Aunque nos veamos forzados a caer en el cliché: no importa cuántas veces vayamos, Londres siempre encontrará una manera única de sorprendernos. Pocas ciudades poseen tanta capacidad de reinventarse, al tiempo que mantienen tradiciones sofisticadas como tomar té a cierta hora de la tarde, obras de teatro que llevan décadas en cartelera (a la misma hora y en el mismo lugar), así como tiendas centenarias para comprar guantes y sombreros.
Como visitantes primerizos es buena idea empezar por el centro de la ciudad y navegar con esa brújula pre-dirigida a los lugares emblemáticos que todo turista lleva dentro, desde el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham, hasta una visita detenida por el templo más antiguo de la ciudad, la Abadía de Westminster; cruzar el famoso Tower Bridge, visto desde el cielo en un sinfín de tomas panorámicas, y claro, la Torre de Londres, donde decapitaron a Tomás Moro por mandato de Enrique VIII; paradójicamente uno de los lugares más temidos de Inglaterra durante siglos, es hoy uno de los más concurridos del planeta.
Por fortuna, Londres no se visita en sentido arqueológico. Existen emblemas más recientes que pueden advertirse sin muchos esfuerzos. Los más de 300 metros de altura ayudan a que, cuando veamos, no haya ninguna duda. Esta pirámide contemporánea también conocida como Shard of Glass es ya un ícono arquitectónico del mundo. Si bien aloja oficinas de célebres compañías, condominios y restaurantes cuyos menús presumen la misma altura que sus mesas, en el punto más elevado sobresale un mirador con vista de 360 grados para abarcar todo Londres, tal como su creador, el arquitecto Renzo Piano, lo deseara desde el principio.
Entre los pisos 34 y 52 se ubica el hotel Shangri-La cuyo máximo atractivo se resume en una palabra: cristal. Desde el bar se tiene la mejor vista de The City, como se le conoce al corazón financiero de Londres, donde relucen el neofuturista edificio The Gherkin y el Edificio Lloyd’s, ambos edificados por otro capo de la arquitectura: Norman Foster, inglés de nacimiento y ganador del premio Pritzker en 1999. Imposible no advertir también la construcción conocida como Walkie-Talkie, del uruguayo Rafael Viñoly.
Buenos por conocidos
Una vez con los pies en la tierra, es buena idea caminar por el lado sur del Támesis. Además de ofrecer distintos ángulos del centro, resulta una excelente forma de ejercitar el cuerpo para luego recompensarlo con algunos íconos clásicos de la capital inglesa. Hacia el oeste, partiendo del propio edificio The Shard, se ubica la poco nombrada en las guías de viaje Catedral de Southwark (que no debe confundirse con la catedral católica de San Jorge). Lo interesante es que en esta gótica construcción se festeja el cumpleaños de Shakespeare, quien, por cierto, goza de otro espacio creado en su honor: el Shakespeare’s Globe, una réplica del teatro original en la época isabelina.
Obviamente aquí se montan obras tal y como el dramaturgo las concibiera: sin iluminación, efectos especiales, al aire libre… todo a cargo de los actores. Para sentir la experiencia en todo su esplendor, será mejor comprar uno de esos boletos de cinco libras, de pie y recargados en los escenarios, como hace más de 400 años.
Honor a quien honor merece
Zaha Hadid representa uno de los mejores planes en Londres. No sólo porque esta arquitecta anglo-iraquí, —quien falleció en marzo de este año—, dejara una huella indeleble en su amada ciudad, sobre todo en los Juegos Olímpicos de 2012 con las etéreas alas de su Centro Acuático. La buena noticia es que no es necesario ir hasta la zona olímpica para disfrutar su arquitectura. A pocos pasos del corazón del elitista Chelsea se encuentra la Roca London Gallery, donde ella plasmó su particular visión.
Aunque al salir de la Galería se puede optar por tomar el metro, quizá sea momento de subir al súper clásico black cab, ese taxi genéticamente inglés. Por esta ocasión superaremos la tentación de pasear por el propio Chelsea, Knightsbridge y Covent Garden. En cuanto aparezca en escena la enorme cúpula de la Catedral de Saint Paul, es momento de abandonar el taxi para encaminarnos al edificio insignia de la zona, el One New Change del francés Jean Nouvel, otro súper reconocido maestro de la arquitectura. Con su inapelable experiencia creó un centro comercial en el que afamadas marcas internacionales pelean por el estrellato, además de los grandes nombres de la gastronomía, como el propio Gordon Ramsay, que hace unos cinco años inauguró ahí otra de sus aclamadas propuestas: el Bread Street Kitchen.
Era de esperarse que Nouvel hiciera dialogar al mundo de las tiendas con la libertad de las calles. El último piso es fiel testigo de esta hazaña, con una terraza dividida en dos momentos: uno para estar a solas, asomado hacia buena parte de la ciudad, y otro acompañado de entremeses y cocteles a la altura de todo este escenario, en una de las mesas del Madison Bar.
El río a nuestros pies
Y para terminar con broche de oro los pasos por el Támesis, es necesario hacer la fila y subirse al London Eye. Se trata de la rueda de la fortuna más grande del mundo, inaugurada en 2000 para recibir al nuevo milenio. Desde lo alto y en una cápsula transparente, tápese los ojos quien no desee ver el edificio del Parlamento y aquello que invariablemente aparece en nuestra mente cuando pronunciamos la palabra Londres: el Big Ben.
También veremos a cielo abierto uno de sus mejores protagonistas: la antigua Central de Energía de Bankside, convertida hoy en catedral del arte contemporáneo. La Tate Modern expone el vasto repertorio de la prestigiosa Colección Tate, uno de los sitios que hacen latir a ritmo acelerado el universo del arte plástico, a través de exposiciones itinerantes que revelan las nuevas tendencias. Recomendamos estar al tanto de exhibiciones y eventos en su página web, o bien leer la agenda impresa desde su restaurante, con vista al Támesis por supuesto.
Un último sendero
Aunque algunos digan que la fama de Shoreditch ha llegado a su fin, cafés, restaurantes y tiendas independientes demostrarán lo contrario. Las hordas extrañas y en tendencia siguen llegando al triángulo formado por la Old Street, Great Eastern Street y Shoreditch High Street, con todo y sus fachadas cubiertas de grafiti.
Lo mejor es recorrerlo sin destino fijo y encontrar entre sus calles rincones como la White Cube Gallery, donde el escultor inglés Antony Gormley o Damien Hirst (el artista vivo más rico del Reino Unido) exponían sin gran reconocimiento en los 90. Es indispensable localizar la antigua estación eléctrica del barrio, para comer con el original acompañamiento de una instalación artística concebida por el propio Hirst: una enorme vaca y una gallina dentro de una urna de cristal. Se trata del Tramshed, propiedad de Mark Hix, restaurantero londinense que ha impulsado el consumo de carne orgánica. Si bien no es ideal para vegetarianos, sí para los amantes del arte contemporáneo y todos aquellos que han decidido nunca cansarse de Londres.