y desarrollarse, de iniciativas, pensamientos y proyectos propios. Para alcanzar la unidad, debe permanecer la individualidad.
Según este concepto de persona, el hombre está orientado, en su misma esencia, hacia la relación. Particularmente significativo es que el ser humano exista en dos sexos. Por tanto, la sexualidad humana no es algo exclusivamente biológico: significa la disposición personal e integral hacia otra persona. La persona sólo llega a realizarse si es un don para el otro.
Communio se puede traducir como “comunidad de personas amantes”, y es la relación entre personas que alcanza más profundidad. La communio es siempre acción y reacción, llamada y respuesta al mismo tiempo. Es desinteresada en sí misma, es decir, no tiene más objetivo que la otra persona en cuanto que es tal.
ABOLIR ESQUEMAS
La familia como communio exige una responsabilidad compartida frente a todos los problemas que se presentan. Al principio esto concierne solamente a los padres, pero también a los hijos cuando se hacen mayores. La enojosa problemática relativa a la distribución de competencias -si la mujer debe trabajar en casa y el hombre fuera de ella, o al revés- parece, a este respecto, superficial y ociosa. Las perspectivas de nuestro tiempo consisten precisamente en la abolición de toda clase de esquemas. En el centro de la atención ya no están el hombre y la mujer, sino más bien “este hombre concreto” y “esta mujer concreta”. La situación de cada persona, matrimonio y familia, es compleja y, después de todo, única e irrepetible.
Hoy en día existen en la vida familiar menos asignaciones unilaterales de deberes que en tiempos anteriores. Así, por ejemplo, es muy laudable que el amo de casa haya obtenido una razón de ser al lado del ama de casa. Una razón puede ser el hecho de que hay mujeres para las que psicológicamente sería casi imposible no trabajar fuera de casa, a pesar de su deseo natural de tener una familia. Si estas mujeres están casadas con hombres a quienes gusta quedarse en casa, la solución del problema será fácil. Para los hijos, de todas maneras, es mejor tener una madre contenta con una profesión fuera del hogar que una madre que sea resignadamente ama de casa.
Pero si aquellas mujeres están casadas con hombres tan deseosos como ellas de participar activamente en la vida pública, tendrán que llegar a un compromiso. Lo que se logrará hoy en día con mayor facilidad, dadas las circunstancias laborales y la mayor flexibilidad en cuanto a las concepciones vitales.
Sin embargo, a pesar de toda la comprensión para las situaciones concretas, no parece que hoy la mayoría de las mujeres sean más felices en su profesión y más infelices en casa que la mayoría de los hombres. Por eso, el amo de casa seguramente seguirá siendo más bien una excepción. Además, la llamada inversión de papeles entre hombre y mujer nunca es realizada plenamente. Pues en la vida práctica hay tareas para ambos, padre y madre, que no son intercambiables, aunque sea indiscutible que cada uno tiene que encontrar su propia manera de ser padre o madre.
Las aptitudes para el trabajo del hogar, que de hecho existen en el hombre, se manifiestan sobre todo cuando surgen necesidades apremiantes. Por ejemplo, cuando un padre saca adelante a sus pequeños hijos él solo. En esa dolorosa situación saca fuerzas extraordinarias que le permiten atender sus tareas.
LO POSITIVO DE LOS NUEVOS TIEMPOS
Ahora bien, normalmente es la mujer la que percibe de manera más aguda, ama más los contactos sociales y manifiesta mayor sensibilidad en su modo de relacionarse con las realidades concretas. Su felicidad al crear un hogar y su interés por lo espiritual y lo personal no son simplemente frutos de la educación. Por eso, con frecuencia, no deseará en absoluto que su marido ocupe su puesto en el hogar.
Pero, en principio, se puede decir que la mujer actúa hoy en día con mayor frecuencia en campos que por tradición estaban reservados al sexo masculino, mientras que el hombre se atreve más y más a emprender tareas denominadas femeninas. (Hoy es casi natural que también los padres cambien los pañales a sus hijos). Esta nueva situación no debe ser observada con desconfianza, escepticismo o recelo; antes bien quisiera mostrar su balance positivo: significa, en la convivencia privada y también en la profesional, un gran alivio para el hombre y para la mujer; desaparece una gran dosis de hipocresía y doblez moral; se dan mejores posibilidades de conocerse y de demostrar comprensión mutua. Así, la nueva situación significa, bajo muchos puntos de vista, una ganancia para los interesados.
La aspiración de la mujer a trabajar fuera de casa comporta otra ventaja más: la mujer ya no depende de su esposo, ni en el aspecto económico, ni en el jurídico ni en el social. Algunos lamentan esta nueva situación porque ven en ello un peligro para la persistencia del matrimonio: si se facilita a la mujer hacerse independiente, dicen, entonces se romperá la comunidad conyugal a la menor dificultad. Pero para la communio vale todo lo contrario. Una de sus condiciones previas es justamente que ambos cónyuges sean libres y, en cierto modo, autónomos, y que se sepan unidos por el amor y no por la necesidad.
Además, el deseo de anular todas las convenciones ha dejado de constituir, a mi juicio, una meta tentadora. Hoy en día reconocemos más y más nuestra tarea de desarrollar soberanamente nuestras libertades; y reconocemos igualmente que hemos de descubrir de nuevo nuestra responsabilidad, también y especialmente en el matrimonio y la familia.
VIEJOS CLICHÉS MASCULINOS
Es evidente que ante todo los niños pequeños necesitan un hogar protegido y una persona de inalterable confianza, que les dé amor y seguridad. Por regla general, será la madre. Empero, esto no significa necesariamente que la mujer se ocupe exclusivamente del hogar y los hijos. Muchas mujeres desean, además, hacer algo diferente y no quieren experimentar por ello remordimientos de conciencia.
Ahora bien, si se esfuerzan por lograr una communio, el bien de la familia será también para estas mujeres el objetivo supremo. Y su trabajo fuera de casa podrá, efectivamente, redundar de muy diversas maneras en beneficio de la familia: en primer lugar porque esto facilita el diálogo abierto y la comprensión con el marido y los hijos.
Hoy en día no sólo se requieren madres que sepan llevar perfectamente la casa, sino ante todo madres que sean capaces de ser amigas; y si para ello las mujeres precisan de una cierta distancia respecto del hogar, esto bastaría para justificar plenamente el trabajo fuera de casa.
Pero también los hombres han de liberarse de los clichés pasados de moda. Así por ejemplo, los varones han considerado desde siempre el éxito como obligación, por ser un símbolo de masculinidad. Sin embargo, lo más importante para la familia no son ni el éxito profesional ni el aumento constante en los medios económicos. Mucho más decisivo es que el esposo tenga tiempo para sus hijos, que sepa sustraerse del estrés de nuestra sociedad competitiva. Para el hombre -tanto como para la mujer- será indispensable atender siempre de nuevo a la relación entre trabajo y tiempo libre, que no es simplemente el tiempo que sobra: el tiempo libre se deberá crear, pues nunca se encontrará por sí solo.
“A muchos padres ocupados por su profesión les es más fácil dar dinero que darse a sí mismos -observó un conferenciante suizo en un Congreso Internacional de la Familia en Bonn- . Y hoy, muchos padres sacrifican las familias a su propio éxito profesional. Un empresario prestigioso dijo una vez: He subido la escalera del éxito. Al llegar al último escalón me di cuenta que había apoyado la escalera en una pared equivocada”.
NO HAY SOLUCIONES HECHAS
De la misma manera que hoy en día ya no es monopolio del hombre ganar el sustento, no debe ser la mujer la única que lleve el peso de la responsabilidad en el hogar. Me refiero aquí a algo más que una ayuda ocasional en la cocina. Se trata de un acto interior de solidaridad por parte del esposo frente a la mujer. La disposición positiva de ambos cónyuges frente a la familia es más importante que una repartición externa de las tareas. Ambos pueden demostrar esta actitud individualmente y de modos muy diversos. Pero siempre debe quedar clara la voluntad de compartir -sea como sea- las preocupaciones del hogar.
Se habla poco de tantas cosas que hoy día pueden hacer juntos hombres y mujeres, hijos y padres, en comparación con lo que era posible hace pocos decenios. La diversidad de las circunstancias vitales ha originado variaciones completamente nuevas.
Actualmente, solemos vivir muchas cosas simultáneamente. Ya no conocemos definiciones unívocas de tareas “masculinas” y “femeninas”. Tampoco seguimos diferenciando con nitidez entre acciones reservadas exclusivamente a la juventud y otras permitidas solamente a los mayores de edad. Ya no existe casi ningún deporte ni ninguna moda reservada a los jóvenes, y ya sólo hay pocas preocupaciones que los padres no confíen a sus hijos adolescentes. Los padres de hoy con frecuencia tienen menos distancia hacia sus hijos y permiten que se acerquen más a ellos. La organización de la vida se ha hecho más flexible, no sólo en lo referente a los diferentes sexos, sino también referente a las distintas generaciones.
En todo esto, naturalmente, no podemos pretender que todos hagan lo mismo y de la misma manera. Por el contrario, se trata de reflexionar de nuevo todos juntos cómo se podría vivir sensatamente la diversidad, dando por sentado que existen muchos puntos en común.
Cuando hombre y mujer estén dispuestos a sacrificarse por su matrimonio y su familia, su amor habrá llegado a la madurez. En la realidad concreta, este amor maduro puede originar situaciones muy distintas, y hasta contrarias. Para algunas mujeres, por ejemplo, puede significar un sacrificio quedarse en casa con los hijos; para otras puede ser heroico hacer compatibles, por amor a su familia, una profesión fuera de casa y los deberes del hogar. Ni hay soluciones hechas para la organización individual de la vida familiar cotidiana, ni es apropiado juzgar desde fuera sobre una situación concreta. No se puede exigir lo mismo a todas las personas.