Encontrar la solución para el bullying es uno de los problemas que más preocupa a nuestra sociedad pues se cree que lastima a sus integrantes. Sin embargo, existen razones para pensar que padecerlo no sólo acarrea consecuencias negativas, también contribuye al desarrollo de la tolerancia a la frustración. La clave está en moderarlo, aspecto que sólo se aprende en el entorno más elemental: la familia.
No hay inocentes, sólo distintos grados de responsabilidad.
Stieg Larsson
Desde hace un par de años el bullying está presente en nuestra sociedad. El tema se ha manido tanto que hoy dudo de lo que realmente es. De acuerdo con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), el bullying consiste en un maltrato desconsiderado sistemático y repetido en el tiempo por parte de algún compañero. En cambio la UNESCO identifica el bullying con acoso y éste resulta de la continua exposición de un alumno a conductas agresivas que buscan infligirle lesiones o molestias mediante el contacto físico, insultos, agresión o manipulación psicológica. Ambas definiciones son tan ambiguas que bajo dicha navaja todo puede ser considerado digno de la guillotina (incluso los deportes).
Lo que resulta escandaloso, es la falta de una auténtica antropología detrás de estas manifestaciones que pretenden proteger al ser humano. Bajo las premisas en que descansan sus definiciones de bullying, toda cultura humana quedaría extinta. El Cromañón no hubiera superado al Neandertal y el Homo Sapiens Sapiens no existiría.
EL VALIENTE Y EL COBARDE: DAVID Y GOLIAT
La historia de la humanidad se fraguó mediante luchas entre quienes atacan y quienes se defienden. Es tan evidente que la evolución así nos lo indica. El más fuerte es el que sobrevive. El débil, perece. En el caso de todas las especies es así y no puede ser de otra manera. El maíz no puede darse en Seattle y el tulipán jamás crecerá en Cancún de manera natural.
En el hombre la situación no es distinta, domina el más fuerte; sin embargo para ser considerado como tal no basta con poseer mayor musculatura, hace falta haber cultivado con mayor ahínco las dos facultades humanas: razón y voluntad.
Todos hemos escuchado la historia de David y Goliat. Hagamos un breve resumen. Los filisteos dominan a los israelitas. Éstos le temen a los filisteos gracias a un gigante de casi tres metros que pelea de su lado: Goliat. El rey israelita, Saúl, está dispuesto a entregarle riquezas y a su propia hija como esposa. David se entera que Goliat ofreció liberar al pueblo de Israel si alguien lo enfrenta y lo vence en batalla. El israelita reta a Goliat y lo vence con una honda y una piedra, liberando a su pueblo. Si el rey le hubiera impedido a David enfrentarse a Goliat, Israel jamás se hubiera liberado. David, más pequeño y débil físicamente, tiene el coraje suficiente para enfrentar a quien ha intimidado durante años a su pueblo haciendo uso de la fuerza física. David fue más fuerte que Goliat por medio de las virtudes.
Tomando como ejemplo esta historia. La dialéctica entre quien molesta y quien es molestado nos permite construirnos, pues sólo así aprendemos a defendernos. Quien no logra defenderse es porque en casa no le han dado la suficiente seguridad para que sepa resolver las inclemencias que le tocan en la vida. Vive presa de sus emociones y encadenado a éstas no logra sacar el coraje necesario para gobernar su miedo. Porque el valiente no es quien no tiene miedo, sino el que, teniendo miedo, actúa de manera correcta. Ser virtuoso es aprender a controlar nuestras emociones, no aniquilarlas, ni suprimirlas. Es, en esencia, equilibrarlas.
El niño que no se defiende no cambiará si se reglamentan la intimidación y el abuso. Continuará siendo cobarde, sólo que ahora no será evidente. ¿Qué se logrará con ello? Hacerlo más débil. Porque ¿quién de nosotros no fue buleado en la escuela? ¿Quién no es buleado en su trabajo? Las escuelas y los corporativos suelen ser lugares hostiles. Todos hemos vivido el acoso, pero quienes lo superamos, aprendimos a defendernos, a ignorar lo que hay que ignorar y a considerar lo que hay que considerar, a juntarnos con quiénes hay que juntarse y a evitar a quienes hay que evitar. Todo esto porque nos molestaban, porque de nosotros se burlaban.
Pero no pequemos de inocentes, en ocasiones formamos parte del grupo que molesta. ¿Por qué? Porque en nuestra naturaleza está crecer así. ¿Alguna vez ha visto cómo aprenden unos cachorros de león a cazar? Así también los niños en el colegio se enseñan a trabajar, a sobrevivir en el mundo laboral y a vivir en la realidad, que no tiene nada de sencillo. Como lo dicen las abuelas: «el valiente vive mientras el cobarde se lo permite».
EL CASTILLO DE LA PUREZA
Esta historia es conocida pero la relataré brevemente para tener frescos sus elementos. El castillo de la pureza es una película de Arturo Ripstein que toma su idea de una novela de Luis Spota (La carcajada del gato), quien a su vez se inspira en una historia verídica, la de Rafael Pérez Hernández. En ella, un padre (Gabriel) decide que lo mejor para su familia (Beatriz, esposa; Porvenir, Utopía y Voluntad; hijos)1 era impedirles el contacto con el mundo externo pues éste, aseguraba Gabriel, era perverso. Durante casi 20 años la familia vive encerrada en su propia casa, siendo Gabriel el único que sale todos los días a trabajar (en la vida real vendía insecticidas). Su mundo perfecto se desmorona cuando Porvenir seduce a su hermana Utopía. Hasta aquí el resumen de la película.
Cuando en 1959 la noticia aparece en El Nacional inmediatamente se convirtió en una bomba mediática que el amarillismo se encargó de explotar. Los periodistas y el público en lugar de tratar de entender la situación de Rafael y su familia, lo condenaron con todos los adjetivos despectivos infrahumanos de los que el periodismo sensacionalista es capaz. Sociólogos y psicólogos de la época lo interpretaron como una regresión a épocas anteriores. Tal vez sólo Luis Spota logró ver que las motivaciones de Rafael Pérez Hernández provenían de teorías filosóficas, y en lugar de juzgarlo y señalarlo, procuró entenderlo. Detrás de un acontecimiento como ése se entiende que la naturaleza humana no puede controlarse de manera coercitiva. Las intenciones de este padre eran auténticamente buenas: proteger a su familia de los peligros del mundo exterior. Nada distinto de lo que hoy sucede.
Expresiones como «no salgas a la calle porque hoy está muy peligroso» o «en mi época era mejor» pretenden evitar que la juventud salga de su casa y conozca el mundo real. Igualito que el padre de Voluntad. Igualito que la sobreprotección que ha generado hoy el tema del bullying. Nos comportamos como aquél padre que consideró nocivo el mundo externo –esencialmente a los demás– y por eso les prohibía salir de su casa. Él los educaba, les daba alimento, les tenía una casa. Así los cuidaba de la maldad del mundo. Pero ¿se puede cuidar de la maldad del mundo? ¡Claro que no! Nuestra naturaleza social nos exige la convivencia con el otro, sea bueno o malo.
Lo curioso es que con la sobreprotección que hoy se le da a los niños se les aisla del mundo, de la realidad. Primero porque relacionarse con el otro ya no será algo que surja de manera natural sino forzada. Segundo, porque mientras se protege al buleado se condena al buleador. Se expone al niño que molesta para que se sienta avergonzado por lo que hizo, es decir, se le bulea. Contradictorio, ¿no?
LOS 300: UNA LECCIÓN
Imposible dejar de mencionar la manera en la que un pequeño grupo de espartanos controlaron su miedo para enfrentar al ejército más poderoso en su momento. Todo se remonta a su paideia.
Esparta tenía un modelo educativo que hoy provocaría indignación en más de uno. Todo niño era arrancado del seno materno a los siete años, edad en la cual dependía de la polis para formarse como hombre y, entonces, ser un buen soldado. Un niño espartano aprendía el valor de la vida desde muy temprano, se le sometía a una serie de pruebas para que forjara su carácter, debía aprender a gobernar su propio miedo para convertirse en un hombre. Al mismo tiempo, las madres entendían su papel como madres de un varón, quienes se manifestaban orgullosas del desarrollo de su hijo. Así, cuando era el momento de formar parte del ejército, a los 17 años, ya estaba listo.
No pretendo decir que ahora debemos regresar a la educación espartana. Los espartanos eran un pueblo militar y su éxito dependía de que este aspecto lo tuvieran cubierto. Sin embargo, sí es importante establecer la relación pertinente sobre la importancia de lo que hacía la polis de Esparta con sus ciudadanos. Les daba las herramientas para gobernarse a sí mismos y controlar sus impulsos, probablemente una de las tareas más importantes y difíciles, sobre todo, en nuestra sociedad del consumo.
El miedo se vence enfrentándolo. El ser humano crece y madura haciéndole frente a sus emociones, no ocultándolas. La voluntad sólo puede crecer allí donde es exigida. Un niño que obtiene todo es un niño que crecerá con una voluntad amputada. Lo más delicado es que ese pequeño no podrá incorporarse a la sociedad como hoy lo hacemos usted y yo. Difícilmente tendrá un trabajo estable, pues aprender a lidiar con la frustración no es algo que esté en su sistema. La sobreprotección que hoy vivimos hacia nuestros hijos va a exigir de nosotros generar las prótesis necesarias para suplir su voluntad débil. Y así impedir que nuestros hijos se independicen de nosotros y puedan hacer su propia vida, como lo hacemos usted y yo.
Es importante recuperar esa paideia que comprendía que, si queremos darle la posibilidad a nuestros hijos de que sean hombres capaces de tomar sus propias decisiones y que éstas sean buenas, tenemos que ayudarles a desarrollar sus virtudes. La tolerancia a la frustración es clave. Ésta no brotará espontáneamente en ellos. Deben aprender a lidiar con la frustración como el niño espartano lo hacía: encarando sus miedos y confiando en que puede salir adelante. Deben aprender a levantarse de sus fracasos y, algo clave como padres, no concederle todo a nuestros hijos, aunque estemos en posibilidad de hacerlo.
CAMINITO DE LA ESCUELA
Para los antiguos griegos el valor sobre el cual se asentaban todos los ideales humanos era la verdad. No había algo más humillante que ser ignorante y ser exhibido como tal. Las tragedias griegas y la filosofía de Sócrates y Platón respaldan esta idea.
La sociedad griega logró avances significativos en todas las áreas del conocimiento. Ahora vale la pena preguntarnos cuál es el valor sobre el que se asientan los ideales humanos en la actualidad. Este ejercicio lo he realizado en muchos foros, con personas de todas las edades y condiciones socioeconómicas. En todos me dan la misma respuesta: el valor que predomina hoy es el dinero. Trabajamos para darle mayores comodidades materiales a la familia. ¿Y nuestra búsqueda por la verdad, por conocerse mejor como ser humano, por cultivar su humanidad? Eso no se puede vender.
El problema con ubicar al dinero y a cualquier bien material por encima de la verdad es que también ponemos nuestras acciones. Así, el padre considera que lo más importante es llenar a su hijo de obsequios en lugar de virtudes. Si se le da todo, el niño crecerá sin estructura, sin límites, lleno de confusión y miedo.
Hagamos juntos un ejercicio. ¿Qué sentimos al manejar por una avenida recién reencarpetada que aún no tiene pintadas las líneas que distinguen los carriles? Miedo, inseguridad, angustia, ansiedad… ¿por qué? Porque conducimos sin límites, no sabemos cuál es nuestro carril. Las líneas limitan los carriles por los que conduciremos. Y los límites nos dan seguridad.
¿Qué sucede cuando un niño crece sin límites? Lleno de miedos e inseguridades. Un niño inseguro o miedoso reaccionará de alguna de las siguientes maneras: con timidez o con violencia. Si nació con un temperamento melancólico o flemático es probable que se convierta en un niño aislado, tímido, que procura evitar a los demás. Si, por el contrario, su temperamento es colérico o sanguíneo probablemente será agresivo. El niño inseguro será el objeto de bullying, mientras que el segundo será el buleador. Y todo por la ausencia de límites en casa. Pero existe otro factor que conduce a los niños a ser buleados o buleadores: la violencia doméstica. El niño aprende con el ejemplo, si en su casa ve que sus padres tienen una mala relación, se gritan, manotean o se pegan, él imitará o huirá de toda conducta similar.
¿QUÉ HACER CON EL BULLYING?
Es un hecho que existe el bullying en las escuelas, sólo que a diferencia del que nosotros padecimos, ahora posee un nuevo ingrediente: las redes sociales; gracias a su capacidad de viralizar el bullying se ha prohibido una conducta que enseñaba al niño a relacionarse, defenderse y encarar sus temores. Para resolver la cuestión nuevamente, la solución está en casa.
Si los padres queremos cuidar a nuestros hijos contra el bullying cibernético tal vez valdría la pena reconsiderar el darles un teléfono celular a los siete años o permitirles tener acceso a Facebook o Twitter antes de los 18. Si no controlamos esto somos nosotros quienes exponemos a nuestros hijos a que se haga viral un tema que antes se quedaba entre los muros del colegio. Si lo permitimos tendremos que asumir las consecuencias.
Otro problema de la educación actual, en extremo alarmante, es que si hoy el niño trae una mala nota, al día siguiente los papás buscan «hablar» con el profesor para defender a su pobre hijo de ese tirano. Así, cuando el estudiante de hoy es molestado, en lugar de permitirle que desarrolle las herramientas para defenderse, los padres lo defendemos. Porque claro, el niño de hoy es más indefenso, inteligente y bueno que el de antes. ¿Pero no el de antes éramos nosotros?
Estamos interviniendo en lo que antaño era un proceso natural. Al hacerlo formamos nuevos tipos de ciudadanos que son los próximos gobernantes, empresarios y forjadores del mundo. Estos nuevos ciudadanos serán tiranos o sumisos, la combinación perfecta. Todo por no haberles puesto límites y pensar que son más listos e indefensos que lo que nosotros fuimos. Pero ni son más listos ni más indefensos; son exactamente iguales. Sólo hay que enseñarles a tolerar la frustración. Y la carga de la responsabilidad está en nuestra cancha, la de los padres.
¿Qué hacer con las definiciones de discriminación y maltrato de la UNESCO y de la CONAPRED? Nada, ignorarlas y mandarles a tales instituciones a algún experto en antropología filosófica, que les ayude a comprender que la naturaleza humana requiere otro tipo de condiciones para alcanzar su máximo desarrollo. Porque más vale desarrollar muchos «Davides y espartanos modernos», que «Goliats» o «Jerjes» (el tirano persa que fue derrotado por los 300 espartanos). Salvo que prefiramos vivir en una sociedad de porcelana.
Notas finales
1 En la vida real sus hijos se llamaban Indómita, Libre, Soberano, Triunfador, Bienvivir y Librepensamiento (sé que le parecieron atractivos, pero seguro están vetados por el registro civil).