Autocreación del empleo


 
 
 
 
 
 
En el 2° aniversario del fallecimiento del profesor Carlos Llano
Este 5 de mayo se cumplen dos años del fallecimiento del doctor Llano. Qué mejor modo de recordarlo que presentar algunas de sus ideas y propuestas con respecto al grave problema del desempleo que atenaza hoy a tantos países.
De su libro La creación del empleo (Panorama. México, 1995) entresacamos algunas ideas que no pierden vigencia porque, como era usual en él, remiten al sustrato antropológico del problema y a sus posibles caminos.
Los graves problemas sociales, y el desempleo es uno de ellos, no suelen tener ni su causa ni su solución en la economía. Sí en cambio, en deficiencias estrictamente profesionales, más que técnicas, que a su vez, se asientan sobre fallas éticas, de temple, ánimo, de modo de ser y hasta, me atrevo a decir, de coraje.
Lejos de nosotros adoptar una actitud de derrota que haría aún más redondo el círculo vicioso. Sabemos que ninguna nación ha inventado hasta ahora salarios altos y ocupación total: no hay un solo asesor en economía que haya podido encontrar la solución.
Ciertamente los gobiernos, pueden adoptar medidas para reducir el desempleo estructural, el generado por condiciones políticas y macroeconómicas: flexibilizar los salarios, disminuir impuestos al fruto del trabajo, reducir las regulaciones que desincentivan el empleo… Pero lo que no se puede –no se debe– esperar de los estados o gobiernos es que suministren a los ciudadanos ganas de emprender, sentido de riesgo, imaginación y laboriosidad (Cambra, 1994). El problema del empleo queda, querámoslo o no, en nuestras manos.
 
REMEDIOS PARA EL DESEMPLEO
No importa si las empresas son pequeñas o grandes, su fin principal es generar valor agregado o generar riqueza, y ese aporte creativo no reside en la organización y menos en su tamaño, reside en el individuo. Sólo a la persona se puede atribuir la acción de crear.
Como creadora de riqueza, la persona humana debe considerarse siempre como «trabajando por su cuenta», ya sea en una empresa pequeña o grande, propia o ajena, debe trabajar por su cuenta y riesgo.
Este hecho, que empiezan a asimilar algunas empresas, constituye una auténtica aunque silenciosa revolución social, que podemos describir así: la primera capacidad creadora del hombre es la de crearse su propio empleo. Esta propia generación de empleo es más llamativa y obvia en las empresas pequeñas pero es más necesaria en las grandes, aplastadas por rutinas mastodónticas. Allí ha de darse también esa agilidad de abrir y cerrar, crecer y achicarse… La empresa debe dejar de ser una organización, para convertirse en un organismo inteligente.
El nuevo mensaje de que los empleados son responsables de su propia supervivencia se está asimilando lentamente. Los llamados centros de utilidad o centros de responsabilidad son el primer brote de este nuevo rejuego para el sostenimiento de una nueva empresa, que debe estar creando nuevos proyectos que mantengan a su personal; o, para decirlo con más rigor, su personal ha de estar colocándose a sí mismo en nuevos proyectos para mantener su empresa en vistas al mantenimiento de sí.
La empresa consiste en primer lugar, en hacer rendir a las personas y en segundo, en hacer rendir su capital. Para ello debe colocar a los hombres en condiciones tales que uno y otro rindan más de lo que cuestan. Hay un apalancamiento con el personal, lo mismo que un apalancamiento financiero. Si se trabaja con las solas manos propias y con el solo dinero del bolsillo, no hay empresa.
El problema, bien definido, no es crear empleos, sino suscitar capacidades a fin de que la persona sea apta para dar más de lo que recibe, producir más de lo que gasta, y ponerla en condiciones de que se ejerzan esas capacidades
El primer enfoque, crear empleos, enfatiza la oportunidad de colocación en un puesto, el segundo enfoque, suscitar capacidades, subraya la necesidad de desarrollar a un sujeto y no meramente prepararlo para una tarea. El primero estaría  en la línea del hacer de, del módulo funcional; el segundo se relaciona con el ser de la persona, una visión antropológica.
 
CREAR EMPLEO
Lo importante en la obra de Julian Simon, El último recurso (1987) puede leerse como la demostración fundamental de que el hombre es susceptible de un comportamiento histórico multiplicador de los recursos. Cualquier persona en circunstancias normales, ha de ser apta para contribuir al bienestar de los demás. El punto de arranque de esta decisiva afirmación es la capacidad del espíritu humano para impulsar el desarrollo, que supone no sólo aprovechar los recursos sino multiplicarlos.
Simon sostiene que, objetivamente, cada persona representa un beneficio a largo plazo. Cuando hablamos de empleo, no es sólo de flujo de caja, subsiste allí un juicio del valor de la persona. En esto se distinguen las comunidades humanas de las poblaciones animales: a la persona ha de dársele un voto de confianza y de esperanza. La tesis de Simon puede resumirse así: que los recursos no son finitos en ningún sentido económico significativo, porque el hombre, el último recurso, puede hacer infinitos los recursos aparentemente finitos.
En esto consiste la verdadera privatización de la economía: en que cada uno esté en condiciones de generar su propio valor agregado; en el convencimiento de que todos los recursos efectivos dependen del trabajo humano (Zufluh, 1992).
No desestimemos el auto-empleo porque será la única forma de empleo en el futuro; y no lo desestimemos como algo inevitable, sino como un renglón torcido que escribirá derecho el nombre de nuestra sociedad, porque el autoempleo es en muchísimas personas el primer paso para estimular mayores proyectos de trabajo e inversión; exhorta a una productividad forzosa; señala un camino realista de superaciones variadas y heterogéneas; exige y reconoce las capacidades individuales de iniciativa, esfuerzo y perseverancia (Lorenzo Servitje, 1987).
Además, y no marginalmente, el autoempleo conlleva un denso contenido social porque cada uno ha de hacer, de la manera más personalizada, su propio aporte a la comunidad (idem).
Sea el empleo propio en el sentido más riguroso, sea el propio empleo dentro de una organización no propia, lo esencial es fomentar las ganas de crear primero el propio puesto de trabajo, y antes crearse en sí mismo la propia capacidad de crearse su propio puesto de trabajo. Como dice paradójica y casi brutalmente Miguel Janer, el desempleo no lo resolverán los empresarios sino los que no lo son.
Esto no es sólo una afirmación empírica comprobable, deriva del concepto mismo de creación de riqueza. Se llama creación al acto de hacer algo a partir de nada, lo cual, en sentido estricto, es imposible para el hombre. Pero, por analogía, llamamos creativas a aquellas actividades humanas que llegan a mucho partiendo de muy poco.
El hombre creador, partiendo de nada o casi nada, hace recaer el peso de su acción sobre sí, ya que tiene él que poner todo lo que falta, sólo cuenta con él, no posee otro recurso que ponerse a sí mismo.
La condición imprescindible para crear riqueza no es contar con un capital sino, precisamente, contar con su carencia. En cualquier caso, se puede tener capital sin ser creativo, y se puede crear sin tener capital.
Como la creación parte en exclusiva de la persona, se le considera una actividad individualista y personalista, lo cual de algún modo es verdadero. El genio creador suele ser solitario, como se lee profusamente en las más variadas literaturas. En la mexicana, Juan Rulfo nos dice en El desafío de la creación que el trabajo creativo es solitario: no puede concebirse una actividad creadora colectiva, y es esa misma soledad la que lo lleva a uno a «crear o seguir creando».
 
EMPLÉATE A FONDO, EMPLÉATE TÚ MISMO
Como preconizadora del futuro, surgió en México, hace unos años, una campaña que decía: Empléate a fondo. Empléate tú mismo. Afirmamos antes que el Estado no es el factor principal para la creación de las empresas, y que esa tarea se encuentra en nuestras manos, pero se encuentra en nuestras manos no ya como empresarios, sino como individuos. Hay una campaña por hacer respecto de nuestra propia persona: Empléate a fondo. Empléate tú mismo.
Dijimos que este apremio para que cada uno –ocupe el puesto que ocupe– trabaje por su cuenta y riesgo, es una auténtica revolución. Sin apetencias anarquistas, hay que precisar afirmando que la primera revolución ha de hacerse, sin duda, dentro de sí mismo, pero simultáneamente, dentro de la empresa.
Para que cada persona trabaje por su cuenta y riesgo y exista sin embargo, empresa, han de buscarse nuevas formas de asociación y de vinculación; cambiarse ese modo de hacer empresa que Paloma Suiles denominó «la cultura empresarial machista», en donde unos mandan y otros obedecen, sin siquiera tener derecho a preguntar la razón por la que deben hacerlo.
Lo anterior puede verse como el desmoronamiento de un viejo orden o como un codazo vigorizador (Nichols, 1994). Más que una revolución habremos de verla como una resurrección –para emplear la categoría sociológica de Octavio Paz–. No se trata de un cambio destructivo, sino del surgimiento de valores enterrados bajo una capa –gruesa capa– de funcionamiento burocrático y mecánico.
Al menos dos valores requieren un resurgimiento: el espíritu creativo y el espíritu de asociación personal. Son las características del emprendedor según Howard Stevenson (Fonseca, 1984), que apuesta más a las personas que a las cosas.
El espíritu de iniciativa suele ser, como dijimos, individualista; el espíritu de coherencia asociativa suele ser costumbrista y repetitivo. Este cuadrado redondo, esta bicefalia, es requerida sin embargo ante las nuevas circunstancias. Palabras como alma (Roddick) y comunidad, (Campbell) no son accesorias, sino factores culturales ahora básicos (Nichols, 1994).
Hoy sabemos que para que la asociación sea estable debe ser creativa. Como dice Charles Handy en The Age of Paradox, la vida tiene que ser algo más que un diente en la rueda de una gran máquina.
Gracias a Simon podremos superar la dialéctica económica del desarrollo ilimitado en un planeta limitado. Se supera porque la limitación del planeta es sólo física, geográfica o zoológica, pero no antropológica. Hay bienes mostrencos cuya utilidad y provecho están aún por descubrirse, y que el hombre irá descubriendo sin duda. La limitación de cavernas debe haber sido un agudísimo problema de vivienda para el hombre de cromagnon, hasta que supo hacer ladrillos con la tierra.
La doble exigencia de espíritu creador, en donde cuenta especialmente la persona, y de espíritu asociativo, en donde cuenta especialmente la comunidad de personas es una traducción práctica del axioma ético que debemos a Juan Pablo II y que hoy es generalmente admitido: la primacía del hombre sobre la cosa, la primacía de la persona sobre el capital.
Subrayemos que para disminuir el fenómeno y generar ocupación requiere tanto del espíritu asociativo –con lo que éste tiene de unión y comunidad– cuanto del espíritu de empresa –con lo que implica de individulidad e independencia–. Si bien se debe suscitar un alto coeficiente de capacidad emprendedora, sería ineficaz si no se adquiriera a la par la necesaria capacidad asociativa, pues el individuo aislado no puede nada.
Esta es la gran alternativa de la empresa actual: ¿hemos de retener en ella al individuo mediante el desarrollo de sus aptitudes asociativas, su espíritu de pertenencia y su indisoluble inserción o incidencia dentro de la empresa, haciéndolo que sea socio y no empleado? ¿o bien hemos de incitarlo a la creación de su propio empleo para que genere por sí mismo el trabajo que la empresa o la sociedad no pueden darle ahora o en el futuro?
Estas dos valencias –socio y creador– no son antagónicas sino complementarias. La empresa no sólo produce trabajo: genera empresarios, crea empresas.
 
RESERVAS OCULTAS DE CADA PERSONA
Las economías nacionales enfocan muchas de sus investigaciones al conocimiento de lo que técnicamente denominamos reservas ocultas. Esto nos induce a mirar hacia otro horizonte ¿cuáles son las reservas conocidas y las reservas ocultas de nuestros hombres? A los recursos comprobados (su productividad actual) hay que sumar los recursos hipotéticos (si les colocara en condiciones de mayor rendimiento, que la dirección ha de procurar y promover) y los recursos inimaginados, que podrían brotar de nuestros hombres si se les colocase ante dificultades superables.
Cuando hablamos de las transformaciones de los seres humanos podemos retomar la expresión de Julián Simon (1987) y recordar que el hombre es el último recurso, en el sentido más alto de las palabras, es decir, aquel que está por encima de todos los demás recursos y gracias al que todos se revisten de un carácter.
Por esto al referirnos a la transformación de las personas a nuestro cargo, no debemos perder de vista lo que en otro lugar me permití calificar como la creatividad paradigmática del management (Llano, 1990): descubrir cualidades inéditas en las personas que conocemos. Este descubrimiento es superior al de nuevos mercados, al de nuevas áreas de servicio, al de nuevas posibilidades de negocio, porque son su condicionamiento.
 
 
 
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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