La persona humana está dotada de entendimiento y voluntad. La voluntad es la facultad de apetecer, es una potencia, en tanto que la libertad se da en la acción. El hombre, al ser dotado de voluntad propia, lo es, por tanto, de libertad. Se puede actuar en un sentido o en otro según lo indique la voluntad iluminada por la razón; aun cuando hay acciones que desbordan la voluntad conforme a la razón y que, por lo mismo, se llaman «involuntarias» o no plenamente consentidas, estas acciones están regidas por otras causas que no trataremos aquí.
VOLUNTAD: LLAVE DE LA LIBERTAD
La voluntad se modula por el conocimiento. En un recién nacido, el conocimiento es automático y se rige por el sistema vago-simpático cuya acción es independiente de la razón: mantiene la vida, y los actos del niño expresan la necesidad de alimentarse, protegerse del frío o el calor… Esto mismo sucede en las especies animales carentes de entendimiento: sus actos son inspirados por el instinto.
Después de esta corta etapa supeditada al instinto, el niño utiliza su entendimiento y poco a poco hace uso de la voluntad. Con ella presiona a los demás para que cumplan sus deseos; de las satisfacciones o frustraciones que obtenga, modela su entendimiento y, así, construye un marco de acción dentro del cual actúa: su conciencia. En el caso del niño es una conciencia incipiente, pero es el cimiento de su futura conciencia de adulto.
En esta primera infancia, el marco de acción se construye al aumentar el conocimiento por acciones y estímulos que recibe de los padres y quienes lo rodean y auxilian, así como por el cúmulo de sensaciones que le llegan del medio y son causa de las satisfacciones y frustraciones que sufre.
El período escolar es fuente importante de nuevos estímulos a su voluntad que modifican su marco, en ocasiones en forma temporal pero, en otras muchas, de manera definitiva.
Así, entre triunfos y fracasos, llega a la edad adulta con un marco de acción generalmente bien definido. Tiene conciencia de sí mismo y establece principios o cimientos que sirven de soporte a su autodeterminación volitiva, a la actuación de su libertad. Se dice entonces que es un ser maduro.
Pero en otras, se llega a la vida adulta con un marco aún en proceso de definición. Es cuando nos encontramos con personas cuyas reacciones no guardan lógica, no son congruentes entre sí y por tanto no pueden preverse; aquellas personas que no han logrado establecer una base firme de principios para su acción y se guían por los principios de otros, por lo que está de moda o por opiniones ajenas.
DESARROLLO MENTAL Y MORAL, FRUTO DE LA VOLUNTAD
En el variable ambiente que vivimos, nuestro marco de acción no debe ser rígido, pues necesita adaptarse a los nuevos requerimientos que dirijan la acción de la voluntad hacia el objetivo que todos debemos perseguir: alcanzar nuestro máximo desarrollo físico, moral y espiritual. Quienes viven rígidamente no se adaptan y tienen normas de actuación que fueron buenas en otros tiempos o para otras personas pero ya no están vigentes o no son adecuadas.
Esto nos lleva a discernir qué partes de nuestro marco de acción son básicas y cuáles podemos y debemos modificar para adecuamos a los cambios que el tiempo exige. Este proceso de selección de lo básico y lo accidental es personal y resulta sumamente difícil de realizar por lo mucho que nuestro entendimiento está contaminado de novedades materiales, espirituales y morales.
Pero, ¿con base en qué se construye ese marco de actuación?, ¿cómo tener una conciencia que permita manejarse con éxito, es decir, desarrollarse integralmente en un mundo tan cambiante?
El hombre todos los hombres posee un deseo innato de crecer y ser mejor. En el aspecto físico, el crecimiento es cosa natural a la que no puede oponerse sin afectar su constitución física y, en muchas ocasiones, su salud; recordemos el corset de las damas del siglo pasado, la mutilación en los pies de las antiguas japonesas, el estiramiento de los cuellos de algunas tribus africanas…
El desarrollo mental y moral es, en gran parte, fruto de la voluntad del individuo, voluntad muchas veces provocada por el ejemplo, algunas inducida por padres, amigos o maestros, y en otras por aptitudes innatas, sensibilidades extremas o visión de problemas ocultos a mentes menos agudas.
Para concluir: la voluntad es la facultad para actuar que permite hacer uso de la razón y escoger, entre varias opciones, aquella que encamine al objetivo determinado con base en la razón y la fe. La libertad es don que permite tomar decisiones mediante la voluntad.
AUTORIDAD COMO SERVICIO, ¿ES POSIBLE?
La autoridad es marco de referencia de las acciones que existen o se imponen desde fuera de la persona. Autoridad es, también, el individuo o institución que gobierna dichas acciones. El hombre es un ser incompleto y dependiente de otros; dentro de sí está implícita la necesidad de ser solidario; a él se ha encargado dominar la tierra, las bestias y los elementos. Pero la persona tiende a olvidar lo precario de su naturaleza y se siente todopoderosa.
Cualquier autoridad debe recaer dentro del marco de acción que le es propio. Por ejemplo, si consideramos que el médico está capacitado para curar nuestros males o prevenirlos, le concedemos autoridad en esa área y reconocemos, tácitamente, que su autoridad está dentro de nuestro marco de acción y respetamos sus opiniones y órdenes.
En la misma forma, para circular con relativa seguridad en calles y carreteras, seguimos normas impuestas por la experiencia de otras muchas personas, que se plasma en leyes y reglamentos. Estos se respetan cuando cubren nuestro personal marco de actuación, pero si consideramos que exceden los límites de nuestro marco, los olvidamos y actuamos fuera de ellos; como cuando, a las tres de la madrugada, no esperamos la luz verde de un desvelado semáforo que está en rojo, pues vemos claramente que no hay ningún peligro en cruzar la calle.
La liberación femenina es resultado de normas y tradiciones obsoletas que excedieron áreas de todo un grupo social.
Nuestros legisladores han modificado leyes caducas que afectaban grandes sectores de población, como las agrarias y las referidas a la libertad religiosa. La autoridad debe ser siempre autoridad puesta al servicio del hombre, y en extensión, de la comunidad, y todavía más, de la humanidad. La autoridad como servicio suena en nuestros pragmáticos oídos como algo fuera de razón, aunque, al reflexionar, percibimos lo muy razonable que es.
Así, siguiendo nuestra experiencia, la primera fue la materna y, por mucho tiempo, nos dejamos guiar por ella; poco después experimentamos la de nuestro padre y, si ellos actuaron con rectitud en nuestro servicio, fue una autoridad de amor que aceptamos. Después, la autoridad de maestros, algunas veces problemática, pero aquellos que fueron mentores de prestigio deseaban servir y quienes percibíamos como deficientes, más que servirnos, se servían de sus alumnos o bien su único objetivo era justificar su salario o sum ego al ser llamados «maestros».
Al trabajar en algo que satisfaciera nuestras necesidades materiales y algunos deseos de desarrollo integral, tuvimos éxito al enfrentamos a marcos de acción congruentes con el nuestro, y fracaso cuando la autoridad no concordaba con lo que teníamos establecido.
ESPACIOS DE DECISIÓN Y CRECIMIENTO
La autoridad en lo accidental permite la libertad en lo esencial o trascendente. Una de las mayores fatigas del hombre es decidir, permitir a la voluntad escoger, entre muchas acciones, una que pueda realizar y usar, así, el don de la libertad.
Cuando se está sujeto a la necesidad de tomar un sinnúmero de decisiones intrascendentes, la fatiga que esto produce acaba por anular la posibilidad de tomar decisiones mayores, de más importancia o trascendencia. Es saludable que las decisiones de poca importancia se basen en «marcos de autoridad» preestablecidos; todo aquello que llamamos «rutinas» y que tienen que ver con actos higiénicos de nuestras necesidades animales y también de nuestra vida espiritual.
Es un hecho que los matrimonios entre personas de círculos sociales semejantes, con costumbres parecidas y valores comunes, tienen mayor posibilidad de éxito que aquellos que se dan entre personas de diversos círculos sociales o de costumbres muy diversas, y en ocasiones también, de valores totalmente diferentes o hasta opuestos. Entre los primeros, las rutinas tienden a ser similares en tanto que entre los segundos hay siempre molestia por la forma de actuar del otro desde cosas insignificantes y hasta trascendentes.
El principio de «subsidiaridad» de la doctrina social cristiana es, expresado con base en los conceptos expuestos, el que el jefe o senior (o como se expresa en la doctrina social cristiana, «el más capaz») permita al subordinado o junior («el menos capaz» actuar hasta el lÃmite de sus capacidades y ayudarlo e instruirlo temporalmente (subsidiariamente) para que pueda desarrollarse.
Esto es lo mismo que hemos expresado de ayudar al pequeño (inferior) a formar un marco de acción adecuado una conciencia, que permita su desenvolvimiento y, a su vez, posibilite al «superior» desarrollarse también al delegar decisiones en el «inferior» para aprender y, con el tiempo, llegar a ser «superior».