La burocracia cunde por toda la superficie de la tierra. Según datos de la OCDE, el país con más burócratas es Noruega, donde 30% de la PEA está a sueldo del gobierno. A Noruega siguen Suecia con 28% y Francia con 22%. A pesar de las apariencias, en México la enfermedad todavía no invade la totalidad del cuerpo: este país ocupa el lugar 16 entre los países con más burócratas en términos porcentuales, por debajo de Canadá y Estados Unidos.
No obstante, el Estado mexicano es el empleador más importante del país. El número de burócratas que trabaja directamente para alguno de los tres Poderes de la Unión comprende un ejército de 2 y medio millones de personas. Si se considera que burócrata es todo aquel que presta un servicio público, es decir, que trabaja para la Administración Pública Federal o para la Administración Pública Paraestatal, entonces, según proyecciones del Instituto Nacional de Administración Pública, la cifra se ubica entre 7 y 8 millones de mexicanos.
En consecuencia, el número de burócratas en México representa alrededor de 17 por ciento de los trabajadores del país, que según datos del INEGI, suman 43 millones de personas. En contraste, el mayor empleador privado del país, Walmart, apenas ronda los 110 mil trabajadores. Las 10 firmas privadas con mayor volumen de ventas suman alrededor de 460 mil empleados.
Los burócratas echan montón. Si se considera que en las elecciones federales de 2006 participaron poco más de 40 millones de votantes, los 8 millones de burócratas, sin sumar a la esposa y los hijos que viven de su sueldo, pueden hacer ganar a cualquier partido. En términos de votos, cultivar a los burócratas es un negocio redondo. ¿Alguien cree que un candidato presidencial va a ser lo suficientemente ingenuo como para proponer una reducción de importancia al número de burócratas? ¿Bajarles los sueldos? ¿Reducir sus prestaciones? ¿Disminuir su esfera de influencia?
LA INTROMISIÓN DEL GOBIERNO
El historiador liberal inglés Lord Acton (1834-1902) emitió una alerta contra la burocracia cuando era un mal incipiente. Acton temió siempre a la acumulación excesiva de poder dondequiera que se presentara. Fue él quien, cuando se declaró el dogma de la infalibilidad papal en materias de fe y moral, expresó su lamento con la frase que ha devenido en lugar común: «El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente.».
Acton escribió el ensayo Bureaucracy por encargo del gobierno de su país, cuando se le consultó su parecer acerca de una mayor participación estatal en las escuelas públicas. El ensayo se publicó en 1859, antes de la metástasis.
El poder estatal desmesurado es relativamente reciente en la tradición de Occidente. Cundió más o menos al mismo tiempo, con menos de doscientos años de diferencia, en Francia desde el Terror hasta la Comuna, en Italia con la Unificación de la península, en España con la Primera República, en Alemania con la Kulturkampf, en la Gran Bretaña con la economía de guerra de la Primera Guerra Mundial, que, para la segunda, se convirtió en el Welfare State. En Estados Unidos, brotó con el New Deal y, en Rusia, con el establecimiento de la Unión Soviética. En México el contagio llegó por el Norte y por la URSS.
Acton define burocracia como «la intromisión del gobierno en los asuntos de la vida personal y familiar», buscaba advertirnos contra las manifestaciones más tempranas del desorden burocrático. No cualquier tiranía es burocrática. Para que haya burocracia, dice Acton, es necesario agregar un elemento de pedantería: una clase social que pretenda dirigir nuestra vida, saber qué es mejor para nosotros, calificar nuestro trabajo, supervisar nuestros estudios, dictar nuestras opiniones, hacerse responsable en lugar nuestro de ponernos la piyama, meternos a la cama, arroparnos con las cobijas y darnos atole de arroz.
Para Acton, «simplificación administrativa» es un oxímoron, pues la burocracia es inseparable de lo que llamamos «administración pública». No es una serie de trámites ni unos papeles que se tienen que llenar y unos sellos que se tienen que juntar. La burocracia es una casta de funcionarios aglomerada por intereses y separada del resto de la sociedad. A esta casta no conviene que los trámites se simplifiquen ni que el número de sellos y papeles se reduzca, porque se gana la vida al inventarse tareas, para así tener derecho a mejor sueldo y excusa para incrementar su número.
Dice Lord Acton que la burocracia es la excrecencia natural que se produce al surgir una masa de empleados gubernamentales que fueron a la universidad. Es la expresión de su vida social. Esto es así porque la mayoría de las materias que son tan difíciles de pasar en la universidad carecen de valor por sí mismas, pues no producen techo, vestido ni alimento, sino que son ejercicios mentales. Sin embargo, como estos ejercicios son el asunto crucial de la existencia universitaria, gradualmente se forma un numeroso contingente de jóvenes cuyo interés es multiplicar empleos, con los que puedan ganarse la vida por medio de lo que aprendieron para el examen.
Dice Acton que no podría haber una burocracia de rancheros o abarroteros. Un gobierno de soldados no necesariamente es burocracia. No basta con la semejanza en la ocupación ni son suficientes la organización reglamentada, la dependencia mutua y los acuerdos recíprocos. Los miembros de la casta deben contar con conocimientos científicos y filosóficos apenas suficientes como para permitirles erigirse en críticos de la vida ajena.
INTOLERANTE E INTRUSIVA
El mundo ha visto toda clase de burocracias: la burocracia de los abogados, la de los sacerdotes, los médicos, los economistas, los profesores, los filósofos. Todos estos universitarios han propuesto una panacea para la humanidad doliente. Todos se han sentido llamados a forzar a la humanidad a tragarla. No obstante las diferentes burocracias que se han suscitado en el mundo, la burocracia de los abogados es el modelo universal para el resto.
De acuerdo con Acton, por deformación profesional los abogados tienden a promulgar leyes sobre cualquier cosa que haga un sujeto. Pueden abusar de su poder, pero nunca rebasar sus límites, pues no los tiene. El Terror de la Revolución francesa fue el producto de una reunión de picapleitos y tinterillos que, por medio de una violenta dosis de legislación, pretendían transformar las costumbres de una nación, y reformar el corazón del hombre. Robespierre declaró: «Construiremos un orden de cosas donde todas las bajas y crueles pasiones queden encadenadas y, por virtud de las leyes, se fomenten las pasiones benéficas y generosas».
En la Nueva Atlántida, Bacon soñó la mera burocracia fisiológica: cientos de actos de gobierno, motivados por el deseo de poner a cada hombre bajo el cuidado paternal de personas que pueden juzgar mejor que sí mismos lo que debe comer, beber y evitar. No obstante, la característica de la verdadera burocracia es la íntima convicción de sus conductores de que las medidas que toman abarcan la extensión de la actividad humana o, cuando menos, sus porciones más importantes. En consecuencia, cualquier otra medida es superflua y, si contraría sus ideas, perjudicial y, como tal, debe desechársele lo antes posible, para así dejar campo libre a la influencia regeneradora de la acción beneficiosa del burócrata.
Así pues, la verdadera burocracia tiene un carácter intolerante e intrusivo que la distingue de un Estado policíaco. Éste sólo atiende al exterior. En cambio, la burocracia, cuando se ha desarrollado plenamente, busca en los corazones y la mente. Pero si a un militar o a un policía se le enseña a observar nuestras costumbres, a informar sobre nuestras opiniones, a encuestar nuestros arreglos domésticos, entonces se le está enseñando a ser burócrata.
Cuando la población está en un registro, cuando se contabilizan sus ganancias, cuando se le sujeta al servicio militar obligatorio, se comienza a percibir la presencia del organismo burocrático. Pero este organismo no se convierte en algo demasiado intolerable hasta la siguiente etapa de su desarrollo, cuando comienza a entrometerse con las comunicaciones, las opiniones y las creencias. Entonces se convierte en una especie de tutela aplicable a niños pequeños, pero aplicada sobre hombres y mujeres adultos.
CAE EL JEFE Y OTRO OCUPA SU LUGAR
Conforme crece el Estado y la mayor parte de las clases sociales necesita ser administrada, la casta crece y se organiza proporcionalmente. Se forma una fraternidad poderosa, que encuesta, registra, informa: primero que nada acerca de la capacidad de cada quien para contribuir a los impuestos; después sobre nacimientos, muertes y matrimonios; muy pronto los tenemos preguntando acerca de nuestros hábitos, nuestras ideas y religión.
La burocracia, cuando es poderosa, es esencialmente revolucionaria, puesto que es lógica. Porque procede sobre el desarrollo literal de principios generales, y no sobre el camino de la experiencia, introduce cambios radicales que no coinciden con las costumbres de las personas a quienes regula. Agrupa y manipula a la gente de acuerdo con los parámetros arbitrarios y los principios aritméticos de una clasificación artificial, sin tomar en cuenta la historia ni las tradiciones de un pueblo. ¿Qué pueden importar éstas a la burocracia? Su propósito es descubrir continuamente nuevos métodos de intromisión para llevar más chamba a la oficina.
La burocracia, dice Acton, también es revolucionaria en cuanto al jefe de gobierno, porque el poder de una burocracia no reside en una persona, sino en el sistema. La secretaría, el organismo complejo, es lo supremo y lo seguirá siendo aunque no tenga cabeza. El secretario depende de la secretaría y no la secretaría del secretario. Cae el jefe y otro ocupa su lugar. Quienquiera que sea tendrá que usar la organización que ya existe: no tiene tiempo para renovar el sistema y, para gobernar, se ve obligado a utilizar lo que tiene a la mano. Por lo tanto, el jefe que manifieste síntomas de una tendencia reformadora hostil tiene que temer a la burocracia como a su más mortal enemigo.
Dice Lord Acton que nunca estaremos a salvo de la burocracia en tanto que no hayamos extirpado el espíritu doctrinario que trata a los hombres estadísticamente, no como individuos. Debemos sospechar de cualquier filosofía que trate con humanos como con cifras que se suman, restan, dividen, multiplican y reducen a meras fracciones, haciendo abstracción de la personalidad.
Quizá no sea demasiado tarde para escuchar la alerta de Acton. Pero la verdad es que soy pesimista al respecto. Yo creo que ya ni con cirugía, quimioterapia ni radioterapia. El cáncer ya cundió. Sarcoma. Linfoma. Burocracia.