Llamamos trabajo estructurado, en sentido estricto, a aquel que se encuentra inserto en una organización privada o estatal, de manera que son conocidas sus tareas, su ubicación dentro de la entidad a la que pertenece, el horario, las reglas de funcionamiento y los términos, fijos y variables, de su remuneración. Es equivalente a lo que en algunos medios se llama trabajo formal (frente al informal). El típico trabajo estructurado es lo que denominamos empleo, con goce de un salario.
Llamamos también trabajo estructurado, en un sentido amplio, a aquella profesión u oficio que se encuentra socialmente reconocido, pertenece a alguna asociación o colegio profesional en donde se establecen los criterios generales de la profesión u oficio respectivo, y se determinan los deberes del trabajo, normas de cumplimiento, e incluso, con amplios márgenes de variación, la remuneración recomendable o colegialmente convenida para determinar tipos de labor, pero no se ejerce dentro de una organización, sino que depende sólo de la persona que ejerce.
Por el contrario, se denomina trabajo no estructurado a aquel que no cumple las condiciones anteriores, o carece de ellas en gran medida. Es lo que en ciertos ámbitos se denomina trabajo informal (frente al formal).
En la última década se ha tomado una conciencia mayor del ingente volumen adquirido en el campo laboral por lo que llamamos trabajo sin estructura. No podemos decir si la proporción entre el trabajo sin estructura en relación con el trabajo estructurado es mayor que en décadas pasadas. Pensamos que, precisamente debido al hecho de que el trabajo no estructurado carece de registros oficiales, e incluso se lleva a cabo a veces subyacentemente, o aun en la clandestinidad (basta recibir el calificativo de economía subterránea), no se cuenta ni es fácil contar con estadísticas confiables. Lo que sí podemos decir son cuatro cosas:
* La conciencia social actual de la importancia del trabajo no estructurado es mayor cada día.
* Hay muchas personas que gozaban de empleo (trabajo formal o estructurado) que ahora deben desempeñarse en trabajos sin estructura (trabajo por iniciativa, cuenta y riesgo propios).
* Las tendencias parecen ir en el sentido de que el trabajo informal irá proliferando con el avance del tiempo.
* Esto, desde el punto de vista de la historia del trabajo, no debe apreciarse como una circunstancia anómala o extraña: al revés, lo raro es la existencia del empleo o trabajo estructurado en sentido estricto, cuya vigencia no es superior a los 152 años, cuando comenzaron los fenómenos complementarios de la industrialización y la división del trabajo. Antes de ello, no había empleo o trabajo estrictamente estructurado como ahora lo conocemos.
Por otra parte, la solución para encararse con estos cuatro fenómenos sociales no se encuentra en reclamar al Estado o a los empresarios más empleos, es decir, más puestos estructurados. Ni la empresa ni el Estado son omnipotentes.
Lo único con que cuenta el trabajador es con su tiempo y su pericia. A ello puede añadirse un puesto de trabajo, pero si no se añade, debe aprovechar su tiempo y pericia de una forma no estructural. Y debe compensar con creatividad, ingenio, orden y disciplina la falta de estructura laboral de que carece. A esta finalidad, y exclusivamente a ella, se refieren las recomendaciones que a continuación desarrollaremos. No se trata con esto de estructurar lo que carece de estructura, sino de compensar de algún modo esta invertebración, y ofrecer ciertos puntos de consistencia que sustituyan, hasta donde quepa, la carencia de estructuración de que estamos hablando. Muchas de tales recomendaciones están ya siendo seguidas de modo intuitivo por quienes desarrollan este tipo de trabajo. No puede ignorarse, por ejemplo, que en México existe un Sindicato de Trabajadores sin Salario o que en el Distrito Federal los líderes de las agrupaciones de personas dedicadas al ambulantaje (comercio callejero) llegan a tener mayor influencia que los líderes de sindicatos formales integrados por personas que cuentan con empleo y salario establecido.
Para dotar al trabajo de una mínima estructura se recomienda:
1. Definición del ramo de trabajo
Es necesario delimitarlo sea por especialidad de tareas (plomería, carpintería, construcción, mantenimiento, gestoría…), sea por productos (aparatos eléctricos, muebles, automóviles usados, artículos para el hogar, cosméticos…), sea por mercados (clientes grandes, empresas medianas, colegios, hospitales…), y preferiblemente los tres aspectos (tareas o actividades, productos, mercado) de modo que haya coherencia entre ellos. El trabajador no estructurado debe dedicar tiempo, cabeza, estudio y consejo a esta delimitación. Ha de distinguirse entre el trabajador ambulante, porque carece de establecimiento fijo, y el ambulante del trabajo porque carece de trabajo determinado, y se encuentra abierto, según el lenguaje popular, “a lo que caiga”. El milusos es el prototipo del trabajador no estructurado.
El trabajador debe analizar con objetividad si su historia laboral presenta una línea, un tema rector, en el que se ha ido perfeccionando gracias al sedimento de la experiencia, o si su trabajo ofrece más bien el aspecto cacarizo de quien ha trabajado sin continuidad, a golpes de ocasión o suerte, puntiformemente, por picotazos. Después de ese análisis, debe señalar la orientación futura de su tarea, definiendo puntos de interés asociados entre sí.
La definición del ramo (actividad, producto, mercado), no debe ser rígida, ya que el trabajo no estructurado no puede permitirse el lujo de exclusivismos que le hagan perder oportunidades. Pero es necesario, aunque no tenga un empleo fijo, que aspire al menos a un craft, oficio, habilidad específica, familiaridad con una marca de productos, asiduidad en un campo del mercado…
Téngase en cuenta, por otra parte, que las especialidades contemporáneas no son tanto lineales como arborescentes. La secuencia de las especialidades no discurre como la de los puntos de una línea recta, con dirección fija, que nunca llega a mezclarse con otras líneas, en una mixtura que la especialidad lineal considera degradante. Las especialidades laborales evolucionan ahora, más bien, como el crecimiento de las ramas de un árbol, de modo y manera que los ramajes secundarios se mezclan entre sí, aunque pertenezcan claramente a ramas específicamente diversas. También en los trabajos no estructurados debe tenerse en cuenta que la especialidad ¾ la cual ha de existir so pena de difusión deletérea¾ ha de hacerse compatible con la interdisciplinariedad.
2. Habilidad de asociación con otros trabajos
Debido a lo que acabamos de denominar especialidad arborescente, el trabajador no estructurado, al definir su punto de interés o su tema rector de trabajo, no debe perder de vista otros puntos laborales. Al contrario, precisamente por ejercitarse en un trabajo sin estructuras establecidas, debe aprovechar una de las pocas ventajas que este tipo de trabajo le ofrece: la elasticidad e incluso la intercambialidad (características que tratan ahora de introducirse en ese trabajo formal estructurado que llamamos empleo). Este tipo de trabajador sin estructura debe mantenerse atento a otras posibilidades laborales distintas de la suya, no tanto para cambiar la propia (cayendo en esa discontinuidad puntiforme que ha de evitarse), cuanto para que, al revés, pueda aprovechar, enriquecer y dar sinergia a su especialidad embrionaria. Debe, en otras palabras, mantener una capacidad de asociación de ideas permanente y creciente, para llevar, diciéndolo también en lenguaje común, “el agua a su molino”, lejos de salirse del molino en el que se encuentra. Esta asociación de ideas es una de las formas imprescindibles de la creatividad, y nos llevará más adelante a la asociación de personas. Pero, en cualquier caso, se requiere un equilibrio y armonía entre el crecimiento de la habilidad específica escogida y seguida con constancia, y la sensibilidad del diafragma auditivo o la amplitud de óptica visual para atender a las conexiones que el propio trabajo puede tener con el de los demás.
3. Normalidad de la capacitación continua
Sería un error pensar que el trabajo no estructurado, por serlo, estará exento de una forzosa capacitación permanente. Al revés. Incluso en los trabajadores que se desarrollan dentro de ese ámbito estable que llamamos empleo, se requiere ahora una capacitación o educación ininterrumpida, que hoy nadie con sentido común desatenderá, so pena de quedarse sin empleo. La falta de vertebración o estructura de un trabajo lo hace más necesitado aún de una continua capacitación a su nivel, ya que de no ser así el trabajador no perderá, ciertamente, el empleo que no tiene, pero se quedará sin el trabajo que aún posee, ya que será desplazado por otros trabajadores (incluso tampoco estructurados) más capaces.
La capacidad y crecimiento de habilidades en el ejercicio del propio trabajo, on the job, es imprescindible: debe buscarse de manera intencional y expresa, al punto de que el trabajador ha de perseguir siempre, de modo continuo y trenzado, tanto el fin natural del trabajo (venta, realización del producto, prestación del servicio o lo que fuera) como ese resultado interno que se retiene dentro del propio trabajador, por el que éste se hace más capaz de hacer lo que hacía, precisamente haciéndolo, gracias a una suerte de reciclaje cibernético autoperfectivo. Este desarrollo por retroalimentación, llamémoslo así, ha de ser, insistimos, expresamente perseguido, de modo que el trabajador debe examinarse frecuentemente si lo procura y lo consigue, o tiene proclividad, en determinados aspectos de sus tareas, a encarrilarse en un inaceptable y mediocre camino de rutina.
Pero, además del perfeccionamiento o capacitación que todo trabajo bien hecho proporciona (educación on the job) el trabajador no estructurado debe recibir una educación no ya informal sino formal y estructurada. Es una equivocación considerar que la educación formal es propia de personas jóvenes, que la requieren para adquirir una profesión u oficio. Hay también en todos los países, formas, sistemas y procedimientos de educación de adultos gracias a los cuales adquieren conocimientos y desarrollan las capacidades no ya requeridas para la adquisición de una profesión u oficio ¾ como puede ocurrir a un estudiante joven¾ sino para el mantenimiento de ese oficio o profesión. En épocas anteriores, en que los procesos de cambios sociales eran mucho más lentos, los estudios para ejercer una profesión o los aprendizajes para adquirir la aptitud de un oficio tenían validez vitalicia. Esta situación ha cambiado de modo radical. El profesional o perito, si quiere seguir recibiendo de la sociedad esos títulos, ha de estar continuamente renovando sus conocimientos, porque los conocimientos de su campo de trabajo se renuevan continuamente. Lo que se denomina estar al día debe tomarse hoy en sentido literal, pues las transformaciones cognoscitivas y técnicas tienen lugar en el plazo perentorio de días, y no de meses o años, como antes.
De ahí que la formación de adultos, aunque no sea más que por el hecho de que el hombre es durante más tiempo adulto y durante menos tiempo joven, está adquiriendo a pasos agigantados una importancia que antes sólo tenía como side line optativo. Y, al adquirir mayor importancia, exige a la par mayor formalidad.
El trabajador no estructurado ha de reservar tiempo y dinero para introducirse en alguno de los sistemas de educación que sin duda alguna existirán para su campo específico de trabajo o al menos para campos estrechamente afines.
Esta inserción en sistemas formales de desarrollo ha de ser considerada como inversión, ahorro, póliza de seguro, instrumento de trabajo, pago del local en donde se desarrolla; pues todo ello, y más, se encuentra implicado en la inteligencia, la cual debe ser educativamente potenciada para no entrar en un descenso decadente.
4. Horario de trabajo
La falta de estructura en el trabajo ha de ser balanceada por esa estructura humana interna que llamamos carácter. Los trazos caracteriológicos más necesarios en el trabajador no estructurado son los siguientes: disciplina interior, orden exterior, constancia indeclinable. Estos tres rasgos de nuestra persona desembocan en un punto aparentemente trivial pero en verdad decisivo: contar con un horario, un plan temporal, agenda de trabajo aunque sea inicial y primitiva. Éste es un punto básico de lo que denominamos autoestructura, derivada de la forma también básica de la personalidad, que es el autodominio.
Tener un horario de trabajo es independiente de tener trabajo en ese horario. Si, dentro del horario prefijado, el trabajador que no cuenta con estructura, tampoco cuenta con trabajo, ha de inventárselo. En este caso, es más importante que el fruto o resultado, aun económico, a obtener con el trabajo, el mantenimiento del propio ejercicio de trabajar. La inventiva y creatividad que todos poseemos, en menor o mayor índice, debe sobre todo reservarse y utilizarse para darse a sí mismo el trabajo del que carece. Ha de convencerse de que, aun pareciendo paradoja, el trabajador no estructurado debe trabajar dentro de su horario de trabajo, aunque no tenga trabajo dentro de ese horario.
El horario de trabajo (punto de confluencia, dijimos, del orden, disciplina y constancia; expresión material del autodominio interno) no debe entenderse como un horario fijo, de tal modo que tenga su principio y fin a una hora determinada, como ocurre generalmente en los empleos tradicionales. Por horario de trabajo se entiende aquí más bien número de horas trabajadas o por trabajar cada día o, más flexiblemente, cada semana. Como el horario fijo y determinado empieza a presentar dificultades reales y graves dentro del mismo trabajo estructurado, no lo autoimpongamos inútilmente en aquel que carece de estructura: ese tipo de horario es una superestructura no pocas veces sobrante e innecesaria, fruto de un control obsesivo hoy decadente.
En cambio, se requiere de manera imperiosa que el trabajador que crea su propio empleo, el autoempleado, se imponga a sí mismo un número determinado de horas laborales: al menos, las mismas que trabajaría si tuviera un empleo fijo. Pero, además, deberá trabajar aquellas horas que se requieran para obtener los frutos que han de calcularse igualmente de modo previo. Esto, no sólo para alcanzar las metas predeterminadas, sino para mantener el hábito de trabajo y el hábito del esfuerzo proporcional al objetivo fijado. Especialmente, se trata de lograr una independencia entre las horas de trabajo y los estados de ánimo. Es el plan intelectual el determinante de estas horas. El estado de ánimo es un accidente circunstancial que no debe influir en modo alguno en las dimensiones laborales.
El trabajador debe llevarse a sí mismo una cuenta de trabajo, en donde se señala objetivamente el número de horas realmente trabajadas durante cada día, semana, mes, comparándolo con los logros conseguidos, y ambas cosas con los trabajos realizados en épocas análogas, a fin de determinar el plan de horario para los días, semanas y meses subsiguientes. Esta cuenta de trabajo no es una estructura superexcedente, sino necesaria.
Por la debilidad humana, el compromiso contraído con la cuenta de trabajo puede romperse por circunstancias no previstas; y, frecuentemente, circunstancias subjetivas, que no tienen peso real para cambiar el plan establecido para el número de horas de cada día, cada semana o cada mes. Por esta causa – por la debilidad humana- , el trabajador no estructurado debe ingeniarse en su trabajo para poder contar con un jefe a quien rendirle cuentas. Si es malo, como muchos piensan, tener un jefe, es peor no tenerlo. Igualmente, ha de contar con colegas o socios que lo insten al trabajo, si no es por ganas o por esperanza de eficacia, al menos por compañerismo. Y, por fin, debería contar, si puede, con subalternos a quienes ha de inspirar con el ejemplo de muchas horas, densa e intensamente trabajadas; esto es, contar con un grupo de personas a las que debe atender y de las que haya de preocuparse…
Pero el establecimiento de un horario de trabajo no persigue sólo la determinación de un mínimo laboral, sino también de un máximo. La falta de estructura en el trabajo puede producir, por extensión, una falta de estructura en la existencia entera. Y la existencia cotidiana debe estar estructurada: la cuenta de trabajo ha de hacerse compatible con el horario destinado a la familia, a la capacitación, a las relaciones sociales, sin que unos menesteres – y menos el del trabajo- invadan las necesarias esferas de las otras responsabilidades, que deben igualmente valerse de un horario. La carencia de estructura en el trabajo puede conducir a vicios por defecto o por exceso, y el horario de trabajo, analizado seriamente, debe evitar los bandazos de un extremo a otro. Además de la estructuración en todos los otros aspectos vitales de la existencia que hemos mencionado, deseamos ahora hacer énfasis en la cuenta de estudio o aprendizaje que ha de sumarse a la cuenta del trabajo. Si ésta nos remite a horas trabajadas, aquélla puede medirse con el número de páginas leídas.
5. Sobriedad de medios
El trabajador no estructurado debe contar en primer término con sí mismo, con su persona. Es tentador, en efecto, el hacerse de una estructura de bienes de producción supeditándose a ellos para contrabalancear la falta de estructura laboral. La estructura laboral es más psíquica que física. Los medios materiales, aun cuando sean válidos instrumentos que aporten eficacia, no suplen nunca a los otros modos de estructura. Ha de cuidarse no buscar en la carencia de medios de trabajo – bienes de capital- el pretexto para no implantar ese mínimo de estructura que nada tiene que ver con aquellos medios, por necesarios que resulten en otros aspectos.
Esto es verdad, entre varias razones, porque una persona que no cuenta, por ejemplo, con ingresos fijos, no ha de imponerse, salvo caso de extrema necesidad, un monto fijo de egresos, para pagar rentas y empréstitos, o para cubrir amortizaciones de instrumentos materiales – local, almacén, inventarios, máquinas- que pueden llegar a tener el rango de fin, cuando sólo habrían de tener la cualidad de medio (como quien se mueve para tener automóvil en lugar de tener automóvil para moverse).
En caso de duda, las posibles inversiones de capital, han de destinarse al más importante aspecto del capital, que es, como la misma etimología nos sugiere, la de invertir en la cabeza propia y en la de los demás que trabajan conmigo.
Por otra parte, el tiempo es el recurso más escaso, y el que puede constituirse como pretexto fundamental para no obtener un rendimiento laboral adecuado. No se pueden pedir tiempos amplios para cada trabajo. La sobriedad de medios se refiere sobre todo a la sobriedad de tiempo. Dado que es el recurso más escaso y, a la par, el más imprescindible, es el que debe ser mejor aprovechado.
6. Adquirir compromisos
Un compromiso adquirido es el equivalente de una estructura implantada. El autoempleado, quien carece de vertebración laboral, debe contar con puntos fijos consistentes a los que atenerse: estos puntos fijos consistentes son, de manera preferencial, los clientes mismos. La estructura fundamental debe hallarse en la continuidad de la clientela. Los compromisos que subsiguen a esa continuidad significan el soporte firme del que carece un trabajo sin estructura: cómo servirles mejor, cómo otorgarles otros tipos de servicios adicionales, cómo obtener de ellos recomendaciones de nuevos clientes… La estructura faltante se ve sustituida así por un modelo de círculos concéntricos, que se obtienen por las recomendaciones de persona a persona.
El mínimo instrumento material ¾ como lo posee todo médico o todo abogado que se precie de su trabajo¾ es un fichero de clientes en donde se anoten las observaciones fundamentales referidas a la última relación con cada uno. Esta anotación debe hacerse en vivo, después de cada conversación o entrevista… Las facilidades que la computadora actual ofrece tienen un papel protagónico.
7. El pensar no ocupa tiempo
Aunque sea necesario sin duda que cada persona dedique tiempo a pensar sobre su trabajo, este pensamiento no es una actividad que inmoviliza ¾ poniendo como prototipo de pensador al Pensador de Rodin¾ , sino que resulta compatible con muchas otras actividades: la conducción del automóvil, el deporte, las actividades rutinarias domésticas…
El ciudadano contemporáneo, sometido a la presión de la velocidad, no es que no encuentre tiempo para pensar, pues más bien lo que hace es buscar actividades que desplacen aquella que debería reservarse para su pensamiento. Una prueba de ello es que para muchos se ha perdido la costumbre del paseo a pie, que ha constituido a lo largo de toda la tradición occidental, un hábito inapreciable para pensar sobre las cuestiones fundamentales de la vida… y del trabajo. El leve ejercicio laboral del paseo libera la mente, despierta las ideas, desarrolla la inventiva, de un modo tan paralelo al del mismo movimiento corporal que, según se ha observado, el paso se acelera a medida que el pensamiento se agiliza, y el pensamiento se hace más ligero en el grado en que el caminante aprieta el ritmo. El peripateo o pasear griego fue unido naturalmente a la actividad del pensamiento, de manera que el primero se convierte en el trasunto corporal del segundo. El pensar paseando o el pasear pensando no debería perderse en el trabajador no estructurado, precisamente porque hay formas muy válidas de pensamiento que carecen de estructura. Hoy día se ha hecho una indebida identificación entre el pensador y el investigador: si bien pueden ser actividades convergentes son al mismo tiempo de suyo muy diversas.
8. No trabajar solo
Advertimos antes la necesidad de que el trabajador no estructurado adquiriese la capacidad de compromiso, sea con un jefe, un colega o un subalterno (n.5), sea con los propios clientes (n.6). Añadimos ahora que el trabajador no estructurado necesita al menos un interlocutor. El pensamiento humano no es propiamente lógico sino dialógico. El hombre piensa mejor cuando piensa con alguien. Este interlocutor es tanto un remedio de la soledad, como una potenciación de la pericia. De él vendrán el consejo, la ocurrencia, la advertencia, el señalamiento de peligros, la mostración de alternativas… incluso el desahogo. Pensar ante un interlocutor inteligente es mejor, mucho mejor, que hacerlo ante una computadora.
Escoger bien a los interlocutores es una de las más sabias habilidades. No todos valen para todas las cuestiones, pero los hay especialmente propicios para las fundamentales. Estos adquieren mayor validez cuando se establece lo que podríamos denominar interlocución mutua: él me necesita a mí también como destinatario o punto de contraste de sus pensamientos. Es ésta igualmente una costumbre que se ha perdido: parece que para que exista un interlocutor, debe haber un profesional del diálogo, que pase factura por lo dialogado. Nos atrevemos a decir que no suelen ser estos los mejores consejeros. En un trabajo no estructurado ¾ precisamente por su carencia de estructura¾ cuenta tanto el hombre prudente, de sentido común, como el especialista.
La precisa simplicidad de los griegos, reservaba la misma palabra ¾ dialogitzomai¾ para significar el acto de pensar o meditar y el de dialogar o conversar. Sólo en los asuntos muy abstractos, el hombre piensa bien estando solo. En los prácticos, en donde la subjetividad se inmiscuye directamente, la soledad es torpe por subjetiva.
El sentido materialista de nuestra vida nos ha hecho desconfiar del consejero desinteresado, cuando lo lógico sería que nuestra desconfianza se dirigiera a quien, al darme consejo, está interesado por lo que recibirá de mí a cambio de dármelo. No debe desecharse el profundo pensamiento de Aristóteles según el cual la amistad implica mayor potencia que la técnica. Si antes dijimos que hay una forma de pensar apta, usual, y de conveniencia demostrada, que es pensar paseando o pasear pensando, añadiremos ahora que una forma de pensar con acierto es la de pensar dialogando o dialogar pensando. Nos atreveríamos a decir que la conjunción de las tres actividades ¾ pensar, dialogar y pasear¾ , juntando el peripateo y el dialogitzomai griego, tiene una desembocadura excelente (entre otras cosas, porque no se requiere de oficina).
9. Tener a la mano el material
El trabajo no estructurado conlleva una ventaja insospechada frente al que se encuentra inserto en una estructura rígida: su agilidad e independencia. Si fuera permisible una comparación bélica, se diría que la guerra de guerrillas, por su misma informalidad, encuentra su diferencia comparativa con el ejército convencional precisamente en aquello en que parece ser débil: sus redes de conexión son más sutiles, tanto en lo frágil como en lo reparable…
Todo trabajo sin estructura tiene una analogía, aunque remota, con esa forma de comercio que fue en algunas épocas la más popularizada, y que llevó el nombre de cambaceo. Nos referimos a ese comercio instantáneo en que el material era ofrecido, vendido y cobrado a un cliente en el mismo acto, de tal manera iniciado que era el vendedor quien acudía ¾ y aún acude¾ al domicilio del cliente.
Una característica principal en el cambaceo es la de tener a la mano el material, porque el cliente tiene propensión a comprar aquello que, según los medievales, se encuentra in statu acquisitionis, en la tesitura de ser adquirido.
El trabajo no estructurado debe contar ¾ de modo semejante al comercio de cambaceo¾ con el material que se ofrece ¾ actividad, producto, servicio¾ en circunstancia de ser rápidamente proporcionado. No se necesita para ello un gran almacén, sino una acertada red de conexiones. Lo mismo que se requiere un fichero de clientes se necesita un fichero ¾ o un disco duro¾ de proveedores. Es también en este trabajo no estructurado en donde los conocimientos valen más que las actividades, productos y servicios.
La desaparición de estructuras sobrantes ha dado lugar, como ya hemos dicho, al creciente fenómeno de la subcontratación, bajo técnicas desarrolladas por los japoneses que se han difundido progresivamente. Debido a este fenómeno, cada uno se concentra en aquello para lo que posee una habilidad específica, en la que destaca comparativamente (esto hace que la primera recomendación, definir el ramo de trabajo, reduplique su importancia), subcontratando todo lo demás, lo cual requiere no ya de un proveedor casual sino un proveedor con el que se mantengan relaciones permanentes requeridas para la subcontratación, que es una forma diversa de la proveeduría común.
El trabajo no estructurado puede constituirse en un punto central que relacione las necesidades de los clientes con los ofrecimientos de los proveedores. Esto, en lo que consiste la esencia del comercio, es una actividad requirente de una mínima estructura: bastaría, diríamos, una computadora y un correo electrónico.
De esta manera concebido, el trabajo no estructurado puede ser sólo un sujeto de subcontratación de sus clientes que se conecta con la subcontratación recibida de sus proveedores.
El sistema de subcontratación ¾ que es, como se ve, un trabajo en que se procura desmontar por desmembramiento las estructuras innecesarias¾ parte de un doble principio: aquello que puede comprarse es mejor que aquello que puede encargarse o subcontratarse; y aquello que se puede subcontratar es mejor que lo que se puede producir personalmente. Al menos, la producción y la subcontratación, antes que la mera y simple adquisición, deben contar con razones de peso suficientes como para invalidar el doble principio anterior.
10. Aprecio por el trabajo
El trabajo no estructurado cuenta siquiera con una estructura, que es la más válida de todas: la relación entre el trabajador y su trabajo. Acertar a definir el carácter decisivo de esa relación, es tocar el nervio de la estructuración del trabajo no estructurado.
Afirmamos que la relación principal y determinante del trabajador con su trabajo es el aprecio. El aprecio del que hablamos no es sólo un gusto sensible, aunque no se oponga a él. Hablamos de un aprecio racional, sustentado en razones más que en sentimientos (las razones no tienen por qué no coincidir con los sentimientos, pero no tienen tampoco por qué no oponerse). El hombre tiene cinco razones para apreciar el trabajo que ejerce: porque es el instrumento de su propia y familiar subsistencia; porque se constituye en un proceso de desarrollo y realización personal; porque es un insustituible medio de servicio a la sociedad; y porque se constituye en una expresión del cumplimiento de su destino o vocación trascendente de la vida.
Tal aprecio, bien mantenido, es superior al gusto, y no debe supravalorarse éste en demérito de aquél.
Hay personas que piensan que sería muy bueno el que les gustara el trabajo. Sería mejor que les gustara trabajar, independientemente, de cuál fuera el trabajo realizado: ésta es la primera liberación de estructuras y condicionamientos inútiles; pero aún mejor el ser capaces de trabajar en lo que no nos gusta, porque el trabajo ¾ cualquier trabajo¾ es meritorio de un aprecio superior al gusto ¾ cualquier gusto¾ por intenso que sea, o a cualquier desagrado, por insoportable que parezca.