El humor es cosa seria, se dice, porque suele reflejar una cualidad más profunda, la alegría de vivir que se da cuando la persona encuentra motivos para ello. La autora se detiene en estas dos características del beato Álvaro del Portillo y las desgrana con simpáticas anécdotas; y es que, como dice el Papa Francisco, «No se puede anunciar a Cristo con cara de cementerio».
Ver las fotografías de monseñor Álvaro Del Portillo, generalmente sonriente, en actitud serena y alegre, es para mí una invitación a trabajar con más ánimo y me remite a algunas anécdotas que he escuchado o leído sobre su buen humor.
He visto varios videos sobre reuniones que tuvo el sucesor de san Josemaría con miles de personas alrededor del mundo, pero, las imágenes que me acercaron más al corazón de don Álvaro, sin duda, son las grabadas en mayo de 1983, durante una de sus visitas a México.
En esa ocasión sostuvo charlas con campesinos, intelectuales, matrimonios, familias, estudiantes, empleadas del hogar… de diversas partes de la República, y me impresionó su habilidad para conectar con auditorios tan diversos. Me llama especialmente la atención porque, durante su juventud, don Álvaro afirmó que no podía ser abogado como su papá porque le daba miedo hablar en público y se ruborizaba por todo. Décadas después, ante grandes multitudes, monseñor Del Portillo logró transmitir con amable exactitud lo que Dios hizo ver a san Josemaría en 1928.
ELOCUENTES ANÉCDOTAS
Al ver estas grabaciones me pareció evidente que el humor de don Álvaro siempre estuvo unido a un cariño muy profundo hacia sus interlocutores. A las jóvenes estudiantes de la escuela rural de Montefalco les dijo que se parecían a la Virgen de Guadalupe, en especial por el color de piel, y añadió que, en su caso, lo habían sacado del horno antes de tiempo y que por eso estaba tan blanco. A este sencillo gesto, la joven audiencia respondió con una festiva carcajada.
Yo también reí al ver el video de una reunión que el beato tuvo con gente de distintas profesiones en el IPADE. Aprovechó para hacer un chiste sobre los típicos tacos. «El presidente está preparando un decreto para prohibir los taquitos. ¿Sabéis por qué? Porque quiere que México sea una nación ‘des-tacada’».
Otra anécdota, cuyo protagonista es monseñor Rafael Fiol, entonces consiliario del Opus Dei en México, recoge la unión de cariño y humor de don Álvaro. El padre Rafael le avisó a que pasaban ya varios minutos de la hora programada y que, por tanto, tenía que terminar, a lo que la audiencia contestó con un sonoro «¡no!». Don Álvaro respondió: «Es un tirano. El sacerdote chaparrito es un tirano. Le quiero mucho y lo obedezco, pero hoy me sublevo también». No hace falta describir la reacción de la gente… Minutos después, una mujer hizo una pregunta, pero agregó que sería la última de aquella reunión, a lo que los demás replicaron con otro «¡no!». Don Álvaro aprovechó la ocasión y dijo entre risas: «Que conste que lo ha dicho ella. Hija mía, tú eres muy mandona. Dice que es la última y después ya me echa. Está muy bien».
En ese año visitó también Monterrey. Durante una reunión familiar, antes de plantear una pregunta, un regiomontano explicó que los mexicanos del norte son sencillos, trabajadores, sinceros y francos. Don Álvaro, con gran sonrisa, lo interrumpió: «Lo dice con orgullo… gente sencilla, pero lo dice con orgullo». Estalló la risa general. Antes de responder profundizó sobre la sencillez de los norteños: «Has hecho un elogio de los regiomontanos, y tienes razón. (…) Sois gente que trabaja mucho y que dais de esta manera un mentís tremendo a los que dicen que como hace tanto calor en el trópico, no se puede trabajar (…). Y vosotros demostráis que es falso, que con calor y con frío –porque hace las dos cosas en Monterrey– se trabaja muy bien».
En esa ocasión, un hombre de Chihuahua le dijo que en su honor había llamado Álvaro a uno de sus hijos. Monseñor Del Portillo tomó al niño en brazos y dijo: «El Álvaro nuevo es mucho más guapo que el Álvaro viejo».
En Toshi, un centro de formación ubicado en el Estado de México, don Álvaro dialogó durante más de una hora con campesinos y mujeres mazahuas; con inmenso cariño mencionó cómo estar más cerca de Dios y de la Virgen, y pidió oraciones por el Papa.
Allí quedó muy clara su habilidad para plantear cuestiones serias con ejemplos prácticos y buen humor. Felisa, una adolescente, le preguntó cómo podía armarse de valor para ser sincera al hablar con otras personas sobre sus problemas. La respuesta la hizo reír: «¡Felisa! ¡Muy bien! (…) Me alegra mucho que me hayas preguntado esto. A todos nos avergüenza abrir nuestra alma y somos como loquitos sueltos. Cuando vamos al doctor, si nos duele la cabeza, ¿le decimos que nos duelen los pies? ¡No, le decimos que nos duele la cabeza! Pues cuando se va a una persona para que nos ayude espiritualmente, para que nos dé la mano para que podamos ir más fácilmente hacia Dios, hay que decirle la verdad, y no nos tiene que dar vergüenza porque todos estamos hechos de la misma madera. Todos estamos formados del mismo modo: primero la cabeza, con pelo –y hay gente calva, como don Joaquín [Alonso, allí presente] (…), después los sesos (…) y el cráneo, el hueso duro que tenemos ¡pum, pum, pum!, la cara, los ojos, la nariz, la boca… somos todos iguales (…)».
Además de hacer reír a la audiencia, don Álvaro reía con lo que decían sus interlocutores. En el IPADE, el famoso cantante Pedro Vargas le preguntó cómo podía agradecer al fundador del Opus Dei por haberlo ayudado con un problema de salud. Le dio algunos consejos oportunos, habló del cariño y gusto de san Josemaría por las canciones mexicanas y contó que cuando san Juan Pablo II estuvo en el hospital, tras el atentado de 1981, escuchó cantar a Vargas en un antiguo magnetófono. Vargas respondió con su frase característica: «Muy agradecido, muy agradecido y muy agradecido». Don Álvaro aplaudió y rio con todos los demás, mientras elogiaba el buen humor del tenor.
No sólo antiguas grabaciones recogen la alegría y los chistes del beato, están también en la mente y el corazón de muchas personas que lo trataron en distintas épocas. Javier Medina Bayo, en Álvaro del Portillo, un hombre fiel, transcribe una anécdota que relata el propio san Josemaría en una carta a fieles del Opus Dei. A mediados de la década de los sesenta, el beato Pablo VI, buen amigo de don Álvaro desde los años cuarenta, recibió en audiencia a san Josemaría, y monseñor Del Portillo fue con él. «Al final, le dije que me había acompañado Álvaro, y lo hizo pasar, para recordar con vuestro hermano el mucho trato que tuvieron desde el 46. Le dijo el Papa a Álvaro: Sono diventato vecchio [me he hecho viejo]. Y vuestro hermano le contestó, haciendo emocionar de nuevo al Santo Padre: Santità, è diventato Pietro [Santidad, se ha convertido en Pedro]. Antes de despedirnos, con una bendición larga y afectuosa (…), quiso hacerse con nosotros dos fotografías, mientras murmuraba por lo bajo a Álvaro: ‘don Alváro, don Alváro…’».1
AMIGO DE SUS AMIGOS
Personalmente, en varios momentos he sentido la cercanía, amable presencia y solidaridad de amigo de don Álvaro en apoyo a mi trabajo. Durante la producción de contenidos para la web mexicana del Opus Dei, es un problema frecuente el nerviosismo que, en ocasiones, reflejan los entrevistados frente a la cámara, o mis propios miedos para elaborar los artículos. En ambos casos, bastó dirigir unas palabras a don Álvaro para que las cosas comenzaran a marchar mejor: la voz de los entrevistados fluyó más natural y las palabras para los artículos se abrieron paso con mayor facilidad.
Durante la grabación de un video, una estudiante de comunicación relató cómo don Álvaro no sólo la ayudó a encontrar un boleto de estacionamiento, sino que hasta lo habían pagado. La historia no me extrañó porque sabía que monseñor Del Portillo, con su ejemplo y su palabra, animaba a los demás a ser buenos amigos de sus amigos. Además, sé que es posible experimentar la amistad de don Álvaro hoy.
Muchos relatos dejan claro que el beato atiende también cosas en apariencia nimias, es entendible porque sabemos el énfasis que san Josemaría siempre dio a los detalles pequeños. Don Álvaro está con sus amigos en los momentos de grandes tribulaciones, como muestra el increíble relato de la curación milagrosa de José Ignacio Ureta, pero también ante algunos problemas pequeños y especialmente cuando buscan a Dios.
La universalidad del Opus Dei, que se hace evidente en sucesos importantes como la beatificación de don Álvaro del Portillo, descubre otra realidad sobre su vida. Veinte años después de su fallecimiento, continúa su labor de acercar a Cristo a muchas almas de todas partes del mundo.
Los eventos de finales de septiembre y principios de octubre que tuvieron lugar en Madrid y en Roma, justamente reflejan que más allá de diferencias culturales o de lengua, la gente busca a Dios, y que muchas personas encuentran en don Álvaro a un amigo fiel, que recorrió con alegría el camino de la santidad, y que aún hoy anuncia el Evangelio.
En la carta que dirigió el Papa Francisco a monseñor Echevarría con motivo de la beatificación, escribió: «En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás».2
La vida de don Álvaro, como puede verse también por su buen humor, revela que la lucha cristiana es un camino alegre. Fulton Sheen, obispo de Rochester (Nueva York), celebridad de la televisión norteamericana y en proceso de canonización, escribió que en la historia de la humanidad nunca ha existido un santo triste, porque la santidad y la tristeza son realidades opuestas.3
Sobre el tema de la alegría, el beato Álvaro pronunció estas palabras a los participantes del Jubileo Mundial de la Juventud de 1984: «La condición del gozo auténtico, es siempre la misma: que queramos vivir para Dios y, por Dios, para los demás. Digámosle al Señor que sí, que queremos, que no deseamos más que servir con alegría. Si procuráis comportaros así, vuestra paz interior y vuestra sonrisa, vuestro garbo y vuestro buen humor, serán luz poderosa de la que Dios se servirá para atraer a muchas almas hacia Él. Dad testimonio de la alegría cristiana, descubrid a cuantos os rodean cuál es vuestro secreto: estáis alegres porque sois hijos de Dios (…)».4
Notasl finales
1 Javier Medina Bayo. Álvaro del Portillo, un hombre fiel. Rialp. España, 2012. p. 397
2 Carta del Papa Francisco sobre el beato Álvaro del Portillo. http://opusdei.org.mx/es-mx/document/27-septiembre-carta-del-papa-francisco/
3 Cfr. Fulton Sheen. The Quality of Cheer, The Blade, 16/VI/1963. http://news.google.com/newspapers?nid=1350&dat=19630616&id=u8ROAAAAIBAJ&sjid=PgEEAAAAIBAJ&pg=7353,341019.
4 Álvaro del Portillo. Como sal y como luz. Minos. México, 2013. pp. 412-413