El día de la aparición de Cruzando el umbral de la esperanza desayuné con una de las personas que tenían a su cargo la presentación del libro. Mi amigo no es creyente y yo me preguntaba qué comentaría. «Las preguntas de Messori son las que yo le haría al Papa me dijo. Sí, me parece que se plantean las interrogantes más inquietantes para los hombres de hoy». Más tarde, durante su exposición, mi amigo dijo también que aunque el libro obviamente no había sido escrito pensando específicamente en nuestro país sino en todo el mundo, venía a plantearnos serios cuestionamientos en cuanto sociedad, pero sobre todo nos debería hacer reflexionar sobre nosotros mismos, preguntarnos qué nos dice en lo personal, qué debemos cambiar, y no simplemente leerlo porque está de moda.
El ritmo del libro lo marcan treinta y cinco cuestiones inquietantes formuladas por el periodista-editor Vittorio Messori. No se trata de una obra piadosa en el sentido peyorativo que a veces damos a este calificativo sino de un diálogo acuciante del lector con el líder espiritual de la religión más numerosa del orbe. Un diálogo sobre el sentido del existir de cada uno de nosotros, sobre esas dudas que nos asaltan a diario: en cada esquina al ver a las pobres indígenas descalzas sobre el hirviente pavimento de la calle de una ciudad que ellas no eligieron; o la fotografía de un buitre acosando a una niña africana a punto de morir de desnutrición por una guerra provocada por adultos egoístas: ¿Realmente existe Dios? Si Dios es amor, entonces ¿por qué hay tanto mal?… O bien, en un mundo dominado por la ciencia y la técnica, por los intereses políticos y económicos, ¿para qué sirve creer hoy? ¿Por qué existen tantas religiones? ¿Sólo Roma tiene razón?… Y, ante la muerte, ¿qué hacer para no tener miedo? ¿Todavía existe la vida eterna? ¿Queda alguna esperanza?
Proximidad con el lector
En la introducción, Messori nos previene ante posibles reduccionismos y nos sitúa: «Que quede, pues, bien claro que ante el planteamiento plenamente religioso de estas páginas, simplificaciones como “derecha-izquierda” o como “conservador-progresista” se revelan totalmente inadecuadas y sin sentido. La “salvación cristiana” […] no tiene nada que ver con semejantes estrecheces políticas».
Sin ser, pues, unas páginas políticas ni mojigatas, Juan Pablo II habla aquí a los hombres y mujeres de nuestro mundo, quienes no pocas veces carecen de fe y «para ellos el Papa no es representante de Dios sino testigo superviviente de unos antiguos mitos y leyendas que el hombre de hoy no puede aceptar».
Al hilo de los recuerdos de su Polonia natal, su infancia, su juventud y toda su vida, Juan Pablo II da respuesta a cada una de las interrogantes con una prosa clara y vibrante. De su pluma fluyen no sólo sus propios conceptos sino también los de filósofos, literatos, científicos, pensadores y teólogos de todos los tiempos, especialmente contemporáneos. Erudición que es sabiduría, pues lo entienden el hombre de la calle y el intelectual. A la vez, proximidad humana con el lector.
Respuestas plenas, seguras, que brotan de «este Sucesor de Pedro, quien si es lícito expresarse así no tiene necesidad de “creer”. Para él, en efecto, el contenido de la fe es una evidencia tangible». Por eso Juan Pablo II mueve las conciencias, porque es un hombre que actúa con la certeza de sus principios. Cada acción, para él, es la encarnación de sus creencias. Y ante un mundo que duda de todo siguiendo el racionalismo cartesiano de nuestra Modernidad una persona como él es «un escándalo y un misterio». Es la fuerza de la fe hecha vida, la del ejemplo que arrastra.
La verdad que escandaliza
De ahí arranca su poderoso llamado «para liberar al hombre contemporáneo del miedo». Para ello «es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón el verdadero temor de Dios, que es el principio de la sabiduría».
Hemos de darnos cuenta que la superación de la incertidumbre y las opresiones de que somos capaces los hombres, vienen con el sólido fundamento de los derechos humanos: «El Evangelio es la confirmación más plena de los derechos del hombre».
Por eso «ese temor de Dios es la fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombres que se dejan guiar por la responsabilidad, por el amor responsable. Genera hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo. Ciertamente André Malraux tenía razón cuando decía que el siglo XXI será el siglo de la religión o no será en absoluto».
Esta es la verdad que escandaliza al mundo moderno: el futuro es de los santos, porque el santo de hoy como los de siempre, a pesar del desprestigio que algunos tratan de cernir sobre ellos es un hombre íntegro. No mutilado o amilanado, sino hombres y mujeres más «humanos», más plenamente tales. Aquellos que no huyen del progreso de la humanidad, sino que lo generan. Aquellos que con absoluta responsabilidad respetan a todo ser humano… aunque todavía no nazca. Por eso no temen al liberalismo de hoy, como no temieron al comunismo de ayer.
Esta es la única esperanza del mundo, la de los hombres que no transigen con sus principios pero acogen a quien se equivoca; saben perdonar porque ellos mismos se saben débiles, y además siguiendo el ejemplo de su Maestro hacen todo por ayudarlo. Son los que saben que «la verdadera interpretación personalista del mandamiento del amor se encuentra en las palabras del Concilio…», es decir, en las enseñanzas de la Iglesia y de su Pontífice.
«El Papa, que comenzó Su pontificado con las palabras “¡No tengáis miedo!”, procura ser plenamente fiel a tal exhortación, y está siempre dispuesto a servir al hombre, a las naciones, y a la humanidad entera en el espíritu de esta verdad evangélica.».