Antígona es una revolucionaria
feminista ante un tirano.
Bertolt Brecht
Mamá abráceme con todo su cariño,
yo no debí crecer,
debí ser siempre un niño.
José Alfredo Jiménez, Madre sólo hay una
Fedro es uno de los diálogos más hermosos de Platón, un texto chispeante, agudo, sugerente. En él explica, entre otras cosas, su recelo hacia la palabra escrita. Por boca de Sócrates, Platón advierte que la escritura, fuera del contexto en que se generó, se parece a una roca que rueda por una ladera. La escritura, sin ayuda del autor, es como un huérfano que deambula por un bosque oscuro.
Recordé la referencia del Fedro al revisar los comentarios sobre mi artículo «La liberación femenina y la decadencia de la comida mexicana». Me temo que di pie a cierto malentendido. Con estas líneas pretendo aclarar lo que no expresé con la suficiente contundencia: aborrezco el machismo.
¿EDUCAR VÍCTIMAS?
A ver, vamos por partes. Primera idea. Soy enemigo de los estereotipos. Bailar ballet no es propio de mujeres ni dirigir una empresa lo es de varones. Si bien la genitalidad es un hecho innegable, es igualmente cierto que el género tiene gran parte de construcción cultural. Sólo las mujeres pueden parir. Verdad biológica irrefutable en el caso del homo sapiens. De lo cual no se concluye, sin embargo, que a ella le corresponda por naturaleza el cuidado de la prole y que al varón le corresponda conseguir el sustento fuera de la casa.
Tal estereotipo coloca, por lo pronto, a la mujer en una condición de indefensión frente al varón. Carezco de conocimientos sólidos de neurología. Ignoro si la ternura y la hospitalidad preponderan en el cerebro femenino. Quizá sí, quizá no. Dejo a los científicos la discusión.
En cambio, sí creo que debemos superar la imagen de la mujer como «abnegada y sufrida cabecita blanca» del antiguo cine mexicano. Este fenómeno obedece a un complejo entramado de causas, entre ellos, un malentendido concepto de abnegación. Se olvida que en la medida del amor al prójimo es el amor a uno mismo. Un colega lo decía a su modo: «Uno debe de apoyar al más débil, incluso cuando uno es el más débil».
Construir una relación sana presupone el reconocimiento de la propia dignidad. Por ende, debemos prevenirnos de los discursos y prácticas que perpetúan la vulnerabilidad de la mujer. El amor femenino jamás debe enmascarar el abuso masculino.
ANTÍGONA: EL ESTEREOTIPO DE EMOTIVIDAD
Una segunda idea. «Virilidad» y «feminidad» son conceptos terriblemente jabonosos. Hace algunos meses, una estudiante me sugirió cambiar el perfil de mi blog porque, según él, declarar que aborrezco el futbol sugería poca masculinidad.
Hegel contribuyó a esta cristalización de roles al presentar a Antígona como la prototipo de la piedad familiar. En la tragedia del mismo nombre, Sófocles desarrolla un dilema. Creonte, gobernante de Tebas, prohíbe el entierro de Polínice, hermano de Antígona. El cadáver yace fuera de las murallas de la ciudad, como pasto para los carroñeros. El cuerpo de Polínice, declarado enemigo de la ciudad, no merece un entierro. Atentó contra la polis, que hace posible la vida humana. Antígona, desafiando el decreto, entierra a su hermano.
El problema es que Hegel entendió a Antígona como la encarnación de la piedad familiar, de la ética privada, insuficiente para fundar el derecho político. Antígona es tan hogareña como Penélope. Mujeres fieles y tiernas, incapaces de gobernar.
Cuando atribuimos a la mujer la hospitalidad y la ternura, suscribimos el machismo hegeliano. Sugerimos que la feminidad se articula en torno al eje de la emotividad. Este estereotipo es inadmisible.
Una lectura más atenta de la Antígona de Sófocles revela que ella decide enterrar a su hermano con base en una racionalidad cósmica. Su perspectiva es más universal que la de Creonte. Ella alude a ley universal que tiene precedencia sobre las normas de las ciudades. No invoca a los sentimientos, sino a la razón.
Así entendida, la oposición entre Antígona y Creonte no equivale al enfrentamiento entre la piedad familiar y la racionalidad política, sino a una tensión entre dos tipos de ley, y por ende, dos formas de pensar. Esta interpretación desvanece los estereotipos. Hospitalidad, delicadeza, ternura, compasión, ni son ni deben ser cualidades exclusivas de la mujer. En consecuencia, el manido «calor de hogar» no es tarea exclusiva de la mujer, sino de una corresponsabilidad de las parejas.
¿QUIÉN CUIDA A LOS ENFERMOS?
Hay una tercera idea que quiero reiterar; la que originó el malentendido. Nada hay tan humano como la protección del vulnerable: enfermos, niños, discapacitados, ancianos. Tradicionalmente la mujer cuidaba de ellos. Subrayo lo de tradicional. Nadie exime al varón de la obligación de cuidar al vulnerable, pues equivaldría a despojarlo de su condición humana.
Ahora que, tal y como pinta la economía, los vulnerables, especialmente entre lo más pobres, se llevan la peor parte. Los mecanismos para paliar la ausencia de la familia en el hogar –hospitales, guarderías, asilos– merecen nuestro respeto y apoyo. Lamentablemente, en nuestro país son insuficientes. Por lo pronto, los más viejos son los más desprotegidos por la asistencia social. ¿Quién los atenderá? Esta es la pregunta que pretendía plantear en el artículo mencionado.
Pensemos en otro fenómeno: la obesidad infantil. Nuevamente es un problema de origen multifactorial. No obstante, la proliferación de la comida chatarra algo tiene que ver con la falta de comida casera. «A los niños –decía un nutriólogo famoso– hay que darles guisados a la antigüita, caldositos y con mucha verdura».
La obesidad se emparenta con la pobreza, aunque también es un problema de educación. Las frituras y golosinas fascinan a los pequeños. Las guarderías pueden preparar menús balanceados; sin embargo, hay un punto al que los profesionales no llegan. Aprendemos a comer de nuestros padres.
La estructura pública no debe colonizar el hogar. Existe en la casa un reducto incomprensible en términos de reciprocidad económica. Precisamente porque en la familia hay un componente de desinterés y afecto gratuito, tanto varón como mujer deben aprender a entregarse por los demás. Coincido, por tanto, en que debemos abandonar los modelos machistas que contribuyen a cargar a la mujer con el peso de la atención a los vulnerables.
Claro que esto no resuelve el reto. La verdadera comida casera se prepara en casa…