¿Qué hacer en caso de bombardeo? Palabras para la crisis

ZagalEL ARSENAL MORAL

Desde que me acuerdo, en este país vivimos en crisis. La historia de México ?desde su independencia hasta el día de hoy? ha sido un continuo patinar sobre aceite: deslizarse sin rumbo fijo, luchando por no resbalar. Pero ahora la cosa está peor: la crisis es mundial. Apenas empieza y ya nos dimos un par de trastazos. Así es que, o comenzamos a usar casco y rodilleras o esta vez nuestra impericia nos costará mucho más que un par de raspones.

Nací en los sesenta. Pertenezco a una generación que no se arredra, una generación clasemediera y luchona. Me molesta, por ello, el optimismo necio y la esperanza hippie. Ni los discursos de superación personal, ni la indiferencia psicotrópica resuelven los problemas. Para enfrentar las crisis contamos con el arsenal moral del ser humano y poco más. De nada nos servirán la palabrería y evasiones. Debemos ser fuertes. No se trata de sonreír al mal tiempo, sino de extraer agua del suelo. La sonrisa desaparece al primer crujido de tripas; el carácter sólido, en cambio, resiste.

Para desilusión de muchos, la crisis no es sinónimo de oportunidad sino de catástrofe. El mejor partido que se le puede sacar a la crisis es aminorar el daño: hacer de la necesidad virtud, para no perder tanto. La crisis es, en el mejor de los casos, un momento para ejercer y ahondar en virtudes como la creatividad, el orden, el ahorro y la fortaleza. Si a eso quiere llamársele «oportunidad», no tengo inconveniente.

ROCKY Y LA FUERZA DEL DESTINO

Sin embargo, la fortaleza es una virtud muy peligrosa o, mejor dicho, sus imitaciones son sumamente peligrosas. La pseudo-fortaleza tiene dos caras: el culto al sufrimiento que es tan temible como su opuesto, la blandenguería.

Nuestra sociedad es luz y sombra, brutalidad y pusilanimidad. Cuando se trata de la vida pública, por ejemplo, la sociedad se vuelve una jungla. En la vida doméstica, por el contrario, no es extraño que se caiga en la condescendencia. No es extraño que ejecutivos con fama de intransigentes y gritones en la oficina, sean incapaces de exigir a sus hijos el cumplimiento de un mínimo de normas de convivencia familiar.

La fortaleza es una virtud malentendida porque proviene de una matriz militar: ser fuerte es batirse en una guerra. Esta concepción margina el sentido más importante de fortaleza, el verdadero: la capacidad de poner los medios para conseguir un fin a largo plazo. A las nuevas generaciones les cuesta trabajo hablar de fortaleza sin tener en mente la imagen de un tipo musculoso y engrasado al modo de Conan «El Bárbaro» o Rocky Balboa. Y es precisamente esa identificación el riesgo de las sociedades contemporáneas. La fortaleza tipo Rocky es una pantalla de humo. Fuerte no es aquél que, cual costal de carne sanguinolenta, es vapuleado en un ring durante doce rounds y no se rinde.

Ser fuerte, contrario a lo que una saga de cinco películas sugiere, poco tiene que ver con lo físico. Ser fuerte implica distinguir lo superfluo de lo más necesario para concentrarse en lo verdaderamente importante. Rocky no es fuerte sino torpe. Si fuera un tipo virtuoso después de la primer golpiza habría cambiado de profesión para cuidar de su esposa. Algo parecido ocurre en la película La caída. Hitler, según cuenta el filme, resistió en Berlín hasta el último momento; no estaba dispuesto a retirarse sin disparar la última bala. Al igual que Rocky, Hitler encarna la fortaleza tergiversada o la falsa fortaleza: primero, porque permanece luchando incluso cuando todo está perdido; segundo, porque mantuvo en pie lo que no debió mantenerse en pie: el nacionalsocialismo nunca fue bueno y nunca mereció ser levantado ni defendido.

La fortaleza suele traer consigo un saborcillo a retirada, a renuncia, a resignación, a sacrificio. El arrojo hercúleo es la perversión de la verdadera fortaleza. Si el barco se hunde hay que echar por la borda lo que no necesitamos para sobrevivir en el mar. Para eso hace falta ser fuerte: para desprenderse de los bienes inmediatos sin desgarrarse internamente. El capitán diestro no es quien se empecina en navegar contra la tormenta, sino quien arroja mercancía para ganar velocidad y esquivar el huracán.

Me acuerdo de un amigo de mi familia, italiano, si mal no recuerdo. El hombre, padre de familia, vivió la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Tres veces perdió su casa en los bombardeos y había aprendido a cargar siempre con un maletín con los documentos indispensables y el poco dinero que le quedaba a la familia. Ni siquiera cuando iba al WC se desprendía del portafolio. El hombre, coleccionista y anticuario, había aprendido a distinguir lo más necesario de lo menos necesario.

No todas las batallas deben ser ganadas. Para retroceder hace falta ser fuerte. El hombre aquel sabía que no podía correr con su colección de obras de arte a cuestas. La había resguardado, parte en el sótano de su casa, y otra parte en la bóveda de un banco. Un mármol de media tonelada le impediría correr a la mitad de un ataque aéreo. Utilizaba una mano para el maletín y la otra, para sostener a su hija pequeña. Perdió su colección, pero no a su familia ni los pasaportes, con los cuales pudo emigrar a México al final de la guerra.

Los norteamericanos tienen un estribillo para decir esto: Choose your battles. Es decir, la fuga y la retractación son parte importante de la fortaleza, porque saber resistir implica saber retroceder. O como decimos los mexicanos, más vale aquí corrió que aquí murió; mejor salvar el pellejo que morir envalentonado. El mejor héroe es el que sobrevive. Ello no impide que, en alguna rara ocasión, debamos afrontar la muerte en lugar de huir.

GLORIA GAYNOR, I WILL SURVIVE

La fortaleza tampoco consiste en aguantar como erizo asido a una roca mientras rompe la marea. Dependiendo de qué tan honda sea la crisis, se intenta vivir o sobrevivir. En el reino biológico la subsistencia es ley máxima. Pero en el dominio de lo humano, la sola supervivencia nos deja insatisfechos. En nuestro caso, la fortaleza supera el vigor físico. En la medida en que tiene que ver más con la consecución de una vida feliz y lograda, que con la rigidez del carácter, la mera subsistencia se queda corta. La crisis es una ocasión ?me resisto a llamarla oportunidad? para examinar qué es lo que hacemos para ser felices.

La crisis obliga a esclarecer nuestras prioridades. Jerarquizar los bienes y objetos prescindibles. Esto es, precisamente, saber qué podemos echar por la borda en un barco. El uso y el gozo son criterios confiables para distinguir lo necesario de lo prescindible. Se usa lo que se desecha, lo que no sirve después de utilizado. Se disfruta aquello de lo que nunca nos saciamos, lo que nos deja con ganas de más, lo que no se agota con el uso. Lo pongo en otros términos: se usan los medios, se disfrutan los fines. Usamos la ropa de marca para ir al cine, usamos el Mercedes Benz para circular a 20 kilómetros por hora en la ciudad, usamos la pantalla plana de treinta pulgadas para ver telenovelas. Disfrutamos, en cambio, de nuestra pareja, de la familia, de los ratos a solas, disfrutamos de una buena plática, disfrutamos reír y amar.

Lo siento, al final, es lo mismo que los libros de autoayuda pregonan, pero dicho con mayor seriedad: en las circunstancias adversas ?la crisis? uno descubre lo verdaderamente valioso y lo distingue de lo que tiene precio. Nuestra naturaleza así es. Recuerdo un cuento de Sherlock Holmes en el que el detective simula un incendio para que Irene Adler se alarme y le muestre en dónde esconde un valioso objeto. Cuando se le cuestiona a Holmes cómo sabía que Adler le revelaría el secreto, Holmes responde que el ser humano, cuando se siente en peligro, instintivamente protege lo que más le importa. Ni siquiera lo más caro, sino lo más significativo.

Las situaciones críticas tienen ese encanto: despertar nuestras habilidades valorativas y hacernos situar todo en perspectiva. La crisis actual no es la excepción. Seguramente, una vez que todo pase, tendremos más claro qué es lo necesario y lo superfluo en nuestro caso, cuáles son los objetos y las cosas más significativas (aquellas que disfrutamos y no solamente usamos). Ojalá el maletín esté repleto de objetos verdaderamente valiosos.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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