El entrenamiento físico y mental permite a los atletas recuperarse emocionalmente de los golpes más duros, para darles la vuelta y concentrarse en el futuro.
El deporte es vida en movimiento, salud física y vigor mental, escuela y vocación. Es además negocio y espectáculo pero también un poderoso facilitador de bienestar social y desarrollo humano.
Horacio de la Vega Flores (múltiple medallista en eventos internacionales, ganador del Premio Nacional de Deporte 1998 y director general del Instituto del Deporte de la Ciudad de México), con su carácter inquieto y decidido, charló con el equipo istmo, para narrar su historia y dar un panorama del deporte en México.
Eres pentatleta, medallista de los Panamericanos, seleccionado para los Juegos Olímpicos… ¿Cómo aplicas esta experiencia en tu vida?
Tuve varias formaciones: la de ser atleta, el haber estado en el ejército diez años y mi formación profesional. La primera me relacionó con la disciplina, el trabajo en equipo y la determinación. El ámbito militar era distinto: se trataba de recibir instrucciones y acatarlas; no había espacio para cuestionamientos y, con ello, aprendías sobre jerarquía. Y, finalmente, la educación formal, que proporcionó estructura a todo.
La parte sustancial de ser atleta es dar resultados, porque sólo el primer lugar encabeza el pódium. Es determinación y trabajo mental: querer ganar. Fui campeón mundial en dos ocasiones, en 95 y en 98. Competí en dos Juegos Olímpicos: Atlanta 96 y Sídney 2000.
Tengo una anécdota del mundial en Taiwán que muestra la importancia del trabajo mental. Una noche antes de la primer competencia, conversábamos todos los atletas; recuerdo que el español preguntó ¿quién creen que gane? Uno respondió: «seguramente el lituano; ganó el año pasado y trae un buen ranking». Otro contestó: «creo que el francés; es muy sólido en las competencias». Cuando llegó mi turno, respondí: «yo voy a ganar». Todos se rieron y me decían «ya, en serio, ¿quién piensas que ganará?», contesté: «uno de los noventa que nos encontramos aquí subirá al pódium al primer lugar. ¿Por qué no puedo ser yo?». Me miraron pensando que presumía, pero la verdad yo realmente lo creía. Y efectivamente, gané, fui campeón mundial. Prefiero siempre a una persona que tenga actitud sobre aptitud. Para mí, esa parte formativa del deporte es impresionante.
La otra cara de la moneda, que es fundamental, es cómo te recuperas mentalmente de los golpes más duros. Ojalá siempre ganaras el primer lugar, pero no es así. Cuando califiqué para ir a Sídney, me fui a vivir a Hungría, suspendí mis estudios y entrené todo un año. Estaba en el cuarto lugar del ranking mundial y en las primeras pruebas conseguí el segundo. Mi actitud mental era la misma: «voy a ser campeón», sin embargo no corrí con suerte en equitación y en el sorteo del caballo me tocó montar uno difícil. Perdí y bajé al número 18. Adiós medalla.
Regresé a México, pero al día siguiente me fui a Francia. Mi generación tenía ganadores en varias disciplinas (Fernando Platas, Soraya Jiménez…) y yo, que también había competido, regresé sin medalla.
Me costó prácticamente un año poder hablar del tema. Tuve una depresión fuerte. Había entrenado ocho años y la medalla se me escapó de las manos.
En Francia estudié el idioma y durante ocho meses busqué recuperarme mentalmente. Esto me llevó a reflexionar sobre qué debí hacer de otro modo, pero no encontré nada. Llegué a la conclusión de que el no tener una medalla no me quitaba el derecho a sentirme ganador. El punto era saber cómo cambiar mis sentimientos y actitudes.
Al regresar, seguí compitiendo un año y gané en los Juegos Panamericanos, en los Centroamericanos y me mantuve en los primeros doce lugares de diversos campeonatos mundiales. En mi historia como atleta gané todo, menos la medalla olímpica.
Después decidí profesionalizarme y complementar mi licenciatura en Comercio Internacional (ITESM) al estudiar dos maestrías: una en Administración (Universidad de Texas) y otra en Gestión del Deporte (Universidad Claude Bernard de Lyon, Francia).
Creo que el haber sido atleta formó mi carácter, mi actitud y mi resiliencia. Por ello, frente a los fracasos, siempre busco darles la vuelta y concentrarme en lo que sigue. Muchos atletas, tras el fracaso, se hunden en un hoyo y no vuelven a salir.
Formas parte de una generación muy interesante de deportistas. ¿Cómo era su convivencia?
Tengo muy buenos recuerdos y grandes experiencias. Participar y también ganar, te cambia la forma de percibir la realidad. Estuve con personas como Soraya Jiménez (especialista en halterofilia y ganadora de una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, primera mujer mexicana en lograrlo) y Ana Gabriela Guevara (campeona mundial en París 2003, y medallista olímpica de plata en Atenas 2004).
Vivíamos en el Comité Olímpico Mexicano. Tenía cuatro compañeros de habitación y sólo existía un cuarto comunitario por piso, pero éramos felices. No pensábamos en estar en un hotel cinco estrellas. No había lujos. Disfrutábamos lo que teníamos y a nuestros amigos. Cada quien tenía su horario para entrenar, pero todos conversábamos: cuándo sería la próxima competencia, quién estaba en una copa del mundo, a cuál competencia asistiríamos, etcétera. Fueron experiencias inolvidables.
Cuando llegaste a la dirección general del Instituto del Deporte (Indeporte), ¿cuál era tu misión?
Antes de mí, Indeporte tuvo diez directores en ocho años, sin embargo yo me comprometí con el Jefe de Gobierno a estar seis años en el cargo para transformar el rostro de la Ciudad de México y que se practique y viva el deporte.
Lo primero que hice fue remontarme a mi primera maestría. Un día estuvimos en el salón de clase con el Presidente del Comité Olímpico de Irak, el Director de Operaciones de la Federación Internacional de Judo, el Director Técnico de la Federación Mundial de Natación y el Secretario del Comité Olímpico de Sudáfrica. Debíamos realizar un estudio de caso para Irak. ¿El tema? Reconstruir el deporte después de la guerra. Con el representante de Sudáfrica el asunto era cómo llevar el deporte a un lugar con conflictos raciales y sociales. Todo ello posibilita una perspectiva diversa. Aprendes de la experiencia de todos.
Cuando comencé a trabajar en el Gobierno de la Ciudad de México y se habló del maratón, la meta era estar entre los primeros diez del mundo. Para prepararlo recordé dicha perspectiva internacional, sumamente enriquecedora. Por ello me acerqué al Maratón de Chicago, ciudad con 30 años de experiencia en el tema. Nos ayudaron muchísimo, nos dijeron qué hacer, a qué fundaciones acercarnos o cuáles crear. Tomamos la experiencia y, como hacen en Chicago, realizamos no sólo el maratón, sino muchos proyectos que hemos elaborado con el Gobierno de la Ciudad. No se trata de inventar el hilo negro, hacía falta una asesoría.
Tu estrategia es hacer accesible el deporte en la Ciudad de México. Según tu apreciación, ¿cómo ha influido esto en los ciudadanos?
Hoy en día la sociedad se interesa por el deporte. Cuando iniciamos, nos percatamos que ya se vive una conciencia por estar sanos, y por ello existe una gran demanda de eventos deportivos, un ejemplo son las carreras, antes sí se hacían, pero actualmente son una moda, casi cualquier persona corre un poco, 5 kilómetros o 10, esto no ocurría hace ocho años.
Con este panorama nos propusimos hacer del maratón el evento deportivo más importante en México. Hoy en día hemos crecido tanto que competimos con el resto de los países. Esto nos ayuda a posicionar a México en la escena internacional, pues hay lugares que aún nos perciben como «charros con sombrero», pero al enterarse de nuestro maratón cambian su perspectiva.
Para mantenernos a la vanguardia, cada dos años viajo al Comité Olímpico en Suiza, allí platico con las federaciones de todos los deportes. Las primeras ocasiones fue un reto convencer a otros países para que realizaran sus eventos en México. Actualmente, me llaman diciendo que les gustó alguna competencia que hicimos y cómo pueden hacer alguna de los suyas aquí.
De 2013 a 2016 posicionamos una sólida estrategia deportiva en todos sentidos. Por ejemplo: en la Fórmula Uno hemos sido calificados como los mejores durante tres años; el primer partido de la NFL fue el mejor partido del año, votado así por toda la gente de la NFL; el Maratón de la Ciudad de México, lo mismo. Decidimos que si vamos a hacer algo, lo haremos bien.
Actualmente, estamos reparando las instalaciones de la Ciudad Deportiva; creando el skatepark más grande del mundo, con la tecnología del más alto nivel y con un lago artificial… Muchos proyectos se van haciendo realidad. Hemos llegado a hacer de la Ciudad de México, una capital del deporte.
¿Este impulso deportivo se ha llevado a cabo únicamente con esfuerzos gubernamentales?
Nos hemos fortalecido al hacer algunas sinergias con la iniciativa privada. El gobierno, por más voluntad que tenga, tiene presupuesto limitado. Contamos con patrocinadores como el grupo CARSO, con Elías Ayub, Carlos Hank, Alfredo Harp y Marcos Achar, personajes de primer nivel en nuestro país; con Alejandro Soberón para la Fórmula Uno; la gente de Pegaso, expertos en tenis, con los que estamos trabajando el Abierto de la Ciudad de México. Estas alianzas nos han permitido sustentar algunos proyectos. Tenemos muchos otros. Con ellos, llevamos nuestro trabajo a otro nivel. Las ideas son importantes, pero el arte real es la ejecución.
¿De qué manera las actividades deportivas benefician a la Ciudad de México?
Primero, se ve beneficiada por la derrama económica: traer la Fórmula Uno, la NFL, la LPGA, la Copa de Equitación, etcétera, impacta positivamente. Contratamos a una agencia inglesa, SMG, que evaluó varias ciudades relacionadas con eventos como la Fórmula Uno y la NFL, figuraron Londres, Dubai y la Ciudad de México. Nuestro impacto económico fue de 1.2 billones de dólares, de 2016 a 2018. En el Maratón de la Ciudad de México corren alrededor de 42,000 personas y 60% no reside en la capital, llegan dos o tres personas (por cada participante) que gastan en la Ciudad. En el maratón esto representa como diez o doce millones de dólares.
Por otro lado, se genera un posicionamiento internacional, nuestro país se convierte en noticia positiva. La gente desea visitarnos, ya sea porque vivió la experiencia o porque vio alguna transmisión. Además, algunos mezclan su experiencia deportiva con la cultural, como la Fórmula Uno y la celebración del Día de Muertos que se dan en la misma temporada.
De igual forma impactamos con activaciones en otros segmentos, por ejemplo, las ferias «Fan Fest-Zócalo Fest», para quienes no tienen el dinero para asistir a la NFL o a la Fórmula Uno. Son grandes eventos pero para otro público, donde organizamos actividades para que ellos formen parte de esta experiencia y, al mismo tiempo, convivan con la familia.
También realizamos otra serie de torneos, como el Tochito, en colaboración con la NFL, donde 18,000 niños juegan futbol americano. Otro más, también en colaboración con la NFL, es el que llamamos «Play Sixty»: 60 minutos de activación física y programas que llevamos a las escuelas públicas. Esto mismo lo hacemos con la NBA y otras instancias, buscamos tener un mayor alcance en nuestras actividades y cubrir también a esta población de niños, a los que introducimos al deporte.
La activación a través de todas estas dinámicas con niños y jóvenes es fundamental. Se trata del combate no sólo a la obesidad, sino a la drogadicción y al delito.
Contamos con muchísimos proyectos más, como el «Ángeles de la Ciudad de México», un equipo profesional de Tercera División. Buscamos muchachos que se encuentran en zonas de riesgo y los ponemos a jugar futbol. A través de un programa llamado «Futbol de los Barrios» realizamos una serie de torneos previos, a los que asisten más de 30 mil jóvenes, para saber quiénes participarán en el equipo de la Ciudad de México. Así estimulamos hábitos en los niños.
Si llevamos el deporte a la calle (con eventos y espectáculos), conseguiremos que muchos niños se «enganchen» con una actividad física y la practiquen. No todos los deportes son para todos, pero es esencial contar con una oferta holística. Hemos abierto el abanico del deporte.