Representar los intereses de un grupo siempre resulta difícil. En el caso de los «derechos de la mujer» parece arduo tomar postura. Mientras unas aspiran a convertir el aborto o la anticoncepción en dogmas incuestionables, otras prefieren defender sus valores y someterlos a escrutinio. ¿Y si, después de tantos logros a favor de la igualdad entre mujeres y hombres, las feministas estuvieran discriminando a las que no piensan como ellas?
Juan Meseguer
Desde que comenzó la polémica sobre los seguros sanitarios, en Estados Unidos se puso de moda la expresión «guerra contra las mujeres» para designar cualquier esfuerzo por frenar sus derechos reproductivos. Al bando enemigo pueden ser asignados tanto hombres como mujeres, según contravengan o no los principios de la ortodoxia feminista.
En la versión demócrata, esta guerra consiste en la oposición de muchos republicanos frente a la ampliación por parte del gobierno de Obama de los llamados derechos reproductivos de las mujeres.
Su acción se concreta en tres frentes: el impulso de medidas restrictivas al aborto en diversos estados, la retirada de algunos beneficios fiscales concedidos a organizaciones abortistas como Planned Parenthood, y la oposición a la norma del Ministerio de Sanidad que impone –también a instituciones de inspiración religiosa– la obligación de financiar anticonceptivos, la píldora del día después y la esterilización en el seguro sanitario.
Para hacer frente a la ofensiva republicana, los demócratas pusieron mujeres pro-choice (a favor del aborto) en primera fila de su campaña. Presentaron diez nuevos rostros femeninos para llevar aire fresco a la convención demócrata, de septiembre pasado en Carolina del Norte. La más conocida es la activista Sandra Fluke, para quien «las políticas del Partido Republicano representan un peligro para las mujeres».
La decisión de fichar a Fluke y compañía fue muy celebrada por la vieja guardia feminista. Dice Jodi Jacobson, editora de una web sobre salud reproductiva, que Fluke «habla en nombre de una nueva generación de mujeres jóvenes». Y Nancy Keenan, presidenta de NARAL Pro-Choice America, no oculta su alegría al ver que siguen contando con ella: «Estoy orgullosa de que el Partido Demócrata vuelva a reafirmar su compromiso de proteger los derechos reproductivos de las mujeres a través de esta plataforma, y de que elija a tantas portavoces ‘pro-choice’ para su convención».
DERECHO A HABLAR POR SÍ MISMAS
Hablar en nombre de un colectivo tiene sus riesgos. Sobre todo si ese colectivo no te ha elegido como portavoz. Cuando Fluke dice que las medidas antiabortistas de los republicanos son peligrosas para las mujeres, ¿en nombre de cuáles mujeres habla?
«Aquellas que pretenden representar nuestros intereses nunca han venido a pedirnos autorización para representarnos», escribe Sheila Liaugminas en Mercator.Net. «No nos conocen, no nos entienden, no se preocupan realmente por nosotras. Igual que fuimos utilizadas una vez sin nuestro consentimiento para satisfacer los deseos sexuales de otros, continuamos siendo utilizadas sin nuestro permiso para satisfacer los objetivos políticos de otros».
Mientras algunas aspiran a convertir «en nombre de las mujeres» el aborto o la anticoncepción en dogmas incuestionables, otras prefieren hablar por sí mismas y defender sus propios valores. Eso hacen las más de 33 mil mujeres que comparten los principios de «Women Speak For Themselves».
En National Review Online cuentan la historia de esta iniciativa sus autoras, Helen M. Alvaré, profesora de Derecho en George Mason University School of Law; y Kim Daniels, exabogada del Thomas More Law Center.
Cuando el pasado enero el Ministerio de Sanidad de Estados Unidos anunció que obligaría también a las instituciones de inspiración religiosa a financiar anticonceptivos, la píldora del día siguiente y la esterilización en los seguros de sus empleados, los obispos estadounidenses denunciaron lo que consideraban una violación de la libertad religiosa.1
En seguida, el gobierno de Obama se apresuró a llevar la polémica al terreno de los derechos reproductivos. Mientras los obispos invocaban el respeto a la conciencia y a la libertad religiosa, el gobierno hacía lo propio con la «salud de las mujeres». Una vez planteado el debate en estos términos, Nancy Pelosi y otras demócratas se propusieron desautorizar la oposición de los obispos al mandato de Obama con la siguiente pregunta: «¿Dónde están las mujeres?».
SIN TEMOR A LA DIVERSIDAD
Aquello les pareció demagógico a Alvaré y Daniels. Invocar la salud de las mujeres para callar la boca a todo aquel que discrepara con quienes pretendían atentar contra sus creencias era muy poco honrado. De modo que las dos juristas escribieron una carta abierta dirigida a Obama, para decirle que nadie puede atribuirse el monopolio para hablar en cuestiones de salud.
«No es razonable –explica Alvaré– que unos pocos grupos hablen en nombre de todas las mujeres en temas como la vida, familia, sexualidad o religión. Las más de 33 mil mujeres que han firmado la carta abierta ya no se quedan sentadas en silencio mientras unos pocos políticos y sus aliados insisten en que la libertad religiosa tiene que doblegarse ante la teoría –la ideología, más bien– de que el núcleo de la libertad de las mujeres es la expresión sexual sin compromiso».
Al principio, hicieron circular la carta entre varias docenas de amigas y se fueron adhiriendo mujeres de diversas profesiones, también de fuera de Estados Unidos. Al ver el éxito cosechado decidieron lanzar una web.
En la carta, Alvaré y Daniels brindan su apoyo a la Iglesia católica para que siga ofreciendo, en un clima de libertad, sus enseñanzas sobre sexualidad, matrimonio y familia. La carta está abierta a creyentes y no creyentes, como también lo está a demócratas, republicanos e independientes.
Carol, una de las firmantes, escribe: «Soy una mujer pro-choice que respeta los derechos de las demás mujeres a sostener otros puntos de vista. En concreto, espero que el gobierno –en conformidad con la constitución– proteja a cualquier persona para que no se vea forzada a actuar en contra de su conciencia. El mandato del Ministerio de Sanidad es una violación fundamental de nuestros derechos a la libertad de expresión y de religión».
Carol dio una lección al gobierno de Obama. Aunque ella es «pro-choice», no le importa ponerse al lado de las pro-vida en esta ocasión, para defender la conciencia de quienes deciden pensar y vivir de forma diferente. No teme, como sí lo hace el Partido Demócrata, la diversidad de opiniones de todas las mujeres.
LA GUERRA CONTRA LAS MUJERES
La columnista del Washington Post Kathleen Parker llama la atención sobre otra «guerra contra las mujeres» en la que no hay hombres de por medio. Sólo un grupo de mujeres con una concepción de la igualdad tan limitada que sólo considera digna de reconocimiento público a cierto tipo de mujer.
La definición de Parker viene a cuento de la carta que escribieron 22 mujeres en contra de Laura Bush. La exprimera dama recibió el «Alice Award», un premio que rinde homenaje a una mujer que ayuda a otras mujeres. En ediciones anteriores lo recibieron damas próximas al movimiento feminista como Hillary Clinton, Nancy Pelosi, Olympia Snowe o Katie Couric.
El «Grupo de las 22» –como las denomina Parker– se indignó muchísimo. «No me lo puedo creer. No es cuestión de afiliación política. No protesto porque sea republicana. Protesto porque nunca ha hecho nada por las mujeres para merecer este premio», mencionó una de ellas.
Entonces Parker saltó como resorte. Resulta que Laura Bush ha dado la cara por las mujeres en países particularmente conflictivos. Apoyó durante años a la opositora birmana y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, y apadrinó un programa de alfabetización para mujeres en Afganistán.
En 2007, la exprimera dama lanzó un programa de investigación y tratamiento para el cáncer de mama en Arabia Saudita, Jordania y Emiratos Árabes Unidos. Ella misma lo puso en marcha y habló con las participantes, en regiones donde la palabra «mama» está prohibida, contraer cáncer es motivo de deshonra, y las mujeres tienen que pedir permiso a sus maridos para hacerse una mamografía.
Quizá lo que el «Grupo de las 22» echa en falta, concluye Parker, es que Laura Bush no ha ayudado a otras mujeres en materia de aborto o contracepción gratuita, elementos básicos del catecismo feminista.
«La libertad reproductiva seguramente es muy importante, pero primero hay que estar viva; ser libre para expresar lo que dicta la propia conciencia; estar protegida de los ataques de los talibanes; y estar a salvo de una enfermedad que causa estragos entre unas mujeres que nunca han sido tratadas como humanas. Éstas son las batallas que Laura Bush ha preferido afrontar».
REDEFINIR EL CONCEPTO
El problema está en convertir al discrepante en un apestado social sólo porque no piensa como yo. El feminismo debería preguntarse si no está cayendo en el defecto de pensar que las feministas son moralmente superiores que el resto de mujeres, sólo por el hecho de ser feministas. De modo que ellas deciden qué temas interesan de verdad a las mujeres y qué causas vale la pena defender. Aceprensa
_______
1 Cfr. Aceprensa (27-01-2012).