Ojos que no ven, ¿corazón que no siente?

 
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Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos. Un destello
me alcanza. He vislumbrado tu cabello
que es de ceniza o es aún de oro.

Borges, «Un ciego» (1975)
 
Desde chico tuve contacto con la ceguera, porque alguien muy querido la padecía. Mi padrino Manuel había perdido la vista por un glaucoma durante su adolescencia. Él era un hombre ejemplar, culto, fuerte, cortés, amable. De niño, me llamaban la atención sus libros en braille, su reloj de tacto, el modo como acomodaba los billetes, el sillón al lado de un radio enorme, su destreza con el bastón, su gusto por Mozart, el impecable orden en su escritorio. Cuando lo visitaba, recuerdo que me decía: «Héctor, prende la luz, no te vayas a caer». Su casa, en efecto, siempre estaba a oscuras. En su territorio, yo era un ciego.
Pero fuera de su casa, el México de los años 70 parecía ensañarse con su discapacidad. Si actualmente nuestros aeropuertos, oficinas, hospitales, universidades no cuentan con las instalaciones amigables con quienes sufren alguna discapacidad, mucho menos en aquellos tiempos. No pocas veces me pidió que lo acompañara a firmar documentos importantes; necesitaba de alguien de confianza que lo ayudara. Nuestra cultura de contratos escritos, requiere de la mirada. Intenten ustedes imaginar un día de su vida sin ojos. ¿Podrían ustedes salir de casa solos?
 
LITERATURA Y CEGUERA
No lo sabemos con seguridad, pero se ha dicho que el mismísimo padre de la literatura occidental, Homero, era ciego. La anécdota resultó ser, para los griegos, una ironía de singular belleza. Y es que, ¿cómo pudo un ciego haber visto tan profundo en el corazón del hombre?
Puestos a elegir, muchos preferiríamos perder cualquier sentido antes que la vista. Los estudios al respecto apenas se están efectuando, pero se estima que 85% de la percepción depende del sentido de la vista.  Estas abrumadoras conclusiones son, más o menos, un saber generalizado. Pero lo más interesante, y dramático a la vez, es cómo puede vivirse una vida con esta discapacidad visual.
La ceguera, como señaló J. L. Borges, amerita una discusión filosófica. Este hijo y nieto de ciegos –y ciego él mismo–, dijo que la ceguera además de oscuridad era una forma de soledad. Con esta afirmación, Borges quiere dar a entender que la ceguera también implica una situación emocional. Y es que cuando se pierde la vista, los amigos se quedan sin rostro y los libros sin letras, por así decirlo. El escritor argentino, en una conferencia magistral de 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, advirtió, que cuando algo concluye, también algo empieza. Un impedimento también es una oportunidad; para Borges, la ceguera fue una oportunidad para la introspección y la creación literaria. ¿Qué es para los demás?
 
PAÍS DE CIEGOS
Antes que José Saramago, el formidable escritor británico H. G. Wells ya se había imaginado cómo sería la vida en un país de ciegos. El autor nos habla de una comunidad que, por accidente, queda atrapada en la cordillera andina y, sin más remedio, se asienta en un valle completamente aislado de la civilización. Las personas consiguen adaptarse y llevar su vida con relativa normalidad. Lamentablemente, por una extraña razón, comienzan a padecer una ceguera que se transmite de generación en generación. Con en el paso del tiempo, la población entera queda ciega.
Más adelante, un expedicionario también se pierde en los Andes y da con el misterioso país de los ciegos. Al principio, el expedicionario, movido por el egoísmo, cree que la va a armar en grande. ¿Y cómo no? Él es el único que puede usar sus ojos en muchísimos kilómetros a la redonda. El problema es que en este lugar no aplica el famoso dicho: «En país de ciegos, el tuerto es rey».
El expedicionario nunca contó con que los habitantes habían desarrollado extraordinariamente sus demás sentidos. La trama da un giro excepcional cuando los ciegos son quienes se compadecen del forastero. Y es que sus ojos no lo han hecho más que un torpe. Poco a poco, los ciegos pasaron de la compasión a la burla y, luego, de la burla a la violencia. No les cuento más, para no arruinar la historia con spoilers; pero les dejo una pregunta al aire: ¿no pone esta historia en tela de juicio todos los lugares comunes sobre la discapacidad?; dicho de otra manera, ¿hasta qué punto una discapacidad es de veras una discapacidad?
 
VER CON EL CORAZÓN
Borges no era ningún optimista. Al contrario, su temperamento amargo resuena más de un par de veces en su obra escrita. Pero, sin duda, acertó cuando se dio cuenta de que incluso la ceguera, como una forma radical de soledad, en cuyas tinieblas ya sólo hay vagos recuerdos del color y la luz, es también una oportunidad. De alguna manera, como acusa el título de uno de sus poemas, la ceguera merece un elogio: Homero, Ray Charles, Louis Braille e incluso Daredevil, el superhéroe, tuvieron un encuentro «afortunado» con las sombras.
En ese aislamiento al que la ceguera parece condenar a sus víctimas, ellos aprendieron a escuchar a la voz de los demás con mayor delicadeza; a sentir el pulso de los otros, y el aroma y gusto que un encuentro afortunado imprime en la memoria. Acaso, como creyó H. G. Wells, los desafortunados somos nosotros, quienes no hemos aprendido a percibir el mundo y a las personas de una manera distinta. El exceso de luz también ciega. El homo videns de nuestros días, saturado de imágenes, padece una sutil forma de ceguera. Instagram, YouTube, los emoticones, y toda ese torrente de figuras y colores no siempre nos hace más inteligentes y agudos. A veces, para ver mejor hace falta cerrar los ojos. La dispersión es enemigo de la concentración.
 
Notas finales
1          http://www.brainline.org/content/2008/11/vision-our-dominant-sense_pageall.html
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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