¿Luchar o bajarse del barco?

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Recientemente me incorporé como director comercial en una empresa del sector inmobiliario. Es un puesto nuevo, pues antes se encargaba de mis funciones el director de negocios.
Al ingresar, me llamó la atención lo relajado del ambiente entre los ejecutivos de ventas, quienes no trabajan en equipo, sino en dos bandos: uno leal al director de negocios (al que le reportan más que a mí) y otro dispuesto a trabajar conmigo.
Por otro lado, el sueldo de los vendedores es bajo y su ingreso fuerte proviene de las comisiones. Poco a poco he descubierto algunas irregularidades, encontré que la empresa tiene retrasos de más de un año en el pago de las mismas, incluso hay trabajadores que ni siquiera pasan las facturas para cobrar. También existe un arreglo off the record con el director de negocios para cobrar las comisiones directamente a los clientes, siempre y cuando los precios de venta estén arriba del mínimo autorizado por él y se le brinde un porcentaje de la comisión.
Acudí al director general para comentar tales anomalías y, aunque se mostró sorprendido, mencionó que no lo considera un problema grave pues con tales prácticas se evitan gastos a la empresa, que el director de negocios gana poco, no tiene bonos y que esto puede funcionar para completar su ingreso. Estoy extrañado y desanimado, sin embargo me parece que pensar en cambiarme de trabajo es una salida fácil, pues una vez que te has topado con la corrupción, tu deber como persona y ciudadano es combatirla. ¿Qué hacer ante este panorama?
 
Los asesores sugieren
1
Metas claras, cambios reales
Es verdad que uno tiene la obligación de resistir y combatir el mal. También es cierto que, para hacerlo, debe evaluar su capacidad de transformar una realidad concreta. Desde mi perspectiva, a esa empresa le aquejan muchas deficiencias. Entre ellas, falta profesionalismo pues es un grave mal retrasar los pagos de quienes -a decir de usted y del propio director general- tienen un ingreso insuficiente.
Una empresa que ahorra en el sueldo de sus empleados y consiente que se compensen con cobros arreglados es, en cierto sentido, cómplice de los mismos y con su desidia fomenta que haya remuneraciones por debajo del agua.
Entiendo su deseo de combatir la corrupción y cambiar la realidad, pero lo animo a ponerse metas más claras y un tiempo perentorio para lograr los cambios, o mejor cambiar de trabajo.
Felipe Jiménez
Filósofo dedicado a docencia
 
2
No sé si llamarlo corrupción
Estimado director comercial: el dilema que expones presenta diversas aristas. La primera y más importante de ellas es la convicción ética del director general (o su ausencia, para ser más específicos en este caso).
Cuando la dirección general no está convencida del valor de la ética, entonces sienta el «tono» del comportamiento en el interior de la empresa y direcciona una serie de conductas y acciones en un sentido. En estos casos no hay código de ética, ni control alguno que alcance a detener lo que él mismo provoca y permite en su empresa. Es la alta dirección quien debe ser la primera en manifestar y vivir una serie de valores que construyen la reputación de la empresa, hacia su interior y hacia los stakeholders involucrados con ella.
Además, se notan otros problemas estructurales, por ejemplo, la liquidez de la empresa y un sistema de incentivos no alineados a la estrategia, tanto de los vendedores como de los directores. Pero estos problemas son secundarios con respecto a la convicción de la que hablamos antes.
Mi sugerencia es no desgastarse y buscar lo antes posible una empresa que esté alineada a tus valores y convicciones. La corrupción es el abuso de un poder dado en beneficio propio, si este abuso es consentido por quien dio ese poder no sé si llamarla corrupción.
Rodrigo Villaurrutia
Profesor de Ética de la empresa
 
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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