Las cuatro ideas equivocadas respecto a la relación entre la vida cristiana y el trabajo son el clericalismo, el laicismo, la beatería y el materialismo.
La publicación consiste en dos artículos que revisan el tema desde la dimensión teológica del ser humano. El primer artículo es «Teología
y dignidad del trabajo», de Santiago Martínez Sáez y el segundo, cuyo contenido nos ocupa, es «Trabajo y sociedad en Mons. Escrivá de Balaguer», escrito por Carlos Llano.
Pensar en responsabilidad social implica revisar nuestros conceptos sobre el trabajo, considerar su dignidad y corregir los errores que deforman el discurso social. Así surge como un faro la espiritualidad de Escrivá. El artículo revisa esta cuestión desde una óptica de la vida cristiana. Primero expone cuatro errores frecuentes que impiden una correcta teología del trabajo y después propone cuatro objetivos que dan sentido y dignidad a esta labor humana.
Las cuatro ideas equivocadas respecto a la relación entre la vida cristiana y el trabajo son el clericalismo, el laicismo, la beatería y el materialismo. El auténtico espíritu cristiano reconoce la libertad para tomar decisiones concretas en el orden teórico y práctico, guiado por la luz de los principios del Magisterio.
El laicismo proclama la independencia entre religión y trabajo. Escrivá subraya la unidad en la vida del cristiano porque la vocación humana es parte de la vocación divina; la profesión configura a la persona de modo particular, ya que es el ámbito que debe ser santificado. De lo contrario, se vive en una esquizofrenia y se lleva una doble vida que no se puede conciliar.
La «beatería» supone que el trabajo es un obstáculo para la vida cristiana, pero el sentido cristiano auténtico no trata de vivir a pesar del trabajo, sino con el trabajo. No hay actividad humana limpia que no pueda ser santificada. Así como es un error tomar el catolicismo como un argumento social de prestigio, es grave encerrarse en una supuesta vida cristiana que abandona la responsabilidad social.
El materialismo supone que la religión es un obstáculo para la vida y un paliativo de la necesidad humana. Cree que un trabajo eficaz debe desligarse de toda dimensión trascendente. Es importante superar la visión horizontal del materialismo con la dimensión sobrenatural inscrita en las posibilidades mismas del trabajo.
Carlos Llano presenta la respuesta que da el fundador del Opus Dei a estas concepciones erradas y recuerda, ante todo, que el trabajo es bueno y no una secuela del pecado. Para ello, señala la riqueza espiritual en las cuatro finalidades del trabajo: fuente de recursos, desarrollo personal, servicio social y deber de estado.
Crecer trabajando
El trabajo implica un señorío sobre sus frutos y por ello, pueden destinarse a satisfacer sus necesidades auténticas, como medio de subsistencia. Hacerse a uno mismo a través del trabajo es crecer como persona no sólo de modo natural o intelectual, sino también sobrenatural, porque hay que aplicar todas las virtudes. El trabajo no opaca lo divino, sino que lo revela.
La tercera finalidad santificante es el servicio a los demás porque el trabajo es tarea social. Escrivá reconoce que «ninguna reforma social es posible al margen de la conducta moral del individuo» (p. 71), no sirve promover estructuras aplicadas desde fuera. En último lugar, el trabajo es medio y materia de santificación. El deber de estado implica hallar lo santo en las situaciones más comunes, de un modo real y concreto, eficiente y perseverante. El hilo que engarza la finalidad del trabajo y lo proyecta hacia la dimensión trascendental es ofrecer a Dios, con rectitud de intención, nuestro actuar.
Cuando el requerimiento social se dirige por la rectitud, responde al requerimiento divino. Escrivá muestra que es posible llevar una vida cristiana desde la teología de lo cotidiano, de lo real… de lo más humano.