Crítico acérrimo del marxismo cuando la moda intelectual dictaba ser marxista o filomarxista, este austriaco nacionalizado inglés honrado con el título de “Sir” y que acaba de fallecer el pasado 17 de septiembre en un hospital de Londres, fue uno de los mayores filósofos que ha dado nuestro siglo.
Karl R. Popper nació en Viena el 28 de julio de 1902. Sus padres, originariamente de fe judía, se bautizaron en la comunidad luterana antes de que nacieran sus hijos, deseando así asimilarse a la sociedad en que vivían. En cuanto a sus propias ideas religiosas, Popper expresamente evita mencionarlas “para no influir en los demás”: sólo en el prefacio de su obra The Self and its Brain –escrita junto con Sir John C. Eccles, premio Nobel de medicina– se dice claramente que puede ser considerado agnóstico.
Con grandes inquietudes intelectuales, se mueve con soltura en el rico ambiente cultural de la Viena de principios de siglo. Estudia con los grandes matemáticos y científicos del momento. Conoce y trabaja con el psicoanalista Adler. Y, sobre todo, entra en contacto con algunos de los neopositivistas del Círculo de Viena. En la colección de libros dirigida por los neopositivistas publica su primer obra, Logik der Forschung (1934), razón por la cual con frecuencia se le confundió con uno de ellos. Logik der Forschung le abre puertas en el mundo de la ciencia y a partir de ahí comienza a frecuentar a científicos de la talla de Einstein, Bohr, Schrodinger…, y a otros intelectuales como Hayek, Ayer, B. Russell y Wittgenstein.
A principios de 1937 emigra junto con su esposa a Nueva Zelanda a causa del conflicto judío provocado por Hitler. Permanece ahí hasta 1946, cuando se instala en Inglaterra como profesor de la London School of Economics and Political Science. El resto de su vida la vivió cerca de Oxford, interrumpido solamente por los viajes para dictar conferencias en las universidades más prestigiadas.
Como ya apunté en otra ocasión en esta misma revista, el pensamiento popperiano influye en prácticamente todas las esferas del conocimiento humano. A unas semanas de su fallecimiento se extrañan en nuestro medio los comentarios sobre su pensamiento. Alguno ha tratado un poco de su afán democrático y su pasión por la sociedad abierta, pero sin mencionar su rechazo del marxismo. ¿Se olvidará su enorme influjo incluso –según algunos– como ideólogo del neoliberalismo tatcheriano?
Teoría para modificar teorías
Teórico de la democracia, se da a conocer en el ámbito de la política cuando publica, durante la Segunda Guerra Mundial, sus dos obras más importantes en este campo: The Open Society and Its Enemies y The Poverty of Historicism. La Sociedad Abierta es un largo y fascinante alegato contra los totalitarismos, en el que toma como prototipos a la República Platónica, el Estado Hege-liano y la Sociedad Socialista de Marx, a los que pasa por la navaja de su crítica con un estilo libre de formalismos y pleno en ironías, al que estaban poco acostumbrados los intelectuales de la época. La Miseria del Historicismo (en alusión al de La Miseria de la Filosofía , de Marx) es la base metodo-lógica de ese alegato y una crítica a todo historicismo futuro. La conclusión más significativa es la desmitificación y negación del pretendido carácter científico del marxismo, fundándola en un riguroso examen científico-metodológico: el falsacionismo o método de ensayo y eliminación de error.
Enmarcados en el empirismo neopositivista, los científicos buscan hechos que verifiquen sus teorías por medio del conocimiento inductivo. Pero para Popper la inducción no existe. Rechaza esta postura así como la cruzada antimetafísica del Círculo de Viena y lo critica donde más daño podía hacerle: en su base empirista. De hecho, algunos de los miembros del grupo vienés reconocieron la verdad en la crítica de Popper: las proposiciones no puede ser fiel reflejo de los hechos; de los hechos no se puede deducir nada, porque cada hecho da cuenta sólo de sí mismo. Unicamente si se admite la capacidad intelectual de la abstracción se puede entender y aceptar la inducción, el paso de los singulares al universal.
Por el contrario, para la filosofía popperiana de la ciencia se han de buscar experimentos cruciales que falsen las teorías. No verificar, sino falsar. La razón, para Popper, es muy sencilla: un científico puede localizar hechos que favorezcan sus teorías, a la vez que oculta lo que se opone a ella. El giro de la verificación a la falsación constituye una revolución científica. Popper la descubrió precisamente comparando el marxismo (y las teorías psicoanalíticas) con la actitud de Einstein ante el examen de la teoría de la relatividad. Según Popper, Einstein manifestó que habría recibido con gusto la refutación de su pensamiento porque las pruebas recién salvadas eran de lo más cruciales: la hacían más valiosa. Pero no hay conocimiento seguro, como lo muestra la caída de la física de Newton a causa de la teoría de la relatividad. La misma teoría einsteiniana se ha visto modificada por los descubrimientos posteriores, como el de la física cuántica. El perfeccionamiento de los instrumentos científicos puede traer el descubrimiento de otros elementos que modifiquen una teoría o la falsen. Y esto es válido para todo el conocimiento, pues para Popper el conocimiento científico es el prototipo del conocimiento humano. Es el método de conjeturas y refutaciones, o de ensayo y eliminación de error, en el que la verdad es un faro que nos guía y no una posesión. Y ésta es justamente la parte medular del Racionalismo Crítico, nombre impuesto por el mismo Popper a su filosofía.
¿Eliminar el mal sin buscar el bien?
En este método se funda la crítica al marxismo y –añadamos ahora– la defensa del liberalismo: una sociedad será democrática en la medida en que busca refutaciones para sus teorías políticas. Las refutaciones nos permiten ir mejorando nuestra sociedad, porque nadie se considera oráculo de la verdad, sino propugnador de una conjetura que va siendo modificada por las opiniones de los demás y, sobre todo, las refutaciones de su contenido. Por eso, para Popper, los buenos gobernantes son aquellos que buscan eliminar la pobreza, los sufrimientos, las deficiencias sociales a través de instituciones democráticas, y no los que dicen poseer fórmulas mágicas que todo lo resolverán en un futuro que jamás llegará. Pero, ¿sólo eliminar el mal sin buscar el bien? ¿será posible?
La propuesta popperiana de una sociedad abierta a la crítica desea coadyuvar en la consecución de un mundo mejor, pero no pretende llegar al mejor mundo. Esta propuesta quizá sólo flaquea cuando no se busca establecer instituciones democráticas.
Sucede como con su idea de verdad: «la idea de verdad es absolutista (…) Nosotros somos buscadores de la verdad, pero no sus poseedores». La mezcla entre verdad y absolutismo devela una deliberada confusión entre ciencia experimental y política, actitud un tanto discutible, que de hecho se convierte en uno de los puntos más criticados del popperismo.
El pensamiento de Popper también encuentra su talón de Aquiles en las continuas confirmaciones que él busca para sus teorías, evitando las refutaciones. La debilidad de una verdad jamás alcanzada –ni siquiera la pequeña verdad de que yo existo, vivo y me muevo–, deja al popperismo pendiente de un hilo. Pero su propio método, cuando reconoce estas debilidades, se constituye en un sólido instrumento tanto para las ciencias experimentales como para las sociales.
Popper nos ha dejado físicamente pero también nos ha heredado muchas buenas ideas (no todas). Honor a quien honor merece. Adiós Sir Karl R. Popper.