El islamismo se extiende por corrientes diversas, desde monarquías constitucionales o repúblicas democráticas, hasta dictaduras y regímenes teocráticos. En todos ellos el papel de la mujer se considera de manera distinta, pero siempre inferior. Se dice que en el mundo occidental mucho se ha avanzado en términos de igualdad entre el hombre y la mujer. Pero, ¿y en el mundo musulmán?
EL NOVIO CONOCE A LA NOVIA
Anochecía en Damasco. Catherine, Diego, Laura y yo, deambulábamos por las callejuelas aledañas a la impresionante mezquita de Omar, sita en el casco viejo de la sede del primer califato.
El calor de junio empezaba a menguar cuando Catherine me dijo: «El papel de la mujer en el mundo árabe no es como se suele ver en Occidente. También tiene sus grandes compensaciones. Es cierto que, pasada la adolescencia, preparan a las niñas para ser juguetes de los hombres; por eso se les enseña a ser sumisas, a obedecer, a bailar muy sensual desde pequeñas».
Con respecto al baile, pude comprobarlo personalmente durante mi estancia en el campamento de Tabrus (en la costa, muy cerca del Líbano) con niños y niñas refugiados palestinos, aprecié lo extraordinario de las pequeñas bailarinas.
Catherine continuó: «Es cierto que la mujer tiene pocas libertades, pero su condición cambia cuando se convierte en madre de un varón, mejor aún si da a luz a muchos varones, y cuando se convierte en suegra, ella es la matriarca de una familia extensa, manda en el clan y organiza la vida de esa pequeña comunidad, que a veces no es tan pequeña. Es venerada, respetada y obedecida».
Corroboré el dato in situ. El 10 de junio de 2010, pocos meses antes del inicio de las revueltas en Oriente Medio, despedíamos a Laura, quien regresaba a México. Ella, profesora del ITAM, organizó un mes de estudio acerca de los refugiados palestinos en Jordania, Siria y Líbano. Diez chicas, cinco chicos, Laura y yo componíamos el grupo. Los estudiantes varones, Laura y un servidor estábamos en el precioso patio del Hotel Sah Al Naum, a las afueras de la ciudad vieja de Damasco, esperando a que las estudiantes aparecieran para iniciar nuestra despedida.
Las chicas tardaban y tardaban. Con base en prejuicios misóginos pensé: «Normal, si llegan temprano no son mujeres». Aparecieron cerca de las 12 de la noche. Emocionadas y riendo contaron todas a la vez –otro rasgo muy femenino, pensé–, que habían estado en la presentación de un novio a su novia, en una casa frente al hotel.
Al parecer, una mujer al verlas salir en grupo, las invitó a pasar a su fiesta. Se entendieron como pudieron, más con gestos que con el deficiente inglés de las damascenas. Al entrar, se encontraron con un nutrido grupo de mujeres –sólo mujeres– que las observaron con recelo. Cuchicheos, miradas cruzadas, dudas. De pronto una mujer de cerca de cincuenta años hizo una seña: eran bienvenidas.
A partir de ese momento fueron huéspedes y las trataron como corresponde a la proverbial hospitalidad árabe. La señora era la madre del novio, que no tardaría en aparecer. Iniciada la fiesta, todas las mujeres –desde niñas hasta ancianas– con escasísimas ropas, empezaron a bailar y cantar, a la vez que comían y tomaban refrescos y café árabe.
En un momento determinado la suegra dio por finalizado el baile. Todas se fueron a cubrir como dicta la estricta decencia musulmana y el novio, de poco más de 18 años, entró solo. Se sentó rodeado de la cincuentena de mujeres árabes y de la casi decena de extranjeras. No es difícil imaginar el azoro e incomodidad del muchacho.
De pronto, la novia, de su misma edad, con espectacular y ceñido vestido negro, entró en la sala e inició el baile muy cerca del pretendiente. Primero lento para ir subiendo en ritmo y cadencia. Las señoras mayores jaleaban a la novia con palmas y gestos indicando que tenía que ser más atrevida: tenía que gustarle al novio. La incomodidad del chico –es lógico– iba en aumento. Fue la suegra y no la madre de la novia –aunque estaban en la casa de esta última– quien con un gesto sencillo dio por terminado el baile. El novio desapareció y también las mexicanas, divertidas por haber asistido a tan peculiar presentación. La suegra quedó contenta: ya tenía una mujer a la cual mandar y que le ayudaría en las tareas domésticas.
La fiesta refleja mucho de la concepción de la mujer en el mundo árabe tradicional. El novio no tenía que enamorarse de la chica por sus conocimientos literarios, musicales o por su conversación amena. Servía para lo que servía. Se supone que la chica había sido educada para ser ama de casa y madre, y no hacía falta demostrar ese punto. Lo importante es que supiera encandilar con sus encantos al muchacho. De lo que era ella en verdad, de sus gustos y disgustos, ya se enteraría una vez casados. Evidentemente la novia debía ser virgen, para eso están las pruebas justo antes de la ceremonia nupcial. Fallar en este tema puede ser gravísimo, llegando al crimen de honor.
FÁTIMA VIVIRÁ EN ESPAÑA
Conocí a Fátima en la universidad de Damasco. Estudiaba español en el departamento de lenguas. En la cafetería, mientras tomábamos una Coca-Cola, rodeados de una veintena de estudiantes de su misma carrera y de los quince estudiantes mexicanos, le pregunté acerca de su vida. Tenía un novio español, de Oviedo, con el que pensaba casarse. ¿Y cómo vas a educar a tus hijos?, le inquirí. Con cara de extrañeza me dijo: como católicos, claro, me voy a ir a vivir a España.
El extrañado entonces fui yo. Fátima, usaba un precioso hiyab blanco (un velo que sólo cubre la cabeza y cae sobre los hombros),1 por lo tanto, es una musulmana practicante. Es una estudiante culta, que habla bastante bien español, francés e inglés, ha viajado, trata con total normalidad a sus compañeros varones y viste jeans como cualquier joven occidental. Según la mayoría de interpretaciones del Corán, una mujer musulmana no se puede casar con un hombre de otra religión.
PREFIERO USAR EL VELO
Hala es una palestina de 23 años. Delgada, alta y, supongo, que de pelo negro; siempre la vi con su hiyab. Es bailarina y miembro activo del grupo de teatro del campo de refugiados palestinos de Yarmouk, a las afueras de Damasco. Con 18 años decidió que nunca más utilizaría velo. Poco después cambió: se sentía más cómoda y era más acorde con su religión.
La conocí en el campamento de verano de Tabrus. En las noches, palestinos y mexicanos se reunían para hablar, bailar y tomar alguna cerveza. Cuando aparecía ese regalo de los dioses a base de lúpulo y cebada, Hala, de forma discreta, desaparecía.
Sólo uno de los mexicanos pudo ver su pelo en un descuido. Azorada, con gesto rápido, se cubrió pudorosa.
¿VELO SÍ O NO?
Nadia y Abida son dos iraquíes refugiadas debido a la guerra iniciada por los Estados Unidos. Ambas son musulmanas y creyentes. Estudian en Estados Unidos gracias a becas patrocinadas por ciudadanos norteamericanos. Nadia nunca ha utilizado velo ni lo piensa hacer. A Abida sus familiares la animaron a que, una vez en Estados Unidos, no lo utilizara para integrarse mejor. Abida dijo que no, ella era musulmana, se sentía cómoda y que Alá la protegería.
DIVERSAS SITUACIONES Y CULTURAS
El islam tiene más de 1 300 millones de seguidores, en un espacio que va desde Mauritania hasta Indonesia y de Serbia hasta Kenia. La variedad de situaciones es tanta como las culturas. El islam, al igual que otras religiones, acaba aculturándose y uno no sabe dónde empieza lo legal religioso y dónde termina lo ancestral.
En los pueblos remotos, la mujer está totalmente sometida al varón, en las ciudades es distinto. Hay primeras damas muy occidentales –Rania de Jordania, Asma Al-Assad en Siria o Mehriban Aliyeva de Azerbayán–. Llenan páginas de revistas femeninas occidentales por su elegancia: vestidos de modistos famosos, tacones altos, faldas sobre la rodilla. Las tres tienen estudios universitarios y participan activamente en la política de su país.
Rania dirige una fundación para darles más poder a las mujeres. Consigue materias primas –hilo, madera, marfil…– y enseña a las mujeres jordanas a hacer artesanías. Algunas trabajan en las instalaciones de la fundación. Otras –a quienes sus maridos impiden trabajar– lo hacen en casa ocultando su labor al cónyuge. A través de una red de mujeres y niños, los materiales y objetos terminados viajan de «contrabando» de la casa familiar a los centros de venta. Así las mujeres disponen de dinero y pueden ser un poco más independientes.
EDUCACIÓN, ACTIVIDAD ECONÓMICA Y EMPODERAMIENTO
En los últimos años los países musulmanes han hecho un esfuerzo considerable para dar educación a las niñas. En sus universidades, las mujeres son mucho más numerosas que los hombres, en algunas carreras llegan a 70%. Esa proporción se mantiene incluso en carreras técnicas.
La República de Azerbayán, desde hace más de 15 años, lleva a cabo una política muy seria para dar igualdad a la mujer en todos los terrenos. Turquía, desde 2005, ha equiparado legalmente a hombres y mujeres.
Sin embargo, el camino por recorrer es todavía muy largo. En los países islámicos es donde hay mayor inequidad de género. Afganistán ocupa el vergonzoso último lugar con un índice de 0.15 sobre 1. El índice mide la igualdad en educación, en actividad económica y en empoderamiento (feísima palabra, por cierto). En Arabia Saudita, un país muy rico, las mujeres tienen un índice de empoderamiento de 0.04; es decir, es la nación donde las mujeres tienen el menor poder político del mundo.
«El informe sobre analfabetismo de la Organización de la Liga Árabe para la Educación, la Cultura y la Ciencia revela que casi la mitad de las mujeres (46.5 %) de la región árabe no son capaces de leer ni escribir, mientras 25.1% de los varones son analfabetas. El número absoluto de mujeres analfabetas en el grupo etáreo de 15 a 24 años se está incrementando en la mayoría de los países árabes».2
Hablar de la mujer en el islam es difícil. Turquía no tiene nada que ver con Afganistán y Estambul es totalmente diferente a las poblaciones rurales de la Anatolia. En Irán van a la universidad más mujeres que hombres, pero las mujeres necesitan permiso de sus esposos para trabajar. En Estambul una mujer puede vestirse casi como quiera y sus playas están llenas de mujeres en bikini junto a otras con hasema –ropa de baño que cubre prácticamente todo el cuerpo, cabello incluido–; pero en Anatolia a la mujer que ha sufrido una violación, se le «invita» a suicidarse –le obsequian una pistola, una soga, veneno, etcétera–; de esta forma se salva el honor de la familia y se impide que algún pariente vaya a la cárcel. Se estiman alrededor de 200 suicidios anuales bajo estas circunstancias.
LA MUJER ANTE LA LEY
Ahora la pregunta es ¿la discrimación procede de una lenta evolución en las sociedades patriarcales o es total, o en parte, debida al islam? Según Vanessa Rivera de la Fuente (Nasreen Amina), feminista desde los 15 años, se convirtió al islam precisamente porque es feminista y considera que es la única religión que trata en igualdad de condiciones al hombre y a la mujer.
Sin embargo Nasreen «hace trampa», como muchos musulmanes cuando se dirigen a los occidentales: sólo citan pasajes del Corán más acordes a la mentalidad occidental y se olvidan de otros menos igualitarios.
Samir Khalil Samir, egipcio, jesuita y afamado estudioso del islam es un poco menos optimista:
«…en la religión islámica se establece una diferencia en el ámbito ontológico (entre hombres y mujeres), como siguen afirmando hoy en día los autores musulmanes. Estos presentan el papel de la mujer en el islam explicando que, por ser su naturaleza más débil físicamente, más frágil desde el punto de vista psíquico y más emotiva que racional, es inferior al hombre y debe estar por debajo del mismo».
Las diferencias legales son claras si se siguen algunas de las interpretaciones más extendidas del Corán: el hombre se puede casar hasta cuatro veces, la mujer no. La mujer musulmana no se puede casar con un hombre de otra fe, el hombre sí. El marido tiene la posibilidad de repudiar a la mujer solamente con decir «quedas repudiada» tres veces en presencia de dos testigos musulmanes. Tras el divorcio, la tutela de los hijos queda en manos del padre. El testimonio de un hombre vale por el de dos mujeres. El hombre puede golpear a la mujer si desobedece e incluso le puede impedir asistir a la mezquita.
Pero la diferencia no sólo está en el plano legal. Como es sabido, los hombres tendrán hasta 72 huríes para disfrutar en el paraíso. ¿Qué tendrá la mujer? El Corán no lo dice. Lo que está claro es que a nadie se le ocurriría pensar que la mujer tendrá derecho a 72 galanes en el paraíso.
LA VIDA COTIDIANA Y EL CORÁN
Es cierto que, como el mismo Shamir dice, y como yo mismo pude comprobar, una cosa es lo que diga el Corán, o sus intérpretes más o menos rigoristas, y otra cosa es la vida cotidiana según países y lugares. Ahora, decir que el Corán no es discriminatorio en contra de las mujeres es, sencillamente, tener un enorme desconocimiento del mismo y de las escuelas coránicas más importantes hoy en día.
Entre ellas, sin lugar a dudas, está la «wahabita saudí» donde la mujer es literalmente una esclava del marido: no puede salir a la calle sin un hombre de su familia, no puede conducir, ni trabajar donde haya hombres, etcétera. Es cierto que otros musulmanes los consideran muy extremistas, no obstante es una de las escuelas más extendidas en el mundo gracias a sus enormes recursos.
Lo triste es que sus enseñanzas sí pueden apoyarse en muchas suras del Corán, al fin y al cabo es tan extenso y contradictorio entre sí que se puede utilizar en sentido beneficioso o perjudicial para las mujeres. Hay musulmanes piadosos que las tratan en condiciones de igualdad, pero también hay otros que, basándose en el Corán, las maltratan. Ambos llevan razón en la interpretación.
Incluso con las enormes diferencias entre vivir en Bakú, Estambul, Riyad o Kabul, no me queda duda de que ser mujer en un mundo musulmán no es nada fácil. Aún así, creo que los occidentales podemos aprender mucho de las mujeres musulmanas, quienes siguen pensando que la familia y su religión son lo más importante. Ellas transmiten una cultura milenaria y, en gran parte, inculcan los valores a las siguientes generaciones.
Una alumna mexicana me dijo: «aprendí mucho de las musulmanas. Estamos acostumbradas a vivir en un mundo donde nada es sagrado. Entender que para ellas todavía hay valores sagrados –en especial con respecto a su propia intimidad– me hizo reflexionar mucho acerca de valores que nosotras ya no tenemos». Una transculturación de lo mejor de cada cultura no nos vendría mal, ni a ellos ni a nosotros.
EL SUEÑO DE MALALA YOUSAFZAI
«He tenido pesadillas desde que se lanzó la operación militar en el Swat; el Talibán prohibió que las niñas vayamos a la escuela. Mis tres amigas se han ido. Escuché a un hombre decir ‘te voy a matar’, pero cuando miré hacia atrás, amenazaba a otra persona por teléfono».
Malala Yousafzai, una pequeña de 11 años, escribió estas palabras el 3 de enero de 2009, con el pseudónimo de Gul Makai. Jamás imaginó que sus reflexiones, en un blog de la BBC, captarían la atención internacional.
No cabe duda de que la vida en la ciudad de Mingora, Pakistán, cambió desde que el Talibán tomó el poder en el Valle de Swat. En 2009 se promulgó el edicto que ordenaba el cierre de las escuelas femeninas. Muchas familias huyeron, otras tuvieron que conformarse.
Doce días después, el diario de la niña se publicó en los periódicos. A su padre le entregaron una copia diciéndole lo maravillosa que era su hija. «Sonrió, pero ni siquiera podía decir que eso había sido escrito por mí», le comentó Malala a Orla Guerin, corresponsal de la BBC en Islamabad.
A los 14 años, Malala recibió un disparo en la cabeza –al que sobrevivió– cuando volvía del colegio, acusada de antitalibán y secular. Pero no se acobardó y continuó su campaña. «El futuro de Pakistán pertenece a Malala y a las chicas jóvenes como ella», escribió Susan Rice en Twitter, entonces embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas. El presidente Asif Ali Zardari afirmó que el ataque no afectará la determinación del gobierno pakistaní para combatir a los militantes islamistas y apoyar la educación de las mujeres.
Por su valentía, Malala ha ganado premios nacionales, nominaciones al premio infantil internacional de la paz y la admiración del pueblo de Pakistán y del mundo entero.
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1 La palabra hiyab es el código que obliga a las mujeres a cubrirse. La concreción del hiyab va desde el velo que sólo cubre la cabeza y deja descubierto el rostro, hasta el burka afgano, pasando por el chador o el nicab que son los que más partes del cuerpo cubren. Aún así, en el mundo occidental se ha extendido la palabra hiyab para referirse al velo que sólo cubre la cabeza.
2 Mammud, Hassan.
FUENTES
Mammud, Hassan. «El analfabetismo en el mundo árabe», http://www.iiz-dvv.de/index.php?article_id=208&clang=3, visitado el 12 de septiembre de 2012.