El cine cumplirá el año próximo un siglo de existir. El Festival Internacional del Film de Cannes terminó su 47 edición. Cannes ha acompañado durante casi medio siglo de vida al Séptimo Arte. Longevidad envidiable conseguida a través de crisis más o menos graves, confiriendo al Festival una indudable responsabilidad.
Desde hace años la repercusión mediática está asegurada. Incluso demasiado. El Festival amenaza gigantismo, síndrome acentuado este año de forma angustiosa porque las fechas propiciaron la inevitable invasión de turistas. Los más antiguos de Cannes –para nosotros era el número 36– añoramos los años en que el Festival tenía todavía talla humana.
Esto se traduce en una organización desbordada, que en ocasiones provocaba irritación de una parte de la prensa. Será preciso adecuar el número de participantes a las posibilidades reales de acogida, en caso contrario, el Festival será víctima de un colapso.
La selección –calidad media, errores, ausencias– ha dado lugar a múltiples comentarios. Es cierto que a pesar de la presencia de media docena de obras importantes, la cuvée no ha sido extraordinaria. Es cierto también que no se comprende cómo una película como «Le Buttane» de Aurelio Grimaldi –que podría catalogarse como cine pornográfico–, ha sido seleccionada. Lo mismo podría decirse, por razones puramente estéticas, de la película franco-belga «Le Joueur de Violon», primera obra de Charlie Van Damme.
Mayoría de coproducciones francesas
Este año proliferan las coproducciones francesas, lo que da al Festival una coloración excesivamente hexagonal.
Quizá este hecho se acentúa por la ausencia de las majors norteamericanas y la ausencia alemana y española.
La ausencia de grandes películas norteamericanas plantea la inevitable consecuencia de cultivar un cine demasiado elitista, intelectual, nombrista; causa, en buena parte, de la deserción del público en los últimos años de las salas oscuras. Es preciso pues que el Festival no pierda la tradición de los grandes espectáculos que nunca faltaban en los festivales de antaño.
¿Las 23 películas en competición constituían una buena muestra del cine actual? Difícil dar una respuesta tajante. En todo caso, era preciso comprobar la desaparición completa de Africa, la casi completa de Latinoamérica (una sola película mexicana), mientras que de Europa Occidental, sólo Italia y Francia estaban bien representadas. Y al Este, es Francia la que permite a rusos, polacos o rumanos, seguir haciendo cine. El programa del cine occidental estaría completo con la presencia de las producciones independientes norteamericanas.
Se comprueba la nueva vitalidad del cine asiático –Irán, India, China, Taiwan, Camboya– y la repetida ausencia del país de más tradición cinematográfica de la zona: Japón. Quizá esta presencia asiática ha hecho del Festival una involuntaria confrontación Oriente-Occidente, con características bien precisas entre un cine más joven, que habla de cosas fundamentales y un cine fatigado, que repite fórmulas usadas o que busca desesperadamente llamar la atención –provocar– con resultados mediocres.
Cine europeo, una cierta vitalidad
Las polémicas en torno a las discusiones del GATT y al real o pretendido imperialismo del cine norteamericano, han hecho que el Festival haya forzado un poco la nota en lo que respecta a Francia e Italia, pues al cine británico se le considera prolongación del norteamericano.
Las cuatro películas italianas aparecían como un manifiesto anti-berlusconiano, al mismo tiempo que el hombre que algunos consideran como la causa de muerte del cine italiano, ocupaba las más altas funciones políticas en su país. Dejando de lado la presencia escandalosa de la película de Grimaldi, el resto no despierta un entusiasmo particular, exceptuando la obra de Nanni Moretti, pero también por razones extra-cinematográficas.
Sorprende «Una pura formalita» de Giuseppe Tornatore. Bien lejos de la ternura nostálgica de «Cinema Paradiso», supone un cambio de orientación. Duelo entre Gerard Depardieu y Roman Polanski, transformado nuevamente en actor. Se trata de una historia kafkiana: un tiro en la noche, un hombre que corre, detenido y conducido a un extraño comisariado rural donde un policía le interrogará toda la noche. El detenido es escritor y el policía un ferviente admirador suyo. La situación es insólita y original. Tornatore mantiene la tensión respetando casi estrictamente la unidad de tiempo y lugar. Su conclusión queda abierta a múltiples interpretaciones, desde la más trivial, hasta la metafísica.
La inspiración de Mario Brenta en «Barnabo delle Montagne» es literaria. Adaptación de una novela que cuenta la historia de guardias enfrentados a contrabandistas. Resulta una película bella, lenta, sobria, austera, que evita las facilidades del espectáculo, pero que posee un encanto particular en la línea de las obras de Olmi.
La presencia de Nanni Moretti, después de su enfermedad no podía sino despertar la simpatía a falta de un verdadero entusiasmo. Con «Caro diario» presenta un panfleto contra la televisión. Se trata de un diario íntimo, egocéntrico, de varios capítulos. Una película en la que el realizador es actor casi único de aventuras de un valor desigual.
Cine francés, una selección interesante
La selección francesa, criticada casi todos los años, ha sido en general bien recibida. Las películas en competición mostraban gran variedad de géneros e inspiraciones.
«La reine Margot» de Patrice Chereau, se inspira en la novela de Alejandro Dumas. La historia se adereza con numerosos anacronismos que introducen las ideas de Chereau sobre fanatismo, intolerancia y sus propios fantasmas –sexuales o ideológicos– en la trama que rehace a su gusto con paroxismo y violencia. El abuso termina por destruir la emoción.
«Grosse fatigue» aborda la popularidad y sus inconvenientes, y lo hace con abundancia de ideas ingeniosas y eficaces. Pero la reflexión sobre la notoriedad y sus peligros reclamaba una conclusión de cierto peso que no llega nunca.
En «Les patriotes» de Eric Rochant –película de espionaje–, el debate es esencialmente moral y la historia es más una obra psicológica que un film de acción. Rochant deja un final abierto. Su conclusión es la de que los servicios secretos son necesarios para la seguridad de un país y que, además, en el caso de Israel, se trata de una cuestión de vida o muerte.
El adiós de Kieslowski
El realizador polaco Kryzstof Kieslowski acaba de anunciar su intención de retirarse del cine. Decisión a la que esperamos renuncie. Con «Rouge», realización franco-suiza-polaca termina su trilogía «Bleu-Blanc-Rouge», colores de la bandera francesa que simbolizan libertad, igualdad y fraternidad. En realidad no hay que tomar demasiado a la letra estos simbolismos. Todas sus películas hablan del amor y el azar. Los colores ilustran las tonalidades cromáticas de los distintos episodios. «Bleu» transcurría en Francia, «Blanc» en Polonia, «Rouge» en Suiza. En Ginebra, Valentine (Irene Jacob), sufre un desengaño amoroso y encuentra casualmente a un juez jubilado (Jean-Luis Trintignant). El hombre es huraño y poco sociable. Valentine descubre además que escucha las conversaciones telefónicas de sus vecinos gracias a un sistema ilegal. Viejas historias y nuevas confidencias emergen, otros personajes intervienen. Parejas que se deshacen, amantes que se traicionan. Sobre todo ello se prepara una historia de amor en la que el juez parece dominar los resortes. Juego sorprendente de encuentros inesperados que revelan una densidad humana poco común.
Antes de viajar a Oriente quizá es mejor dirigirse del lado anglo-sajón. Y lo más natural es comenzar por «The Browning Version». Mike Figgis sitúa la historia en la época actual. En un college de Oxford, un profesor se encuentra en plena crisis profesional y afectiva. Un acontecimiento inesperado lo hace reaccionar. Cuidada película de ambiente y sobre todo bien interpretada por Albert Finney. Quizá su principal limitación es que se trata de un cine que se alimenta de sus propios recuerdos.
Vivir de recuerdos
El mismo fenómeno se produce en el cine norteamericano con diversas fórmulas: una, de fidelidad casi total, y otra que podríamos calificar de «irreverente». La primera es representada por los hermanos Coen –Joel y Ethan– que con «The Hudsucker Proxy» (Tim Robbins, Paul Newman y Jennifer Jason Leigh), inauguraba el certamen. La segunda cinta es de Quentin Tarantino.
Joel Coen no oculta que Frank Cappra es su modelo. Un pobre empleado se transforma en presidente-director general, por un maquiavélico capitalista que desea bajar en la bolsa las acciones de una próspera sociedad. A la historia de intereses se añade otra de amor. Comedia ligera, donde el bien triunfa y los malos son castigados. Profesionalismo irreprochable en la realización donde queda por saber si el resultado obtenido está a la altura del esfuerzo.
«Pulp Fiction» entra en la tradición del cine negro norteamericano. Las diversas historias que componen la película se inspiran en una literatura de baja estofa: los pulp magazines de los años 40, a su vez influidos por las historias de gangsters. Tarantino evoca situaciones clásicas, prácticamente todas con precedentes fílmicos. El contenido importa poco. No hay ningún suspense ni emoción. Unicamente interesa el tratamiento cómico de las situaciones, a base de una buena dosis de provocación y utilización abundante de hemoglobina. Ninguna veleidad sentimental, pero eso sí, un trabajo riguroso de los actores y un dominio evidente de la técnica del relato cinematográfico. La parodia podría satisfacer si no fuera por una voluntad evidente de chocar con detalles de mal gusto que podrían evitarse sin esfuerzo y que no son esenciales para la película. Este cine aparece como el producto de una subcultura decadente que en el fondo no tiene nada qué decir de fundamental sobre el hombre y su destino.
En un terreno mucho más clásico se sitúa «Mrs. Parker and the Vicious Circle» de Alan Rudolph que evoca la vida de la escritora Dorothy Parker, figura intelectual del Nueva York de los años 20. Rudolph reconstruye la época y compone una biografía con trazos firmes. Jennifer Jason Leigh, prueba su extraordinaria capacidad de metamorfosis.
México en Cannes
Ausente desde hace varios años de la sección competitiva, México ha estado presente este año con dos obras: el cortometraje de Carlos Carreras, «El héroe» y la película de Arturo Risptein «La reina de la noche», biografía novelada de Lucha Reyes.
«El héroe» recibió la Palma de Oro, máximo honor del Festival en su categoría, en la que competían ocho películas más. Esta obra de dibujos animados, que dura poco más de cinco minutos, es presentada como «una historia de amor que termina antes de comenzar». En los andenes congestionados de un Metro urbano, un hombre adivina que una joven tiene intención de suicidarse. Intenta retenerla a la llegada del Metro, pero la muchacha grita y la policía detiene al «héroe». A la llegada del próximo Metro, la joven se arroja a la vía.
Dejando de lado el humor negro de la historia, el Jurado recompensó la originalidad y fuerza de la animación de Carreras, capaz de crear una atmósfera de angustia con las figuras de un grafismo sumamente eficaz.
Este mismo ambiente pesimista y desesperado, pero ajeno ya a toda idea de humor, se encuentra en «La reina de la noche» de Arturo Ripstein sobre un guión de Paz Alicia Garciadiego. Sus autores califican la obra de «biografía imaginaria de la vida sentimental de Lucha Reyes», una forma de decirnos que si han seguido las grandes líneas de la vida de la artista, no pretenden hacer un relato fiel de su existencia. En realidad se trata sobre todo de «la caída de una estrella», pues la película aborda únicamente los últimos años de su vida: desde 1939 hasta su suicidio en 1944 a la edad de 38 años. Garciadiego se interesa sobre todo en las relaciones conflictivas de Lucha con su madre y sus deseos insatisfechos de fundar una familia «normal», a través de dramas sentimentales y de la acción desintegradora del alcohol. Todo ello captado por Ripstein en el ambiente crepuscular de un México exclusivamente nocturno, donde dominan los tonos rojizos. La óptica tremendista y pesimista de la obra, no retrocede ante un naturalismo extremo –desviaciones sexuales, escenas eróticas– y crea un indudable malestar sin duda querido por el realizador.
Por otra parte, Ripstein intenta describir los medios intelectuales de la época –escritores, pintores, exiliados españoles, revolucionarios estadounidenses–, como simple tela de fondo de un melodrama desgarrado que desemboca en tragedia, dominado por el trabajo interpretativo de Patricia Reyes Spíndola. Existe una dimensión que quizá Arturo Ripstein no llega a transmitir a un público internacional: la popularidad de Lucha Reyes en México. No se percibe en la película que la artista estaba en el zénit de su gloria y que se describe su patética caída.
Antes de abandonar el continente americano, es preciso citar «Exótica» del canadiense Atom Egoyan. Este autor sigue presentando el proceso de voyerismo de la sociedad occidental, con películas que crean una atmósfera particular destinada a alimentar un extraño suspenso psicológico. Lástima que se deje arrastrar por un erotismo provocante que por otra parte pretende condenar.
Despertar del cine en Oriente
El Festival de Cannes fuerza a hacer largos viajes. Hacia Oriente la primera escala se sitúa en Iran. «Au travers des oliviers», (la producción es francesa), de Abbas Kiarostami, merece el nombre de cine de ensayo pues el punto de partida es una escena de su película anterior: «Y la vida continúa». Después del terremoto –tema de la anterior película–, la objeción a que un joven se casara porque no tenía casa para su esposa, no tenía sentido pues todas las casas del pueblo habían sido destruidas. Sobre este material de base Kiarostami construye una de las más bellas declaraciones de amor de toda la historia del cine que constituye, al mismo tiempo, una hermosísima apología del matrimonio. Como se ve, el cambio de continente comporta un cambio radical de orientación. El cine comienza a hablar de nuevo de cosas fundamentales, la estética es simple, los medios limitados.
Otras películas continúan esta línea. «Swaham» («Destino») de Shaji N. Karun, melodrama de la India, aparece demasiado árido para la mentalidad occidental. No así la obra de Rithy Panh, «Les gens de la rizière» que permite a Camboya participar por primera vez en el Festival. La película cuenta la historia de una familia camboyana que vive en estrecha unión con su tierra, arrozal al que es preciso arrancar el sustento con un trabajo constante. Si las peripecias pueden parecer melodramáticas –muerte del padre, locura de la madre–, la fuerza del relato es tan intensa, la dureza de la vida tan evidente, que todos los prejuicios se disipan. Sólo se contrató un actor profesional en este grupo de campesinos y el haber rodado con ellos en los exteriores de Camboya dan a la cinta un acento inconfundible de verdad.
Del lado de China, la vitalidad manifestada en los últimos años se acentúa. Los realizadores siguen luchando contra la censura, aunque sus obras terminan por conocerse y obtener reconocimiento internacional. Antes de penetrar en el continente es preciso hacer un alto en Taiwan. Edward Yang, realizador de 47 años, sorprende esta vez con una visión desconcertante de Taipei. «Duli Shidai» es un fresco sobre la juventud de su país. Se trata del enfrentamiento de culturas; la china y dos olas sucesivas tras la guerra: la norteamericana y la japonesa. Excelente testimonio sobre las transformaciones culturales de Taiwan.
China continental envía a Cannes –como el año pasado con «Adiós, mi concubina» de Chen Kaige–, una de las obras fundamentales de este Festival. «Huozhe» («Vivir») de Zhang Yimou se sitúa en la línea de las películas que intentan reconstruir la memoria oculta de toda una época; es la historia de una familia china desde los años 40 al final de la revolución cultural. Yimou afirma haber evitado todo exceso crítico hacia el régimen comunista, pero por el momento la película se ha prohibido en China y Zhang Yimou no pudo estar presente en Cannes.
El tema de «Huozhe» es más universal que la simple crítica al régimen comunista, sobre todo por estar formulado de forma positiva. Se trata del deseo de vivir de una familia, contra todas las adversidades de la historia. Yimou señala que realizó la cinta para mostrar la capacidad de la familia humana de esperar tiempos mejores para su descendencia, en medio de las más duras tribulaciones del presente.
Las heridas no cicatrizadas
Los arreglos de cuentas con la historia son el tema de otras películas, venidas esta vez de los países del Este de Europa. Este cine sigue en crisis; sólo Rusia, con ayuda occidental, permite rodar a sus grandes realizadores. También el rumano Lucian Pintilié, exiliado en Francia, consiguió filmar en su país «Un été inoubliable». A pesar de sus proporciones modestas y medios limitados, la película interesa por tratar el tema de los conflictos étnicos en los Balkanes. La cinta muestra cómo la violencia es una maquinaria difícil de parar, incluso con voluntad de hacerlo.
Las dos películas rusas constituyen, quizá, lo más interesante del Festival. Firmadas por los hermanos Andrei Konchalovsky y Nikita Mikhalkov, testimonian el presente y pasado rusos.
Con «Kourotchka Riaba» («Riaba, mi gallina»), Konchalovsky vuelve al mismo pueblo donde hace 30 años rodó su primera película «La felicidad de Assia», que captaba la vida de un kolkhoze. Assia está vieja y vive sola. Su única confidente es Riaba, su gallina. La película es una fábula moral ligera, sin pretensiones y sin rencores excesivos. Su visión del provenir, al menos en el terreno político, no es demasiado optimista. Sin embargo su conclusión no es negativa. La vida de los campesinos del pueblo no había cambiado demasiado bajo el régimen comunista, tampoco lo hará ahora bajo la democracia, como si algo natural, quizá el contacto con la tierra, asegurara la continuidad de la especie.
Nikita Mikhalkiv en «Outomlionnye Solntsem» («Sol engañador») adopta un tono más grave para tratar los años sombríos del stalinismo. Es verano de 1936. A la vida de Maroussia –casada con un héroe de la revolución, Serguei Kotov– llega Dimitri, viejo amigo de la familia y antiguo pretendiente. Dimitri pertenece a la policía de Stalin y prepara la detención de Kotov, que será víctima de una de las innumerables purgas stalinianas.
La cinta –basada en una historia real– es ejemplo de equilibrio y progresión dramática. Descripción pintoresca de los personajes secundarios, evocación nostálgica de recuerdos comunes, discusiones sin fin sobre episodios revolucionarios.
Mikhalkov se interesa más por el pasado que por el porvenir, por considerar que el comunismo engendró una responsabilidad colectiva que será preciso pagar.
Premios, sorpresas y decepciones
Como de costumbre, y quizá por ello sin demasiada importancia, el Palmarés del 47 Festival de Cannes contiene omisiones y errores graves. Las primeras se refieren a dos obras, en el pelotón de cabeza de las preferencias de los críticos: «Rouge» de Kieslowski y «Au Travers des Oliviers» de Kiarostami. En el capítulo de la interpretación otros dos olvidos, sin por ello poner en duda el valor de los actores premiados, el de Albert Finney en «The Browning Version» y Jennifer Jason Leigh por su trabajo en las películas de Joel Coen y Alan Rudolph.
Casi todas las películas favoritas se encontraban en el Palmarés, pero no todas en el lugar adecuado. Decimos casi porque el modesto premio dado a «La Reine Margot» debía destinarse a alguna de las películas olvidadas, y también porque el otorgado a Virna Lisi fue una sorpresa que Isabelle Adjani ha debido sentir como ofensa. En efecto, no recordamos un precedente en el que el premio de interpretación sea dado a una actriz que no sea la heroína de la obra. Parece evidente que ciertos sectores de la industria francesa soñaban, para el film de Chereau, la Palma de Oro. De ahí la cara de duelo del realizador cuando recibía un simple premio de consolación.
Nada que decir, sino aprobar, los premios de mejor guión a Michel Blanc por «Grosse Fatigue» ni la mejor dirección a Nanni Moretti por «Caro Diario». Algunos hablaban de la Palma de Oro para Moretti, cosa a todas luces desproporcionada. En cuanto al premio de interpretación masculina para Ge You por su trabajo en «Huozhe», nada hay tampoco que objetar. Ge You triunfó ya en Cannes con «Adiós, mi concubina» interpretando un papel secundario.
En la cabeza del Palmarés, se encuentra el error capital. «Pulp Fiction» de Quentin Tarantino no merecía la Palma de Oro. Sólo la presencia de Clint Eastwood a la cabeza del Jurado explica –no justifica– tal aberración. Es evidente que la Palma debía ser para una de las dos películas coronadas ex-aequo con el Gran Premio del Jurado: «Houzhe» de Zhang Yimou y «Outomlionnye Solntsem» de Nikita Mikhankov.