Si la artesanía, como medio de expresión, manifiesta los valores que integran la identidad de un pueblo, ¿por qué no reconocerla como arte?
Angélica es alfarera de Atzompa, Oaxaca, ha trabajado íntimamente con barro por más de 50 años y es hoy reconocida en el estado como «Gran Maestra del Arte Popular» porque reúne cuatro características innegables: fuerza expresiva en sus piezas, excelente manufactura, larga trayectoria en la creación artesanal y el reconocimiento de la comunidad.
Trabaja piezas extremadamente detalladas, en las que invierte de tres a cuatro meses y que hoy, tras haber ganado reconocimientos internacionales y nacionales como el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008 se cotizan un poco mejor, sin alcanzar las cifras que ostentan las obras de arte.
Cuando tuve la suerte de platicar con ella, Angélica me confió que de joven no le tenía ningún aprecio al barro y la razón es simple: haber visto a sus padres trabajar muy duro en medio de muchas carencias. Por fortuna, el impulso artístico de los creadores es irrefrenable y Angélica encontró en el barro el medio perfecto para transmitir las historias que tanto quería contar. ¿Cómo? realizando piezas que reúnen una gran cantidad de personajes y detalles que escenifican, por citar un par de ejemplos: una boda o la leyenda de la sirena, su favorita.
Conocer historias como la de Angélica Vázquez es aprender que los grandes maestros del arte popular tienen nombre y apellido, noción que me ha llevado a pensar en la necesidad de reconocer sus creaciones como «arte», tal cual, sin sufijos ni prefijos.
Me explico: históricamente las diferencias entre artistas y artesanos fueron marcándose a finales de la Edad Media y se consolidaron durante el Renacimiento, al encumbrarse la función social del arte. Sin embargo, el componente estético, su unicidad y elaboración manual, el ser una vía de expresión y la insalvable proyección de la identidad personal y cultural de su creador, son elementos compartidos y más que suficientes para no hacer distinciones entre el arte y la llamada «artesanía» como creaciones que muchas veces sólo se diferencian en precio y reconocimiento social.
Visto así, estas meritorias creaciones encasilladas invariablemente como simples artesanías, son en realidad arte al alcance de todos. Memoria y reflejo del corazón de los pueblos y de los valores en los que se construye su identidad.
Ése es precisamente uno de sus mayores méritos, que pese a la falta de reconocimiento de su verdadero valor, el regateo, las dificultades de comercialización, la falta de recursos de los creadores, el malinchismo y la fuerte competencia que representa el bajo precio de los productos industriales, muchos artesanos siguen optando por mantener vivos oficios tradicionales y hacer de este medio de expresión su forma de vida, no sólo por herencia y supervivencia, sino también, por la necesidad de crear intrínseca a los artistas.
Ante la ampliamente discutida crisis del arte, creaciones como las de Angélica Vázquez resaltan por su solidez. ¿Y de dónde es que proviene? Sin duda del arraigo y la tradición. Parece que nunca debe olvidarse la tradición, porque sin ella, la expresión pierde fuerza.
Ojalá se atienda la inminente alerta sobre la extinción del arte «popular». Se dignifique la labor de estos creadores. El respeto inspire siempre las acciones. Lo mejor de la tradición se perpetúe en condiciones de producción favorables y esto contribuya a reforzar la identidad. Supongo que para lograrlo habrá que voltear la mirada hacia lo nuestro, estar dispuesto a pagar un precio justo, idear alternativas de comercialización y difusión… y quizá así, la palabra artesanía se desprenda (como los renacuajos) de la última parte de su nombre, y los maestros artesanos comiencen a salir del olvido para tener nombre y apellido.
No he podido olvidar la tarde que pasé con Angélica Vázquez, cálida sencillez y claridad de pensamiento. Cuando antes de despedirme le pregunté qué le gustaría hacer después, ella sin dudarlo contestó que seguir contando historias, seguir creando figuras de barro. Me quedó claro: para los creadores como Angélica, la necesidad de expresión es destino más que decisión.