La evidencia clara sobre los riesgos que entraña el cambio climático, tarde o temprano llevará a construir un nuevo régimen internacional, pero aunque eso se lograra, la voluntad política y los recursos económicos seguirían siendo insuficientes. Se requiere una nueva conciencia moral más profunda que se concrete en norma de valores para cada individuo.
Nos estamos acostumbrando a los fracasos de las Cumbres Mundiales sobre el cambio climático: van 16 con resultados tan escasos que han dejado de ser noticia. Por otro lado, no cesan las voces alarmistas y apocalípticas sobre las catástrofes que se avecinan para la Tierra de no hacer un cambio drástico en materia ambiental a todos los niveles. ¿Tiene fundamento tanto sobresalto? ¿O constituye un alarmismo de los que somos constantes víctimas, como las advertencias de los peligros del terrorismo y de que el mundo se acaba en 2012? Las respuestas no son fáciles, vale la pena un análisis sin prejuicios, y con matices: las cosas suelen ser siempre grises.
ANTE UNA POSIBLE CATÁSTROFE GLOBAL
Por el cambio climático se amplía el cinturón tropical, sube el nivel de los mares. Los polos se derriten, los agujeros de ozono se cierran. Vemos tragedias como el desastre petrolero en el golfo de México, gigantescos incendios forestales, inundaciones nunca vistas, olas de calor y períodos de sequía inesperados. El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, designó, ya en noviembre de 2007, ante la Asamblea de la ONU en Nueva York, el estado del planeta Tierra como «extremadamente amenazado».
Una comisión investigadora de la ONU sostiene que a la humanidad sólo le quedan unos decenios para llegar a un punto de no retorno, a partir del cual será demasiado tarde para controlar con nuestras fuerzas la problemática del mundo altamente tecnificado.
Una serie de expertos considera incluso que ya alcanzamos este punto. La pregunta insoslayable es: ¿será que, simplemente, la Tierra es incapaz de resistir el enorme potencial de desarrollo de nuestra especie? ¿Acaso no está hecha para que vivamos aquí de forma duradera? ¿O es que hay algo que estamos haciendo mal?1
Haciendo a un lado las manipulaciones que a veces realizan grupos ecologistas, la situación es realmente alarmante, sobre todo, por los escasos resultados alcanzados desde que la cuestión medioambiental ocupa los primeros lugares en las agendas de los organismos internacionales, especialmente desde la firma del Protocolo de Kyoto y la Cumbre de Río de Janeiro de 1992.
La Conferencia sobre el cambio climático de Copenhague (diciembre 2009), y la más reciente en Cancún son un botón de muestra. Diecisiete años necesitaron los gobiernos mundiales desde el encuentro de Río para llegar a la cumbre de Copenhague teóricamente decisiva, a la que científicos, ambientalistas y políticos calificaron como una de las más importantes de la historia de la humanidad.
La base era el resultado de la investigación de más de mil científicos que, por encargo del grupo de expertos de Naciones Unidas sobre el tema (IPCC), calcularon que las temperaturas globales sólo deben incrementarse un máximo de dos grados a partir de ahora. De producirse un calentamiento mayor, el clima se descontrolaría de forma irreversible.2
Sin embargo, el borrador y las conclusiones de Copenhague, como las de Cancún, no contienen ni siquiera prescripciones concretas para evitar los daños que se vislumbran. Con alto nivel de probabilidad puede decirse –a juicio equivocado de algunos, esperemos– que el límite de dos grados se superará. Las consecuencias serán tempestades, inundaciones, cosechas arruinadas por la sequía…
TEMAS CLAVE EN LA CUMBRE DE CANCÚN
Los temas clave planteados para la COP 16 de Cancún fueron:
1. La reducción de emisiones por deforestación y degradación forestal (REDD), que supone un gran potencial de mitigación de emisiones de gases con efecto invernadero.
2. El Fondo Verde, que a partir de 2012 podría canalizar hasta 100 mil millones de dólares anuales, cifra que se alcanzaría hacia 2020, para la mitigación y adaptación a países en desarrollo.3
Sin embargo, desde su planteamiento se vislumbraba que los efectos iban a ser cosméticos: al igual que en Copenhague, no se llegó a metas concretas; no se atajaron los problemas en su raíz; la propuesta del Fondo verde –positiva–, es claramente insuficiente–comparada, por ejemplo, con los billones de dólares destinados en el mundo para superar la crisis de 2008–, y engañosa, pues su mayor aporte se alcanzaría hasta 2020, cuando los efectos del cambio climático podrían ser ya devastadores. Por último, no se hizo más que confirmar los compromisos asumidos en eventos y documentos anteriores y dejar las metas para posteriores ocasiones, en particular, para la COP 17, que tendrá lugar en 2011.
Los resultados ideales esperados eran lograr «un paquete balanceado» de decisiones en todos o la mayoría de estos temas: 1) aumentar recursos para la adaptación; 2) aprobar criterios generales en deforestación evitada o REDD; 3) ratificar las metas del Acuerdo de Copenhague; 4) definir esquemas de transparencia, monitoreo, reporte y verificación de metas y medidas de mitigación, y de apoyos financieros; 5) crear un fondo verde; 6) demostrar con claridad cómo se avanza en la aplicación de recursos nuevos del financiamiento de arranque rápido 2010-2012; 7) establecer un mecanismo para el desarrollo y la diseminación de tecnologías, incluyendo una red de centros regionales, y 8) aceptar que a partir de 2010 habría un segundo período de compromisos dentro del Protocolo de Kyoto, o bien posponer la discusión de este tema para 2011 para no obstaculizar avances en otras áreas.4
Sin embargo, desde su inicio, hasta su culminación, la COP 16 de Cancún, como antes la de Copenhague, como menciona Quadri de la Torre, «estuvo destinada a una desesperante medianía de resultados».5
LA HERENCIA DE KYOTO
Quadri señala que, a pesar de que la COP 16 no fue un trampolín definitivo para el cambio climático y la evidencia clara sobre los riesgos que entraña el calentamiento global (nos parece más adecuado, cambio climático) hará que tarde o temprano se construya un nuevo régimen internacional, cuya arquitectura deberá mantener las características ventajosas del Protocolo de Kyoto y superar sus limitaciones.
Kyoto instauró con éxito un mecanismo internacional de carbono, dio flexibilidad a los países desarrollados para cumplir sus compromisos con eficiencia económica y sobre principios de equidad que abrieron las puertas para su viabilidad política. Sin embargo, dejó fuera a grandes emisores de gases de efecto invernadero. Grave asunto porque las naciones en vías de desarrollo pronto superarán en emisiones a naciones desarrolladas, posiblemente antes de que termine la década.6
Kyoto también es miope: de alcances a muy corto plazo: 2008-2012 y no establece incentivos u horizontes de largo aliento que induzcan el cambio tecnológico con la escala y ritmos necesarios. Permite fugas de inversión y de emisiones a países en vías de desarrollo sin obligaciones, lo que distorsiona sus economías haciéndolas más intensivas en carbono, y carece de sanciones creíbles por incumplimiento.7
Por otra parte, viendo el panorama con pragmatismo, la construcción del régimen post 2012 la definirá un grupo de países con fuerte posición negociadora en virtud de sus emisiones relativas de gases de efecto invernadero, de la dimensión y crecimiento de su economía, de sus intereses estratégicos, de su prestigio y capacidad de ofrecer liderazgo a nivel global o regional, de su capacidad y disponibilidad para contribuir financieramente a reducir emisiones en otros países, y del nivel de consenso y aceptación política interna a medidas efectivas de reducción de emisiones, que les permitan predicar con el ejemplo. En estas coordenadas se encuentran pocos países: China, Brasil, India, Estados Unidos y Europa. El resto podrá cuando mucho jugar un papel de referencia y facilitación.8
NUEVA ARQUITECTURA INTERNACIONAL DEL CAMBIO CLIMÁTICO
Europa está sólidamente comprometida a lograr un nuevo tratado internacional vinculante de reducción de emisiones a partir de 2012, en los términos que exige la ciencia. Sin embargo, su posición de vanguardia se debilita en la geometría política internacional dadas sus bajas emisiones relativas, cierta cacofonía, y la ausencia de un liderazgo unificado y firme en el concierto internacional. Difícilmente puede actuar como pivote en el proceso de negociación.9
China es ya la segunda economía del mundo, y en menos de veinte años será la primera. Es el primer consumidor de energía del planeta y la mayor parte del crecimiento de emisiones a escala internacional en las próximas décadas será atribuible a este gigante. Rechaza objetivos vinculantes u obligatorios de emisiones y procedimientos rigurosos de monitoreo y verificación internacional. Sin embargo, se abre paso entre su clase dirigente y empresarial la idea de automodelarse como potencia en tecnologías de vanguardia a pesar de su dependencia del carbón como energético primario.
China es ya el primer productor de equipos de generación de energía solar y turbinas eólicas y pronto lo será también de vehículos eléctricos. De ahí que su posición parezca flexibilizarse. Acepta y promueve compromisos voluntarios en términos no absolutos sino referidos a su intensidad energética, esto es, consumo de energía en relación al PIB. Si China no admite que sus emisiones absolutas alcancen un máximo en pocos lustros para entonces descender rápidamente, será imposible alcanzar el umbral de los 2 grados centígrados.10
La India es el cuarto o quinto emisor en el mundo de gases de efecto invernadero, con motivaciones y situaciones similares a China, por lo que actúa y actuará casi en paralelo, tanto respecto a un nuevo tratado como a compromisos de reducción de emisiones. No obstante, su pacto nuclear con Estados Unidos, su papel de contrapeso con respecto al gigante asiático y su reciente alejamiento doctrinario del G-77 la pueden acercar a posiciones norteamericanas.11
Brasil es el tercer emisor de gases de efecto invernadero, después de China y Estados Unidos. Se ha autodescubierto como potencia no sólo económica y geopolítica sino en carbono y ha encontrado oportunidad, tras comportarse durante décadas como un gran villano ecológico en el planeta, responsable de la destrucción de la Amazonia.
Reconoce el enorme valor de sus acervos de carbono tropical como moneda de cambio, y hoy promete abatir la deforestación hacia el 2020. Impulsa un esquema global de financiamiento a REDD y apuesta por un acuerdo vinculante y compromisos relativos (al PIB), aunque al abatir como promete la deforestación al 2020, logrará reducciones absolutas en sus emisiones.12
Aunque China ha rebasado a Estados Unidos en emisiones, aún se le percibe como el pivote de cualquier régimen climático. Las perspectivas de que ejerza un liderazgo eficaz son escasas, al menos en el corto plazo, a pesar de que el tema fue estandarte en la campaña presidencial de Obama. Es más o menos claro ahora que Obama decidió comprometer casi todo su capital en la reforma de salud pública y en la regulación del sistema financiero, y puso en el asiento trasero de su proyecto político el cambio climático.13 Sin legislación interna, Estados Unidos no apoyará un régimen internacional vinculante.
En el futuro se prevé un nuevo tratado vinculante liderado por Europa, acompañada de un grupo de países en vías de desarrollo que, aunque numeroso, será poco trascendente. Tampoco ayuda la vociferación populista y saboteadora de países como Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que encuentran en las negociaciones una nueva caja de resonancia para sus delirios anticapitalistas,14 aunque a nuestro juicio, en ocasiones justificados.
LAS OPORTUNIDADES PARA MÉXICO
México debe construir su visión y posición hacia el régimen de 2012, con referentes en las fortalezas y debilidades de Kyoto, las bases de Copenhague y sus propios intereses estratégicos. Ello a pesar de que no actuó más que como buen anfitrión en la cumbre de Cancún, –no se obtuvo ninguno de los compromisos señalados y los demás objetivos se aplazaron hasta la siguiente Cumbre.
Hay otra oportunidad del cambio climático para México, menos obvia que ser anfitrión, y no parece que nuestro gobierno la haya identificado o esté dispuesto a explotarla. Se refiere al frente político interno, en particular a la necesidad imperiosa del país de recuperar el ímpetu reformador que permita relanzar su desarrollo económico.
Ante el nudo gordiano que plantean intereses sindicales atrincherados en lo más profundo de nuestras instituciones políticas y el conservadurismo nacionalista o irresponsabilidad, ausencia de visión y compromiso en los partidos y representaciones populares, el cambio climático puede ofrecerse como un argumento muy persuasivo para impulsar verdaderas reformas, en especial, a juicio de Quadri, la energética y la fiscal. Se trata de utilizar la COP 16, los compromisos de México y el apremio climático para empujar una agenda estratégica de reformas estructurales.15
La idea es buena, pero Quadri la identifica con reformas estructurales de corte neoliberal, con lo que no estamos de acuerdo, dado que el capitalismo privado tiene un papel fundamental en la problemática ambiental, que no se resolverá con medidas del mismo calado.
Para reducir emisiones, Quadri propone:
1. La apertura del servicio público en el sector eléctrico; la superación del esquema monopólico y la introducción de un sano sistema competitivo; la eliminación de barreras a la inversión privada, particularmente en la generación de energías renovables.
Aunque reconocemos el papel nocivo de la falta de competencia en la economía mexicana, los problemas ambientales y la reducción de emisiones no se evitarían solamente adoptando esas medidas.
2. La apertura de la red interconectada y su modernización y regulación modernas e inteligentes; la eliminación de subsidios al consumo de electricidad y su transmutación en primas (feed in tariffs) para generaciones con energía renovable y financiamiento a fondo perdido a instalaciones solares fotovoltaicas. Eliminar subsidios a los combustibles automotores (diesel y gasolinas) e imponerles un impuesto hasta llevar su precio a los niveles que rigen en otros países latinoamericanos y en Europa.
Nuevamente estimamos insuficientes estas medidas: los subsidios no son la causa de las emisiones y son necesarios, aunque a veces no siempre debidamente canalizados. Establecer impuestos al que contamina, tampoco resuelve el problema; sólo es un parche.
Es necesario adoptar plenamente los principios de la economía sostenible; rediseñar la arquitectura internacional sobre el cambio climático, como se ha aludido, y transformar los efectos perniciosos del consumismo que produce el capitalismo tradicional y el desarrollo tecnológico, así como adoptar decisiones morales, como señalamos más adelante.
Las demás medidas propuestas por Quadri, en particular, la reducción paralela del binomio ISR/IETU (y su transformación en un flat tax) a las personas físicas y a las empresas para promover la inversión y el empleo en el contexto de una reforma fiscal, nada o casi nada tienen que ver con sus efectos sobre el cambio climático y en aras de una economía sostenible.
Lo mismo podemos decir respecto a aplicar parte de la renta petrolera para financiar la transición energética; y abrir Pemex a la inversión privada para ganar eficiencia y reducir las emisiones o eliminar subsidios en el campo que han promovido la deforestación.16
Sólo así México podría lograr una reducción de emisiones de 30% por debajo de su línea base para 2020, tal como prometió el gobierno mexicano a la comunidad internacional en el anexo al Acuerdo de Copenhague.17
Es la cara interna de la COP 16 que es preciso reconocer. La oportunidad es inédita –tal vez la mayor desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a juicio de Quadri–, para superar los rezagos heredados del siglo XX y dar a México un nuevo proyecto nacional y nuevas instituciones para el siglo XXI.18
LA SOLUCIÓN ES MORAL
Por otro lado, tenemos el llamado moral. Frente a la catástrofe que nos amenaza –señala Benedicto XVI– se ha suscitado ya en todas partes el reconocimiento de que tenemos que tomar decisiones morales.
«Existe también una consciencia, más o menos marcada, de la responsabilidad global, de que la ética no debe referirse ya solamente al propio grupo o a la propia nación, sino que debe tener en cuenta la Tierra en su conjunto y a todos los hombres.
En tal sentido, existe un cierto potencial de reconocimiento en el campo moral. Pero, por otra parte, la traducción de esto mismo en voluntad política y en acciones políticas se ve ampliamente imposibilitada por una falta de disposición a la renuncia. Esto tendría que reflejarse en los presupuestos nacionales y, en última instancia, debería ser sostenido por los individuos, aunque allí se trata, una vez más, de la diferente carga que se hace pesar sobre los diferentes grupos».
«De este modo –prosigue el Papa–, aparece con claridad que, en definitiva, la voluntad política no puede ser eficaz si no existe en la humanidad entera –sobre todo en los impulsores principales del desarrollo y del progreso– una consciencia moral nueva y más profunda, una disposición a la renuncia que sea concreta y se convierta también para el individuo en una norma de valores para su vida».19
Si no, como dijo el filósofo Peter Sloterdijk acerca de la gestión global del planeta: «Los hombres son ateos respecto del futuro. No creen en lo que saben, incluso cuando se les demuestra de forma concluyente lo que tiene que ocurrir».20 Esperemos que estas palabras no se confirmen cuando sea demasiado tarde, a saber, cuando los efectos del cambio climático sean irreversibles. Confiamos en que así sea.
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1 Seewald Peter, en Luz del mundo, el Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos, una conversación de Peter Seewald con Benedicto XVI, Editorial Herder, México, 2010, p. 55.
2 Idem, p. 58.
3 Cambio climático y la COP 16, entrevista de la Fundación Este país a Adrián Fernández Bremauntz, presidente del Instituto Nacional de Ecología, Revista EstePaís, número 236, diciembre 2010, p. 30.
4 Idem.
5 Quadri de la Torre, Gabriel, «México y el cambio climático», Letras Libres, noviembre 2010, año XII, número 143, p. 46.
6 Idem.
7 Idem.
8 Idem.
9 Idem.
10 Idem.
11 Idem.
12 Quadri de la Torre…, op. cit., pp. 46 y 47.
13 Idem, p. 47.
14 Idem.
15 Idem, pp. 47 y 48.
16 Idem, p. 48.
17 Idem, p. 48.
18 Idem.
19 Benedicto XVI, op. cit., pp. 58 y 59.
20 Citado por Peter Seewald, op. cit., p. 59.