Michèle Petit
Océano. México, 2008
128 págs.
Ante el inexorable paso del tiempo, el hombre recuerda. Su justificación como ser histórico radica en ese saberse parte de un flujo constante. La construcción de la autobiografía reside en ese ejercicio.
Escrita o no, por tanto, nadie está a salvo de ella. Somos lo que recordamos. Somos también lo que abandonamos al olvido. Cualquiera, en ese sentido, puede escribir su vida. Pero dicho recuento en la mayoría de los casos sería un caos irremisible. Dice Ricardo Piglia: «Alguien escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas».
La tesis contraria, sin lecturas, sería llanamente imposible. Aquéllas, ordenadoras de la memoria humana, ultiman la verdadera individualización del individuo. La conclusión es monumental: los libros como salvación de la vida fútil.
¿Qué lleva a un niño a fascinarse por una ilustración, por una historia? ¿Qué tiene que pasar en la adultez para que el otrora niño desconozca el porqué de dicha fascinación? Escribimos nuestra vida esperanzados de hallar repuestas. La obra de Michèle Petit es esa búsqueda: la que cada hombre emprende en pos de sí mismo, en este caso, por el esclarecedor mundo de los libros.
Andrés del Arenal