Tratado de la vida elegante
Honoré de Balzac
Impedimenta. Madrid, 2011
112 págs.
Una radiografía humana
Los mercadólogos de Mao lo sabían: sin flores ni parques los chinos vivirían siempre para el régimen, sin soñar en trivialidades. La fórmula infalible ayudó antes al nazismo: el trabajo libera.
En el extremo opuesto al ideal laboralista y sin flores, los parisinos adoran la frivolidad. Piénselo; no existe ciudad más banal que París, donde todo es accesorio: desde los azulejos biselados en las estaciones del metro hasta las fuentes, la capital francesa supone el mejor homenaje a lo trivial. Ahí, nada es necesario, incluso Balzac.
Feo y gordo, Honoré de Balzac es trivial para muchos. Por supuesto, nadie podría ahora mismo citar dos de sus novelas… ¿vio? Tal vez algún avezado recordará La piel de zapa, pero hasta ahí. Y eso es muy lamentable, porque Balzac es uno de los pilares de la literatura moderna, junto con Cervantes y Laurence Sterne.
Afortunadamente, la casa editorial Impedimenta nos obsequia este Tratado de la vida elegante, que es una gozada y que es de Balzac y del que poco hay qué decir más allá de que se lee de golpe. Me explico.
Breve (112 paginitas en estos tiempos no son nada) e hilarante, el tratado de Balzac no sólo es un alegato a favor de la elegancia ni la promulgación de principios del dandismo ni la apología del mundo fashionable. Luego de leerlo verá que también es una radiografía humana.
Con el pretexto de la elegancia («quedan fuera de la vida elegante los tenderos, los hombres de negocios y los profesores de Humanidades», advierte), Balzac desmenuza la entraña humana con acidez desmedida, extraña en un francés; pero, siempre, muy bienvenida.
Quicio vital de autores como Oscar Wilde, al tratado hoy le sobra oportunidad, cuando la moda se polariza tanto: denostada por la izquierda y exacerbada por la derecha, la moda permite lo humano. ¿O imagina un mundo como el Pekín sin flores de Mao y obcecado por el trabajo como el de Hitler? Ahí tiene. Lea a Balzac.