Tres facultades que en armónica interrelación dan por resultado el carácter de quien logra, con esfuerzo continuo un pensar claro y un querer firme que llevan a realizar el proyecto de vida propio.
Obra profunda, ordenada y amable de un autor que une el ser filósofo y educador en el auténtico sentido de la palabra. Ya la introducción aclara su objetivo: la formación de la persona que siente, entiende y quiere.
INTELIGENCIA, FUELLE QUE ALIMENTA EL ESPÍRITU
Llano define la inteligencia como facultad matriz del ser humano que se forma cuando aprende a pensar y le permite comprender lo universal al relacionar lo objetivo con lo subjetivo. Como sucede metafóricamente con la respiración: es el fuelle que alimenta el espíritu partiendo de los sentidos y llega a conceptualizar la realidad para después aplicar esos conocimientos al devenir de los fenómenos sensibles.
El criterio para discernir la verdad de los conocimientos es la evidencia. Discernir los diferentes grados de verdad es una importante etapa de maduración intelectual.
Al referir los estados de la inteligencia define el error y la verdad –respecto al objeto– y la ignorancia, la duda, la opinión y la certeza –respecto al sujeto–. Esto patentiza la circulación permanente entre la verdad y la conducta; la presencia de la voluntad se involucra con la actitud cognitiva: tendemos a juzgar como erróneo lo que no quisiéramos que fuese verdadero.
VOLUNTAD, QUEREMOS QUERER
Ubica a la voluntad como una facultad independiente, inaccesible e inviolable que tiende al bien universal a largo plazo. Dos tipos actuales de determinismo, racionalismo y conductismo se oponen a esta afirmación. Educar a la voluntad significa mantener una reflexibilidad expresa por la que queremos querer.
Sin embargo, entre las facultades aprehensivas y la respuesta volitiva hay una grieta que explica su proceder libre. La voluntad puede incentivarse en la autopredisposición y en la autoproposición que Aquino llama persuasión. Por la asociación de imágenes o ideas se puede predisponer a seguir la ley del gusto y a ser sujeto de la manipulación; o bien utilizarlas para cumplir un deber y elegir lo mejor. La causa propositiva puede persuadir a base de razones o seducir si se trata de la propia persona.
Debido a que la voluntad se automotiva para querer bienes verdaderamente valiosos que la inteligencia le aconseja, la reflexión volitiva acepta lo que el entendimiento le presenta u ordena ejercitar, su acto de pensar, a lo que el entendimiento no puede negarse.
Se considera bien formada una voluntad que es responsable de las consecuencias de sus actos; de las razones de ellos; de realizar su proyecto de vida y de cumplir su destino.
CARÁCTER, INTELIGENTE CONTROL DE APETITOS Y SENTIMIENTOS
La formación del carácter implica el dominio de lo universal –entendimiento y voluntad– sobre lo particular –sentidos y apetitos sensibles–. Hay que cultivar la sensibilidad y ordenar los sentimientos, cuestión muy particular, porque la afectividad, la imaginación y los apetitos no están bajo el señorío de la persona.
Ante el carácter como armonía y dominio, orientación o lucha, el autor prefiere este último. Alcanzar el bien aquieta el apetito espiritual y permite encontrar la paz. Dominar los afectos sensibles no implica huída sino supremacía que se logra con la lucha. Las pasiones son esenciales: sin ellas no habría aventura, empresa, poesía. Pero se requiere un inteligente control de los apetitos.
El libro manifiesta un realismo optimista: adquirir las virtudes requiere de la voluntad propia y de la ayuda externa: «confiar en alguien al cual pedir consejo y del cual recibir ánimo».