La primera vez que escuché el término «capacidades especiales» para referirse a la «discapacidad» me pareció un eufemismo absolutamente descabellado.
Si bien soy muy sensible al tema debido a que mi hermano forma parte de los 5 millones 739 mil 270 mexicanos que padecen algún tipo de discapacidad –cifra que representa 5.1% de la población total–, llegué a pensar que el nuevo término implicaba conceder demasiado, imaginaba que para decir que alguien posee «capacidades especiales» necesitaba ser capaz de volar, predecir el futuro, teletransportarse o algo similar.
Hoy, tras reflexionar mucho sobre el término y después de leer el libro de Sabina Berman La mujer que buceó dentro del corazón del mundo («El buen vicio», istmo 316) que relata con tremenda sensibilidad la historia de una joven con autismo… «me cayó el veinte»: a diferencia de «inválidos» y «discapacitados» –sus peyorativos predecesores– el término «personas con capacidades especiales» da por primera vez en el clavo.
¿Por qué? Quienes conviven con una persona que padece limitaciones físicas, mentales, intelectuales o sensoriales saben que suelen desarrollar con creces otras habilidades. Por ejemplo, los invidentes llegan a «ver» y retener a través de los oídos y el tacto mucho de lo que a veces escapa a simple vista; otro ejemplo: las personas con limitaciones para caminar o moverse, desarrollan una capacidad de observación muy por encima de la media, gracias a que no van por la vida tan de prisa; finalmente, las personas con sordera, se vuelven tan sensibles que logran percibir y dar sentido a la vibración de los sonidos en el suelo… ¿cuántas veces se ha detenido a observarlo?
Podríamos desmenuzar muchos casos. Sin embargo, lo que todos poseen es una sensibilidad que sin lugar a dudas califica de «especial». Basta ver cómo paladean cada experiencia, su manera de celebrar la vida, tratar a los demás, ser conscientes de cada logro –en verdad no sé cómo es que dejó de ser importante subir un escalón o peinarse solo.
No es mi intención ablandar el corazón de nadie, ni mi «inquietud» hacer buena publicidad a este grupo, sólo discurrir sobre la importancia de la forma en que nos referimos a las personas y lo mucho que puede esconderse detrás de cada término… tan sólo llamarles «inválidos» es incorrecto.
La forma en que nos referimos a los demás y nuestra ligereza para encasillarlos tras un simple vistazo… expresa mucho de nosotros, por ello creo que el término «capacidades especiales» finalmente ha hecho justicia –al menos discursiva– a los ex discapacitados y es quizá una forma de avance.
¿Hacia dónde? A reconocer y valorar las diferencias en lugar de referirnos sólo a dos grandes grupos: normales y «subnormales». Hacia la posibilidad de, al menos nombrarlos con respeto y ver que a pesar de las dificultades, no sólo carecen de algo sino que poseen un «extra» que nos habla de su tesón por seguir el ritmo de una vida acelerada, pero sobre todo de una capacidad inusual para arraigarse a la vida y a quienes tienen cerca, con una valentía y sensibilidad que muchos no advierten porque se limitan a ver sólo lo que no pueden hacer como los demás.
Pienso que si algo nos hace diferentes al resto de los animales es precisamente nuestra capacidad de apoyarnos y compensar mutuamente nuestras carencias. Ellos dejan atrás a los que no pueden seguir el mismo paso, en cambio, nuestra humanidad nos permite construir una red de apoyo en la que algunos ven con los ojos, otros a través de lentes o por medio de un bastón o las yemas de los dedos.
En el mundo que deseamos construir, el paso al que cada quien vive y la forma en que lo hace no sería motivo de discriminación porque lo cierto es que no importa tanto la forma sino el fondo, y sin duda la diversidad enriquece a todos.